Hope

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Segundo acto » Capítulo 51. Hedgehog

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El Chico Azul vivía en una zona residencial donde las casas se parecían entre sí. Su casa era una casa de verdad y me sentí un poco extraño. Hacía años que no entraba en una casa de verdad. Ya sabes, con su garaje, su jardín delantero y trasero bien cuidados, sus duendes en la entrada, el olor a madera de la chimenea… Pero sobre todo, la vida que se respiraba dentro de aquella bonita construcción de dos plantas. Justo lo que le faltaba a la antigua casa de Hope.

Me alegré de que no la hubiera secuestrado a ella también para que no pudiera ver lo que le había faltado.

Nada más llegar me subió a su habitación. Para mi sorpresa, la estancia estaba ordenada. Pulcramente ordenada, a decir verdad. Me pregunté si era un obseso del orden, porque ni un solo calcetín estaba fuera de su sitio. Tenía varios estantes llenos de cedés, discos de vinilo y aparatos que supuse que servirían para poner toda esa música. Recé para que no le diera por dejarme sordo.

Solo dos cosas llamaron mi atención. La primera fue un póster colgado sobre la cama que me puso los pelos de punta. Era de una chica —¿o un chico? No estoy seguro— con la cara blanca y ropas oscuras y tétricas, sentada o sentado en una especie de trono con las piernas abiertas y los ojos inyectados en sangre. La segunda fue un retrato en la mesita de noche de un niño sentado sobre una guitarra. A su lado había un joven de ojos grises que lo sujetaba por la cintura para evitar que se cayera. Cierto es que el Chico Azul había cambiado mucho desde entonces, pero su cara era inconfundible.

—No os he presentado formalmente —dijo el Chico Azul, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos. Había sacado de la funda la guitarra y la colocó apoyada en el colchón—. Hedgehog, este es Wave. Wave, esta es Hedgehog. Probablemente tengáis mucho de qué hablar. Provenís del mismo lugar —expuso antes de dejarme encima de la cama, con la espalda apoyada en la almohada, a solas con la guitarra.

Le había puesto nombre a una guitarra y no solo eso sino que, además, pretendía que yo hablase con ella. Se había vuelto loco. Me quedé mirando a la guitarra con suficiencia; mi madera era infinitamente mejor que la suya.

—Hola —la saludé, solo por si acaso. No me gustaba ser maleducado y el hecho de no conocer a ninguna guitarra parlante no significaba que no existieran. Mejor prevenir que curar.

En cualquier caso, esperaba que la noche pasara pronto para poder regresar con Hope. Mi cordura corría peligro junto a ese chico.

Ya era tarde cuando él regresó a la habitación. Se sentó en la cama y cogió la guitarra. Tocó muy despacio, esta vez sin palabras ni canciones ni medias sonrisas. Solo él y su guitarra, el rasgar de las cuerdas y la melodía que emanaba de ellas. El Chico Azul estaba en calma, como si la música lo guiara hacia un lugar donde solo ellos tuvieran acceso.

Entonces me di cuenta. Hedgehog sí que hablaba. Tenía vida propia y, por la expresión del Chico Azul, supe que Hedgehog era su Hope. Su patria. Lo más curioso es que, en su caso, no conseguí averiguar quién manejaba los hilos y quién era la marioneta.

Me habría gustado poder hablar con Hedgehog, que me contase qué encerraba aquel extraño chico, qué había detrás de todas sus palabras, qué había en el lugar más remoto de su interior.

Claro que eso no sucedería nunca. Su idioma era diferente; no había palabras o preguntas y mucho menos respuestas. Solo melodías que conseguían acelerarte el pulso o que te hacían llorar. Supongo que aquel extraño idioma no era otro que el de los sentimientos.

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