Hope

Hope


Primer acto » Capítulo 19. No cumpleaños

Página 22 de 84

CAPÍTULO 19
No cumpleaños

A pesar de haber vivido muchos años y en muchas condiciones, junto a Hope fue la época de mis primeras veces. Creía que ya nada podía sorprenderme, que lo había visto todo —o casi todo—. No suelo equivocarme, pero Hope siempre conseguía desacreditarme.

Maldita niña.

—¡Wave! —gritó nada más levantarse.

—¡No me des esos sustos!

—Lo siento. Perdóname, perdóname.

Me quedé perplejo.

—¿Qué me has hecho? No habrás vuelto a vestirme de princesa, ¿verdad? —Lo lamento, pero aquel fue un momento que me niego a recordar.

—Perdóname. —Me abrazó, sollozando.

Empecé a preocuparme de verdad.

—¿Qué has hecho, Hope?

Unos minutos después estábamos de camino a Serendipity, y todo el rato me pedía perdón. «Perdón». «Perdóname, Wave». «No sabes cuánto lo siento». «Soy tan egoísta. Entendería que no quisieras perdonarme». «Por favor, tienes que perdonarme». No podía dejar de pensar en qué diantres había hecho conmigo.

Lo supe en cuanto llegamos al teatro. Iba a devolverme a Joseph.

—¿Qué he hecho mal? —le pregunté.

Encontramos a Joseph detrás del mostrador, perdido entre un montón de papeles.

—¡Tenemos una emergencia! —gritó ella para reclamar su atención—. Soy la peor persona del mundo. Deberías castigarme.

—¿Qué castigo propones? —preguntó Joseph sin alzar la vista.

Hope se quedó pensativa. Nunca la habían castigado ni había conocido a un niño que hubiese sido castigado. Solo conocía lo que leía en los libros.

—Podrías darme unos zapatos de hierro al rojo vivo y obligarme a bailar. O podrías encerrarme en la ratonera durante todo el día y tirar la llave a la alcantarilla. Es un sitio horrible, ¿sabes? Es un armario muy estrecho donde no puedes sentarte ni ponerte de cuclillas y las paredes están llenas de trozos de vidrios incrustados para que no puedas apoyarte. Es el castigo favorito de la directora Trunchbull junto con el lanzamiento de martillo —explicó, refiriéndose a la malvada directora de Matilda.

Joseph elevó la vista.

—¿Qué has hecho? ¿Tan terrible es?

—¡He olvidado todos los cumpleaños de Wave! —confesó antes de volver a pedirme perdón un centenar de veces más.

—Solo es una marioneta.

—¡¿Solo?! —Me sentí indignadísimo.

—¡No es solo una marioneta! —protestó Hope.

En momentos como ese habría dado toda mi madera por poder comérmela a besos.

—Gracias, Hope.

—¿Y qué es entonces?

—Pues es Wave, mi mejor amigo en el mundo, y he olvidado todos sus cumpleaños. Soy la peor amiga de la historia.

—¿Cuántas veces te ha felicitado Wave por tu cumpleaños?

—Ninguna.

—Entonces los dos sois los peores amigos del mundo.

—Wave tiene una maldición y no puede moverse ni hablar, pero seguro que me ha felicitado.

—No puedes saberlo.

—Claro que lo he hecho —repliqué.

—Da igual. Aunque él se olvide yo no quiero olvidarme.

—¡Que no me he olvidado! —insistí.

—No te has olvidado, es que no te ha dicho cuándo es su cumpleaños —dijo Joseph, colocando un fajo de papeles encima de otro.

—¿Y cuándo es?

—No lo sé —confesé, un poco triste.

—No tiene —musitó Joseph.

—Claro que tengo —repuse. Que no lo supiera no significaba que no tuviera, solo que nadie había tenido el detalle de decirme cuándo era.

Los ojos de Hope se abrieron de par en par.

—¿Wave no tiene cumpleaños?

—Pues no —contestó Joseph en una especie de gruñido—. Pero puedes celebrar su no cumpleaños.

—¿No cumpleaños?

En lugar de replicar, como yo esperaba que hiciera, Hope respondió con una sonrisa.

Tardaron once días en celebrar mi no cumpleaños. Como todos los no cumpleaños, tenía bastante poco de cumpleaños. No vi una tarta por ninguna parte, tampoco velas ni regalos, y mucho menos globos. Lo que sí hubo fue una merienda en el mismísimo escenario de Serendipity. «Es una ocasión especial», fue lo que respondió Joseph cuando Hope le preguntó si no le importaba que lo celebráramos allí.

—Gracias por la agradable celebración —les dije con un deje de irritación mientras observaba cómo tomaban chocolate y galletas y contaban historias—. La próxima vez quizá podríais sentarme en una butaca, así podría ver mejor la función.

Estaba molesto, lo admito. No esperaba mucho. Un «Feliz no cumpleaños, Wave», «Te queremos, Wave», «Será el primer no cumpleaños de muchos», «Siempre estaremos juntos». Por encima de todo, ansiaba una promesa. Tan desesperado estaba que hasta con un estúpido regalo me habría conformado. No es que me fuese a servir de mucho tener uno, pero sería mío y vendría de mis dos personas favoritas en el mundo y eso significaría todo para mí. Pero no me estaban haciendo el menor caso. Reían y compartían historias y yo me sentía cada vez más alejado de ellos a pesar de encontrarme a unos pocos centímetros, apoyado en una caja bastante grande que Joseph había traído consigo.

No tardé en darme cuenta de cuán equivocado estaba.

Como si me hubieran leído el pensamiento, Joseph fue el primero en mirarme. Después lo hizo Hope. A continuación se miraron entre sí y Joseph inclinó la cabeza hacia mí.

Hope se levantó, me dejó en los brazos de Joseph y sacó algo grande de la caja. Un espejo. El espejo más extraño y hermoso que había visto nunca. Era de madera oscura, rodeado de un decorado de latón, con dibujos de estrellas y soles en azul y dorado.

—¿Estás preparado, Wave?

—¿Preparado? ¿Para qué?

—Lo está —contestó Joseph.

—No es cierto. Sea lo que sea que vas a hacerme con esa cosa, será mejor que no lo hagas.

Está bien, a veces me comporto como un crío. Me entró el pánico, lo admito. A mi favor diré que no me lo esperaba para nada. ¿Primero me ignoraban y ahora esto?

Cuando Hope se agachó y Joseph me colocó en el centro del espejo, pude observar mi verdadero regalo.

Unos ojos azules, muy vivos, me devolvieron una mirada inocente, casi asombrada. El pelo rubio rebelde apenas se entreveía debido al sombrero negro que le cubría la cabeza. En el rostro, justo en el pómulo izquierdo, llevaba pintada una lágrima del mismo azul de los ojos. Sus ropas eran majestuosas, señoriales, propias de un rey. Llevaba una camisa blanca, chaleco y casaca de un azul casi negro, un pantalón ajustado hasta las rodillas, con sus medias blancas y sus zapatos negros relucientes. Parecía un caballero recién salido del siglo XVIII.

Pero no era un caballero. Tampoco era humano.

Era una simple marioneta bien vestida.

Era yo.

Mi reflejo.

Un aluvión de emociones me recorrió las articulaciones. De ser humano seguramente podría explicarlo diciendo que me había quedado sin respiración. Así es como me sentía, como si todos mis pensamientos me hubiesen abandonado, como si el amor y la gratitud se concentraran muy dentro de mí y estuvieran a punto de estallar. No es que nunca hubiese visto mi reflejo, lo había observado en multitud de ocasiones, desde en coches relucientes hasta en la misma puerta de Serendipity, pero jamás había tenido la oportunidad de estar frente a frente con el verdadero Wave.

—¿Te gusta, Wave? —Hope había sacado la cabeza delante del espejo para mirarme.

—¿Que si me gusta? —Me alegré de que no oyera la risa nerviosa que se me escapó.

Si la lágrima que llevaba pintada en la mejilla izquierda hubiese sido real, se habría deslizado hasta mi cuello. ¿Respondía eso a su pregunta?

Ir a la siguiente página

Report Page