Hunter

Hunter


CAPÍTULO XXV

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CAPÍTULO XXV

La ciudad había cambiado durante su ausencia. Su apartamento era ahora un edificio calcinado en ruinas y una parte de las afueras de la urbe, otrora un polígono industrial, se había transformado en una escombrera como consecuencia de una terrible explosión unos pocos días atrás. Los bomberos todavía trataban de refrescar los cimientos para evitar otros conatos de incendios.

El ambiente también era diferente. Se respiraba menos miedo por las calles. Los vampiros se habían convertido en una especie residual. Muchos de ellos habían fallecido en la explosión, varios habían sido asesinados y otros tantos habían huido de la ciudad y del azote del demonio alado que se había hecho con su dominio.

Aparcaron cerca de la entrada que daba acceso a los viejos túneles del metro.

—Buscaremos un sitio en el que puedas alojarte, mientras tanto, puedes venir a mi guarida. —un brillo de deseo cruzó su mirada.

Ella asintió, mientras le seguía por el laberinto de pasillos subterráneos con Storm trotando a su alrededor. Tras atravesar la puerta metálica que daba acceso a la estancia, June se quedó plantada de pie, sin saber muy bien dónde colocarse en aquella habitación minimalista sólo provista de una pequeña mesa con una silla, un armario con algo de ropa y unos pocos libros, la amplia y cómoda cama con el agradable nórdico de plumas que recordaba tan bien y un cuarto de baño anexo.

—Tengo que salir. ¿Necesitas algo?

—¿Ahora?

—Sí, tengo que vigilar las calles para asegurarme de que los vampiros restantes se abstienen de crear nuevos clanes. Y además tengo que alimentarme. Espérame aquí.

—No es necesario que mates para alimentarte…

—Sí, está en mi naturaleza.

—No, en tu naturaleza está que bebas sangre, pero no es necesario que mates para ello.

—No te equivoques conmigo. Disfruto haciéndolo. Soy un cazador. —Los ojos del Alas Negras se oscurecieron, tornándose casi negros, como cada vez que la bestia de su interior emergía. Parecía molesto ante la sugerencia de June. —En el fondo sigues siendo aquella niña inocente. Es mejor que no sepas ciertas cosas de mí.

Sin opción a réplica, Hunter abandonó la habitación y se marchó, dejándola a solas con el perro lobo. Ella se entretuvo unos minutos acariciando el lomo de su fiel amigo. Después se dirigió al armario. Cambió su atuendo de vaqueros y jersey por una camiseta de Hunter. La temperatura era cálida en la morada del inmortal. Cogió un libro al azar y se sentó en la mesa, para pasar el rato nadando entre sus páginas. Storm aprovechó que la cama estaba vacía para tumbarse sobre el mullido colchón.

El Alas Negras vagó por las calles de su ciudad, con sus agudizados sentidos alerta, intentando localizar el rastro de algún humano que llevarse a la boca. Percibió el latido de un corazón humano en una callejuela apartada del centro. Se dejó guiar por aquel rítmico sonido, aproximándose sigilosamente hasta él. Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, saltó sobre él, directo a su yugular. El hombre intentó defenderse, golpeando al inmortal, pero pronto quedó tan debilitado que su única lucha fue para seguir respirando. Hunter bebió su sangre con avidez. Estaba hambriento. La vida del humano pendía de un hilo, un sorbo más y su corazón se detendría. Fue incapaz de dar ese último trago, no podía matarle. Tenía que obedecer a June, era su dueña. La orden no había sido directa, pero estaba implícita en sus palabras. Se enfureció con ella y esa maldita manía suya de pensar en el bien de los demás. Estúpida humana. Miró al humano a los ojos mientras le obligaba a borrar el recuerdo de su ataque para sustituirlo por el asalto de unos atracadores.

Hunter regresó a su guarida, lleno de ira, como un animal salvaje. Storm se puso en guardia, ladrándole, nervioso, interponiéndose entre June y el inmortal. June, sin embargo, cerró el libro que estaba leyendo, se acercó a él sin miedo, y colocó la mano sobre la mandíbula del Alas Negras. Él le mostró los colmillos, amenazante. Storm respondió del mismo modo, dispuesto a abalanzarse sobre él para defender a su dueña.

—¿Qué pasa, Hunter?

—No me has dejado matar. —respondió con un bufido.

—Gracias. —susurró ella. Su mirada, cargada de dulzura apaciguó la frustración del cazador. Hunter se perdió unos instantes en aquellos ojos castaños moteados de verde.

—¿Puedo? —preguntó con un susurro, más calmado, sintiéndose de pronto sediento de ella.

June asintió. Él apartó con delicadeza un mechón ondulado de color cobrizo para dejar su cuello expuesto. Deslizó las yemas de sus dedos por su piel, buscando el punto exacto. El simple roce de aquella caricia abrasadora le produjo un escalofrío que le recorrió la columna vertebral. Él colocó una mano sobre su cintura, mientras con la otra la mantenía sujeta por la nuca. Clavó sus colmillos con sumo cuidado y emitió un gruñido animal, extremadamente sensual, ante el sabor de las primeras gotas de su sangre. Ella gimió, sintiendo cómo aumentaba su excitación conforme el Alas Negras iba succionando su sangre muy lentamente.

Hunter dejó que la mano que tenía posada sobre su cintura resbalara hasta la entrepierna de June. Apartó la prenda interior a un lado y acarició muy sutilmente su sexo palpitante e inflamado, dejándose impregnar por su creciente humedad. Ella se frotó contra su mano, con una necesidad acuciante de él, anhelando sentirle dentro. Él la aprisionó contra la pared, para que ella notara su erección. Liberó su cuello para buscar su boca, le besó con fervor y June pudo sentir el sabor metálico de su propia sangre en los labios del inmortal. Ella, impaciente, desabrochó los botones del pantalón vaquero de Hunter para dejar su miembro enhiesto liberado. Lo acarició, sintiendo cómo se endurecía aún más entre sus manos.

El Alas Negras deslizó la mano que tenía entre las piernas de ella por la cara interna de su muslo, mientras le alzaba ligeramente la pierna y se hundió en ella. Ella gritó cuando él empezó a llenarla y respondió clavando sus uñas en la espalda del inmortal. Él contraatacó con un envite mayor, más fuerte, más profundo. La mano que tenía sobre su nuca, descendió hasta sujetarla por las nalgas, para contrarrestar sus embestidas. June se aferró a su cuello, con los largos cabellos color azabache de Hunter enredados entre sus dedos, mientras ambos se mantenían la mirada, con los ojos ebrios de pasión. De su garganta brotaba un jadeo entrecortado que acompasaba el ritmo de las acometidas que enardecían al inmortal hasta un punto que rebasaba los límites de lo natural. Hunter dejó que sus majestuosas alas negras se desplegaran mientras se derramaba en ella, sintiendo cómo los músculos de su interior se contraían alrededor de su miembro sensible, cuando una descarga de placer golpeó el cuerpo de June, estimulando todas y cada una de sus terminaciones nerviosas.

El corazón desbocado de June martilleaba el instinto cazador del inmortal que dilató unos minutos el instante de abandonar su interior, mientras observaba con los ojos brillantes cómo el cuerpo de June se iba relajando entre sus brazos. Con gusto, hubiera permanecido dentro de ella durante toda la eternidad.

En cambio, la depositó con delicadeza sobre su cama y ascendió por su cuerpo mientras escondía de nuevo sus alas hasta situarse a la altura de sus ojos castaños con motas verdes.

—Jamás pensé que servir a mi dueña podía llegar a ser tan gratificante.

—No eres mi siervo ni mi esclavo, Hunter. Eres mucho más. Te quiero.

Él sintió una agradable punzada en su interior. Estaban unidos por algo mucho más fuerte que la naturaleza leal del Alas Negras. Él la envolvió entre sus brazos, inhalando su fragancia, mientras la besaba en el mismo punto en el que un rato antes había clavado sus colmillos y cerró los ojos. El Alas Negras sólo necesitaba dormir dos o tres horas un par de veces por semana, pero en aquel momento, quiso disfrutar de la compañía de June.

June se despertó con una grata sensación de seguridad, enredada en los brazos musculosos de Hunter. Él parecía relajado, dormido, pero abrió los ojos en cuanto percibió el más leve movimiento en ella. Ella le sonrió y él le respondió acariciando uno de sus mechones pelirrojos, con una atípica expresión de ternura en sus ojos.

—¿Te apetece que salgamos a dar una vuelta? —el cazador comenzaba a sentirse hambriento, pero en aquella ocasión, quiso que ella le acompañara.

—Bien, voy a vestirme…

Cuando pisaron las calles de nuevo, el sol comenzaba a ocultarse por el horizonte. June no estaba acostumbrada a transitar por la ciudad bañada en la oscuridad y caminaba tensa junto al inmortal. Escuchó un ruido e instintivamente, se puso en alerta. Hunter acarició su hombro, sonriendo, divertido, ante el desasosiego de ella.

—Tranquila, es sólo un vampiro que huye de mí, no sea que me de por matarlo. Conmigo estás a salvo. Soy más fuerte de lo que jamás hayas podido imaginar. Y estoy aquí para protegerte. Cueste lo que cueste. —él acarició su mejilla, y por una fracción de segundo, sus ojos se tornaron negros para regresar a su color azul habitual.

June buscó el contacto con la piel abrasadora del Alas Negras para que le infundiera la seguridad que necesitaba. Él le pasó un brazo por encima de los hombros y la atrajo hacia sí. La noche adquiría tintes mágicos con su compañía.

De pronto, sintió como el inmortal se tensaba a su lado. Se aproximaba un grupo de humanos que despertó aún más su hambre. June también se puso rígida conforme se fueron acercando a ellos. Reconoció la figura de una de los componentes del grupo. Habían pasado varios años desde la última vez que la vio, pero no había lugar a dudas. Una despampanante morena con un vestido que destacaba sus curvas perfectas. Era Daisy. La misma que le había hecho la vida imposible en el hogar de acogida. Hunter miró a June con una expresión interrogante en sus ojos. Ella bajó la mirada ante la intensidad del escrutinio.

—¿La conoces? —preguntó.

—Eh… sí… —titubeó—. Era otra de las chicas de la casa de acogida.

—¿Era tu amiga?

—No, al contrario. Me la jugó. —la expresión de June se tornó seria, incluso enfadada.

—¿Quieres que la mate?

Ella permaneció en silencio, sopesando la respuesta. Con una extraña sed de venganza aflorando en su interior. El grupo ya estaba cerca, a escasos metros de ellos.

—¡Mira quien esta aquí! Si es mi vieja amiga June. —el sarcasmo era palpable en sus palabras.

Hunter miró a June, buscando su aprobación. Ella asintió. El Alas Negras se acercó al grupo. Con una orden, sus miembros se dispersaron. Sólo quedaba Daisy. Le miró a los ojos. Ella quedó prendada en un instante del magnetismo de aquella mirada azul que se iba oscureciendo por momentos. Fue directo a su cuello. La mujer empezó a gemir, conforme el inmortal succionaba su sangre. Parecía que gozaba con aquel mordisco mortal. June sintió una punzada de celos. Recordaba muy bien la agradable sensación de los colmillos del Alas Negras clavados sobre su piel. Temió que él también estuviera disfrutando.

—Ya está bien. —le interrumpió.

—¿No quieres que la mate? —inquirió él, soltando a su presa durante unos segundos para formular la pregunta.

—No, ya es suficiente. Ahora, haz que te olvide y haz que me olvide a mi también. —aunque la tentación de la venganza era muy dulce, no podía rebajarse a su nivel.

Hunter, todavía con sus labios pegados al cuello de Daisy, le lanzó una mirada provocativa a June, antes de liberar a la otra chica, vibrando con la nota posesiva que atisbó en sus ojos castaños moteados de verde, complacido con la reacción de su humana tan especial. Su instinto asesino no había logrado corromper su alma tan pura. Miró a los ojos a la chica, sugestionándola para que olvidara su existencia y el encuentro con June. Después, le susurró unas palabras al oído que la chica pelirroja no alcanzó a oír:

—Durante el resto de tus días te arrepentirás de lo que sea que le hiciste a ella. Marchate.

Hunter se acercó a June y posó ambas manos en su cintura.

—No temas pequeña, soy sólo tuyo. Ella es sólo comida. En cambio tú, tú eres mucho más. Además tu sangre es la más deliciosa que he probado y probaré jamás.

La besó con tal intensidad que ella contuvo la respiración hasta que sus labios se separaron dolorosamente de los suyos.

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