Hope

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—También supe que ya no me necesitaba —dijo la marioneta justo antes de que el telón se cerrase.

En el momento en que los actores volvieron a aparecer en el escenario y la marioneta se inclinó ante el público, la sala quedó en completo silencio. Solo se oía el sonido de cientos de respiraciones; algunas eran profundas, otras ahogadas y unas pocas tímidas, como si intentaran dominar las emociones tras lo que acababan de escuchar, como si una sola respiración pudiera borrar el sonido de las palabras allí pronunciadas.

Los cinco dirigieron la mirada al público, temerosos y al mismo tiempo fascinados por el silencio contenido tras infinidad de personas. Y solo entonces el público entero se levantó, prorrumpiendo en aplausos que todavía pueden oírse, porque no hay aplauso mayor que aquel que se da cuando te regalan esperanza. Y allí, sobre aquel escenario, se había repartido una incontable cantidad de ella.

Una felicidad inmensa creció en el interior de aquellos jóvenes creadores de sueños, que sonrieron y lloraron y se sintieron como si el infinito fuese algo que pudiera alcanzarse con la fuerza de las palabras. Se dieron la mano, uno a uno, para inclinarse y dar las gracias; una vez, y otra, y otra más. Hasta que el telón volvió a cerrarse y ellos permanecieron inmóviles, con el corazón aporreándoles el pecho en un intento de volver al otro lado.

Media hora después, cuando terminaron de cambiarse, todavía quedaban algunas personas fuera de Serendipity, esperando para verlos una vez más.

Los primeros en salir fueron la mimo y el mago y, a pesar de que no quedaba en ellos ni rastro de magia, parecía que flotaban. El mago estrechó la mano de un señor de porte regio mientras la mimo aupaba en sus brazos a un niño pequeño.

Detrás, salió la titiritera y su marioneta. Algunos volvieron a aplaudir, pero nadie se acercó a ellos. La esperanza tiene ese efecto, a veces te paraliza y solo puedes contentarte con observarla en la distancia.

Pero hubo un niño que corrió hasta ella e incluso la llegó a tocar.

—¿La historia es real? —le preguntó, tirando de su camiseta.

Ella sonrió y se agachó para ponerse a su altura.

—¿Importa?

El niño, que no dejaba de mirar a la marioneta, le dijo:

—Hola, Wave. Yo tengo las manos limpias y nunca os tiraría globos. —Permaneció unos segundos expectante, esperando a que la marioneta contestara.

La titiritera tomó a la marioneta en sus manos para mirarla a los ojos.

—¿Has visto, Wave, qué niño tan guapo? —La situó junto a su oreja e hizo como si le dijera algo antes de dirigirse de nuevo al niño—. Creo que le gustas. Dice que si quieres puedes darle un beso, aunque sea baboso.

El niño, con cara de felicidad, le plantó un beso tímido en la mejilla a la marioneta e inmediatamente después echó a correr junto a sus padres.

La titiritera se los quedó mirando desde la distancia y una sonrisa fue todas las palabras que necesitó. Los padres del niño asintieron levemente antes de marcharse; ella siguió mirando cómo desaparecían en la distancia cuando escuchó un silbido que conocía muy bien.

Buscó con la mirada el origen de la melodía. Y ahí estaba él, esperándola con su guitarra colgada a la espalda.

—¿Así que Chico Azul, eh? —murmuró con una sonrisa socarrona mientras se acercaba a ella.

—Siempre has sido

Lavender’s Blue, lo más importante nunca se ve.

Él la cogió de la mano y, antes de marcharse, los dos se volvieron hacia el hombre mayor que los observaba desde la puerta del teatro. Solo se dedicaron una mirada, pero la esperanza que había en ella les seguiría incluso si sus caminos no volvían a cruzarse.

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