Honor

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VIII

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»Hay atajos para salir antes, pero sin un plano de las galerías os podéis perder. Seguid siempre y en todo momento la corriente de aguas residuales.

—Vamos. No podemos desperdiciar ni un minuto. Hay que aprovechar la noche para huir —dijo Klara mientras se levantaba del sofá donde estaban sentados y cogía a la vez de la mano a Robert.

—Hará falta una linterna. ¿Tenéis alguna? —dijo Wladek.

—Creo que sí —respondió Isaac—. Hay una en el taller, pero no sé cómo andará de baterías. Vosotros preparad algo de ropa en una mochila,y yo voy, con Wladek, al sótano para buscar herramientas, una ganzúa y la linterna.

Antes de una hora ya estaban en la calle Wladek, Robert y Klara. La última despedida de las familias había sido triste, terrible y sentida. Todos se dieron abrazos entre lágrimas. Se enfrentaban a un futuro muy incierto. En realidad no sabían cuándo podrían volver a verse… Ni siquiera si sobrevivirían a la guerra. Wladek aseguró a los dos jóvenes que cuidaría, en la medida de lo posible, a las familias y que trataría por todos los medios que la vida fuera más fácil para los que se quedaban en Varsovia.

Klara se vistió con un mono gris de trabajo que había en el taller; lo llevaba ceñido en la cintura por un cinturón de cuero. Robert llevaba también una ropa de trabajo de los operarios del taller de instrumentos de música. En una mochila pusieron algo de comida, algo de dinero y algunos objetos personales de ropa.

En la calle, moviéndose con disimulo de portal en portal para no ser vistos, se acercaron a la primera esquina. Metiendo la palanca de hierro que portaban, intentaron abrir un registro, pero estaba tan trabado que era imposible. Así fueron deslizándose con sigilo de encrucijada a encrucijada de calles hasta que, por fin, pudieron abrir una tapa de alcantarilla circular. Dentro se veía un pozo redondo y una escalerilla en la pared para poder bajar.

Se dieron un abrazo con Wladek y, en silencio después de encender la linterna, empezaron a descender.

La tapa circular se cerró detrás de ellos con un sonido grave y seco que resonó con un cierto eco por las galerías subterráneas.

Nada más iniciar el descenso escucharon algunas voces en la calles. Apagaron la linterna y se quedaron quietos agarrados a los peldaños de la escalera. Parecía que una patrulla estaba pidiendo la documentación a Wladek.

—Sigamos bajando. Hay que alejarse de aquí lo antes posible

—susurró Robert a Klara.

Cuando llegaron al fondo del tubo de descenso tocaron un suelo resbaladizo y húmedo. Robert encendió la linterna: estaban en una galería bastante estrecha y algo baja, que les obligaba a estar ligeramente agachados. Por el suelo discurría un hilo de agua sucia. El ambiente era húmedo, opresor y con un olor fecal espantoso. Robert cogió de la mano a Klara y empezaron a andar con el torso ligeramente doblado, para no dar con la cabeza en el techo, y siempre siguiendo la dirección del agua que mojaba sus pies.

—Vaya perfume, ¿eh? —dijo ella.

—El perfume de la libertad —respondió Robert entre risas—. Vamos, sigamos avanzando.

 

 

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