Hunter

Hunter


Capítulo 20

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Capítulo 20

ISOBEL

—Pues mira quién decidió venir a casa por fin —bromeó Mel con Isobel durante el desayuno unas cuantas semanas después. A Isobel se le sonrosaron las mejillas.

Era cierto, había pasado más noches en la cabaña de Hunter que en casa últimamente. Pero desde que volvieron a conectarse, «conectarse» de verdad, en la camioneta esa tarde, pues, no tenían suficiente el uno del otro.

Trabajaban toda la mañana en la clínica, luego salían a las granjas por la tarde. Hunter finalmente estaba tomando un rol práctico en su pasantía y estaba aprendiendo más de lo que jamás hubiera creído posible en sus clases congestionadas de Cornell. No había nada como una experiencia cercana y personal con los animales.

Hunter fue paciente mientras la ayudaba a aprender la diferencia entre cómo se sentían los ovarios de una vaquilla cuando estaba ovulando y lista para reproducirse y cuando no estaba en el momento adecuado. Los habían llamado para más partos de los que ella podía contar, ya que era la temporada; no siempre terminaban felices, pero aprendió más y se sintió más segura con cada uno de ellos. Si bien a veces no había nada que hacer con los terneros que nacían muertos, aún no habían perdido una sola vaca madre.

Isobel siempre había sabido que trabajar con caballos la hacía sentir bien, pero no esperaba la profunda satisfacción de salvar la vida de un animal del que la gente dependía para su sustento. Ambos estaban salvando a un animal y ayudando a la gente. Le daba una descarga loca de adrenalina en cada momento. Si estaba condenada a ser una adicta, entonces canalizaría sus impulsos hacia obsesiones saludables.

—Solo haznos saber si ese chico no te está tratando bien —dijo bruscamente el marido de Mel, Xavier. Varios de los demás tipos en la mesa intervinieron en concordancia con él.

Isobel le sonrió a Xavier.

—Hunter es genial.

Xavier solo gruñó.

—Más le vale que lo sea.

A Isobel le había tomado un poco de tiempo acostumbrarse a la cara llena de cicatrices de Xavier. Era un hombre tan grande, y luego con ese rostro, era difícil no dejarse intimidar. Pero entonces vio cuán claramente lo adoraban su esposa e hijos y después de unas semanas ya casi no notaba las cicatrices. Su hijo mayor, en particular, parecía idolatrarlo. A pesar de que Reece era el niñero oficial de ambos niños, Dean pasaba la mitad del día como la sombra de Xavier, imitando lo que sea que su padre hiciera.

En ese momento, Dean estaba sentado al otro lado de la mesa frente a Isobel, apretujado entre su hermano y su padre.

—Papi, papi. —Agarró el antebrazo gigante de su padre mientras Xavier se llevaba un panecillo a la boca—. ¿Podemos ir ahora? Mira, me comí la espinaca. —Levantó su plato vacío para que su padre lo inspeccionara—. Dijiste que podía ir contigo si me la comía. ¿Podemos ir?

—¡Yo voy también! —dijo Brent, volviéndose y poniéndose de pie en su silla, sosteniéndose del respaldo para mantener el equilibrio.

—Cuidado, pequeñín —advirtió Reece, agarrando a Brent y sentándolo de nuevo. El niño se volvió a alzar como un resorte.

—¡Quiero ir con papá y Dean!

Dean puso los ojos en blanco.

Era una expresión tan exasperada en un niño de seis años que Isobel tuvo que contener la risa.

—Te diré qué, campeón… —Xavier se levantó, limpiándose la boca con la servilleta—, más tarde hoy, cuando termine mi trabajo, tú y yo iremos y acariciaremos a los caballos juntos. Solos tú y yo. ¿De acuerdo?

—¡Quiero ir ahora! —chilló el niño.

—Espera, Brent —reprochó Reece—, así no es como le hablamos a…

Pero Xavier ya tenía a Brent en brazos, su rostro a solo unos centímetros del niño.

—¿Quieres pasar un tiempo especial con papá más tarde o no?

Al niño le tembló el labio y su cara era incierta.

—Quiero ir ahora.

Xavier arqueó una ceja de advertencia.

—¿Empiezo a contar?

El niño abrió los ojos como platos y sacudió la cabeza.

—No, papi. Seré bueno.

Xavier sonrió y relajó toda la cara.

—Siempre eres mi niño bueno. Papi te ama. —Se frotó las narices con su hijo, luego lo arrojó al aire y lo atrapó nuevamente. Brent chilló y se rio.

—Xav, no lo hagas —dijo Mel cuando fue a arrojarlo de nuevo—. Se le subirá el desayuno.

—¿Una vez más? —Tanto el padre como el hijo miraron suplicantes a Mel. Agitó una mano y puso los ojos en blanco—. No vengas a llorar conmigo si terminas lleno de panqueques.

Brent volvió a subir al aire. Luego Xavier lo besó en la coronilla y le dio unas palmaditas en la espalda antes de sentarlo en su silla.

Isobel comió un último bocado de sus huevos y panecillo antes de retirarse cuando Liam llegó y agarró el asiento a su lado que Jeremiah acababa de dejar libre.

—Entonces, cumpleañera, ¿qué tipo de pastel quieres que Nicholas hornee para cenar esta noche?

—Oh, es cierto —dijo Mel, llevándose una mano a la cabeza—, casi se me olvida. Feliz cumpleaños, Isobel.

Isobel agitó una mano.

—Oh. No es nada.

—¿Cómo que no es nada? —dijo Reece, limpiando la cara de Brent con una servilleta—. Tu cumpleaños debería ser el día más especial del año.

—Es por eso que tienes que decirnos tu pastel y licor favoritos para que podamos tener ambos a la mano en la cena.

—Eso es muy dulce, chicos. —Isobel puso una mano sobre el brazo de Liam—. Pero Hunter me invitó a una cita esta noche.

—Bueno, por supuesto. Sería un imbécil si no lleva a su novia a comer en su gran día.

Las palabras de Liam la congelaron. ¿Novia? Sí, suponía que era algo así. No era como si Hunter y ella se habían sentado y lo habían hecho oficial ni nada.

Todo era tan maravilloso… lo cual era aterrador. Era como si estuviera flotando en una burbuja de ensueño que explotaría en cualquier momento. Luego tendría que enfrentar la realidad. Y sería diez veces más abrumador soportarlo porque había vislumbrado lo bien que podía sentirse estar feliz.

—Entonces celebraremos mañana —continuó Liam—. Todavía necesito saber qué tipo de pastel quieres. Sus postres americanos son asquerosamente dulces, pero a dónde vayas… —Se encogió de hombros y sonrió—. Estoy tratando de desarrollar mi gusto por lo dulce. Entonces, ¿de qué será?

Isobel sacudió la cabeza hacia todos alrededor de la mesa que la miraban expectantes.

—Bueno, a mí tampoco me gusta el pastel, de hecho. Cuando era pequeña, mi madre siempre me horneaba una tarta de manzana en mi cumpleaños. Se convirtió en una especie de tradición.

—Qué lindo —dijo Reece, subiéndose al niño sobre la cadera. Solo Reece podría hacer un movimiento tan materno y no parecer un poco afeminado.

—Tarta de manzana —dijo Nicholas—. ¿Te gusta con masa quebrada o de hojaldre?

—Masa quebrada, si la sabes hacer. Pero de verdad que no tienes que tomarte la molestia si…

—Considéralo hecho.

Isobel no pudo evitar sonreír mientras salía por la puerta. Cuanto más tiempo permanecía aquí, más tiempo todos comenzaban a sentirse como la familia que nunca había tenido.

Un pensamiento que hizo que se le desvaneciera la sonrisa del rostro. Porque, otra vez, ¿cuándo sucedería lo inevitable?

Dios, ¿tenía que ser tan fatalista todo el tiempo? ¿Quizás algunas personas sí lograban tener un final feliz?

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