Honor

Honor


III

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III

 

Polonia

 

 

 

El ruido que producía un motor al ponerse en marcha, le sacó de su abstracción. ¿Habían dado la señal de despegar y él estaba dormido? No, era tan solo que unos mecánicos iban a comprobar un ajuste del encendido de uno de los aviones.

En ese momento se dio cuenta de que los pilotos de otra escuadrilla volvían desde el barracón en donde estaba el Wing Commander. Comentaban entre ellos las órdenes recibidas.

—¡Atentos todos! —dijo uno de ellos cuando ya se encontraba junto al Dispersal en el lugar en el cual todos los pilotos descansaban a la espera de tomar acción.

—En unas tres horas haremos el despegue. La misión será larga, pues acompañaremos a una gran formación de B-17 hasta el corazón de Alemania. Seguramente volveremos casi poniéndose el sol. Van a instalar depósitos auxiliares a los Mustangs, para aumentar la autonomía. En un par de horas daremos el Briefing de la misión. Si alguno quiere ir a comer algo, que lo haga ahora. Eso es todo.

Murmullos, comentarios y algunas caras de fastidio.

—Robert, ¿Vienes al Mess a tomar un refrigerio? —dijo un compañero muy joven con cara de crío travieso.

—No gracias, no tengo ganas, me quedo aquí.

Los otros pilotos se alejaron lentamente, con ese andar característico, moviendo el cuerpo de lado a lado, a grandes zancadas obligados por el tamaño de las voluminosas botas de aviador, botas de media caña, forradas de borrego en su interior, para soportar el frío de las cabinas cuando subían a gran altura.

Se tumbó de nuevo en la hamaca, y dejándose acariciar por el sol de la mañana, volvió a sumergirse en sus recuerdos.

 

***

 

¡Qué años tan diferentes siguieron a aquella chiquillada de la construcción del APR-1! Peter dejó su casa y se trasladó a Darmstadt, empezando sus estudios técnicos de ingeniería. Robert se quedó como huérfano, sin su amigo con el cual compartía la locura de la aviación sin motor. Pero al final del verano trabó amistad con un nuevo muchacho, al cual no conocía apenas de antes, como no fuese tan solo de vista, algo más entrado en años que él y con el que intercambió conversación por primera vez en los últimos días del verano. Su familia tenía una pequeña fábrica de muebles muy pegada al pueblo de Poppenhausen. Se llamaba Alexander Schleicher.

Un día, los dos sentados sobre la hierba, junto al borde de la ladera de Wasserkuppe, mientras miraban con arrobo, cómo algunos veleros maniobraban en ese silencio de la montaña, tan solo roto por el ruido de la brisa al subir la ladera y el agudo silbido del aire que se escuchaba a veces al pasar un avión muy bajo sobre sus cabezas, Alexander le dijo.

—¿Tú eres el hijo de Stanko, el de la serrería, verdad?

Robert le miró a la cara y asintió con la cabeza, mientras decía un casi imperceptible “si”.

—Mi familia tiene la fábrica de muebles, alguna vez hemos ido al almacén de tu padre a buscar maderas.

El silencio los envolvió de nuevo, mientras seguían absortos las evoluciones de los aviones.

—Mi padre quería aumentar el negocio de los muebles, pero con la pobreza que inunda Alemania, no se atreve a incrementar el trabajo. No hay demanda.

Al cabo de un rato, y sin quitar la vista del cielo, le preguntó a Robert.

—¿Sabes en dónde fabrican todos estos aviones sin motor? Éste pensó durante unos instantes antes de responder.

—Nosotros hemos construido un planeador, pero el comité técnico nos ha impedido volarlo este año. Lo volamos el verano pasado. Hombre no era algo especial en el aire, pero nos sirvió para dar con él pequeños saltos. Este año ya hemos aprendido de verdad a volar un poco, dar virajes aterrizar sin darnos grandes golpes...

—Ya —interrumpió el otro—. ¿Pero todos los que se quieran acercar a este deporte, qué pueden hacer para volar?

Robert quedó algo pensativo, y antes de que pudiera responder, Alexander le sacó de  sus dudas.

—Pues nada, la verdad no conozco a ninguna fábrica que se dedique a construir este tipo de aviones. Mira —dijo señalando a los veleros que estaban posados sobre la hierba—, todo lo que ves aquí se lo han tenido que construir ellos, y eso no es nada fácil si no se tienen una serie de conocimientos.

—¡A mi me lo vas a decir con lo que nos costó fabricar nuestro planeador! —dijo Robert.

—Los estudiantes de Darmstadt, o de Hamburgo, han construido sus veleros, gracias a la ayuda de sus universidades, pues de lo contrario sería imposible —continuó Alexander—, pero yo quería dar una oportunidad a las personas que quieran volar y no puedan o no sepan construir un avión.

—Fíjate la cantidad de gente que hay aquí mirando este milagro del vuelo sin motor.

La verdad era que había cientos y cientos de personas sentadas sobre la hierba, observando con incredulidad, cómo los veleros se paseaban por delante de la montaña, sin perder altura, balanceando sus alas con las ráfagas de viento, en silencio, en ese milagro increíble de mantenerse en el aire, sin que ningún motor les sostuviese.

—Tengo un proyecto, una ilusión —continuó diciendo Alexander sin dejar de mirar atentamente a los veleros que de vez en cuando pasaban a pocos metros sobre ellos, con ese suave lamento, un sonido especial que hacía el aire al acariciar las alas del velero—. Mi familia tiene una fábrica de muebles, ya lo sabes, pero yo quiero hacer una fábrica de aviones, de planeadores, que la gente que quiera dedicarse a esto pueda comprar aquí su avión, aprenda a volar y disfrute de esta maravilla del vuelo.

—¿Pero tú crees que puede haber tantas personas que quieran dedicarse a esto? ¿No piensas que en el momento que a Alemania se le levante la restricción que pesa después de la guerra, y se permita de nuevo volar con aviones de motor, esta actividad se acabará?

Alexander movió de lado a lado la cabeza y después de meditarlo un poco le respondió.

—No, yo veo un futuro en el cual el vuelo a vela, como quieren llamarlo ahora, será una actividad extraordinaria. Construiremos aviones que tendrán un rendimiento impensable. Seguro que hay otras formas de aprovechar las corrientes de aire que se generan en la atmósfera. De momento los veleros están anclados en la montaña, sacando provecho de la corriente de aire que remonta la ladera, pero mira a los pájaros. Estos vuelan por todas partes. Fíjate como las águilas o las grandes rapaces, no solo son capaces de volar por las montañas, lo hacen por cualquier sitio, y sin pegar ni un aletazo. Eso significa que hay más corrientes de aire que pueden llevar a los veleros a las alturas, pero que todavía hoy, no sabemos sentir ni aprovechar. Seguro que dentro de poco tiempo podremos servirnos de ellas.

—La aviación, todavía está empezando su andadura, y sobre todo el vuelo a vela, pero estoy convencido que dentro de unos años, esto cambiará.

—¿Y la situación de Alemania también? —dijo inquisidor Robert.

—Ten fe de que Alemania volverá a tener otra vez el puesto que la historia le reservó. Ya sé que ahora todo es miseria y pobreza, pero somos un pueblo fuerte y capaz.

Después dirigiéndose directamente a Robert mientras le miraba con fijeza a los ojos le preguntó.

—¿Tu querrías trabajar en esta fábrica de veleros, si finalmente la montamos?

—Si, por supuesto —afirmó con seguridad Robert.

Se hizo un silencio, espeso, cómplice entre los dos. Ellos seguían con la mirada fija en el velero que con insistencia seguía sobrevolando la parte frontal de la montaña, en pasadas continuas a baja altura. Silencio de la brisa de la tarde, que solo estaba acompañada por el suave silbido de las alas del avión al cortar el viento cuando pasaba a unos pocos metros sobre sus cabezas. Alexander, sin mirarle a él, pues continuaba con la vista fija en las evoluciones del avión dijo.

—Ya sé que todo es ruina y pobreza en este país. Las cicatrices de la guerra tardarán todavía mucho en sanar. Pero tiene que haber algo que nos una, que nos de fuerza para salir adelante. Algo que los demás países no posean, que sea solo nuestro. Nadie todavía se dedica a esta actividad. Nadie todavía ha pensado en volar como los pájaros. Yo estoy seguro de que esto algún día será una actividad importante, única.

—No sé si seremos capaces de construir buenos veleros, pero tengo fe de que al final lo lograremos. Mi familia sabes que ha regentado desde generaciones la fábrica de muebles que tenemos. Creo que fueron mis abuelos o antes incluso, cuando se fundó este negocio. ¿Quién compra muebles ahora? En la situación en que estamos prácticamente nadie. No conozco, por desgracia a ninguna persona de este pueblo que quiera dedicarse a volar sin motor...

—Sí, mi amigo Peter Wolf, ¿Lo conoces? —interrumpió Robert.

—Ya sé, —continuó Alexander— pero él se va ahora a Darmstadt a estudiar. Quiero proponerle que cuando acabe sus estudios nos ayude, en esta labor. Ya sabes que el grupo Akaflieg de esta universidad es unos de los más activos en este nuevo deporte.

De nuevo el silencio se estableció entre los dos muchachos. El viento parecía que se iba calmando y el único velero que continuaba volando, cada vez a menos altura, al disminuir la fuerza ascendente de la brisa, enfilaba un prado al pie de la montaña, para hacer el aterrizaje. Los dos se levantaron para ver esa maniobra y observar cómo con bastante maestría el piloto lo posaba blandamente sobre la hierba. El avión se detenía, y mientras sus compañeros corrían ladera abajo hacia el avión, el que lo había pilotado salía de la estrecha cabina alzando los brazos en señal de triunfo.

Los dos nuevos amigos, envidiaban sanamente a éste héroe, que para ellos era el piloto, y que se había mantenido más de una hora sobrevolando la montaña de Wasserkuppe.

 

***

 

Terminó el verano, y después de él, en la cima de la ladera, empezaron a quedar algunos barracones y personas que durante el invierno, pese al tiempo desapacible y las nieves, intentaban mantener vivo el fuego del vuelo a vela.

Robert trabajaba en la serrería de su padre, a la espera de que la iniciativa de Alexander se materializase en algo más. También otros aficionados, querían crear en ese entorno la primera escuela que enseñase el arte de volar sin motor.

Para estar más en contacto con Peter, se acercaba muchas veces a la granja de su familia. Allí hablaba con Annette que se estaba trasformando en una mujer de fuerte personalidad y belleza. Era ya algo más alta que Robert, conservaba su larga melena rubia, y su cuerpo se volvía recio, fuerte, y de llamativas curvas. Los dos disfrutaban de las largas conversaciones sobre la aviación sin motor, y la muchacha le contaba las cartas que mandaba Peter. En ellas decía que además de sus estudios estaba integrado en el grupo de universitarios del Akaflieg, una organización, patrocinada por la universidad y que su propósito era la investigación y construcción de aviones sin motor. Apuntaba que volarían el verano siguiente en Wasserkuppe, cuando de nuevo la competición de vuelo a vela retomase su actividad.

—Mira —decía a Robert acercándose a él para leer juntos la última carta de su hermano que ella le enseñaba—, dice que el grupo Akaflieg, está diseñando y construyendo un nuevo velero que va a ser una revolución que…

Robert casi no atendía las palabras de Annette, muy pegado a su cara, mirando a la carta, lo que notaba era el olor de la muchacha, su lozanía, sentía su calor, su humanidad. Estos momentos de ver lo que escribía su hermano eran el desarrollo incipiente de algo más que una simple amistad. Robert se sentía envuelto en el aroma de mujer que ella desprendía.

¡Que bonitos fueron todos aquellos años! Los tres amigos abandonando la infancia y sumergiéndose de lleno en la juventud. Alemania seguía en una situación casi imposible, paro, miseria y sin ver nada de luz en el porvenir. Pero ellos en su pequeño pueblo de Poppenhausen disfrutaban de la vida sencilla, ajenos a la situación de las ciudades, bañados en un remanso de paz y de ilusión. El vuelo a vela parecía que podía ser el aglutinante de los alemanes para alcanzar algo que les diese relevancia, fuerza, que uniera voluntades de cara al resto del mundo.

Cuando llegó el verano, otra vez, las laderas de Wasserkuppe, se cubrieron no solo de hierba y flores, sino de multitud de pequeños planeadores, de construcciones artesanales, fabricados en su mayoría por los propios pilotos, que intentaban con mayor o menor fortuna, mantenerse en el aire, aprovechando la brisa que soplaba contra la montaña.

El proyecto de Alexander Schleicher, seguía sin concretarse. No podían fabricar aviones. Les faltaba experiencia, verdaderos técnicos, ingenieros que supieran diseñar un velero. Pero eso en parte les vino bien. Con el desarrollo de los vuelos, los planeadores, se rompían con gran facilidad. Principalmente por la falta de habilidad fruto de la inexperiencia de los pilotos. La familia de Alexander les dejó libre una pequeña ala de la fábrica de muebles de su negocio, y allí empezaron a reparar, los largueros, las maderas rotas, remendar la tela de algodón que cubría las alas, labor en la cual Annette se hizo una persona experta.

Todos estos trabajos de reparación, les ayudaron a conocer cómo estaba construido de verdad un avión. Cómo había que tratar la madera, cómo fabricar un ala que tuviera la suficiente rigidez y fuerza, y a la vez que fuera muy ligera para evitar todo el peso innecesario al velero. Cómo poner la tela que recubría las superficies, cómo coserla y una vez puesta dar los barnices necesarios para hacerla impermeable, al agua, al viento y también para que quedara tensa como un tambor.

En un principio, las reparaciones se llevaban a cabo gracias a la ayuda de los propios fabricantes y pilotos, que dirigían la operación de arreglar las roturas, pero a medida que fueron cogiendo experiencia, sus trabajos ganaron en calidad, de manera que ya el resto de los dueños de los aviones se fiaban de la manera de trabajar en ese taller incipiente.

 

***

 

El siguiente verano, el grupo Akaflieg de la universidad de Darmstadt, se presentó al concurso con un velero revolucionario. Le llamaron Konsul. El nombre venía dado por la financiación que había dado el cónsul de Noruega para su construcción. Aunque la universidad proveía de fondos, la fabricación y diseño de un avión era algo bastante costoso. Tenía un ala de 18 metros de envergadura. Un ala que ya no estaba sostenida por cables o riostras. Era limpia, tan bien diseñada que no necesitaba de esas apoyos para darle rigidez y ser capaz de soportar los esfuerzo aerodinámicos. Eso lo que hacía era conseguir una resistencia mínima al aire. El velero planeaba muy bien, con una tasa de caída tan pequeña, que era capaz de aprovechar la más mínima ascendencia del aire al remontar la brisa la ladera de la montaña.

Aunque el piloto designado en un principio era una persona con bastante experiencia de vuelo, al final del verano, también a Peter, como uno más de los que había contribuido a fabricar el avión, se le permitió volar el Konsul. Robert tenía una sana envidia de su amigo, que estaba disfrutando de poder pilotar el mejor velero que en ese momento había en el mundo.

Después del primer vuelo, se reunieron en el taller de reparación, Allí a la luz de unas tenues luces, degustando una sobria cena, Peter, junto a Alexander, Robert y Annette, contaba, algo exageradas, las sensaciones de vuelo que había tenido. Cómo por primera vez se había podido mantener por delante de la ladera de la montaña, volando a vela, no haciendo tan solo un largo planeo hacia la falda de Wasserkuppe. Había sido capaz de permanecer en el aire más de una hora. Pero ahora los records de permanencia no tenían ya casi ninguna relevancia. En los primeros tiempos del vuelo sin motor, parecía que lo más importante era saber cuanto tiempo un planeador era capaz de mantenerse en el aire. Pero con el desarrollo de los nuevos veleros y fundamentalmente con la experiencia ganada de cómo funcionaba la ascendencia producida por la brisa al incidir perpendicularmente contra la ladera de la montaña, permanecer en vuelo dependía únicamente de que el viento continuase constantemente soplando. Si éste se mantenía se podía volar ininterrumpidamente si el piloto era capaz de soportar la fatiga. Por eso los records de permanencia se habían disparado a muchas horas de vuelo seguidas. Ahora lo que se buscaba como el vuelo más interesante, era la distancia que un piloto podía llegar a volar. Pero esto estaba limitado a la longitud de la montaña, o poder enlazar ladera tras ladera, y pasar de una a otra para recorrer más kilómetros.

Cada verano, esas distancias iban aumentando, pero desgraciadamente los veleros seguían anclados en las montañas. No podían volar fuera de ellas. Todo lo que hacían era despegar desde la cima, gracias a las “gomas” que los lanzaban al espacio, y aprovechando la brisa que incidía contra la ladera usar la fuerza ascendente del aire que subía pegado a la montaña, para mantenerse volando. En el fondo, era la misma técnica que empleaban las gaviotas que vuelan por delante de los acantilados cuando la brisa marina incide contra la tierra. ¿Pero que significaba eso? Pues que el día que no había viento no existía esa ascendencia. Esos días que desgraciadamente eran bastante numerosos en verano, cuando las calmas y las altas temperaturas se extendían sobre Wasserkuppe, el único vuelo posible, era planear descendiendo continuamente desde la cima de la montaña hasta el valle. En el fondo, según la frase de Robert, los veleros eran pájaros paralíticos, pues éstos cuando no encuentran algo en donde mantenerse, baten las alas, algo que los planeadores no podían hacer.

A medida que pasaban los años, y sobre todo los veranos, Robert se afanaba en observar a los grandes pájaros. Cómo volaban, cómo se mantenían en el aire sin dar un solo aletazo, y permanecer indefinidamente sin tocar la tierra. Por primera vez, saliendo de las montañas, vio la técnica de vuelo de las grandes rapaces. Estos pájaros, las águilas, los milanos, daban vueltas y vueltas, girando incansablemente sobre un punto del terreno, y allí, no solo se mantenían sino que incluso ganaban altura. Al principio no entendía por qué sucedía esto, pero a base de observar y observar, se dio cuenta de que muchas veces estos giros lo daban debajo de las nubes cumuliformes, de esas nubes que eran planas por su base y como una alcachofa por su parte alta.

¿Cómo se formaban esas nubes? Llegó a la conclusión de que debería de haber corrientes de aire caliente que se desprendían de la superficie terrestre, y que el aire que subía al final formaba esas formaciones nubosas. Seguramente los pájaros, de una manera instintiva, aprovechaban esos “globos” de calor, invisibles para nuestros ojos, y dando vueltas y vueltas dentro de esa corriente que ascendía, se dejaban llevar a las alturas. Le pareció que eso podía revolucionar este deporte, pues esas masas de aire que subían no solo se producían en las montañas sino también en las llanuras. Eso significaría que no solo se podría volar saliendo desde una cima sino que se podría volar por todas partes, incluso que no había que esperar a días de viento para volar a vela.

No obstante no podía investigar ese descubrimiento hasta que pudiese el próximo verano, Sería un secreto que de momento ni siquiera se lo diría a sus amigos.

 

***

 

El año siguiente, llegado el mes de agosto, una vez más la montaña de Wasserkuppe se cubrió de veleros, y de aficionados a este deporte. Cada vez había más curiosos dispuestos a observar como impenitentes espectadores el milagro del vuelo a vela. Además los accidentes e incidentes habían disminuido de una forma drástica, pues la experiencia iba dando sus frutos entre los pilotos y constructores.

Llegó el día mágico, el día esperado para hacer el mejor vuelo del verano. Brisa constante del Oeste, algunas nubes esparcidas por la llanura que pasaban sobre la montaña y la inquietud entre todos los pilotos para conseguir la mayor distancia posible. Unos meses antes, Robert junto a Peter y a Annette, habían hecho una excursión en bicicleta investigando todos los recovecos, todas las partes de la montaña, en las cuales el viento podría dar el suficiente empuje para mantenerse volando, saltando de ladera en ladera.

Peter volaría el Konsul. Este avión ya no era lo “último” en diseño, pero seguía siendo unos de los mejores veleros del momento. Robert iba a volar otro avión construido en la universidad de Hamburgo, y que gracias a que había sufrido ligeros daños en un aterrizaje, y reparados en el taller de Alexander por los muchachos, el grupo universitario dueño del avión, le dejaba volarlo, como “pago” por los trabajos de reparación efectuados.

Casi al mediodía, el viento soplaba constante y perpendicular a la montaña. Los veleros salían lanzados uno detrás de otro desde la cima de la ladera. Los equipos de tierra se afanaban en poner las gomas delante de los aviones, tensarlas tirando siete u ocho personas de cada una de ellas y catapultar al aire el planeador. Todos los pilotos esperaban con impaciencia su turno. Delante de Robert salía el Konsul con su amigo dentro. Siempre antes de volar, debido seguramente a la novedad y a la inexperiencia notaba esa extraña sensación en el estómago, esa inquietud. ¿Era miedo? Se negaba a reconocerlo, pero seguramente debería serlo. Lo que si siempre había experimentado, es que una vez que ya había hecho el despegue, esa sensación desaparecía y disfrutaba plenamente de las delicias del vuelo. Es más cuando se producía el aterrizaje, un sentimiento de euforia lo inundaba.

Vio como el Konsul salió catapultado al espacio y se unía a la docena de veleros que volaban por delante de la ladera, apoyándose en la ascendencia que provocaba el constante viento Oeste.

Su avión se puso en la zona de lanzamiento.

—¿Todo listo? —preguntó la persona que dirigía los despegues.

Robert asintió con la cabeza. Comprobó que estaba atado por un pequeño cinturón a la cabina, las gafas bien puestas sobre los ojos, y nada más. Su avión no tenía ningún instrumento de vuelo. Ni siquiera un parabrisas, su cabeza sobresalía de la escueta cabina, y sentir el aire contra su cara le diría si la velocidad que llevaba era la correcta. Había una pequeña lanita que colgaba de un alambre por delante de su habitáculo y su movimiento durante el vuelo le diría si volaba coordinadamente o no.

Las gomas fueron enganchadas al morro del avión. Se abrieron en una amplia V, y al final de cada una se dispusieron a tirar de ellas siete personas. Otros voluntarios agarraron la cola del avión con una cuerda.

El que dirigía el despegue, miró fugazmente a una manga de viento que escribía su historia a medida que las rachas de aire la movían y sin más dilación gritó.

—¡Tensar! ¡Correr! ¡Vamos más fuerza!

Robert veía cómo delante del avión los que estaban al final de las gomas corrían con determinación estirándolas más y más. Se daba cuenta de la tensión que se trasmitía a toda la estructura del velero haciendo vibrar ligeramente el fuselaje. Notaba su corazón, que se aceleraba por momentos, latía con la incertidumbre de la aventura. En unos segundos el que estaba sujetando la punta del ala para mantener horizontal el avión, dijo suavemente a los que mantenían la cola.

—¡Soltar!

Salió lanzado hacia delante. Tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que la cabeza con la inercia se fuera hacia atrás. El velero se arrastro menos de unos cinco metros sobre la hierba, y ya se encontró en el aire. Pasó como una exhalación a muy poca altura sobre los que habían estirado las gomas, y ya con un poco más de altitud sobre la ladera, inició un viraje para mantenerse por delante de la montaña. Sintió como el aire caliente de la tarde le impulsaba hacia arriba y empezaba a remontar por encima de la cresta de Wasserkuppe. Había que tener cuidado con el resto de veleros que estaba casi todos volando por la misma zona. Trataba de mantener bien la velocidad y la coordinación, eso era lo que hacía que el velero volara seguro.

Al cabo de unos quince minutos, se mantenía ya tranquilamente a más de cien metros sobre la montaña. Vio como Peter con su velero empezaba a deslizarse hacia el norte y pegándose a él le siguió. Comenzaron esta “excursión” unos cinco o seis veleros más que intentaban recorrer el máximo número de kilómetros siguiendo la forma de la montaña.

Poco a poco se iban alejando de la zona de lanzamiento. Ya no tenían debajo de ellos a esa gran cantidad de gente, que junto a niños y viejos estaban sentados sobre la hierba admirando las elegantes evoluciones de aquellos que aspiraban a volar como los pájaros. Llegaron al primer paso que estaba entre dos laderas. Algunos pilotos, con precipitación y sin suficiente altura intentaron alcanzar en puro planeo la siguiente montaña. Los veleros llegaron muy por debajo de la cresta de la ladera, y sin poder coger la ascendencia se vieron obligados a aterrizar en alguno de los prados que había por delate de la zona montañosa. Esto no ofrecía prácticamente ningún peligro, pues esos primitivos veleros volaban a velocidades de unos 40 o 50 Km/h, y podían aterrizar en menos de unos 20 o 30 metros. No tenían ruedas, sino tan solo un “patín” como una tabla de ski bajo el fuselaje, que se deslizaba sobre la hierba para proteger a aquel. Una vez que estaba en el suelo, venía la parte más engorrosa. El equipo de recuperación se presentaba con un remolque o carromato, desarmaba las alas y la cola y con paciencia se dirigían de nuevo a Wasserkuppe, en donde volvían a montar el velero. De todas formas era relativamente normal que una piedra, o una roca pudiera hacer pequeños desperfectos en el avión que había que reparar antes del siguiente vuelo.

Robert apreció cómo el Konsul que pilotaba Peter se detenía en la última parte de la ladera hasta que recuperase la altura suficiente para intentar el paso a la siguiente montaña. Cuando el viento aumentó en alguna de sus ráfagas permitiendo incrementar un poco más la altitud de su vuelo, Peter se lanzó seguido por Robert en un planeo para alcanzar la próxima ladera. Ambos aviones se deslizaban perdiendo altura al haber abandonado la ascendencia de la montaña. Llegaron por debajo de la cresta de la cima, volando a solo unos escasos metros sobre el suelo, pero de nuevo la ascendencia que producía el viento les mantuvo y empezaron a aumentar su altitud. Así estuvieron volando ladera tras ladera, recordando los recovecos en donde el viento más podría ayudarles. Esas formas de la montaña que ellos habían memorizado después de aquella excursión en bici. Al final, aquello se acababa. Ya no se podía llegar más lejos. La siguiente cresta estaba tan alejada que era imposible alcanzarla. Tan solo estaban solos en el aire Peter y Robert. Peter se lanzó en el último planeo, mientas su amigo se quedaba dando vueltas todavía al final de la ladera, y pudo ver como estirando al máximo el rendimiento de su avión acabó aterrizando cerca de una granja, en un extenso prado en el cual pastaban dispersas algunas vacas. Robert sabía que el avión de Peter planeaba más, era superior al suyo. Él se quedaría un poco antes de donde había aterrizado el Konsul. No podría ganarle en esta competición de distancia.

Seguía dando vueltas y vueltas delante de la última montaña, apoyado en la brisa de la tarde, antes de abandonar ésta y lanzarse al planeo final. De pronto, una sombra pasó por su parte derecha. Era un pájaro bastante grande. De color gris, las plumas de la punta de las alas abiertas. ¿Sería un águila? No lo sabía, pero estaba volando exactamente como él, aprovechando la ascendencia que proveía el aire al incidir el viento contra la montaña. En un momento el pájaro pasó, en una de las maniobras de viraje, muy cerca de él. Vio como volvía la cabeza para mirarlo, pico acerado, ojos penetrantes, parecía observarlo con indiferencia. Pero el águila en lugar de seguir dando vuelas por delante de la ladera, emprendió un vuelo recto. Se alejaba de la montaña perdiendo altura, pero no movía en absoluto las alas. Ya casi no podía seguirlo con la vista, cuando vio como empezaba a dar giros. ¿Sería que estaba aprovechando una de esas pompas de aire caliente que posiblemente se desprendían de la tierra y formaban las nubes? Aparentemente sobre la posición del pájaro había una recortada nubecilla. La base de color gris y la parte alta blanca, inmaculada. No lo dudó. Pilotó su velero a la posición en donde el pájaro daba vueltas. Sabía que en parte se la estaba jugando. En esa zona no había nada más que piedras y prácticamente ninguna zona llana en donde poder efectuar el aterrizaje si al final se iba al suelo. No quiso pensar en ello. Llegó debajo del pájaro e intentó acomodar su vuelo al del ave. Daba vueltas debajo de él. Era algo a lo que no estaba acostumbrado. El pájaro viraba y viraba en círculos muy cerrados. Robert se abría algo más, su experiencia de pilotaje, era todavía muy precaria y dar virajes ceñidos, nunca lo había probado. Alternativamente miraba con atención la posición del animal, para volar justo debajo de él y, por otro lado, tenía los cinco sentidos puestos en que el velero no se desbocase, no entrara en una posición anormal. No era capaz de medir cuanto tiempo estuvieron así, tenía puesta toda su atención en la técnica de pilotaje y en mantenerse en la medida de lo posible justo debajo del gran pájaro. Por fin éste, ya muy cerca de la nube, abandonó esta forma de volar dando vueltas y vueltas y se dirigió por derecho hacia la llanura. En ese momento, Robert dejó también de virar y por primera vez lanzó su vista hacia la dirección del ave. Su sorpresa fue mayúscula. Se percató entonces que había subido.

¡Y mucho! Estaba a una altura inusual sobre la campiña. Antes preocupado por mantener el avión estable en los virajes, y mirando casi continuamente hacia arriba para acomodar su vuelo al del pájaro, no había tenido conciencia de su posición respecto a la tierra. Empezó a pegar gritos de alegría. No podía contener la euforia que lo inundaba. Aquello de volar dentro de esas pompas de aire caliente que subían hacia las nubes funcionaba, aunque encontrarlas sería algo difícil si no había cerca algún pájaro que marcase su posición, pues eran invisibles al ojo humano.

A mucha altura sobrepasó el Konsul de Peter que se veía allá abajo posado sobre la hierba. Fue trasformando toda esa altura ganada, en distancia. Mas de una vez notó las sensaciones que había experimentado cuando subía dando vueltas bajo el ave, ese empujón del aire, ese estremecimiento de las alas producido seguramente por la ligera turbulencia que producían en la atmósfera las corrientes ascendentes, pero no quiso virar, no sabía si sería capaz de aprovechar de nuevo esa ascendencia que acababa de descubrir, y tan solo le bastaba alargar todo lo posible el planeo, para ganar el mejor vuelo del campeonato.

Por fin se encontraba ya muy bajo sobre el terreno. Había que pensar en el aterrizaje. Un poco a su izquierda tenía un amplio campo que parecía recién segado de alguna cosecha de cereal. Decidió dirigirse allí. Antes una rápida mirada al humo de la chimenea de un caserío cercano para que le marcara la dirección del viento, y ya a muy pocos metros sobre el suelo se preocupó de posar lo más suavemente posible su avión. El patín de la parte baja del fuselaje, rozó el terreno. Rebotó ligeramente y de nuevo escuchó el sonido de la tierra al arrastrarse el velero en su carrera de aterrizaje. Una par de pequeños movimientos y el avión se detuvo. El ala izquierda, ya el velero parado, se apoyó suavemente sobre el suelo. Después de haber estado escuchando y sintiendo el sonido del aire contra su cara durante bastante tiempo, el silencio lo envolvió. Una sensación de tranquilidad, de relax se apoderó de él. Aquello fue un momento mágico. No sabía cuanto había estado volando, pero seguramente habría sido bastante más de una hora. Se sentía cansado, fruto de la tensión que había tenido durante ese vuelo.

Salió de la cabina y después de inspeccionar el velero comprobó que no tenía ningún daño. El terreno era algo pedregoso, pero el patín había protegido el fuselaje de las pequeñas piedras. Vio la huella que había dejado éste en el suelo y dedujo que la carrera de aterrizaje, apenas habría sobrepasado los veinte metros.

A lo lejos se acercaban corriendo dos chiquillos seguidos de una persona de edad montada en un caballo o en un mulo, no lo distinguía con certeza.

Cuando llegaron a donde él estaba, lo primero que preguntaron es si se encontraba bien. Ellos pensaban que había sufrido un accidente de aviación que le había obligado a hacer un aterrizaje forzoso. Robert les explicó como pudo que aquello era un avión sin motor, que estaban haciendo un campeonato y que había salido de Wasserkuppe. La incredulidad casi se reflejaba en el rostro de la persona mayor. Era imposible, El punto de salida que había dicho Robert, estaba a más de ¡40 Km.! de donde había aterrizado.

Por fin consiguió que le montaran en el caballo y a lomos de éste fueron a la aldea más cercana, a buscar un teléfono para avisar al equipo de rescate y que vinieran a desarmar el velero.

 

***

 

Llegaron ya totalmente de noche a la montaña del Rhön. El recibimiento fue apoteósico

—¿Cómo has podido hacer este vuelo? —preguntó Peter—. Te he visto pasar sobre mí a una altura increíble. Dabas vueltas y vueltas, pero ibas ganando altura, además estabas sobre la llanura, no sobre la montaña. Después te perdí de vista mientras te alejabas de mi lugar de aterrizaje.

Al día siguiente, hacia un día infernal. Viento racheado y muy fuerte mezclado con pequeños chubascos. Todos se afanaron en fijar con cuerdas al suelo los veleros que había en la cima, para que el aire no se los llevara. El avión de Robert, quedó dentro de un barracón desarmado, lo montarían cuando mejorase el tiempo, y la pléyade de pilotos se dirigieron bajo una gran tienda de campaña cuya tela flameaba agitada por el viento, para comentar el vuelo del día anterior.

Ahí Robert tuvo que explicar, cómo durante la primavera había ido primeramente con Peter y su hermana, a recorrer las montañas en toda su longitud, para ver en qué zonas se podría subir y mantenerse mejor, y cómo otro día observando el vuelo de los pájaros llegó a la conclusión de que volando en círculos dentro de las corriente ascendentes, como hacía estos, se podría ascender. Se estableció una animada discusión, hasta que un meteorólogo al que todos conocían como el profesor Walter Georgii dio una explicación.

—El mecanismo de formación de las nubes convectivas es conocido desde hace años. La tierra se calienta de manera desigual debido a los rayos solares. No tiene la misma temperatura un bosque que un arenal o que un lago. El aire que hay encima del terreno, coge la temperatura de la superficie que tiene debajo. El resultado es que al cabo de un cierto tiempo, hay zonas de la atmósfera, pegadas al suelo, que tienen diferencias de varios grados de temperatura. Eso es suficiente para que el aire en contacto con las zonas más cálidas, debido a que tiene menos densidad al volverse más caliente, se escape hacia arriba como un gigantesco globo, o corriente que asciende. Esas corrientes al final forman las nubes convectivas, las que denominamos como cúmulos, que son más o menos planas en su parte baja y redondas por la parte superior.

—Pues bien eso lo conocíamos los meteorólogos hace tiempo, pero lo que no se sabía era la intensidad y fuerza de esas corrientes que subían hacia la parte alta de la atmósfera. Lo que ha hecho Robert Stanko es, observando la técnica de vuelo de los grandes pájaros, imitarla y aprovecharse de esas burbujas que ascienden. Las deberíamos de llamar “térmicas” pues se producen por diferencias de temperatura. De todas formas, siempre había pensado, personalmente, que una de esas corrientes tenía la fuerza suficiente para hacer subir un pájaro, pero no un avión, aunque sea uno diseñado para planear como son nuestros veleros.

Surgieron muchas discusiones entre los pilotos sobre cómo conseguir volar dentro de esas “térmicas”. Una vez más le preguntaron a Robert, que explicase exactamente cómo había volado dentro de esa ascendencia.

Éste contó lo mejor que pudo lo que había hecho. Cómo fue acomodando el vuelo al del pájaro. Dijo que éste no hacía círculos perfectos, sino que iba abriendo y cerrando continuamente sus virajes. Seguramente la ascendencia no era aire estable, sino que cambiaba al subir. Explicó cómo sentía la turbulencia y lo que él notaba como empujones a su velero.

Fue un día muy importante, pues al final de la jornada se llegaron a bastantes conclusiones. Había que construir los nuevos aviones sin motor de una manera diferente, pensando más en la maniobrabilidad, pues hasta ahora la capacidad de poder volar en estrechos círculos no se había tenido en cuenta, ya que pasearse por delante de la ladera no exigía esa característica.

También iba a ser necesario poner instrumentos en las cabinas. Hasta ese momento como se volaba muy cerca del suelo, sobre la montaña, la simple observación del terreno, era suficiente para comprobar la velocidad y la altura, pero a partir de ahora, volando a gran altitud esa perspectiva se acababa.

 

***

 

El descubrimiento de las “térmicas” fue la mayor revolución en el vuelo a vela. Hasta ese momento, los veleros estaban anclados en las montañas. Solo podían volar sobre ellas y, únicamente, cuando el viento, incidiendo contra la ladera creaba delante de la cresta una ascendencia. Pero había muchos días sin viento, lo cual hacía que el vuelo fuera un simple planeo hacia el valle. Las térmicas propiciaban que se pudiese volar en cualquier terreno, no solo en las montañas. Siempre que el sol calentase, éstas corrientes ascendentes se producirían y poco a poco los pilotos empezaron a saber cómo aprovecharse de ellas. Al cabo de algún tiempo los records se dispararon a cifras impensables hacía tan solo un par de años. Se recorrieron distancias de cientos de kilómetros, y se alcanzaron alturas de muchos miles de metros.

Se diseñaron y construyeron veleros pensando en esta nueva manera de volar, maniobreros, ágiles, y también en parte se fue abandonando el sistema de hacerlos despegar desde el suelo. Cuando se volaba en un campo que no estaba en la cima de una ladera, el tradicional método, de lanzar el velero por medio de las gomas era imposible de aplicar. La única manera era remolcando el planeador por medio de una avioneta. Se unía a ésta por un cable o cuerda y así despegaba el avión remolcador arrastrando el velero hasta una cierta altura. Allí el piloto de vuelo a vela, soltaba el cable y empezaba a volar por su cuenta, buscando las térmicas que le hicieran mantenerse en el aire.

Esto creó grandes controversias. Los “puristas” del vuelo a vela no querían acomodarse a todos estos nuevos descubrimientos. Consideraban una “aberración” no salir desde una montaña impulsados por las “gomas”. Para ellos una avioneta era un medio “mecánico” y el vuelo a vela debería moverse solo gracias a las fuerzas de la naturaleza o de los hombres. No querían volar ahora con una cabina que poseía un montón de instrumentos. Estos viejos pilotos querían seguir notando el viento en sus caras, apreciar la altura visualmente sobre la cresta de la montaña y volar siempre por ella. Pero como es habitual, al final se tuvieron que rendir a la evidencia de que volar con esos nuevos veleros y esas nuevas técnicas, representaban el futuro del vuelo a vela.

También esta modalidad deportiva se empezó a expandir por toda Europa. Cada verano, tímidamente pero con continuidad, se presentaban al concurso de Wasserkuppe, pilotos y veleros de otros países, Francia, Inglaterra, Hungría etc. Normalmente no tenían resultados brillantes, pues los diseños alemanes eran mejores, y también los pilotos de ese país tenían una experiencia, fruto de los años en los cuales llevaban volando a vela, que sobrepasaba grandemente a la de los pilotos extranjeros.

Fueron unos años gloriosos, en los cuales para Robert y Peter, se llegaba por fin al propósito del vuelo a vela, la exploración de los límites del cielo, que por primera vez lo tenían al alcance de la mano igual que por siglos y milenios habían hecho los pájaros. Era el descubrimiento de un nuevo reino en el cual se podían medir de tú a tú con las aves.

Todo esto contrastaba en gran medida con la situación real de Alemania. Después del Jueves Negro de 1929 la miseria, el paro y la inflación galopante se enseñoreaban del país. Wasserkuppe y Poppenhausen eran como una isla en donde estos problemas se difuminaban. El vuelo a vela había dado un nuevo auge a esta región. La fábrica de muebles de la familia de Alexander Schleicher, se estaba transformando en una auténtica industria de construir veleros. Al principio nada más que se dedicaban a arreglarlos, pero ahora tenían nuevo personal que dirigía diseñaba y fabricaba estos aviones. El primer velero propio que construyeron fue un aparato biplaza, un tanto tosco, para enseñar a los futuros pilotos el arte de esta actividad. Peter se había trasformado en uno de los ingenieros de diseño y Robert, a pesar de sus pocos años, dirigía el taller que buscaba y trataba las maderas y los materiales de construcción. Por otra parte, tanto Peter como Robert, eran ahora unos de los mejores pilotos de competición de Alemania, y verano tras verano en el concurso de Wasserkuppe, luchaban siempre codo a codo por los primeros puestos.

Pero el resto de Alemania estaba sumida en al caos y la desesperanza. El pueblo alemán, perdido el norte buscaba un líder, un guía que encauzase a este país. En 1933, por fin la República de Weimar, dejó paso a un nuevo partido, dirigido por una persona emblemática, llena de carisma que supo encauzar las frustraciones de Alemania. Era Adolfo Hitler jefe del partido Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, que pronto se conoció de una manera más concreta como el partido Nazi.

El cambio se notó hasta en la pequeña aldea de Poppenhausen. Las juventudes nazis, organizaban paradas y desfiles los domingos. Eran manifestaciones de muchachos vestidos de manera militar, con una parafernalia particular y que querían aplicar las directrices de su líder Hitler.

 

***

 

La tragedia que cambió la vida de Robert y de su familia ocurrió una desapacible noche de Febrero de 1933. Ya de madrugada, cuando las sombras, el frío, y la ventisca de nieve envolvían la aldea, unos gritos le despertaron. Al abrir los ojos vislumbró a través de los helados cristales de su ventana un resplandor rojo intermitente.

Se escuchaban gritos de su madre. No comprendía lo que pasaba.

—¡Vamos en pie, ayuda!—. Era su hermana que con cara desencajada llevaba en sus manos un cubo de agua que movía con dificultad por su peso.

Se levantó y al asomarse vio con horror que todo el taller de maderas de su padre estaba en llamas

—¡Más agua, más agua!—. El grito de su padre era desgarrador, angustioso, mientras intentaba como un poseso dar golpes con una lona contra las llamas.

Intentaron apagarlo, pero dados los materiales que había dentro era imposible. La noche fue muy dura, algo terrible y dantesco. Recordaba con claridad el rumoroso crepitar de las llamas, el resonar como truenos cuando las vigas del techo del almacén se derrumbaban en medio de una lluvia de chispas que se mezclaban con los copos de nieve que la ventisca arrastraba sin piedad, el calor asfixiante pese a la dureza del frío invernal… Aunque fueron ayudados por vecinos y amigos, no pudieron hacer nada. Al amanecer tan solo quedaban unas pavesas y un persistente humo negro que señalaba el lugar en el que estuvo el floreciente negocio del padre de Robert. Éste preguntaba con rabia a su hijo que si había dejado encendido algún infiernillo, alguna estufa que hubiera podido desencadenar este infierno.

—No papá. Yo no he dejado nada encendido —respondía con voz temblorosa Robert.

—¡Pero cómo es posible que todo esto se haya prendido, si es lo que más vigilo para que nunca ocurra un incendio! —decía su padre con una voz desgarrada que mezclaba la furia y la desesperación.

Pero con las primeras luces la realidad se hizo patente. Pudieron ver una gran pintada hecha con brea que cubría la fachada de su casa. Rezaba así: “Jüdisches Schweinefleisch aus Deutschland” (Cerdo judío fuera de Alemania)

Sí, el padre de Robert era judío, pero el muchacho no se podía considerar como tal. Había ido algunas veces con su familia a la sinagoga que había en Fulda, la ciudad más cercana de su aldea, pero nunca había tomado parte en grandes ceremonias religiosas. Era cierto que su padre, iba siempre con la Kipá, una pequeña gorra ritual empleada para cubrir parcialmente la cabeza usada tradicionalmente por los varones judíos. También tenía unos rasgos muy definidos, nariz aguileña y luengas barbas entrecanosas que le hacía notar como alguien diferente entre la población de su aldea.

La destrucción de su negocio causó una conmoción en el pueblo y una depresión brutal en su padre. Por primera vez, Robert se dio cuenta de lo que significaba pertenecer a una familia judía en esta nueva y cambiante Alemania. Aunque él, personalmente, se había sentido siempre un alemán no muy distinto de los demás, no llegaba a comprender esta nueva situación. Por miedo, por vergüenza, muchas personas trataban de esquivar el contacto con ellos a partir del día del incendio. El partido Nazi tenía ya una tela de araña establecida en las aldeas y la gente tenía miedo de que la tildasen de amigo de los judíos.

Peter se comportó con nobleza, aunque le dijo que posiblemente se aproximaban nuevos tiempos, que sería difíciles para ellos.

—Pase lo que pase, yo siempre seré tu amigo —le decía sinceramente.

—El problema va a ser el comportamiento de la gente del pueblo. No sé si por convicción o por miedo nos van a aislar —respondió Robert.

Peter quedó en silencio antes de responder.

—Tú has sido siempre un optimista. Esto pasará. Ahora el nuevo partido del gobierno está en efervescencia, pero seguro que la cordura vendrá de nuevo. Somos un pueblo culto y respetuoso con los demás.

Pero la realidad a veces no se alía con los deseos. Desde el día del incendio, el comportamiento de los vecinos del pueblo empezó a cambiar. La mayoría empezó a hacer un vacío alrededor de la familia judía. Hasta los que eran más amigos, los vecinos, trataban de eludir encontrarse con ellos, de mostrar en público su amistad.

Antes de que hubieran pasado dos meses. El padre de Robert, Salomón Stanko, decidió que tenían que abandonar Alemania. No había manera de recomponer su negocio, y además estos asaltos a judíos estaban extendiéndose por todos los lugares. Se marcharían a Polonia, en donde todavía tenían familia lejana. Con su autoritarismo, que era una parte importante de su personalidad, decidió que su nuevo destino iba a ser Varsovia, y que ahí irían todos juntos a buscar una nueva vida. Robert pensó en quedarse en su patria, pero antes decidió consultarlo con sus amigos.

Una tarde, acabado el trabajo en la fábrica de Alexander Schleicher, se reunieron ellos más Annette para tratar el tema.

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