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La vida de Frank

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Sonó el timbre ¿Quién será a estas horas? Me dije. La cartera. Bizca, un punto desagradable, creo que cogió manía a todo el mundo. Me ha tratado sin respeto, se dirigía a mí con vulgar confianza. Firma aquí. Solo faltó añadir…pendejo. Y aquí también, ah y la fecha, ponga la fecha. Solo faltó decir… coño. ¡Que ponga también la fecha, coño! Al fin el paquete en mi mano y la cartera dando golpes a las paredes de la escalera con el carrito. El libro que esperaba. Dos volúmenes de preciosa encuadernación que me hicieron respirar con hondura antes de hojearlos. “Micrococina”, volúmenes I y II, y en el segundo tomo una separata sobre cocina microscópica; buf, acostumbrado a bregarme entre las gigantescas canales de carne, esto era una ventana abierta por donde respiraban mis embotados sentidos. Los libros raros me apasionaban más que ahora. El doctor Juan María Adrián Martín, investigador biólogo del CESIC, al final de su carrera se enganchó a cocinar algunas especies estudiadas por él. Su pasión por la paella dominguera, con los años, convirtió la afición cocinera en un dechado de guisos únicos; como su sopa de plancton con costrones de alas de libélula y huevos de caracol, o la receta, que más tarde copiaran algunos restaurantes michelines, la famosa baba de ostra sazonada con púas de ortiga. Pero su gran logro, que observé se mencionaba en el prólogo, fueron los pernicotes de ciervo volador vaporizados a sesenta y tres y medio grados centígrados. Ciertamente un derroche de fantasía. Años ha dedicado Martín a tan ardua labor, aparte de ser el verdadero artífice —para el que aún no lo sepa— que cambió los hábitos de las clases más pudientes; eso sí, los fabricantes de vajillas tuvieron que incorporar la famosa lupa pinza en los platos, la cual ya se observa en los mejores templos culinarios de la renueva cocina. Pero el libro, lo que en verdad hace es orientarnos en la inmensidad de posibilidades que ofrece el microscopio o la lupa binocular en la gastronomía de laboratorio, y ayuda a que el neófito, poco avezado cocinero, pueda preparar sus guisos con elementos tan cercanos y naturales que pasan desapercibidos a nuestro lado; como determinados hongos de algunos mohos de panes o quesos, que van bien, salteados por ejemplo, con una fresca babosa encontrada casualmente entre las hojas de lechuga. Tantos años disfruté de aquellos volúmenes culinarios.

Pensaba en lo que haría a continuación, si me sumergía en ese apasionante libro o avanzaba en alguno de los planes que tracé con anterioridad. Lo de conducir, con el punto de resaca tal vez no fuera buena idea, lo dejé para mejor ocasión. La puerta. Escuché girar la cerradura, pero Paula era imposible… a esas horas, y… ¡Joder, la ecuatoriana! Me olvidé que era martes. No tenía ganas de hablar con nadie y menos con Rosalinda Apolonia; una latina a quien su madre puso tres nombres propios —disimulados en dos— para ser más que nadie, y así es ella muy sobrada y gruesa. Me dispuse a abrir el grifo de la bañera para que supiera que estaba en casa y no se asustase, también para que no me molestara ¿Y si le tiraba los tejos? Tenía un buen culo, nunca insinué nada, y pensé que tal vez entrara al trapo. Decidí ducharme, los planes que iba pergeñando se difuminaban en mi espesa cabeza. Ya sabía lo que haría a continuación, desayunar tranquilamente, aunque tuviera que cruzar palabras con Rosalinda Apolonia, luego me iría de compras, a cualquier centro comercial que fuera bien grande, daba igual, lo importante era distraerme e intentar comprar algo insólito, acaso en una librería, o… ¡Ya está bien! Me decía, más azar a la hora de tirar la visa. Aunque, pensándolo bien, yo era un incongruente, no sabía lo que quería, dije que no iría a trabajar para decidir lo que hacía con mi vida y me encontraba planifica que te planifica sin tomar una decisión, así se me pasó toda la mañana, no hice un examen de mi pasado, ni establecí una línea de actuación futura.

¿¡No puede ser!? “¿Línea de actuación?” Estoy escribiendo como hablaba mi jefe de entonces, el puto Pedromari, el gran pelao, el de un traje barato y malo es mejor que nada, el de las corbatas con animalitos, el de los zapatos de puntita gastada y rota, el de la empresa es nuestro hogar ¡Eh, Frank! Ocho horas durmiendo, tres horas en el transporte, una hora para comer basura en el bar de enfrente y ocho horas de trabajo, hacen un total de veinte ¿Te das cuenta Frank? solo te quedan cuatro para estar con tu mujercita, y de esas desaprovechas la mayoría del tiempo en tus aficiones y en tu cansancio ¡Despierta Frank, despierta! El trabajo es tu puto hogar, tu puto hogar, Frank… Odiaba a Pedromari, llegué a desear su muerte, reconozco que es una burrada pero hace un tiempo ideaba como cargármelo sin levantar sospechas, perdón pero quería exterminarlo, sí porque exterminio es más que muerte, es la anulación incluso postmortem, es como matar dos veces, exterminaban a los judíos, exterminan a las cucarachas, a las ratas, los extremistas desean exterminar a los otros extremistas… ¿Por qué cojones dejaría la “carnecería”?

¡Oh! El agua tibia me retenía en la ducha, pero era hora de salir de casa. Parecía que el grano del culo me estaba dejando tranquilo un rato. Si no fuera por este maldito dolor de cabeza, tengo que tomar algo, repetía una y otra vez, beber una copita está bien pero luego lo pagas caro. Estaba temblando, cuando pensaba que mis pantalones rozarían el trasero, fue jodido, y cuando me sentaba era más jodido. Acaso un buen trago de whisky mañanero.

¡Estás irascible, Frank! Últimamente no me escuchas, solo hablas tú, te comportas con grosería, Frank. Y quedo mudo, no digo ni una palabra. En esos momentos prefería no contestar y empeorar la situación. Julita dice que ese psicólogo es buenísimo. Claro, su amiguita estaba de atar, cualquiera podría tratarle, me hubiera atrevido a recetarle unos fármacos para curar su jilipollez ¡Eh Frank, tenemos que tomar la decisión ya! Llevas dos años pensando lo de adoptar ¡Adoptar, adoptar, adoptar! Ingenua, sabía de sobra mi oposición y que no tenía valor para decirle definitivamente que no deseaba contemplar todos los días a una niña china moviéndose por el salón ¿Por qué tiene que ser china, un niño blanco acaso no está bien? Si llego a aceptar el asunto de la adopción —que hubiera tenido que pagar con el esfuerzo de mi trabajo— nunca nos hubiéramos puesto de acuerdo en el color de la piel, ni en el país de origen, ni en la edad máxima, ni en… nada. Pitu es tranquilo y sumiso, Petunia es pija y altanera, hiperactiva y malaleche, por eso se pusieron de acuerdo con rapidez en el asunto del crío y trajeron una niña mora, del Sahara. Esas gentes no merecen que después de dejarles desamparados ante el ladrón les quitemos a sus descendientes. Cambiaré de tema, pues solo deseo hablar de mí, aunque es inevitable tocar otros asuntos que van surgiendo de pasada. Se me evaporaba la mañana y aún no sabía qué hacer con… ¡Sí Rosalinda! ¡Que sí, que estoy visible, pase! Dije a la ecuatoriana, a voces.

Salió corriendo del dormitorio para encerrarse en la despensa. Sentenció que hasta que no me marchara de casa no saldría, que estaba muy excitado. No imaginaba que no tragara. Llevaba poco tiempo con nosotros, tenía que haber esperado a conocerla mejor, siempre con mis precipitaciones. La empujé por sorpresa contra la cama, si hubiera quedado tumbada sin hacer ademán de levantarse le hubiera dado un buen cepillado pero Rosalinda Apolonia voló por el cuarto como un ave del paraíso a pesar de sus ciento y pico kilos, gritaba desaforada aleteando hacia la cocina ¡No se pase señor Frank! ¡Por favor, estoy casada! No hice nada, quedé inerte junto a la cama observando su reacción. Tan solo quería jugar, Rosalinda Apolonia, jugar. La chica que trabajaba antes que la ecuatoriana, era boteriana, y después de empujar su orondo cuerpo contra el revoltijo de sábanas no se le ocurrió otra cosa que recetarme una medicina ¡Señor Frank, venga que le dé calorcito, verá como le quito la gripe no más! Y resultó que me curó varias dolencias, hasta que Paula decidió que no necesitábamos una farmacéutica en casa ¡Lo que quiero es una empleada doméstica, no otra cosa! ¿¡Te enteras, Frank!?

Ya me marcho Rosalinda Apolonia… salga ya de la despensa, usted no aguanta bromas… pesadas, le dije con sorna y casi riéndome.

Me encontré tomando café en el bar de mi amigo Lisardo. Eso es acoso sexual, Frank. Ten cuidado. No sé para qué le contaba nada a Lisardo, siempre tenía respuesta para todo, una enciclopedia parlante. Frota y frota la vajilla sin parar con un trapo enorme y oscuro a pesar de que fue blanco ¿Eso es mierda o es que se ha descolorido? No te pases Frank, me jodería tener que insultar a un buen cliente. Bueno… yo te considero amigo, aunque sé que tú Frank, a pesar de las confianzas, siempre me considerarás un puto tabernero. Tenía razón; como al médico lo considero un puto médico, o al presidente del gobierno el puto presidente del gobierno. Al final, no cenaré en un restaurante con ninguno de ellos y si me hubiera ido de vacaciones con alguno de esos sería por puro error. Pero, le contaba todo o casi todo. Durante un tiempo se convirtió en barmanconfidenteconfesorasesorjurídicoymatrimonialpsicologolotero. Sí, me vendía un cupón de la once que le suministraba un amigo que no era ciego, y nunca tocaba ni la terminación. Luego, amplió el estatus, convirtiéndose también en médico ¡Eh Frank, nada de mariconadas! Ni cafelito mañanero, ni cañita con tortilla, nada de eso Frank, un buen Martini dry, apreciarás que después de tres o cuatro va ese forúnculo a la mierda.

Llegué a pensar en sacar toda la pasta del banco y largarme sin decir nada a nadie ¿País caribeño? Perderme hasta que se me terminase el dinero. Con un poco de cabeza tiraría bastantes años. Sin cabeza —lo más probable— y harto de ron, tendría para ir tirando un par de años a lo sumo, tal vez más. Luego ¿quién sabe? La mendicidad, el suicidio, un negocio turístico, la tienda de cocaína… No imaginaba nada concreto. Tal vez, lo que quería era aguantar a Paula, a Pedromari, al estrecho servicio doméstico, a todos los calzonazos como Pitu, a las amigas neuróticas y metomentodo de Paula, a un psicólogo que quiera convencerme de que soy un privilegiado y por supuesto escuchar a diario a la mater amatísima decirme que podría haber sido lo que me hubiera dado la gana si no hubiera sido por mi vagancia y mujerío, mi mala cabeza. Y mira que eres feo y mal hecho, Frank, pero debo reconocer que se te dan como hongos, en eso eres un puto afortunado, decía la infeliz.

¡Ya está bien Lisardo! ¡Un día lomandotodoalamierda! ¡Te lo digo claramente! Y el sabio barman dijo que lo llevaba oyendo de mis labios desde hacía quince años ¡Joder Lisardo, este Martini está perfecto! Ni en Nueva York… Te lo juro.

Paula me cazó delante del portal, cuando me encontraba intentando sin fortuna meter la llave en la cerradura ¡Un susto inoportuno después de varios pelotazos mañaneros y el cacao que tenía en la cabeza! ¡Pero coño Paula, qué haces a estas horas aquí! Y me dijo colgada de mi cuello que tuvo un mal presentimiento que tal vez había sido muy dura conmigo. Me chupó la oreja, me metió mano en el ascensor, me volvió a besar con lengua en el rellano de la escalera y me empujó literalmente hasta el dormitorio… No tengo solución, entré al trapo para pocos días después matarla. El forúnculo se fue apagando como los días que le quedaban a Paula.

* * *

Debo conseguir que Frank no escriba tantas páginas de corrido. Hace un esfuerzo muy grande y no está para estos trotes. Durante varios días no ha tenido fuerza para tomar el lapicero, lo considero normal después del esfuerzo de la parrafada anterior. Ciertamente estoy preocupado, aunque entiendo que recuerde con más viveza los días y las horas alrededor de la muerte de Paula, tal vez el acontecimiento que más impresión provocó en su vida, y uno de los más importantes de su existencia. Creo que la muerte de Paula es la razón última de la estancia en este hotel. Dejémosle descansar.

* * *

Un saxo ronco parecía reventar el humo del local llamado Gato Negro. Al fondo, delante de unos cortinajes granates, Hemingway, Lorenzo Pisador y el que escribe. Al cabo de un tiempo impreciso, porque el tiempo era el gran desconocido en un tugurio de esa categoría, se acercó Miguel Tetris, el pelmazo de Tetris. Era evidente que nuestra conversación tenía que mudar, después de los saludos de rigor hablamos de lo buenísima que estaba la botella de ron añejo y el culo de la jovencita negra que se recostaba en la barra con un suéter rojo inglés y unos pantaloncitos piratas ceñidos con brillos de azul metálico, reventona estaba la negra, a ver si así se largaba el pesado de Tetris al que Lorenzo Pisador lo catalogó de eres un cabronazo chico, después que hubo metido la manaza callosa en la cubitera de hielo picado. Dile al barman que traiga hielo nuevo, no meto ni un gramo de ese en mi roncito, dijo Pisador con gesto agrio. Pero el pelma de Tetris se reía y ya pasaban varios minutos que nos entorpecía la conversación con el maestro Hemingway y no nos dejaba escuchar la maravillosa música de Pérez Pérez ¿o era César López? No me acuerdo, pero percutía nuestros tímpanos con la belleza atronadora de su saxo latino, puro jazz habanero.

Ese día no teníamos mujeres a la mesa y los brazos se levantaron para brindar con algazara en la noche más canalla de la semana. Márchate Tetris, le dije desde mi pensamiento telepático, pero el pelma de Miguelón aguantaba al ron de gorra. Lorenzo, movía las piernas, no podía parar, su temor, que Hemingway se aburriera y lo perdiéramos diluido entre el humo del Gato Negro. Me hizo una seña, es evidente que no podíamos hablar al maestro porque Tetris nos tomaría por locos. Si al menos Tetris pudiera verlo, pero solamente Lorenzo Pisador y un servidor teníamos el enorme privilegio de departir, cuando a él le apetecía, con el gran Hemingway.

Lo más sorprendente que nos deparó el día, no fue el acontecimiento del Morro que ya tuvo enjundia, fue que el gran escritor nos hubiera escogido para charlar de vez en cuando, alguna razón albergaba. Lo que ocurrió esa mañana en el Morro no tenía precio ni comparación. Hemingway, arrepentido de haber muerto, se dedica a salvar suicidas y otros sujetos dispuestos a morir en extrañas circunstancias. Y, aunque es un cuerpo descarnado que se hace visible de vez en cuando, se lo pasa divertido cuando lo definen como un doble de Hemingway o un actor callejero, por eso no se deja ver mucho por La Habana, lo saludan, lo quieren freír a flashazos, invitarlo a daiquiri, incluso alguna vidente turista se lo quería llevar de fantasma a su casa.

Lorenzo Pisador, pensaba que todo eso lo había orquestado la CNN, la CIA, el FMI, o cualquier otra sigla desestabilizadora. Sobre el borde de uno de los torreones se encontraba un sujeto haciendo fotografías, nadie más en El Morro por lo tempranera de la hora además de nosotros. Y por el arte de birlibirloque, sin percatarse de nuestra presencia, salió de detrás del fotógrafo un tipo que en apenas un segundo lo empujó al vacío. De los fosos surgió Hemingway como volando pero el fotógrafo se le escurrió matándose sin remisión. Hemingway insatisfecho, sujetó contra su voluntad al asesino que intentaba escapar. Nos lo entregó como testigos cercanos y como si hubiéramos sido nosotros quienes lo detuvimos, cosa que extrañó al asesino al verse en volandas por mano invisible. Lo entregamos a los guardias del lugar que no se habían percatado de nada.

Largo tiempo en declaraciones, el asesino decía que éramos tres, hasta que convencimos a la policía de la normalidad de nuestras palabras y personas. El negro Pisador me hizo una seña al salir y efectivamente, ahí estaba de nuevo el escritor norteamericano que nos invitaba a beber.

¡Por fin se marchó el huevazos de Tetris! Dijo Pisador mirando a Hemingway. Le preguntamos que por qué de fantasma en La Habana, y nos dijo que después de haber estado en multitud de sitios era el más divertido y al que más gusto sacaba, en California iba todo el día en coche, de aquí para allá, sin sosiego, sin calles en las que disfrutar. Algo mejor en San Francisco, pero le salían unos juanetes fantasmales de tanta cuesta que no merecía la pena. A Hemingway, de fantasmita, ya no le iba el glamur ni la jet set, le iba la cultura alternativa, el underground barriobajero y delincuente; claro, le dije, cojonudo, de invisible vas donde quieres y haces lo que quieres y me dijo que como no podía sentir la fuerza de un Merlin tirando de la línea, ni se le ponen los pelos de punta cuando torea José Tomás, pues eso, a otras cosas. Como cambian los escritores cuando se descarnan. Decía el maestro, que en Madrid no perdió una noche de movida en los ochenta, pero que ahora era una puta mierda, cuatro yonkis de tercera edad y el resto maricones de jersey a colorines, y la cultura una porquería paniaguada, lo único los toros, pero lo dicho, no sentía el duende y dejó de asistir. Berlín está bien, pero los alemanes le caen mal, son groseros y desaseados, y su voz tan disonante que le provocan distorsiones e interferencias en el ectoplasma. Nueva York está de puta madre, pero allí al parecer le perseguía un fulano que le hacía la vida imposible, un vidente obsesionado con su obra, y acabó durmiendo en las azoteas de la Habana Vieja. Hay que ver qué carácter tiene el norteamericano, parece que transita de fantasma en un portaviones, pelín intransigente ¡Bueno Ernesto…! Ni se te ocurra llamarme así, me dijo malhumorado, que está por ahí otro fantasma que se llama igual pero con barba negra y me ha cogido una manía de la hostia.

Después de calmarse respondió a mi pregunta más impertinente, porqué se había cambiado a la terraza del hotel Raquel y dejó el Ambos Mundos. La respuesta fue precisa e inmediata, porque en el que había estado toda la vida estaba lleno de fantasmas que ya lo conocían y era un sin morir.

* * *

Otra jornada más Frank cree estar dormido pero escribe sobre la diminuta mesita, sí, soy de nuevo la conciencia. Acabo de darme cuenta que como conciencia soy una calamidad, no pude impedir la muerte de Paula ¡Joder! Tampoco que Frank confesara su crimen… impune. Ni suavizar su crápula vida. A pesar de tener esa planta de pequeño intelectual de mortadela y tintorro jumillano, debería de haber continuado con la carnicería, lo decía su madre, este chico tiene aires de grandeza, si su padre se levantara de la tumba me ayudaría a enderezarlo… Pero, Frank tomó la vida a su manera y por los recovecos que le dio la real gana cuando supo que era extraterrestre.

* * *

Ernest se fusionó con la conciencia, quería parecerse a sus propios personajes, a los fantasmas del fantasma, siempre enfrentados al riesgo y a la muerte, quiso ser como ellos y se suicidó en un acto en absoluto de desesperación, fue por estética, pura estética y coherencia con su forma de vivir. Ahora, no sé por dónde para, me gustaría que viniera a visitarme, a este hotel descascarillado, que se sentara junto a este camastro sucio y me dijera si lo del suicidio le rentó, si fue la mejor idea, así corroboraría o no mis pensamientos sobre la decisión que adoptó. Ya se sabe que de La Habana a Madrid es un segundo de viaje etéreo; pero, un fantasma tan ocupado, con tantos quehaceres allí en la perla del Caribe, y yo no soy nadie, Frank es una insignificancia, un cualquiera que conoció como a tantos otros en el Morro. Tengo que llamar a mi amigo Pisador, suponiendo que no haya muerto, y me informe si continúa viendo al maestro de Illinois ¿Dónde estás negro?

* * *

La tarde que decidí matar a Paula, era macilenta y espesa con el color del puré de patatas. Costaba trabajo moverme entre las estancias de la casa, o acaso fueran mis músculos que ya apuntaban mi terrible enfermedad. Tchaikovski en el reproductor de música, con el concierto para violín pergeñé la acción, con el concierto número uno para piano no tuve más remedio que decidir acometerla, fue tal la emoción que me provocó la música que saqué fuerzas incluso de mis tendones más escondidos. Hasta bien amanecida dormí en la butaca, de un tirón. El viaje, lo haríamos ese día a pesar del dolor de huesos que me provocó la misma postura durante toda la noche.

Saqué el coche de aquella comarcal que nos llevaba dirección a Arévalo, el volantazo y la sobre aceleración nos hicieron volar por encima de la cuneta, se clavó el morro en el blando sembrado. Bajé deprisa, abrí desde fuera la puerta de Paula, estaba aturdida cuando aticé su sien derecha con la llave inglesa que había envuelto en un trapo. Dejé su cuerpo tal y como quedó, desparramado medio fuera del coche y la cabeza clavada en el barrizo del sembrado. Ni una gota de sangre. En el atestado, figuraba la hipótesis de que tal vez se hubiera golpeado con el sujetador del cinturón de seguridad. El forense corroboró el asunto del fuerte golpe en la cabeza y… crimen perfecto. Aunque lo de la perfección es un decir, no sé por qué cuento ahora estas cosas, acaso para continuar purgando lo que me dejó jodido siempre, a pesar del alivio conseguido para poder disfrutar de la vida a mis anchas, la imagen de Paula me ha torturado toda mi vida. No tardé tiempo en darme cuenta del grave error cometido, aparte del arrepentimiento profundo. Acabé con otra mujer, qué desastre, resulta que no podía vivir solo. Sin embargo, cosas del karma, Martita me dejó, algo lógico si se piensa despacio, la única de verdad capaz de soportarme era Paula, la única persona que me quiso de verdad, y me la había cargado. Intentaba a diario compensar mi remordimiento y desazón diciéndome que al menos había matado a una persona, cosa que me faltaba por hacer, para tener una vida plena, y de lo que muchos no pueden presumir, pero ¡chorradas! Qué más da, te quedas igual. Cuando desea matar a alguien para sentir esa sensación desconocida y tan fuerte, crees que vas a experimentar algo increíble ¡qué va! Sí, es verdad que se acelera un huevo el corazón, pero poco más, al rato estás más tranquilo y no existe ese subidón del que hablan algunos asesinos compulsivos. Por eso, entiendo a los profesionales del crimen. Y por eso también, quizá mi arrepentimiento ha sido siempre egoísta. Me di cuenta que necesitaba a Paula cerca, como protección a mi desequilibrio emocional, pero ya fue tarde. Pensaba que como extraterrestre, estaría por encima de todo eso y me equivocaba, los extraterrestres resulta que somos como los demás, una decepción.

* * *

Mi hermano Primo murió joven y virgen, pobre Primo. Se disponía a disfrutar de unas merecidas vacaciones después de terminar el bachillerato y le detectaron coagulación seminal, una rara enfermedad que terminó con él aquel verano calurosísimo. Ningún medicamento logró licuar el semen y se le reventó todo el paquete uretral, incluso la vejiga, de la explosión seminal tan poderosa. Decían que si exceso de testosterona, que si la maldición del Vaticano por tanto onanismo salvaje, que si efecto secundario de unas petazetas, que si consecuencia del exceso de glutamato monosódico por comer de continuo en los chinos ¡tonterías! La medicina está aún bastante atrasada, nada se supo con certeza. A mamá le dijimos que fue un accidente, aunque hubiera bastado cualquier mentira, estaba tan demente y mayor que se enteraba de poco, a días se le oía decir como a grititos suaves ¡Paco! ¡Paco! Como no había nadie con ese nombre en la familia, dedujimos que así se llamaba el panadero de Coslada, un tipo que a pesar de haber estado pocas horas con mi madre, dejó en ella varias improntas de envergadura.

* * *

Otto, estaba de buen humor lo que me hizo sospechar que nos estaba gastando una broma, macabra. Martita decía que estábamos locos, que si lo hubiera sabido se hubiera quedado en Madrid, mejor que en Nueva York, lejos de dos tipos difícilmente clasificables. No era capaz de aguantar nuestra conversación, desbarrada y exagerada, contábamos anécdotas a veces tan escatológicas que a los postres dejaba la tertulia y se marchaba a la cama sin decir nada, alguna exclamación de desprecio, sobre todo hacia Otto, al que creo le estaba tomando cierta tirria.

Otto, llevaba encerrado en su apartamento desde mil novecientos ochenta y seis, y pisó de nuevo la calle cuando Barak Obama ganó las elecciones, y al enterarse de que financió la campaña un lobby judío, se puso muy contento pero volvió a encerrarse en casa, diciendo que ya no le caía bien ese negro. Le habían salido dos costrones en los glúteos. Yo no creía que tuviera las posaderas como el cemento armado, pero cuando me enseñó aquello… no encontré palabras, eran dos galletas grandes y rosadas, dos callos enormes de chupar tanta silla, siempre pegado al ordenador. Molly era sus pies y sus manos en el mundo exterior. Me dijo que se había hecho a la idea de estar en una nave espacial rumbo a Saturno, viaje de ida y vuelta. Los amigos, en cada visita, notábamos en verdad una alegría enorme en Otto. La pena, que hubiera dejado de escribir en el ochenta y seis para embarcarse camino de Saturno. Colgó las herramientas de la tinta y su única afición casi profesional fue, desde entonces, coleccionar fotografías virtuales de cuerpos deformes, malformaciones congénitas o provocadas por la ingesta de algún producto no intrínsecamente tóxico. Tenía catalogadas casi todas las enfermedades consecuencia de ingerir esas sustancias. Por cosas como esas pensé que tendría un origen extraterrestre, como ya dije, pero nunca lo hablamos.

Otto, no estaba excesivamente gordo para su profesional sedentarismo, decía que la obesidad la provocaba la coca cola y otros refrescos afines, ni siquiera la comida basura o los helados mantecosos, él solamente le pegaba al whisky barato, como otros.

Otto, tenía una habitación secreta. Nadie podía entrar, ni siquiera él mismo, solamente Molly estaba autorizada. Cerrada con llave, al pasar junto a su puerta arrimaba la oreja, escuchaba, siempre escuchaba ¿Qué pasa Otto? ¿Qué tienes ahí? Es Conchita ¿Quién es Conchita Otto? Mi mujer, decía, una puertorriqueña que estaba buenísima cuando nos casamos, ahora, después de veinte años ahí metida no sé cómo estará de buena ¡Coño, no sabía nada de tu matrimonio! conocía de tus amores previos a embarcarte hacia Saturno, pero esto me causa una sorpresa enorme ¿Me presentarás alguna vez a Conchita? Sí, alguna vez. Lo decía Otto, sin dar importancia a ninguna palabra de todas sus palabras, y sin darse cuenta que iba a morir en breve y acaso no podría presentarnos nunca a su mujer.

Mañana es el gran día, decía Otto. Me iré con calma, desapareceré sin provocaros ninguna molestia, sin dejaros tareas de futuro, voluntades de muerto que son un coñazo y que lo único que ocasionarán será dejar mal sabor de boca a los que quedéis en el planeta, y emborronar el acaso agradable recuerdo que pudierais tener sobre mi persona. Todo está preparado en el Cosmos, agradezco vuestra presencia y amistad, si no estuvierais aquí, en estos momentos tan importantes para mí, vuestra conclusión sería suicidio, pero demostraré que no es tal, que es anticipación mental a lo inevitable por efecto de la necesidad cósmica. Las palabras de Otto nos dejaron bastante descolocados, la negra Molly lloraba en silencio y cubría el rostro con un pañuelo floreado, Martita se lo tomaba casi a broma pero sin dejar de expresarse con rostro circunspecto.

* * *

¡Joder! Acabo de darme cuenta que cuando murió Paula, no es que adoptara una actitud pasiva, o que aconsejara a Frank que no la matara, no, es que fui mala conciencia, pero ¿cómo pude pasar de buena a mala? En estos momentos estoy bastante aturdida, no sé por qué Frank tiene que escribir su absurda biografía, me deja en mal lugar, recuerdo cosas y me doy cuenta de situaciones de las que me arrepiento como conciencia… que pegue una cabezadita a ver si sosiega... o se muere de una vez… ahora, ya no lo paso divertido como antes, tal vez sea mejor desconectarnos definitivamente.

* * *

En este hotel, además y por encima de todos los inconvenientes, lo peor es el aburrimiento. Mamá murió en silencio, con un ligero temblor de manos y de cuello, con la mirada escapando de la infinidad de la pared color crema gotelé.

Me encuentro solo en el planeta, con pocos posibles y muchos recuerdos, mi patrimonio transparente, es jodido, no penséis que se puede soportar con facilidad. Lo aguanto no porque sea fuerte, no, es mi karma y debo purgar la muerte de Paula hasta que me quede el más mínimo voltaje en las neuronas, la más mínima carga de glucógeno en los exangües músculos ¿Suicidarme? Tomé miedo al suicidio porque Hemingway no me ha sacado de la duda; si los suicidas son los fantasmas un servidor prefiere desaparecer eternamente, no deseo continuar la vida aunque sea en otra dimensión, qué coñazo, ya tuve bastante con esta. Todas las dudas no me permiten suicidarme, pero con ganas me quedo. Ottó fue quien tuvo más suerte, un visionario. Abrió las ventanas de par en par, no aguantábamos el bochorno de julio en Nueva York con el aire acondicionado roto de tanto uso. Cuando escuché el estampido del trueno ya estaba observando cómo Otto se hacía cenizas después de recibir el impacto y ser atravesado por aquel flamígero rayo, que continuó su curso por la ventana que apuntaba a Brooklyn. Bien sabía que nos daría poco trabajo post mortem al quedar de él la ceniza de medio habano, ceniza que voló por el cuarto y se fue a vivir la vida neoyorkina de la revolera corriente que penetró por las ventanas antes de que pudiéramos cerrarlas.

Martita, tomó el primer avión que despegaba hacia Madrid, no volví a verla nunca más. Regresé a España pasado unos días, estuve ordenando sus asuntos, recopilé sus escritos, y después de hacer el amor a destajo con la gruesa Molly deposité a Conchita en un centro de beneficencia.

* * *

Me han comunicado que el bueno de Lorenzo Pisador, mi amigo del alma habanero está terminal y con Alzhéimer. Tenía una ligerísima esperanza de poder volver a verle ¡Jodido negro, todos los buenos se van primero! Aquellas conversaciones eran divertidas y con sustancia, Pisador tenía ese tumbao con clase y desgarbe, y cuando hablaba parecía chorrear macumba, esas manazas expresivas no paraban de revolotear a cada frase.

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