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Tercer acto » Capítulo 62. La niña que no quería irse

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Cuando llegamos a Serendipity, Hope aprovechó que la sala estaba vacía para refugiarse en ella. Se acostó de espaldas en el suelo del escenario con los ojos bien cerrados y allí se quedó, quieta, en pausa, refugiada en un lugar al que yo no tenía acceso.

Me habría gustado hacer algo por ella. Romper algo; algo como las palabras, el tiempo o el pasado. Quebrarlo hasta que Hope estuviera liberada de sus ataduras. Solo entonces podría comenzar a vivir de verdad, dejando atrás el lugar que una vez había creído abandonar, como si la distancia bastase, quitando del camino aquellas personas que ya no estaban.

Lamentablemente, lo único que pude hacer fue aferrarme a su cintura y desear que la rigidez de mi cuerpo le recordara que estaba ahí, con ella, y que siempre lo estaría.

Solo me quedaba Joseph. Él podría regalarle las palabras justas que la sacaran a flote. Entró en silencio, como un fantasma, y solo yo, que tenía buen oído, pude captar su presencia. Lo vi detenerse junto al escenario, mirar a Hope como nunca antes la había mirado. Dentro y fuera de ella, buscando a esa niña que no quería irse, extirparla de su interior para dar aliento a lo que quedaba. Lo vi cerrar los ojos un instante…, un instante de dudas, de miedos, del que busca llenarse de todo el valor que tiene y que sabe que va a necesitar.

Un temblor hizo crujir mi madera al comprender que nada sería lo mismo tras la conversación que estaba a punto de tener lugar. Y tuve miedo. Por Hope, por Joseph e incluso por mí mismo.

—Hope —la llamó en voz alta para hacerse notar mientras subía las escaleras.

—No está —contestó ella sin abrir los ojos.

Joseph se detuvo a su lado.

—¿Y quién es esta chica que veo?

—Una carcasa. Es increíble, ¿verdad? Poder estar en varios sitios a la vez. Mi cuerpo está aquí, acostado en el suelo frío y aunque no veo nada huelo la madera del teatro, el perfume de los actores, incluso puedo oír los murmullos y los aplausos. Pero yo no estoy.

—¿Dónde estás?

—En mi antigua habitación, con los ojos cerrados, mientras mi madre me canta

Lavender’s Blue. También oigo a mi hermano llorar en su habitación, la voz de mi padre intentando calmarlo. El sonido de las olas rompiendo contra las piedras, el mar tratando de engullirme; puedo sentir cómo me arde la garganta y me escuecen los ojos. Hago esfuerzos por nadar pero el miedo no me deja. Ya no veo a mi hermano. —Hope respiraba pausadamente; no lloraba ni gemía, solo recordaba. Se me heló la sangre al saber que estaba allí, allí de verdad—. Se puede estar en tantos sitios a la vez…

—Y sin embargo tú nunca estás en el lugar que te corresponde —la interrumpió Joseph una vez tomó asiento junto a ella.

—¿Crees que ellos también pueden estar en varios sitios a la vez? —siguió Hope, ignorando sus palabras—. ¿Crees que se acuerdan de nosotros? Hoy los he visto y sé que ellos también nos han visto, pero han hecho como si no lo hicieran. Me pregunto si lo habrán olvidado todo, si es posible.

—A veces olvidar y vivir se parecen mucho.

—¿Qué quieres decir?

—Que a veces solo son dos palabras para una misma cosa. Crees que olvidas, pero en realidad vives. Porque para vivir a veces hay que dejar atrás muchas cosas, incluso cosas sin las que crees que no podrías vivir. Vivir no es difícil, pequeña, lo difícil es despedirse de quien ya no eres, conseguir que mañana sea mejor que ayer.

—Tú no lo entiendes. Me olvidaron y olvidaron a James. Y no solo eso, también nos han reemplazado. Dime, Joseph, ¿cómo pueden? ¿Cómo pueden mirar a ese niño y reír? ¿Por qué?

Miré a Hope, buscando lágrimas en unos ojos que seguían cerrados. Pero no lloraba, era presa de un dolor al que ni las lágrimas podían dar nombre. Lo notaba en la firmeza de su voz, llena de rabia, cada vez que su estómago se contraía o apretaba los nudillos contra el suelo.

—Soy un monstruo —repitió.

—No, no lo eres.

—¿Sabes qué he pensado al verlos? Que eran felices. ¿Sabes lo único que ha cambiado? Yo. Era yo la que los hacía infelices. —La sonrisa triste que se dibujó en los labios de Hope me hizo apartar la mirada—. Una vez leí en un libro una leyenda que dice que cada cien años, si lo deseas con todas tus fuerzas, puedes ver una última vez a un ser querido que has perdido, tener la oportunidad de decirle todo eso que no pudiste decirle mientras vivía. ¿Sabes qué quiero decirle? —No esperó a que Joseph contestara—: «Te odio». En realidad, se lo decía todos los días. Cada vez que lo veía en una foto, cuando me acercaba a la playa, cuando me metía en el armario de su habitación a escondidas de mi madre para verla llorar en la cama. «Te odio, James». Era mi frase favorita. A veces la decía delante de mi madre —confesó y su voz tembló al hacerlo—. Era una niña horrible, un monstruo.

—Solo eras una niña.

—Me abandonó. Eligió irse. Eligió no estar a mi lado. Lo eligió. ¿Sabes qué deseaba? Que se hubiese muerto sin querer, saber que me quería aunque ya no estuviera. Pero no me quería. Se rindió, no fui suficiente motivo para luchar. —Joseph hizo un gesto con la cabeza que ella no pudo ver—. Lo peor de todo es que ni siquiera puedo odiarlo de verdad, solo puedo fingir que lo hago. ¿Qué hago con todo esto que siento?

Ahora sí podía verlas, las lágrimas, derramándose hasta salpicar el suelo. También veía las de Joseph y sentía las mías en el fondo de mi corazón.

Joseph estiró una de sus manos huesudas para asir una de Hope con fuerza. Le di las gracias silenciosamente.

—No eres ningún monstruo, Hope. No hay nada malo en ti. Deja que se vaya.

—¿Cómo lo hago?

—Perdonándolo y perdonándote.

—¿Tan difícil es quererme, que alguien se quede a mi lado? Mis padres habrían preferido que fuera yo la que muriese; todo habría sido distinto.

—No digas eso.

—¿Por qué no podían quererme? Ni siquiera lo intentaron.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Joseph, presionando un poco más su mano. En lugar de contestar, Hope cerró más fuerte los ojos—. ¿Nunca te has preguntado que tal vez no fuese solo cosa de ellos, que a lo mejor tú también tuviste algo que ver?

—No entiendo qué quieres decir.

Yo tampoco lo entendía, pero no podía articular una sola palabra.

—Claro que lo entiendes. ¿Quiénes fueron los primeros a los que dejaste de escuchar? ¿Te has preguntado alguna vez por qué?

—Todos los días.

Joseph meneó la cabeza.

—Nunca te has hecho las preguntas adecuadas. ¿Cómo crees que se sentiría un padre que acaba de perder a un hijo cuando el único que le queda se aparta de él como lo hiciste tú? No me malinterpretes, no intento justificarlos; jamás lo haría. Pero piénsalo. Los echaste a un lado, a ellos y a todo lo que te rodeaba. Apartaste la muerte de tu hermano y buscaste algo que ocupara su lugar, algo que te afectara directamente a ti y te impidiera seguir las etapas del duelo. Culparlo fue tu manera de mantenerlo vivo. Te encerraste en una burbuja en la que solo existías tú y la soledad que te habías autoimpuesto. No necesitabas a nadie.

—Hablas como si hubiese podido elegir —protestó Hope casi sin voz.

—A lo mejor son las locuras de un viejo —musitó él mientras le acariciaba el dorso de la mano con la que tenía libre—, pero creo que en eso sí tuviste algo que ver.

—Era una niña.

—Ya no lo eres —le recordó.

—Necesitaba a mis padres y ellos ni siquiera lo intentaron —repitió, ahogando un sollozo—. Me abandonaron.

—Sí, lo hicieron. Te olvidaron y es así como decidieron vivir. Es horrible, pero a veces tomamos decisiones desacertadas y egoístas. Así somos los seres humanos. —Joseph bajó la vista a la mano de Hope, que todavía mantenía unida a la suya—. Tu madre vino a verme antes de que se marcharan. —Fui consciente de la lucha de Hope por no abrir los ojos—. Inesperadamente se había quedado embarazada. Estaban a punto de divorciarse y ese niño era una oportunidad para intentar arreglar las cosas. Te quería, lo vi en sus ojos. Pero se había cansado de luchar, eso también lo vi —dijo con tristeza—. Ella pensaba que podrías ser feliz a mi lado. Por aquel entonces prácticamente vivías aquí, siempre te escapabas y te quedabas dormida en cualquier sitio.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo se le dice a un niño que sus padres se han rendido, que lo han abandonado? Prefería cualquiera de tus historias, así que esperé a que me la contaras tú misma. Lo siento. —Había tanto pesar en las palabras de Joseph que me estremecí—. Lo siento mucho.

—Yo no. —Ella apretó su mano—. Me diste un hogar y una familia.

Un silencio se extendió por los recovecos de aquella sala, silencio que Joseph acabó por romper.

—¿Dónde estás, Hope?

—No lo sé —contestó ella—. No lo sé.

—Ya va siendo hora de que regreses. —Su voz estaba llena de un cariño que pocas veces dejaba ver—. Abre los ojos, pequeña. Llora si tienes que hacerlo y deja atrás a esa niña que no sabe que olvidar solo es posible si vives.

Poco a poco, como si el cuerpo le pesara, Hope se fue incorporando. Cuando abrió los ojos, los tenía rojos y las lágrimas se deslizaban sin control por sus mejillas.

—Bienvenida —la saludó Joseph antes de envolverla en un abrazo.

Fue entonces cuando comprendí cuántas lágrimas se había guardado Hope para ella. Tenía todo un mar que ahora salía, rompía el pasado y la traía de vuelta hasta nosotros. Se había liberado; de su hermano, del abandono, de la culpa que había cargado durante años.

En el momento en el que las lágrimas cesaron, lo primero que hizo Hope fue desatarme de su cintura. Me colocó en el regazo de Joseph y nos miró uno a uno.

—Gracias a los dos, por hacerme feliz.

Y supe que yo también guardaba muchas lágrimas dentro de mí, aunque nadie pudiera verlas, como también supe que las lágrimas no siempre eran sinónimo de dolor.

Lo segundo que hizo fue mirar a Joseph con intensidad.

—¿Crees que tengo elección? ¿Que puedo elegir a quién escucho y a quién no?

—¿Lo crees tú? —fue la única respuesta que le dio él.

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