Hope

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Segundo acto » Capítulo 25. Un mundo de lágrimas

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A primera vista Serendipity no tenía nada que recordase a un hogar. Era demasiado grande, ruidoso y destartalado; lleno de huecos por todas partes. Y luego estaba esa soledad que flotaba por los pasillos, empañando paredes y techos, madera y cristales, cuando los actores se marchaban y los aplausos terminaban por diluirse.

Una niña cualquiera se habría sentido intimidada en el interior de aquellas paredes. Sola con sus sombras, con el susurro de viejas historias, con el peso del tiempo que se negaba a avanzar. Pero para Hope, que había olvidado lo que era un hogar, cuya familia estaba ahora compuesta por un viejo loco y una marioneta todavía más vieja, aquel lugar era su sitio. Había dejado la soledad atrás y había hecho de Serendipity una parte de su nueva familia, como si el viejo teatro tuviese corazón, huesos y alma.

Su habitación, antes sin vida, se convirtió en su segundo lugar favorito en el mundo. Cubrió las paredes desnudas y mal pintadas con carteles de viejas obras que se encontraban apilados en el despacho de Joseph. Y con olas, olas grandes como edificios pintadas sobre cartulina blanca, con su espuma de mar de colores imposibles. Joseph encargó a dos de los actores que pintaran un cielo de color rosa en el techo de la habitación, como ella había pedido. Luego colgaron estrellas y nubes hechas de corcho. A todo esto le siguió una estantería, un escritorio y una silla que Joseph talló en su tiempo libre.

Fue un trabajo lento que requirió de varios meses hasta que la habitación se convirtió en el sueño de cualquier niña; y aunque todo el mundo sabe que los niños —salvo uno— se hacen mayores, el paso de los años no consiguió arrancarle a Hope la chispa que había en su interior.

Le encantaba que el eco de su voz le devolviera sus preguntas, amortiguadas, cuando hablaba en voz alta mientras barría los suelos y soñaba despierta. Se convirtió en una experta en contar historias, en mover mis hilos. No solo Joseph nos venía a ver actuar sobre el escenario, también lo hacían los actores, amigos o familiares de estos y algún extraviado que pasaba por allí de vez en cuando.

Así llegó ella a nuestra vida. Por casualidad, destino o como queráis llamarlo.

Nos encontrábamos en el borde del escenario. Yo de pie, estirando un brazo mientras me llevaba el otro a la cara para cubrirme el rostro. Hope, situada detrás de mí, terminaba de narrar la historia de una piedra que creía ser estrella, con esa voz soñadora que ponía cuando se hallaba en completo trance.

Contuve el aliento, a la espera de las últimas palabras que no llegaron.

—¿Hope? —la llamé. No podía ver nada con la mano en la cara y el cuerpo inclinado hacia delante.

—No pares por mí —dijo una voz desde el fondo de la sala.

Con un movimiento rápido, Hope bajó mis manos y me sostuvo para que no me cayera.

—Gracias. —Suspiré, aliviado.

La desconocida se acercaba por el pasillo. Percibí cómo Hope se tensaba. Sus ojos estaban abiertos de par en par y sus manos temblaban, haciendo que la madera de mi cuerpo crujiera de un modo que no me resultaba nada agradable.

—Me encantaría saber qué sucede al final con la piedra —dijo la chica—. O mejor, llamémosla estrella. Porque es una estrella, ¿verdad?

Se había detenido delante del escenario y por fin conseguí verla bien. Me habría gustado poder parpadear para comprobar si era real. Era muy hermosa. Tenía uno de esos rostros simétricos con forma de corazón, unos ojos azules muy claros que contrastaban con el rojo intenso de su pintalabios, las uñas pintadas de un azul intenso y una sonrisa sincera que te hacía querer sonreír a ti también. Pero era algo que no tenía nada que ver ni con su cara ni con sus largos cabellos castaños, y mucho menos con su cuerpo, lo que te hacía pensar en un ser irreal, de otro mundo.

—No puede escucharte —le dije sin poder contenerme, pues no quería que pensara que Hope era una maleducada.

La joven se cruzó de brazos.

—¿No piensas decir nada? —Miró hacia los lados, como si buscara a alguien—. Cualquiera diría que has visto a un fantasma.

—Es imposible. —La voz de Hope era apenas un susurro.

No tengo una idea clara de lo que ocurrió a continuación. Lo único que sé es que un momento antes estábamos en el escenario, actuando para un público inexistente, y al siguiente nos encontrábamos delante de aquella chica y Hope actuaba de una manera muy extraña. Como las primeras veces en las que nos metíamos dentro del armario y se ponía a cuchichear sobre los monstruos y yo pensaba que se había perdido, que había dejado de ser Hope.

—¿Puedes hacerlo otra vez? —le pidió a la desconocida, acercándose tanto que parecía que iba a besarla.

—¿Perdón? —La joven aparentaba indiferencia, pero el color de sus mejillas denotaba sorpresa y una pizca de incomodidad.

—La estás asustando —le advertí.

—Eso —dijo Hope con voz ahogada, consiguiendo que la chica retrocediera un paso—. Vuelve a hacerlo.

—Ahora me estás asustando a mí —insistí.

—Sea donde sea que te encuentres lo siento, pero soy incapaz de seguirte.

—Oh, Dios mío. —Hope colocó las manos en los hombros de la joven, emocionada—. Estás hablando.

—Un momento. ¿Hablando? ¿Eso quiere decir que…? —No pude terminar la frase.

—¿Qué tiene de sorprendente? Ni que fuera la primera vez que oyes hablar a alguien. Ya sé que mi voz suena como el canto de una sirena pero… Espera, ya sé —dijo, elevando las cejas. Esta vez fue ella la que avanzó un paso hacia Hope y esta última la que retrocedió—, eres un fantasma encerrado en este teatro y yo soy la primera que puede verte. —Sus labios se curvaron—. El fantasma de Serendipity. Suena bien para el título de una obra, ¿eh? —Su sonrisa se hizo todavía más amplia—. Si no fuera por esa ropa que llevas, pensaría que Wilde se basó en ti para escribir su historia. —Echó un vistazo a la vieja sala—. Seguro que este sitio le habría encantado.

Hope se había quedado absorta mirándola. Yo también, la verdad. Por tres razones. No estaba acostumbrado a que alguien hablara más que Hope ni a que hablara con Hope, y mucho menos a que Hope escuchara a ese alguien.

—Vale, estoy hablando de más. Pero es que odio los silencios. Si no hablas me veo obligada a hablar por las dos y eso es una tragedia porque cuando no tengo nada que decir tiendo a decir más cosas y esas cosas rara vez tienen sentido. ¿Estás llorando? —Parpadeó varias veces.

—¿Estás llorando? —repetí yo, atónito—. ¡Por Dios, Hope!

—¿Sabes que existe un mundo de lágrimas? —le preguntó la joven, acercándose todavía más a nosotros—. Todas las lágrimas del mundo están ahí, todas. —En un rápido movimiento acercó el dedo índice al rostro de Hope y se llevó consigo una de las lágrimas para probarla. Así es, se la bebió. Que alguien me arranque los ojos si miento—. Sabe a azúcar, es una lágrima dulce.

Hope guardó silencio. Seguía temblando. Jamás la había visto tan callada.

—¿Hope? —la llamé, preocupado—. Le has robado todas las palabras y encima te has bebido sus lágrimas —le recriminé a la desconocida.

No me hizo ningún caso. Por el contrario, se inclinó hacia Hope para preguntarle:

—¿Por qué lloras?

—Es que… —Hope quiso decir algo más pero el llanto se lo impidió.

—Eres rara —comentó la intrusa, observándola detenidamente—. Me gustas.

Hope se limpió la cara con el dorso de la mano y le devolvió la mirada. Se quedaron unos segundos observándose. La chica con la cabeza bien alta, el porte recto y el vestido de seda rojo agitándose con suavidad sobre su cuerpo; y Hope con la cara llena de lágrimas, la espalda encorvada y la ropa desgastada varias tallas más grande. Cualquiera habría apostado todas sus posesiones a que no pertenecían al mismo mundo.

Entonces hubo algo —una mota de polvo, una lágrima con sabor a esperanza o un mero quizá— que hizo que Hope reaccionara. Se tomó unos segundos para respirar hondo antes de empezar a mover mis hilos para contar la historia, su historia, nuestra historia.

Así fue como Hope narró la historia de una niña que había perdido la capacidad de escuchar palabras. La misma niña que había crecido con el recuerdo de viejas voces que se diluían conforme se iba haciendo mayor. La niña que vivía de historias de mentira para no pensar en las que nadie le contaba.

Cuando terminó, el silencio reinó durante unos segundos hasta que la joven se levantó de la butaca donde se había acomodado en mitad del relato y se acercó hacia nosotros. Cerré los ojos, pensando que iba a reírse, pero en cuanto mi curiosidad fue más grande que el miedo y los volví a abrir fui testigo de cómo la desconocida abrazaba a Hope y cómo las lágrimas de ambas se confundían desde donde yo miraba.

Y me quedé ahí, observándolas en silencio como un buen ladrón de instantes, reflexionando sobre la posibilidad de que existiera ese mundo de lágrimas del que hablaba la desconocida. De ser así, me preguntaba si las lágrimas que no se derraman, todas las que viven encarceladas, también irían a parar allí. Sobre todo, me preguntaba si estarían las mías.

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