Hope

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Segundo acto » Capítulo 49. Solo una vez

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Nada se repite. Ningún cumpleaños —mucho menos un

no cumpleaños— es el mismo dos veces. Un suspiro nunca suena igual, el dolor nunca se siente de la misma manera.

Con todo, a veces tienes la sensación de estar viviendo un momento por segunda vez. Esa misma noche, pese a que nada tenía que ver con las anteriores, sentí que estábamos ahí, Hope y yo, como otras muchas veces, rogando silenciosamente al cielo. Tal vez fue Marianne y el pesimismo que nos embargó con su marcha. O tal vez no. Pero faltaba algo, mi

no cumpleaños se acababa y sentía que faltaba algo. Me di cuenta de lo que era cuando miré a Hope, que me tenía abrazado para que yo también pudiera ver el cielo. Me faltaba su sonrisa, ver la esperanza reflejada en su rostro.

Quise decirle que no estuviera triste, darle un abrazo, prometerle que todo iría bien y escribirle tantas cartas como había escrito Kafka a la niña para ayudarla a comprender que la soledad pesaba menos cuando se afrontaba en compañía y que jamás volvería a estar sola. Mas no le dije nada; a veces las palabras no bastan, a veces solo el silencio es capaz de llegar donde nada más lo hace. Eso era algo que también había querido decirle desde el momento en que la conocí.

Suspiré. Aunque no me creas, aunque te parezca absurdo, mis silencios nunca eran los mismos.

Y aquella noche, mi silencio, que decía tanto, fue roto por un silbido.

Hope bajó la mirada, sorprendida.

—¿Vas a bajar o te vas a quedar admirándome desde la ventana como Julieta? —preguntó el Chico Azul con una sonrisa socarrona.

Era evidente que no se esperaba para nada la visita, pues en lugar de protestar Hope se apartó de la ventana y bajó al piso inferior, que estaba a oscuras. Con cuidado de no despertar a Joseph, buscó las llaves y abrió la puerta del teatro.

—Entra. —Le hizo una señal con una mano.

Él dudó, miró hacia los lados y luego le devolvió el gesto.

—Ven tú.

—No te vamos a comer.

—Eso no puedo saberlo —contestó con una media sonrisa.

Hope puso los ojos en blanco y salió a la calle, con su pijama de gatitos. El Chico Azul arqueó las cejas al contemplar su atuendo.

—Vaya, qué sexi.

—¿Qué quieres? —preguntó ella, irritada.

Él compuso una expresión seria, casi indiferente, aunque su rostro dejaba claro que trataba de contener la risa.

—Me olvidé de algo. —Se inclinó hacia mí y me puso un collar con una piedra rosa que no me pegaba para nada—. Felicidades, Wave.

—Gracias, pero ¿una piedra rosa? Por favor —me quejé.

—Trae buena suerte —me informó.

—Me da igual.

—Mi tía las deja por toda la casa. Le van esas cosas. Ya sabes… —Ahora se le veía incómodo, así que no volví a protestar. Me había regalado una historia aquel día y no soy un desagradecido.

—¿Solo has venido para eso? —preguntó Hope.

—Sí, bueno. Yo… —Se pasó una mano por el pelo, todavía más incómodo—. Creo que debería irme.

—Acabas de llegar.

—Lo siento, no tendría que haber venido.

Me habría gustado taparme la cara con ambas manos. A veces no entendía por qué a los humanos les gustaba dar tantas vueltas. Hacen que la verdad parezca un imposible, casi una carrera de fondo.

—¿Por qué? —Hope trató de ayudarlo para que se sincerara, pero no era fácil. Tampoco lo era para ella.

—Da igual, ¿vale? —El Chico Azul se dio la vuelta para marcharse—. Mañana te recojo a la hora de siempre.

—¡Espera! —se apresuró a decir Hope—. Tú también me importas.

El Chico Azul se detuvo en seco. Cuando se dio la vuelta, vi alivio en su rostro y algo que me niego a decir porque no me corresponde a mí hacerlo. Ahora era Hope la que me preocupaba.

—Lo de Raven hoy… —balbució ella—. Gracias.

—Era un regalo para Wave —le recordó él, acercándose de nuevo a nosotros.

—Ya. —Hope esbozó una sonrisa tímida.

—Me equivoqué contigo, Dilly. —Ella lo miró sin comprender—. Te dije que no sabía lo que tenías que me daba fuerzas. Sí que lo sé. —Estiró el brazo para acariciar su mejilla con los nudillos. Hope tragó saliva—. Esperanza —aclaró con dulzura—. Sé que crees que tienes que arreglar algo en ti, pero no es así. El mundo está roto, está lleno de cosas que necesitan arreglarse. Pero tú —abarcó su rostro con las dos manos— eres lo menos roto que he conocido nunca. Y mientras conserves la esperanza, mientras creas en ella, habrá tiempo para buscar lo demás.

—¿Buscar el qué? —susurró Hope.

—Lo que crees que te falta.

Hope me apretó contra su cuerpo y agarró una de las manos del Chico Azul.

—¿No vas a marcharte?

Él sacó su móvil del bolsillo para mirar la hora.

—Debería irme, sí —dijo, devolviéndolo a su sitio.

—Me refiero a desaparecer.

—¿Tengo pinta de fantasma? —bromeó él—. ¿Por qué tendría que desaparecer?

—Pues porque todos lo hacen.

—Yo no soy todos. —El Chico Azul acercó el rostro todavía más para pegar su frente a la de ella—. ¿Puedo? —le preguntó.

—¿Qué? —Hope alzó la vista—. ¿Besarme? —Nada más preguntarlo, se puso roja.

—Hope, puedes subirme y encerrarme en el armario —propuse yo. De verdad que no quería ver esas cosas.

El Chico Azul se echó a reír.

—Cuando vaya a besarte lo sabrás —le aseguró, haciendo que se pusiera todavía más roja.

Lo que hizo a continuación me dejó descolocado. A mí y a Hope. Con un gesto rápido, pasé del brazo de Hope a las manos del Chico Azul.

—Hoy me llevo a Wave. Debe ser un rollo estar siempre con una chica.

—¡No puedes hacer eso! —protestó ella.

—¡Por encima de mi madera! —grité.

—Así tendré un motivo para volver mañana. —El Chico Azul le guiñó un ojo.

Hope intentó forcejear con él, pero no hubo manera.

—Mañana tenemos que ir a ver a Marianne. Tengo entradas, no podemos faltar. —Hope no me quitaba la vista de encima—. También tengo para ti, si quieres.

—¿A qué hora? —preguntó el Chico Azul.

—A las ocho.

—Mañana a las ocho. Has oído, ¿Wave? Tenemos todo un día de chicos.

Y sin escuchar ni una sola de nuestras protestas, el Chico Azul me llevó con él.

No pude hacer nada para evitarlo.

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