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Viernes » 4

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Durante toda la noche anterior, en las largas horas, cuando todos los huéspedes del hotel dormían tranquilamente, Booker T. Graham había trabajado solo al resplandor del incinerador. Eso, en sí mismo, no era extraño. Booker T. era un alma simple cuyos días y noches eran copia fotográfica unos de otros, y esto nunca lo perturbó. Sus ambiciones también eran sencillas, se limitaban a comer, tener cobijo, y a una medida de dignidad humana, aun cuando esto último era instintivo y no una necesidad que tuviera que explicarse.

Lo que había sido poco habitual esa noche era la lentitud con que se había realizado el trabajo. Generalmente, bastante antes de la hora de marcharse a su casa, Booker T. ya había acabado con los desperdicios acumulados del día anterior, había recogido lo que podía recuperarse, y le sobraba una media hora para sentarse tranquilamente y fumar un cigarrillo liado a mano, hasta la hora de cerrar el incinerador. Pero esta madrugada, aunque la jornada de labor había terminado, no sucedía lo mismo con el trabajo: a la hora en que debía abandonar el hotel, una docena o más de recipientes bien repletos quedaban sin distribuir ni examinar.

La razón era que Booker T. intentaba encontrar un papel que míster McDermott necesitaba. Había revisado a conciencia. Le llevó mucho tiempo. Y hasta ahora no había hallado nada.

Booker T. lamentó tener que decir eso al gerente nocturno que había venido al subsuelo poco familiar, plegando la nariz ante el penetrante olor.

El gerente se había marchado con la mayor rapidez posible, pero el hecho de que hubiera venido, y el mensaje que traía demostraba que ese papel que faltaba era importante para míster McDermott.

Lamentándolo o no, era hora de que Booker T. se marchara a su casa. El hotel se oponía a pagar horas extras. Más específicamente aún: se contrató a Booker T. para que se ocupara de los desperdicios, y no de los problemas de administración, de cualquier manera muy remotos.

Sabía que durante el día, si la basura que quedaba era advertida, se enviaría a alguien para que siguiera con el incinerador algunas horas más y acabara de quemarla. En su defecto, Booker T. mismo terminaría con los residuos cuando volviera a trabajar en las últimas horas de la noche. El problema era, con la primera solución, que cualquier esperanza de recuperar el papel se perdería para siempre; y con la segunda, que aunque lo encontrara, podría ser demasiado tarde para lo que se le necesitara.

Y sin embargo, más que cualquier otra cosa, Booker T. quería hacer esto por míster McDermott. Si lo hubieran presionado no hubiera podido decir por qué, ya que no era un hombre complicado, ni en pensamiento ni en palabra. Pero en alguna forma, cuando el joven subgerente estaba cerca, Booker T. se sentía más un hombre, un ser humano, que en cualquier otro momento.

Decidió seguir buscando.

Para evitar problemas, dejó el incinerador y se dirigió al reloj de control para marcar su tarjeta. Luego volvió. No era probable que lo notaran. El incinerador no era un lugar que atrajera visitas.

Trabajó tres horas y media más. Lo hizo con calma, afanosamente, sabiendo que lo que buscaba podría no estar entre los desperdicios o podía haber sido quemado antes de que se lo previnieran.

A media mañana estaba muy cansado. Ya había terminado con todos los recipientes menos uno.

Lo vio casi en seguida de vaciar el barril… un rollo de papel impermeable que se parecía a los papeles para envolver sandwiches. Cuando lo abrió, encontró dentro una hoja de papel con membrete, igual a la muestra que míster McDermott le había dejado. Comparó a ambos bajo una luz para estar seguro. No había error.

El papel recobrado estaba manchado de grasa y parcialmente húmedo. En cierto lugar se había borrado parte de la escritura. Pero sólo un poco. El resto estaba claro.

Booker T. se puso su chaqueta oscura y grasienta. Sin esperar a que se terminara de quemar el resto de los desperdicios, se dirigió a las oficinas situadas en los pisos superiores del hotel.

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