Hitchcock

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Periodo norteamericano » 1955. El hombre que sabía demasiado

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(THE MAN WHO KNEW TOO MUCH - 1955)

Producción Paramount, Alfred Hitchcock; Estados Unidos.

Dirección: Alfred Hitchcock.

Asistente de producción: Herbert Coleman.

Guión: John Michael Hayes y Angus McPhail, basado en una historia de Charles Bennett y D. B. Wyndham-Lewis.

Fotografía (en color): Robert Burks.

Supervisor de efectos especiales: John P. Fulton.

Música: Bernard Herrmann; «Storm Cloud Cantata» de Arthur Benjamin y D. B. Wyndham-Lewis.

Canciones:

Whatever Will Be y

We’ll Love Again, de Jay Livingston y Ray Evans.

Edición: George Tomasini.

Vestuario: Edith Head.

Intérpretes: James Stewart (doctor Ben MacKenna), Doris Day (Jo), Christopher Olsen (Hank), Bernard Miles (señor Drayton), Brenda de Banzie (señora Drayton), Reggie Nalder (Rien, el asesino), Daniel Gélin (Louis Bernard), Ralph Truman, Mogens Wieth, Hilary Brooke, Carolyn Jones, Alan Mowbray, Richard Wattis, Alix Talton.

Duración: 119 minutos. // Rodada en 1955 en Marruecos, Londres y en los estudios Paramount. Estrenada en 1956.

SINOPSIS: Una orquesta toca la

Cantata de nubes de tormenta; al terminar un hombre hace sonar los platillos y un letrero dice: «De un golpe sencillo de címbalos y de cómo estremeció las vidas de una familia americana». Inmediatamente asistimos a la dicha familiar de los MacKenna: el doctor Ben, su esposa Jo, famosa ex cantante, y Hank, su hijito, detestablemente simpático y vivaz; típicos norteamericanos bobalicones de vacaciones en Marruecos, tal como estarían de vacaciones en Las Vegas. Por accidente, el niño arranca el velo de una mujer árabe, cuyo marido se irrita y arma revuelo entre los pasajeros del autobús en que viajan. Un francés, Louis Bernard, entra al rescate y después hace una serie de preguntas a los MacKenna. Lo inquisitivo del hombre y el hecho de verlo después hablar de manera amistosa con el esposo de la mujer aparentemente ofendida, intriga y molesta a Jo, que tiene después la sensación de ser vigilada en el hotel por una pareja mayor. Esa noche se preparan para cenar con Bernard y Jo canturrea

Whatever Will Be junto con su repulsivo hijo. Llama a la puerta un misterioso hombre que pone nervioso a Bernard. El francés se disculpa y cancela la cena. Los MacKenna siguen con el plan por su cuenta. Durante la cena vuelven a encontrarse con la pareja mayor, que se presentan como señor y señora Drayton y se les unen a la mesa. Entra al restaurante Louis Bernard acompañado de una pelirroja y despierta indignación en los MacKenna, que se sienten rechazados. Al día siguiente, los MacKenna y los Drayton, de compras en el mercado, ven cómo la policía persigue a un árabe, misteriosamente apuñalado durante la persecución entre la multitud, que viene a morir en brazos de Ben MacKenna. La pintura de la cara del presunto árabe se embarra en las manos del doctor MacKenna: la víctima resulta ser Louis Bernard disfrazado, quien, con su último aliento, le confiesa los planes de un asesinato político a cometerse en Londres y le pide que busquen a «Ambrose Chapel». Los Drayton, que son parte del complot, secuestran al pequeño renacuajo para asegurar el silencio de los MacKenna, que viajan a Londres. Ahí, Ben va a la tienda de Ambrose Chapel, taxidermista, y ofrece dinero a cambio del retorno de su hijo, pero todo parece indicar que se trata de un error. Jo, detenida en el hotel por unos visitantes inoportunos, decide indagar por su cuenta y descubre que «Ambrose Chapel» no es un nombre propio, sino el de una capilla (Chapel) en la calle Ambrose. Se encuentra allí con Ben y mientras ella va a llamar a la policía, él trata de rescatar al infante (

¡pugh!) solo para ser noqueado. En la capilla somos testigos del «ensayo del crimen» que será cometido en un concierto en el Albert Hall y requiere una cuidadosa

mise en scène para hacer coincidir el sonido del disparo con el choque de los címbalos. Jo busca ayuda de Scotland Yard, pero no le prestan suficiente atención por ser el día del concierto en el Albert Hall, al que asistirá un importante diplomático. Jo va allí buscando ayuda y comprende que es el sitio del atentado. Llega Ben y juntos evitan el asesinato. Los secuestradores esconden al engendro en la embajada, pues la cabeza del plan es el embajador mismo. Los MacKenna descubren que su hijo está en el interior de la embajada y, de paso, se enteran también del significado de la «inmunidad diplomática», motivo por el que Scotland Yard no puede intervenir. Logran ser invitados a la recepción que se ofrecerá allí ese mismo día. Durante la fiesta, Jo empieza a cantar

Whatever Will Be. El aborto escucha los aullidos de su madre y, con autorización de la señora Drayton, que se ha encariñado con él (¡!), responde silbando la canción. Eso guía a Ben hacia su niño, y finalmente, lo rescata. La familia vuelve al hotel, donde siguen siendo esperados por sus visitantes de horas antes.

El hombre que sabía demasiado es considerada «sorprendente», de modo unánime, por su calidad de

remake, única en la obra de Hitchcock. Si bien Hitchcock tendía constantemente a «canibalizar» su obra anterior para pulir su estilo, el hecho de que haya emprendido la puesta al día de una de sus obras inglesas menos aceptadas por la crítica (

The Man Who Knew Too Much), no deja de extrañar. Los motivos que pueden suponerse son tan raros como se quiera o tan banales como los anuncia Hitchcock; arguyó que «quería usarla como vehículo para James Stewart», que aprovechó los derechos de la obra que seguían en su poder, que la cinta anterior era una de sus favoritas y que casi no había sido conocida en América.

En los comentarios a la versión anterior ya he apuntado algunas secuencias e ideas que desaparecen por completo en este

remake. Es de destacar en la nueva versión el excelente trabajo que el guionista Michael Hayes hace con los personajes para dar mayor dimensión tanto a protagonistas como antagonistas. Esta cinta marcó el fin de la afortunada relación Hayes-Hitchcock. Según Hayes, Hitchcock le impuso en Londres la colaboración de Angus McPhail, que era «un alcohólico empedernido y estaba al borde del

delirium tremens. Todo lo que podía hacer era permanecer sentado por ahí, temblando por su enfermedad», y explotó cuando Hitchcock propuso incluir el nombre de McPhail como coguionista. El caso fue a dar al sindicato de escritores y fue ganado por Hayes. Hitchcock, resentido, buscó aún la colaboración de Hayes en su siguiente proyecto, aunque las intenciones económicas diferían un poco: Hayes quería un aumento de sueldo, Hitchcock quería el trabajo gratis.

En el papel principal del filme Hitchcock volvió a colaborar con Jimmy Stewart, que una vez más se interpretaba a sí mismo: el norteamericano clasemediero «por excelencia». Su perfecta contraparte la encontró en «la pecosita de a la vuelta», Doris Day (que tenía pánico a viajar), y resultó más que adecuada para dar dimensión al personaje de la madre con una magnífica actuación. John Russell Taylor pone como ejemplo el momento en que Day se entera del secuestro de su hijo y «estalla en un lloriqueo convulsivo, que no estaba indicado en el guión.

Hitch paró todo y fue a preguntarle por qué hacía aquello. “Bueno —dijo ella— mi hijo ha sido secuestrado y no sé si lo volveré a ver vivo nunca, y tengo que pretender tranquilidad mientras tanto. Por supuesto que estoy llorando”», y Hitchcock, muy satisfecho, volvió a sus labores como si no hubiera contemplado ese interesante ángulo en lo que para él era un asunto estrictamente visual. Day aportó a Hitchcock otros sutiles matices del personaje: la relación entre la pareja estadounidense y el espía francés adquiere un tinte de celos y de triángulo, mucho más real y profundo que en la primera versión. Stewart siente celos del francés (que disfraza de enojo por la «informalidad» del otro) en la escena del restaurante y Day siente celos del francés, que «los [la] ha dejado plantados […]» para ir a cenar con una (otra) mujer. Incluso en el primer encuentro de los tres personajes, ella parece más inquieta por la posibilidad de intimar con ese hombre atractivo que por su seguridad personal. Day soportó los viajes a Marrakech y Londres y procuró que se dispensara un buen trato a los animales empleados en el rodaje, pero sucumbió ante el condimento de la comida extranjera y la frialdad que Hitchcock le dispensaba todo el tiempo. Se sinceró un día con él y le pidió que le aclarara el porqué de su disgusto con ella.

Hitchcock, sorprendido, le aclaró que su silencio se debía, precisamente, a que encontraba su desempeño enteramente satisfactorio y a que en realidad él estaba tan asustado como ella.

Donald Spoto opina que «todo el filme investigará el misterio de la vida familiar» por el cual «el niño se vuelve un eslabón cuya ausencia amenazará la estabilidad de sus padres, pero, a la vez, les permitirá descubrir la dependencia de uno al otro, al tratar de recuperarlo».

Una vez más estamos frente al tema del caos ocasional como terapia necesaria para restablecer el balance cotidiano, como en

Lo mejor es lo malo conocido (

Rich and Strange, 1932),

Matrimonio original, La sombra de una duda y, evidentemente, como en la primera versión de esta cinta, el caos es atraído por actitudes irresponsables (las vacaciones, el deseo de nuevas cosas, la aventura) y está ligado al concepto de viaje interno/externo de descubrimiento. Sobre esos aspectos abunda Spoto haciendo notar que «como refugio de su aburrimiento, el niño camina por el pasillo». Aquí se origina el percance con la mujer árabe que acabará por relacionarlos con el espía francés. «Todo el filme —asegura Spoto— está formado por una serie de interrupciones» en sus vidas. «Esa tarde son interrumpidos en el hotel por un hombre (será mostrado después como el asesino a sueldo) que se ha equivocado de puerta. Mientras cenan en el restaurante árabe, serán interrumpidos por los Drayton, que son “los personajes más complejos del filme”». Spoto abunda en ejemplos y concluye que estas interrupciones son importantes temáticamente en el filme, y exteriorizan la irracionalidad de un mundo hostil. «No tientes al destino —nos repite Hitchcock al invitar la emoción—. El destino traerá su propio caos».

De «la secuencia del café en Marruecos», dicen Rohmer y Chabrol:

Hitchcock nos ofrece una demostración de comedia basada en «pura gestolo-gía»: Stewart sentado como un turco y comiendo de acuerdo con las costumbres locales —en otras palabras, sin cubiertos—, no sabe qué hacer con sus dedos y sus piernas largas […]. Hitchcock procede con una seguridad y una elegancia dignas de Chaplin, Keaton, Cukor o Hawks en sus grandes épocas.

Spoto encuentra que este gag tiene también base en el deseo de Hitchcock de usar las «buenas maneras» como ejemplo del «abismo entre realidad y apariencia». Es también en el restaurante donde las relaciones entre los personajes más importantes de la película se materializan al fin: Jo parece atraída por el francés, Ben se molesta por esto sin admitirlo (sin palabras) y los Drayton se introducen en la vida familiar de los americanos.

Aun cuando Guillermo

Caín Cabrera Infante afirmó que el momento con el taxidermista (

Ambrosio Capilla) es una de «las mejores escenas del filme», me inclino más hacia la opinión de Rohmer y Chabrol, que la describen como «una de las escenas más obviamente “gratuitas”». Ciertamente es una pena que esa pequeña escena, una especie de «comedia de errores» que alcanza un tono casi físico, supla aquella magnífica secuencia con el dentista, una de las mejores del primer filme, y una de las que más me hubiera agradado ver «puesta al día» por el maestro.

La razón de Hitchcock para hacer este

remake queda clara en una respuesta que da a Truffaut: «Digamos que la primera versión es el trabajo de un talentoso

amateur y la segunda fue hecha por un profesional». Hitchcock deseaba un perfecto ejercicio estilístico, o, en las palabras de Rohmer y Chabrol:

Un acto de magia a veces esconde los alambres gracias a los que funciona y a veces los expone para que todos los podamos observar. […] [porque] al exhibimos el andamiaje de su construcción es en sí misma, de esta manera, es el andamiaje lo que el

auteur nos invita a considerar.

APARICIÓN DE HITCHCOCK: Mira a los acróbatas en el mercado, junto con los MacKenna.

Mi opinión personal sobre esta cinta se ve nublada por el insondable rechazo que siento hacia Doris Day (y su

Whatever Will Be) y el mucílago que actúa como su hijo en la cinta. Prefiero, contra la opinión de Rohmer y Chabrol, a Nova Pilbeam con su apariencia de infanta onanista, sobre el «simpático y perspicaz»

snot («moco») de esta versión.

El hombre que sabía demasiado (1955)

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