Hope

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Tercer acto » Capítulo 74. Tan cerca y tan lejos

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Los siguientes días fueron un caos de cosas que había que hacer, arreglar, mejorar. Ensayos, carteles, actuaciones en Collodi que terminaban con la venta de entradas para el gran día. Se podría decir que lo habíamos conseguido: Collodi se venía con nosotros a Serendipity.

Que Joseph tuviera contactos terminó por dar el último empujón que llenó el teatro; agentes curiosos, actores y empleados de otros teatros querían ver lo que los cinco, que tanta fama habían cosechado en las calles, tenían que ofrecer sobre un escenario.

No te negaré que me resultaba extraño ver mi imagen en los carteles, aunque también debo decir que salía bastante guapo, con un aire refinado. Para la foto, Hope me había peinado cuidadosamente y Joseph me había regalado un traje nuevo, de un azul más claro, que resaltaba mis ojos y la lágrima de mi mejilla. Era uno más de los cinco y no podía sentirme más orgulloso.

Una de esas tardes, mientras todos se encargaban de vender entradas a los pocos rezagados en Collodi que todavía no la habían comprado, regresamos a Serendipity porque Hope tenía algo que hacer. Sin darme ninguna explicación, se puso el único vestido que tenía y nos subimos a un autobús.

—¿Sabes, Wave? No dejo de pensar en el padre de Diggs. ¿Por qué de entre toda la gente tenía que escucharlo a él? Es un hombre horrible. Pero hoy, al ver a Diggs intentando sonreír, creo que lo he descubierto. Quizá no se trate de mí, quizá se trate de ellos.

—No te entiendo, Hope.

Se quedó pensativa mirando a través del cristal de la ventana y no volvió a decir nada más hasta que llegamos a la casa de Diggs. El sol acababa de ponerse y la casa, con todas esas sombras proyectándose sobre el tejado, parecía mucho más aterradora que aquella mañana de Navidad.

Respiró hondo antes de llamar al timbre. Fue el mismo padre de Diggs el que nos abrió la puerta y el que la volvió a cerrar en nuestras narices.

Hope llamó una segunda vez.

—¿Qué quieres? —preguntó el señor en cuanto abrió por segunda vez con cara de muy pocos amigos.

—Hablar con usted.

—Ya lo estás haciendo.

—No sé si Diggs se lo habrá contado, pero vamos a actuar en el teatro, en Serendipity —aclaró—, y sé que a él le haría muchísima ilusión que viniera a verlo.

—No tengo ningún interés en ver cómo mi hijo pierde el tiempo.

—El tiempo pasa hagas lo que hagas. Todos lo perdemos, la única diferencia es que algunos lo hacemos siendo felices y otros creyendo serlo. No lo conozco de nada y usted no me conoce de nada, pero créame cuando le digo que no hay nada que usted pueda hacer para que Diggs deje de quererlo. Es su padre y lo será siempre, pero si cuando actuemos en Serendipity usted no está, Diggs no recordará ese día como uno especial, lo recordará como el día en el que usted no estuvo. No le arrebate su felicidad.

—¿Te ha dicho él que vengas? —Hope negó con un gesto de la cabeza—. Deberías irte.

—No haga que pierda la esperanza en usted porque ese solo será el primer paso para perderla por completo.

—Buenas tardes. —El padre de Diggs cerró la puerta tras de sí.

Hope se agachó y deslizó una de las entradas por la rendija de la puerta.

—Has hecho lo que has podido, Hope —le dije para animarla.

—¿Crees que vendrá? —me preguntó. No supe qué contestar a eso.

Intenté encontrar una respuesta durante el trayecto de vuelta al teatro. No fue hasta que Hope comenzó a escribir una carta, mientras el autobús avanzaba y dejábamos atrás calles que nunca habíamos pisado, cuando me di cuenta de que no solo lo había hecho por Diggs; también lo había hecho por ella misma. Al fin y al cabo, la historia de Hope con sus padres no era tan diferente de la del mago: aunque Diggs y su padre se oían, no llegaban a escucharse.

Quise decirle a Hope muchas cosas, pero lo único que pude hacer fue leer una y otra vez aquella primera línea: «A los que una vez fueron mis padres».

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