Honor

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Capítulo 14

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Capítulo 14

SE registró y, en cuanto se encontró a solas en su suite, se duchó para quitarse el polvo y la suciedad del viaje. Faltaba una hora y media para la inauguración de la exposición de su madre. Permaneció desnuda ante el espejo del cuarto de baño, tratando de dominar sus indisciplinados impulsos, y contempló su imagen de forma desapasionada. Su espeso cabello negro presentaba nuevos matices grises en las sienes. A pesar de la larga convalecencia, mantenía la masa muscular y la fuerza gracias a la vigorosa terapia física y a los incesantes ejercicios. Se veía nervuda y tersa. La única diferencia palpable estribaba en las cicatrices que la herida de bala, las incisiones de la cirugía y los múltiples tubos necesarios para reanimar sus pulmones habían dejado en su torso. Se miró fríamente y, por un momento, se preguntó qué le parecería a otra persona, aunque esquivó la idea enseguida: una cuestión discutible, al fin y al cabo.

Se vistió sin prestar gran atención. No volvió a contemplar su reflejo, pues sabía que la chaqueta y los pantalones de seda negra le quedaban perfectamente, que los zapatos brillaban de forma impecable y que los puños franceses de la camisa blanca almidonada medían la longitud exacta. Cuando el conductor la dejó en la dirección que le había dado, comprobó que llegaba a tiempo. En su vida todo era como debía: predecible, ordenado y bajo control.

La sala ya estaba llena cuando entró Cam, como había supuesto. La multitud rebosaba en el primer piso de la galería y ocupaba ya el segundo: una masa de críticos murmuradores, artistas y gente de la prensa. Cam aceptó una copa de vino que le ofreció un camarero y empezó a recorrer la zona despacio, deteniéndose para contemplar los nuevos lienzos. Hacía mucho tiempo que no veía tantas obras de su madre en un solo lugar y tampoco conocía sus creaciones más recientes. Las características distintivas del estilo de su madre eran evidentes, pero a Cam le sorprendió observar que las pinturas parecían más serenas en lo esencial, con menos dolor del que habían reflejado durante los años posteriores a la muerte de su padre.

«Tal vez el tiempo cure. Espero que sí, por el bien de ella.»

Por fin Cam oyó la voz inconfundible de su madre y se dirigió hacia ella.

Marcea, tan alta como ella, resultaba visible a pesar del gentío que la rodeaba. Se mostraba tranquila, aunque había una luz en sus ojos, incluso a cierta distancia, que indicaba euforia.

«Está hablando de lo que ama.» Luego Cam oyó otra voz que la hizo detenerse en seco. Blair estaba con su madre. Con el corazón desbocado, Cam sintió como si alguien le hubiese golpeado tan fuerte que se le cortó la respiración. Durante unos segundos su mente se quedó en blanco, pero enseguida afloraron todas las sensaciones relacionadas con Blair Powell que había intentado erradicar. Se le aceleró el pulso, le hervía la sangre y comenzaron a temblarle las manos.

Blair alzó la vista y los ojos de ambas tropezaron. Los labios de Blair se abrieron en un gesto de sorpresa, sus ojos azules se desorbitaron y un ligero rubor cubrió sus mejillas. Avanzó un paso de forma involuntaria, como si quisiera correr hacia Cam, y luego se detuvo, insegura. Siguieron mirándose mientras transcurría el tiempo.

Sorprendentemente, Blair recuperó la compostura primero. Se abrió paso entre la multitud que las separaba hasta situarse frente a Cam. Inclinó la cabeza y sonrió con melancolía.

—¿Cómo está, comandante?

Cam encontró al fin la voz y respondió con todo el control que pudo reunir.

—Muy bien, señorita Powell.

Blair la observó de cerca. Físicamente, parecía encontrarse bien y estaba tan atractiva como siempre. Pero había una apatía extraña en su mirada y un vacío en la voz, como si hubiera perdido algo vital. Cam le acarició el brazo de forma instintiva y la impresionó sentir cómo temblaba. Sus fuentes le habían dicho que Cam se había recuperado totalmente, pero no lo veía tan claro. Antes nunca la había visto vacilar.

—¿Estás segura, Cam?

Cam asintió, procurando disimular su agitación. Sólo notaba el punto en el que Blair había puesto la mano. Había intentado olvidarla con todas sus fuerzas y con un solo roce había vuelto todo el deseo. Por fin consiguió hablar en un tono imperturbable.

—Me encuentro en desventaja. No la esperaba. No he divisado a ninguno de los nuestros fuera ni entre la gente.

—Siempre atenta, comandante. Están en un coche aparcado al otro lado de la calle.

—Cuando notó que Cam torcía el gesto, esbozó una leve sonrisa y añadió: Toda esa gente ha sido registrada. Seguro.

—Perdóneme. —Cam sonrió al fin e intentó relajarse—. No me corresponde discutir esas cosas. Voy a hablar con mi madre. —Se volvió, dispuesta a marcharse; necesitaba huir de la penetrante mirada azul y del abrasador contacto sobre su brazo—. Me alegro de volver a verla, señorita Powell.

—Espera, Cam —dijo Blair de forma impulsiva. Cuando Cam la miró con gesto interrogativo, continuos: Quería decir..., gracias. Está fuera de lugar, pero... gracias.

Cam habló sin pensar.

—Blair, no tienes que darme las gracias. Dios..., no lo hubiera soportado si te hubiese ocurrido algo.

—¿Por qué crees que para mí sería diferente? —preguntó Blair, nerviosa, con las palabras agarrotadas en la garganta. Había luchado durante mucho tiempo con la preocupación, el miedo y la culpa. Blair le cogió la mano y los dedos de ambas se entrelazaron instintivamente—. Estaba muy asustada. No podía soportar que murieses por mi culpa. Por mí. Nunca quise que a nadie le pasara algo así, y menos a una persona que... me importa.

—Por favor, Blair —murmuró Cam, reteniendo un reguero de lágrimas en las pestañas—. No. Tú no eres responsable.

—¿No? —Blair sacudió la cabeza; su voz se había convertido en un susurro—. No estoy segura.

—Debo irme —dijo Cam en un tono desesperado. Dios, deseaba abrazarla y no podía seguir negándolo. Hallarse tan cerca de ella y tocarla iba a derrumbar las barricadas que había levantado con tanto esmero. Cuando se separasen, se convencería a sí misma de que no la quería, de que no la necesitaba. Porque era imposible: imposible por muchas razones, y entre ellas había que contar con que Blair no la quería, obviamente. Pero se había mentido a sí misma. Y se arriesgaba a decir o a hacer algo que después lamentaría—. Por favor, discúlpame.

Cuando dio la vuelta, Blair la retuvo con una mano en su brazo.

—No, debo irme yo. Has venido a ver a tu madre. La destrozarás si te marchas ahora. —Blair intentó, sin éxito, ocultar su amarga decepción. Había estado a punto de decir cosas que se resistía a reconocer, incluso ante sí misma. Debería haber comprendido que las separaban demasiadas circunstancias y que habría sido una tontería. Creyó que no soportaría estar en el mismo lugar que Cam, no cuando las separaba una distancia tan grande y un anhelo tan agudo que le dolían las entrañas. Durante un brevísimo instante, Blair posó los dedos en el pecho de Cam—. Me ha alegrado volver a verte, comandante. Por favor, quiero que sepas que nunca te olvidaré.

Y tras decir eso, desapareció.

—¡Qué sorpresa! —Marcea besó a su hija en las mejillas, le tomó las manos, se inclinó hacia atrás y la miró con afecto—. Estoy muy contenta de que hayas venido, Cameron. Sé que estos acontecimientos no te gustan demasiado.

Cam trató de sonreír, pues aún seguía conmocionada por su encuentro con Blair.

—Siento que haya transcurrido tanto tiempo. Me alegro por ti.

—Tienes buen aspecto.

—Estoy bien, gracias. —Cam no pudo evitar mirar hacia la puerta, pero no vio a nadie. «Se ha ido. Dios, ¡cómo duele!»

Marcea percibió la agitación en los ojos de su hija y echó un breve vistazo a la sala. No encontró a Blair. Dudó un instante y, luego, preguntó dulcemente:

—¿Has visto a Blair?

—Sí. —Cam tragó saliva y añadió: Acabamos de hablar.

—Una mujer interesante. —Marcea se dio cuenta de que su hija se esforzaba por mantener la compostura—. Una artista de talento.

—Ella... —Cam titubeó— es extraordinaria.

Marcea se guió por el instinto y continuó.

—Estoy segura de que nadie te lo ha contado, Cameron, pero Blair permaneció a tu lado casi cuarenta y ocho horas después de que te hiriesen. Se negó a marcharse hasta que tu gente la obligó. Cam se quedó boquiabierta y cerró los ojos un momento.

—Era ella.

—Sí —se limitó a decir su madre.

«Blair. Era la voz de Blair la que oí. La mano de Blair la que me sostuvo.»

Y, de repente, ya no importaba nada más. Cam miró a su madre y sintió un leve cosquilleo en el corazón. Sonrió y en sus ojos brilló una luz que llevaba meses ausente.

—Gracias por contármelo. Gracias. Marcea no acertó a responder antes de que Cam se volviese para abrirse camino entre la gente y dirigirse hacia la puerta.

—¡Comandante!

—Excomandante —precisó Cam con una sonrisa cansada.

Mac miró el reloj. Las cinco. Demasiado tarde para una visita social.

—¿En qué puedo ayudarla, comandante?

—Necesito verla, Mac —respondió Cam, con mucha más calma de la que sentía en realidad—. Llevo horas dejando mensajes en su apartamento.

Mac ni siquiera consideró la posibilidad de ocultárselo.

—Ha ido al centro. Sabemos dónde se encuentra, pero es difícil establecer contacto en este momento.

—En un bar. —Era una afirmación, no una pregunta. A Cam no le hacía falta un intérprete. Sabía cómo llenaba Blair sus horas de soledad. Lanzó un profundo suspiro y procuró ignorar la sensación de encogimiento de su estómago—. ¿O ya se ha marchado a casa de alguna elegida?

—No —se apresuró a aclarar Mac—. No lo ha hecho. Sigue en el bar. — Creyó que no le correspondía a él explicarle a la comandante que se trataba de la primera vez en varios meses que Blair iba a un club, ni que parecía haber renunciado a su inclinación por las relaciones de una sola noche.

—Agradecería que me dijese en cuál —dijo Cam sin alterarse—. Sé que va contra las reglas, pero...

—En el Hudson Arms —respondió Mac sin dudar, aludiendo a uno de los bares más sórdidos del Village—. Ah, comandante, Stark está dentro.

«Lo cual significa que Stark me reconocerá si aparezco y que a Mac le preocupa mi reputación.»

—Gracias, Mac —dijo Cam, a quien no le importaba lo más mínimo lo que pensasen los demás.

Treinta y cinco minutos después Cam se encontraba en el bar y examinaba el lugar. Era viernes por la noche y en el club se congregaban mujeres de todas las edades, la mayoría de ellas con vaqueros y prendas de cuero. De entrada no divisó a Blair, pero sí a Stark. La agente también la vio a ella. Parecía encontrarse como pez en el agua, con sus pantalones de cuero y una camisa lo bastante abierta como para llamar la atención. En ningún momento dio señales de reconocer a Cam. Un ligero arqueo de cejas fue la única indicación de que la había visto.

«Lo está haciendo bien.»

Cam se olvidó de Stark, no rebuscó entre las caras y dejó que sus sentidos captasen el lugar. Cerró los ojos y sintió el calor húmedo de muchos cuerpos que rozaban su piel; olió la mezcla de alcohol, colonia y sexo en el ambiente, y oyó el murmullo de la caza que giraba a su alrededor. Reconoció a las verdaderas cazadoras igual que las presas reconocen al depredador. Luego abrió los ojos y vio a Blair.

Nunca había superado el rápido brinco de placer que acompañaba el momento de verla. Nadie se le podía comparar. Blair era de una belleza exquisita: con el cabello rubio leonado, el cuerpo dorado y terso, y la penetrante mirada, que, sistemáticamente, evaluaba y descartaba posibles acompañantes.

Sin embargo, aquella noche Blair parecía ajena a la multitud expectante que la rodeaba. Permanecía sola, con una expresión distante, casi aburrida. Mientras Cam la miraba, una guerrera morena y delgada, que vestía unos vaqueros azules ceñidos y una camiseta blanca sin mangas, se acercó a Blair, se inclinó hacia ella y le susurró algo al oído. A Cam no le hacía falta nada más. Sabía muy bien lo que vendría a continuación y lo rápido que se consumaría la captura.

«Esta vez no.»

Cam se movió ágilmente y llegó hasta donde se encontraba Blair en el momento en que la joven de pelo negro levantaba la mano para acariciarle la mejilla.

—Lo siento. —Cam agarró a la mujer por la muñeca, con firmeza pero sin violencia—. No está libre.

—¿Ah no? —La joven intentó una bravuconada, pero la expresión pétrea de Cam la dejó tiesa—. ¿Desde cuándo?

Cam no alzó la voz, pero el tono sonó férreo.

—Desde ahora mismo.

Debía de haber algo en su comportamiento que avisaba de un peligro inminente, porque la joven dudó unos segundos y, luego, se fundió con el gentío.

—Muchas gracias. Acabas de arruinarme la noche —dijo Blair a modo de saludo. En su fuero íntimo la sorprendía encontrar allí a Cam y la desorientaba totalmente su comportamiento. Por primera vez Cam interfería de forma abierta en las actividades privadas de Blair. Como si eso no bastase, había una tensión agazapada en el cuerpo de su ex jefa de seguridad que no se podía ignorar. Si no la conociera tan bien, habría pensado que era sexual.

—No pretendía arruinarte la noche —repuso Cam, acercándose hasta que los muslos de ambas se tocaron. Dibujó la línea de la mandíbula de Blair con un dedo, mientras en sus ojos brillaba una mirada profunda y peligrosa—. Nada más lejos de eso.

—¿Oh? —Blair contuvo el aliento ante la caricia, de forma tan leve que apenas se notó. El tacto tuvo un efecto tan intenso que lo sintió en los huesos e, inmediatamente, se mojó. Decidida a mantener el control, preguntó con una voz de exagerada contención: ¿Qué pretendes, comandante?

—Te lo enseñaré. —Cam le cogió la mano y tiró de ella—. Ven conmigo.

Blair dudó, incapaz de pensar con Cam tan cerca.

—No, espera, no podemos. Stark está al otro lado de la sala.

—No será la primera vez que te ve salir de un sitio con una mujer. —Su tono sonaba rotundo, impaciente. Carecía de sentido fingir que ignoraban lo sucedido en el pasado.

Y no podía esperar más. No quería esperar.

—Sí, pero será la primera vez que me ve salir contigo.

—No dejes que eso te preocupe. — El gesto de Cam se enterneció cuando entrelazó los dedos con los de Blair, pero en su tono había urgencia—. A mí no me importa. Por favor...

Cam volvió a tirar de la mano de Blair y la arrastró entre la gente; Blair se sentía incapaz de resistirse, tal vez porque no deseaba hacerlo. La siguió, sin protestar, hasta el exterior oscuro. Cuando subieron al coche de Cam, se quedaron calladas, y el silencio persistió hasta que Blair se encontró en la habitación del hotel, mirando a su alrededor con incertidumbre. Se quitó el abrigo y vio cómo Cam lanzaba el suyo sobre el sofá. Cam estaba tan guapa con la camisa polo y los vaqueros que sintió otra oleada de flujo entre los muslos. «Dios. No puedo aguantar.»

—No comprendo qué hago aquí — dijo Blair, casi en tono de súplica.

«Te deseo tanto.»

Cam se volvió. Los cuerpos de ambas se encontraban a pocos milímetros de distancia.

—¿De veras?

—No —susurró Blair con la garganta seca. Se quedó sin respiración ante la inconfundible mirada de deseo de Cam y la abandonaron sus habituales observaciones rápidas y sus respuestas cáusticas. Era una experiencia nueva. De pronto, se encontraba en medio de una escena que no había escrito ella, representando un papel que no conocía. Únicamente podía recurrir a sus instintos y a las innegables exigencias de sus propios deseos—. Sólo puedo esperar.

Cam puso las manos sobre los hombros de Blair y acercó sus labios para susurrar:

—¿Sabes cuánto te he echado de menos?

—Ha pasado mucho tiempo — murmuró Blair, con la visión borrosa—. Nunca pensé...

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