Hotel

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Jueves » 22

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Peter McDermott acompañó a los dos detectives desde el incinerador en el subsuelo del hotel hasta la puerta que daba a St. Charles Street.

—Por el momento —previno el capitán Yolles—, me gustaría mantener lo sucedido en el máximo secreto. Ya habrá bastantes preguntas cuando acusemos a su hombre, Ogilvie, con lo que sea. No hay objeto en atraer la atención de la Prensa hasta que sea inevitable.

—Si el hotel pudiera elegir, preferiríamos que no hubiera publicidad —respondió Peter.

—No confíe en eso —gruñó Yolles.

Peter volvió al comedor principal y descubrió con sorpresa que Christine y Albert Wells se habían marchado.

En el vestíbulo lo detuvo el gerente nocturno.

—Míster McDermott, aquí hay una nota de miss Francis para usted.

Estaba en un sobre cerrado y decía simplemente:

Me he ido a casa. Si puedes, ven. Christine.

Decidió ir. Sospechó que Christine estaba ansiosa por hablar de los sucesos del día, incluyendo la sorprendente revelación de Albert Wells.

No había nada más que hacer esta noche en el hotel. ¿O habría algo más?

De pronto Peter recordó la promesa que había hecho a Marsha Preyscott al dejarla en el cementerio con tan poca gentileza esa tarde. Le dijo que le telefonearía después, pero lo había olvidado hasta ahora. Sólo habían transcurrido unas horas desde la crisis de la tarde. Parecían días, y Marsha era algo, en cierta forma, remoto. Pero suponía que debía llamarla, aunque fuera tarde.

Una vez más utilizó la oficina del gerente de créditos en el piso principal y marcó el número de Preyscott. Marsha respondió a la primera llamada.

—Oh, Peter. He estado sentada al lado del teléfono. He esperado y esperado; luego llamé dos veces y dejé mi nombre.

Recordó, sintiéndose culpable, la pila de mensajes que no había leído en el escritorio de su despacho.

—Lo lamento mucho, y no puedo explicarlo; por lo menos, todavía no. Excepto que ha sucedido todo tipo de cosas.

—Me lo dirá mañana.

—Marsha, temo que mañana será un día muy ocupado…

—Al desayuno —insistió Marsha—; si es que se trata de un día así, necesitará un desayuno al estilo de Nueva Orleáns. Son famosos. ¿Los conoce?

—En general no desayuno.

—Mañana lo hará. Y los de Anna son especiales. Mucho mejor, apostaría, que los de su viejo hotel.

Era imposible no estar fascinado con los entusiasmos de Marsha. Y después de todo, la había dejado plantada.

—Tendrá que ser temprano.

—Todo lo temprano que usted quiera.

Minutos después estaba en un taxi camino del apartamento de Christine en Gentilly.

Llamó desde abajo. Christine lo esperaba con la puerta del apartamento abierta.

—No digas una sola palabra —comentó ella—, hasta después de la segunda copa. No puedo asimilarlo.

—Será mejor que lo intentes. No has sabido todavía más que la mitad.

Christine había preparado daiquiris, que estaban helándose en el refrigerador. Había un plato lleno de sandwiches de pollo y jamón. El aroma del café recién hecho se esparcía por el apartamento.

Peter recordó de pronto que, a pesar de su permanencia en las cocinas del hotel, y de la charla del desayuno de la mañana, no había comido nada desde la hora del almuerzo.

—Era lo que imaginé —respondió Christine cuando él se lo dijo—. ¡Empieza!

Obedeciendo, la observó mientras se movía con eficacia alrededor de la pequeña cocina. Sentado allí, se sentía cómodo y protegido de cualquier cosa que pudiera ocurrir fuera. Pensó: Christine se ha preocupado bastante por mí, para haber hecho todo esto. Más importante aún, había una simpatía entre ellos en la cual hasta los silencios, como el de ahora, parecían compartidos y comprendidos. Apartó el vaso de daiquiri y tomó la taza de café que Christine le había servido.

—Muy bien, ¿desde dónde empezamos?

Hablaron sin interrupción durante casi dos horas, sintiéndose cada vez más próximos. Al fin, lo único que pudieron decir era que mañana sería un día interesante.

—No podré dormir —comentó Christine—. No podría dormir. Estoy segura que no.

—Yo tampoco. Pero no por lo que tú crees.

Peter no tenía dudas; sólo la convicción de que deseaba que este momento no terminara jamás. La tomó en sus brazos y la besó.

Más tarde, pareció la cosa más natural del mundo que se hicieran el amor.

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