Horror

Horror


Introducción

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Introducción

Hace más años de los que me atrevo a recordar, solía pasar la tarde de los sábados en el Teatro Lincoln de Kearny, New Jersey, junto con mis amigos en una huida de la escuela, del tiempo, de los padres, de los deberes escolares y de cualquier cosa (o persona) capaz de chasquear al peor monstruo de la infancia: ser responsable (también conocido como portarse de acuerdo con la edad de uno o madurar). Entonces era muy natural reemplazar este monstruo por una deliciosa hornada de otros monstruos: el hombre lobo, el vampiro, el fantasma, el espíritu de los alaridos, el horror del sótano, el horror del desván… Muchas veces mis amigos y yo salíamos del cine riendo, caminando con las piernas muy rígidas o fingiendo que llevábamos largas capas negras y enseñando los colmillos a las chicas que pasaban.

Pero con la misma seguridad que la caricatura sigue al primer artículo importante, también había una noche del sábado. En la cama. Solo. Sumido en el sueño del inocente hasta que algo me despertaba. Me despertaba con tanta fuerza, de hecho, que lo pasaba muy mal para volverme a dormir. Y a menudo precisaba los tranquilizadores servicios de mis padres para asegurarme que yo, sin ninguna duda, vería el próximo amanecer.

Podría creerse que muchos años así debieron curarme de Karloff, Lugosi, Zucco y todos los demás, pero no fue así. Y tampoco fue así para ninguno de mis amigos, aunque nadie quisiera admitir las pesadillas que seguían a la sesión de tarde del sábado. Lo único que sabíamos era esto: las películas nos divertían. No cuando soñábamos, sino cuando las contábamos. Al fin y al cabo, por eso principalmente íbamos a verlas: para asustarnos entonces y para asustarnos más tarde.

Desde entonces el Monstruo ya me ha atrapado, en general. He madurado, he aceptado cierta dosis de responsabilidad acá y allá y, en ocasiones, me porto de acuerdo con mi edad (sea cual sea el maldito significado de la expresión).

Por otra parte, también escribo y hago recopilaciones como ésta, libros que, si todo va bien, de vez en cuando ofrecen a los lectores una buena dosis de escalofríos, temblores y aullidos verdaderos. En el fondo, para ser sinceros, no somos tan maduros. El miedo que tenemos ahora no es el mismo que cuando éramos niños, pero es miedo de todos modos. Nos hace sudar las palmas de las manos, nos produce pesadillas y a veces tiene la fuerza suficiente para alterar nuestro carácter.

El miedo es ahora, como entonces real.

¿Por qué, pues, leemos relatos de terror?

Porque usted puede dejar este libro, apartarse de él, cerrarlo bruscamente con la certeza de que las cosas horribles que suceden a la gente en estas páginas no pueden sucederle. Lo que hay en estas páginas no existe.

No obstante, creo que de todos modos es divertido flirtear con el miedo, entregarse a él de vez en cuando, y si nos afecta más que cuando éramos niños…, bien, es el riesgo de la pesadilla, ¿no? Ahí interviene la diversión.

Y para estar seguros de que estos autores no han perdido el tiempo, ellos exigen al lector únicamente una cosa (aparte de una habitación en penumbra, viento frío y un cristal que vibra amilanadoramente en la ventana): del mismo modo que una película con diez asesinatos gráficos y a todo color tiende a entumecer la mente y produce poca cosa más que bostezos, leer veinte o más cuentos seguidos es aburrido y acaba siendo frustrante. A los escritores reunidos aquí no les importa en absoluto la velocidad del tráfico en la calle del lector; lo único que piden es la oportunidad de lograr lo que usted desea de ellos: horrorizarlo, aterrorizarlo o darle una simple dosis de nerviosa ansiedad.

Estos relatos son diversamente gráficos, sosegados, orientados hacia lo sobrenatural, encauzados hacia lo psicológico. Algunos son cachiporras, y otros cuchillas de afeitar. Algunos exigirán de usted más trabajo que otros, y algunos ejercerán su efecto más de una vez, como el impacto de un potente veneno que entra en su organismo… y el regusto que deja.

Todos ellos, no obstante, pretenden hacer recordar pesadillas.

Y tarde o temprano usted puede toparse con una de las suyas.

Naturalmente, mientras las luces sigan encendidas y usted no crea ni por un momento en todas estas cosas, puede estar tranquilo. Ese Monstruo de la infancia lo ha atrapado y transformado, y usted puede enfrentarse a casi todo en la actualidad, en especial a cuentos que no pasan de morder un poquito en su imaginación, agitar un poco las sombras que usted estaba seguro de que habían desaparecido en cuanto salió el sol…

Usted se atreve a todo.

Que duerma bien.

CHARLES L. GRANT

Newton, Nueva Jersey, EEUU

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