Hope

Hope


Tercer acto » Capítulo 59. Atrapa-tristezas

Página 64 de 84

C

A

P

Í

T

U

L

O

5

9

A

t

r

a

p

a

-

t

r

i

s

t

e

z

a

s

Siempre volvíamos al mar. No importaba cuánto doliera, cuántos recuerdos trajeran las olas consigo, que siempre acabábamos regresando. El porqué, no lo sé. Quizá por lo que había dicho Marianne de que el dolor mayor es el que predomina.

Hay cosas a las que, por mucho que quieras, no puedes decirles adiós. Cosas que te acompañan durante tanto tiempo que acaban convirtiéndose en parte de lo que eres. Hope siempre fue mar.

Aquella tarde también regresamos. Nos sentamos sobre la arena y contemplamos cómo se reflejaba el sol sobre las aguas que tantas cosas se habían llevado. Por llevarse se llevaron incluso palabras.

—¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este? —comentó una voz a nuestra espalda.

El Chico Azul tomó asiento al lado de Hope y enterró los pies descalzos en la arena.

—Estás aquí —señaló ella, aunque creo que lo que realmente dijo fue otra cosa.

—Tú también. —El Chico Azul cogió un puñado de arena con las manos y la dejó caer lentamente—. Deberías dejar de seguirme.

—¿La fiebre te ha afectado al cerebro?

—Lo mío viene de fábrica. —Esbozó una media sonrisa—. ¿Qué haces?

—Me gusta venir aquí a pensar.

—¿Y en qué piensas?

—¿Importa?

Él siguió jugueteando con otro puñado de arena.

—Mi tía suele decir que cuando alguien está triste de verdad le gusta ver las puestas de sol. Son como atrapa-tristezas. —La miró y después desvió la vista hacia el horizonte—. ¿Qué te pasa?

—No sé nada de ti —admitió ella con un tono de voz que dejaba claro que llevaba mucho tiempo pensando en ello.

—Sabes lo importante.

—Ni siquiera sé tu nombre. No puede ser tan malo. —Se quedó pensativa—. ¿Cornelio? ¿Anacleto? ¿Filemón?

El Chico Azul rompió a reír.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Pánfila?

—Es… —empezó a decir Hope.

—No lo digas —le pidió él.

—¿Por qué no?

—¿Cambiaría eso algo?

Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos, contemplando cómo el sol comenzaba a descender en un despliegue de colores violáceos.

—¿A qué le tienes miedo? —preguntó Hope.

—¿A qué no?

—No cambies de tema.

—Me gusta el verde, el siete y los martes. Si solo me quedase un día de vida me emborracharía de música. No tengo pensado cambiar el mundo, ni siquiera sé qué quiero hacer con mi vida. No me da miedo la muerte pero sí las palomas, creo que acabarán conquistándonos y ni se te ocurra reírte —le advirtió al ver la expresión divertida de su rostro—. Esta cicatriz —dijo, mostrándole el codo— es de cuando tenía seis años y me caí de la bici y esta otra —se acercó más a ella para que viera la cicatriz que tenía en la ceja— fue por bocazas. Podría pasar el resto de mi vida comiendo pizza. Si pudiera tener un superpoder sería el de regalarte palabras. Y aquí viene lo más importante, lo único que necesitas saber: si solo pudiera escoger un recuerdo, uno y ninguno más, escogería el tuyo.

Sus miradas chocaron y a mí me pareció que el sol tardaba demasiado en ponerse; quizá él también se había detenido a observarlos.

—Estaba pensando en cuánto tiempo tardará en volver —musitó Hope.

—¿Quién?

—La tristeza, supongo. El dolor, la soledad.

—No tienen por qué volver.

—Siempre vuelven.

El Chico Azul se movió en apenas un parpadeo. Depositó un beso en la frente de Hope y enseguida regresó a su sitio.

—¿Qué haces? —quiso saber Hope.

—Pedir un deseo.

—¿En mi frente?

Él se encogió de hombros.

—Cada uno tiene su propio cielo.

—Ahora mismo me gustaría saber tu nombre —admitió ella.

—¿Para qué?

—Para pronunciarte.

—Te tendrás que conformar con esto —le dijo justo antes de cogerla de la barbilla y atraerla hacia él.

Sabía que ese día llegaría y me había imaginado tantas posibilidades que ni siquiera podría contabilizarlas. Lo que nunca pensé fue que el primer beso de Hope me dejaría hipnotizado, que no podría apartar la mirada y que algo en mi interior sonreiría por ella. Si una cosa tenía el Chico Azul es que siempre conseguía sorprenderme. La besó con tanta dulzura que creí que Hope despertaría, que él era el príncipe que habíamos estado esperando, que las palabras regresarían y que yo terminaría por convertirme en humano.

Con el primer beso de Hope creí en los imposibles y en los cuentos como nunca antes lo había hecho.

Creí que todo sería posible.

Ir a la siguiente página

Report Page