Hope

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Primer acto » Capítulo 9. Lo que fue nunca será

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Había una fotografía escondida debajo de la cama de Hope, dentro de un marco plateado que debía de pesar bastante. Fue ella misma quien la puso ahí, como si ese lugar oscuro y olvidado fuese el verdadero sitio donde debía estar.

Más que una fotografía, era un recuerdo. Un recuerdo de algo que ya no existía.

Había estado oculta detrás de varias fotografías en el mueble grande del salón. Casi no se veía pero era un lugar privilegiado. Antes de eso, tal vez incluso hubiese estado a la vista. Quizá por eso Hope la cambió de sitio, porque ya nadie se fijaba en ella. Solo Hope lo hacía. Miraba la fotografía hasta que le dolían los ojos y se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano.

Observarla me producía una sensación extraña, como si contemplase un accidente del que no podía apartar la vista aunque me horrorizara. La familia al completo estaba en la playa, descalzos. El mar parecía revuelto. Hope era muy pequeña, llevaba un vestido blanco y apenas se sostenía en pie. Su padre la sujetaba de las manos mientras ella se encaminaba hacia su hermano, situado justo en medio de la escena, casi dividiéndola, con el pelo revuelto y los ojos entrecerrados. La señora Black, a la derecha de la fotografía, tenía los ojos cerrados y una sonrisa enorme en los labios, y se había llevado las manos a la cabeza para sujetar un sombrero blanco que parecía querer salir despedido hacia las olas. Solo el hermano de Hope miraba a la cámara; daba la impresión de querer disculparse, como si supiera realmente lo que pasaría años después. No podía evitar preguntarme qué había sido de ellos, me lo preguntaba tanto que llegué a obsesionarme.

Seguían allí, en aquella casa, pero se habían convertido en extraños.

A veces, Hope se sentaba a la mesa de la cocina para observar cómo su madre hacía la comida.

—Mamá me va a enseñar a cocinar —me susurraba.

Mientras la señora Black se afanaba en hacer platos que luego no probaba, Hope anotaba todo lo que hacía en un cuaderno. No había palabras. No había contacto. Por no haber, ni siquiera había un cruce de miradas. Lo que sí había era olor. A comida, a hogar, a madre. Supuse que esa era la razón por la que Hope se sentaba ahí en silencio, su manera de comunicarse con su madre era robar algo de ella a través de cada aroma, de la comida que luego probaba a hurtadillas.

Es triste acabar convertido en un ladrón de cariño a la tierna edad de ocho años.

Yo me quedaba mirando a la señora Black, que nada tenía que ver con la mujer de la fotografía, y me imaginaba cómo sería ella en aquellos tiempos. Cómo era su voz cuando le cantaba a Hope

Lavender’s Blue, qué hacía para consolarla cuando tenía miedo o cuál era su expresión cuando la estrechaba entre sus brazos —si es que lo hacía—. De la sonrisa de la fotografía solo quedaban algunas arrugas que demostraban que había existido. Ahora su mirada era vacía, sin vida, como su manera de observar el mundo.

Pero Hope sí recordaba cómo habían sido bastante bien, quizá por eso todavía conservaba la fotografía. Quizá pensaba que, a base de mirarla, algún día se despertaría y todo estaría de nuevo en su lugar, como pasaba en

Jumanji, la película que tanto le gustaba aunque no entendiera nada de lo que pasaba en realidad.

Si todo esto fuese

Jumanji, haría lo posible por sacar un cinco.

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