Henry

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Henry

Después del incidente del lunes con Emily, el resto de la semana es de lo más tranquilo. El miércoles por fin puedo recoger mi coche y ya puedo olvidarme de montarme en la Miniatura de Lily. Tiene la tarde libre y yo salgo un poco antes, así que me invita a ir al cine con ella y sus amigas. Pero al final solo se presenta Tara.

—¿Holly no viene?

Las dos se giran hacia mí a la vez.

—¿Por qué me miráis así? Me dijiste que venía.

Me encojo de hombros.

—¡¿Te gusta Holly?!

—Lily, no voy a responder a eso.

—¡Vamos Hank! Llevo todos estos días mordiéndome la lengua para no atosigarte a preguntas sobre el sábado. Por lo menos dime si te gusta o no.

Resoplo y no la contesto. Tara me mira aguantando la risa. Le echo el brazo por los hombros y camino hacia el coche.

—Vámonos. Que siga mordiéndose la lengua un rato más.

Esta vez Tara ya no se sonroja y me mira echándose a reír.

—¡Traidora! Seguro que tú también quieres saberlo.

Lily nos sigue con los brazos cruzados.

—¡Pero si eres tú la que siempre quieres saberlo todo, Lily!

—Sí, claro. Tara la Santa.

—Anda ven.

Tiro de ella y le paso el brazo libre por los hombros también.

—Pues claro que me gusta Holly, no podría acostarme con alguien que no me gustara. Pero no de la forma que tú crees.

La miro levantando una ceja.

—¿Y cuál es esa forma?

—La forma en que ya me ves invitándola a salir y regalándole flores.

—¿Lo sabe ella?

—Claro que lo sabe. Fue ella la que sacó el tema. Tampoco quiere relaciones románticas por ahora, así que no te hagas ilusiones.

—¿Y Tara...?

—¡¡Lily!!

Se adelanta un poco y le da un manotazo.

—¿Qué? ¿No me digas que no te lo montarías con mi primo?

Le pongo la mano en la boca antes de que siga soltando más burradas.

—Cállate anda, y deja de jugar a las casamenteras.

Lily intenta meternos a ver una película romántica, pero yo no estoy por la labor de aguantar nada que tenga que ver con vomitar corazones. Tara me respalda y al final nos metemos a ver una de superhéroes con una Lily enfurruñada siguiéndonos los pasos. Cuando el protagonista aparece en pantalla a Lily le cambia la cara.

—¿Ahora te gusta?

Me mira y vuelve a fruncir el ceño para disimular. Yo me echo a reír.

—¿Sabes que pareces una niña de doce?

—¡Bah!

Me saca la lengua. Yo le tiro de la coleta.

—¡Pero qué manía tienes! ¡Qué ya no soy una niña pequeña!

—Pues ahora lo pareces.

La gente de alrededor nos manda callar.

—Estás molestando a la gente, Hank. Déjame ver la película, anda.

Me mira aguantándose la risa. Yo le quito el cubo de palomitas.

—¡Oye!

La gente nos vuelve a mandar callar con un poco menos de educación esta vez. Bajo la voz y le susurro al oído.

—Cállate ya o vas a conseguir que nos echen.

—Dame mis palomitas.

—Tara no alcanza.

—Tara no come palomitas.

Me vuelvo hacia ella.

—Tara, ¿quieres palomitas?

Me sonríe y mete la mano en el cubo.

—Sí, gracias.

—¡Serás cabrona! ¡Si nunca las comes!

—¡¡CALLÁOS YA!!

Me escurro en el asiento, al final nos linchan. Tara se acerca a mí para contestar a Lily.

—Nunca las como porque te agarras tan fuerte al cubo que cualquiera mete mano...

Tengo que ponerme la mano en la boca para no soltar una carcajada y conseguir que nos echen a patadas del cine.

***

—¿Por qué no te sientas en el sofá?

—Estoy bien aquí.

Tengo la fea costumbre de ver la televisión sentado en el suelo con la espalda apoyada contra el sofá. Pero claro, eso era cuando las piernas de Helena se apoyaban en mis hombros y sus pies se cruzaban en mi estómago.

—¿Sabes qué, Lil?

—No, no lo sé. Sorpréndeme.

—Si no estuviera tan jodido emocionalmente, no me lo pensaría dos veces con Tara.

—¿Por qué será que no me sorprende? Os lo pasáis bastante bien los dos riéndoos a mi costa.

—Venga, ¿no estarás enfadada?

—¿Yo? No digas tonterías.

—¿Celosa?

Entrecierro los ojos y la miro fijamente.

—¡Pero qué dices!

—Ooooh, estás celosa.

—¿Estás tonto o qué?

Miro a la televisión un momento para despistarla. Después la cojo del brazo y tiro de ella hasta que se cae al suelo.

—¡¿Qué haces, Haaan...jajajajajajaja...

La sujeto de los tobillos mientras le hago cosquillas en la planta de los pies.

—¡¡Por favoooooooooooor!! ¡¡Paaaajajajajaja...paraaaaa!!

La cojo de las muñecas y la incorporo para que se siente a mi lado. Inspira hondo para coger aire y resopla para quitarse un mechón que le cuelga por la frente.

—No tengas celos, enana. Tú siempre serás mi preferida.

—Definitivamente, eres tonto de remate.

Me coge la cara entre las manos y me da un beso en la mejilla.

El viernes Emily me pide un par de horas para salir antes. Como se ha portado bastante bien esta semana, a pesar de algunas miradas hostiles de vez en cuando, se las doy sin ningún problema.

—Has estado muy callada estos días.

—Si hablo, porque hablo. Y si estoy callada, también le molesta. A ver si se aclara.

—No vayas a fastidiarlo ahora.

—¿Qué no vaya a fastidiar el qué?

—Tu buen comportamiento.

—¿Pero esto qué es ahora? ¿Un colegio? ¿Va a ponerme nota también, señor Shelton?

—Era demasiado bonito para ser cierto...

—Apuesto a que ahora le encantaría que fuera ayer y estuviera calladita aún.

—Pues mira, sí. Prefiero que estés callada.

—¿Me va a castigar de cara a la pared si no me callo?

Se me pone dura al instante con ese comentario. ¿Pero qué hostias me pasa? Me apoyo en el escritorio y carraspeo.

—Vete antes de que me arrepienta de haberte dado las dos horas, Emily.

O me la tire encima de mi mesa.

—Lo hace usted mejor cuando no me tutea.

Sale por la puerta de mi despacho dejando un rastro de perfume y un calentón que ni ella misma se imagina.

La miro mientras recoge su escritorio. Cuando se agacha a rebuscar algo en su bolso, su blusa se ahueca y puedo verle el sujetador y como se balancean sus pechos. La erección que aún tengo entre las piernas da un pálpito. ¡Maldita sea! ¡Deja de mirarla! Me tapo la cara con las manos y cojo aire.

—Hasta mañana, señor Shelton.

Levanto la mirada y Emily me sonríe desde la puerta. Parece que le ha cambiado el humor.

—Hasta mañana, señorita Smith .

—Gracias por las horas.

—No hay de qué.

Se va y me quedo mirando la puerta vacía...

Me entra un mensaje nuevo en la bandeja de correo. Es del Skyland. Señorita Helena Connors. Parece que Burke tiene una nueva PA, espero que no sea tan gilipollas como la anterior.

Una invitación a la fiesta de Navidad de la empresa. Genial. Odio esas fiestas aburridas de etiqueta. Seguro que nos han invitado por lo de la futura campaña de publicidad. De verdad espero que se lo den, hace años que conozco a Burke y sé lo que ha luchado por tener un contrato con el Meaning. Suena el teléfono.

—Shelton.

—Soy yo, Rebeccah. ¿Has recibido el correo?

—Sí, parece que Burke ha cambiado de PA.

—Ya lo he visto, espero que sea más simpática que la anterior. Dios, qué mujer más horrible esa Mildred, encima con nombre de bizcocho.

Me echo a reír a carcajadas.

—Eres terrible.

—¿No me digas que tú tampoco piensas lo mismo, Henry? Porque tampoco te caía muy bien que digamos.

—No, desde luego. Era maleducada, arrogante y antipática. No sé como Burke la ha aguantado tanto tiempo.

—¿Vas a ir a la fiesta?

—¿Tengo otra opción?

—No.

—¿Pues para qué preguntas?

—¿Vas a ir con alguien?

—Sabes que no estoy con nadie ahora, Rebeccah.

—Bueno, eso no tiene nada que ver. Tus rollos de fin de semana también te acompañan a veces.

—No voy a ir con ningún rollo. Además con la última no terminé muy bien.

—¿Otra que quería ponerte las esposas?

—No, su novio quiso partirme la cara cuando nos pilló juntos.

—Eso te pasa por meterte en camas que ya tienen dueño, Henry.

—No lo sabía. La muy zorra no me lo dijo.

Oigo un resoplido seguido de risas.

—¿Te estás riendo?

—Me estoy descojonando imaginándome tu cara. Joder Henry, como si tuvieras veinte años.

—¿Y yo qué iba a saber que tenía novio?

—Tienes que empezar a plantearte dejar esos rollos de fin de semana y buscar algo serio.

—¿Para qué? Las mujeres solo traéis dolores de cabeza.

—Pues yo si fuera tú, preferiría un dolor de cabeza a quedarme sin dientes. No eres un crío.

—Búscame una novia, Graham.

—No tengo otra cosa que hacer, Shelton.

Me cuelga el teléfono. La madre que la parió, siempre me hace sentir culpable.

El viernes por la tarde salgo de trabajar y lo último que me apetece es meterme en la fiesta aburrida del Skyland. Llego a casa y me tiro en el sofá. Apoyo la cabeza en el respaldo...

Suena el teléfono de casa y me incorporo de golpe, haciéndome daño en el cuello.

—¡Mierda! Tengo que cambiar el sonido del timbre o un día me da un infarto.

Descuelgo.

—Henry, soy yo.

—¿Qué quieres ahora?

—Asegurarme de que vienes a la fiesta.

—¿Pero por qué tienes tanto interés en que vaya?

—Porque conoces a Burke, a mí me cae bien, y creo que a él le gustaría que estuvieras presente.

—En hora y media estoy allí...

—Cuarenta y cinco minutos.

—Una hora.

—¿Me estás regateando el tiempo? Métete en la ducha, Shelton, y en cuarenta minutos te quiero aquí.

—¿No habías dicho cuarenta y cinco?

—Chao.

Cuelga. Qué manía tiene de dejarme con la palabra en la boca. Si no fuera por el aprecio que le tengo, la mandaba a la mierda.

***

Al final tardo solo media hora en ducharme y vestirme, pero hago tiempo aposta para fastidiar a Rebeccah, y llego a la fiesta cincuenta minutos después.

Cuando me ve mueve la cabeza hacia los lados y resopla. Me coge del brazo y me lleva hasta la barra.

—Eres lo peor, ¿sabes?

—Y tú eres encantadora.

—Eso díselo a mi marido. No te va a creer.

Me echo a reír.

—¿Dónde lo dejaste hoy?

—Anda por ahí con Frank. Vamos a saludar a Burke.

Burke me estrecha la mano y me da un abrazo. Hoy le noto muy nervioso, y lo entiendo. Conseguir este contrato significa mucho para él. Si estuviera en mi mano se lo daba sin pensármelo, pero eso es cosa de Lowell, y el cabrón es bastante duro de roer.

—Ya he visto que cambiaste de PA.

—Sí, Mildred se marchó a vivir a California.

—¡Gracias a Dios! No sé cómo has podido aguantar a esa mujer tantos años.

Rebeccah no se puede callar ni debajo del agua, Burke se echa a reír.

—Reconozco que hacía muy bien su trabajo, aunque la nueva es aún mejor.

—Helena Connors, si no recuerdo mal.

Recorre con la mirada la sala.

—Sí, Helena. Luego os la presentaré, no la veo por aquí.

—Espero que no sea como la señora Bizcocho.

—¿Quién es la señora Bizcocho, Rebeccah?

Burke la mira con curiosidad.

—Pues Mildred, la espantosa. ¿No me digas que no tiene nombre de bizcocho?

***

Nos llaman la atención para acercarnos a la sala donde van a hacer la presentación. Pasa alguien por mi lado que huele terriblemente bien. Cuando quiero mirar solo puedo verla de espaldas. Lleva un vestido blanco con un escote que deja su espalda al aire, aunque su melena rubia le cubre la mitad. Sus piernas son largas y esbeltas. Me quedo mirando embobado hasta que llega a la tarima y se da la vuelta. Intento tragar saliva porque se me ha quedado la boca seca. Es preciosa... Se coloca al lado de Burke mientras él hace la presentación. Yo no me entero de nada, solo puedo mirar fijamente a la atractiva rubia. Cuando terminan, todo el mundo aplaude pero yo sigo embelesado hasta que Rebeccah me da un codazo.

—¡Henry!

Me hace un gesto con la cabeza y aplaudo yo también. Me mira con el ceño fruncido y sigue mi mirada hasta que cae en la cuenta. Me sonríe. Yo le pongo los ojos en blanco.

Me acerco a la barra a pedirme un whisky doble. No puedo quitarme la imagen de la rubia de la cabeza. Rebeccah se acerca y me coge del brazo.

—Anda, vamos a conocer a la rubia misteriosa.

Casi me atraganto con la bebida.

Burke y Lowell están hablando con ella. ¿Será su nueva PA? Nos acercamos, pero está de espaldas.

—Señorita Connors, estos son dos de los accionistas de nuestra empresa.

Se da la vuelta sorprendida y me mira con... me mira... no sé cómo explicarlo, pero a mí el corazón me golpea en el pecho.

—La señora Graham.

Rebeccah tiende la mano y se la estrecha con una sonrisa.

—Llámeme Rebeccah, por favor.

—Y el señor Shelton.

Le tiendo la mano rozándola primero con los dedos. Un cosquilleo me recorre el brazo.

—Henry, mejor.

—La señorita Connors es la nueva PA del señor Burke.

Sin poder evitarlo le acaricio suavemente la mano con el pulgar.

—Encantada...

Su voz es apenas un susurro. Se nota que la he puesto nerviosa. Ella sigue mirándome sin soltarme la mano. Le sonrío. Entonces me suelta la mano bruscamente y la miro sorprendido.

—Si me disculpan, tengo que ir al lavabo.

Y se va a toda prisa.

—Discúlpenla, es la primera fiesta que organiza y está un poco nerviosa.

—Por lo menos parece más agradable que la señora Bizcocho.

Burke y yo nos echamos a reír y Lowell nos mira con cara de póker.

—¿Quién es la señora Bizcocho?

—Anda, ven que te pongo al día mientras echamos un baile, jefe.

Rebeccah le pone la mano en el hombro y le obliga a caminar. Me quedo a solas con Burke.

—¿Qué te ha parecido la presentación, Shelton?

¡Mierda! Me quedo bloqueado. Pero si no me he enterado de nada... Solo puedo decirte lo buena qué está tu secretaria. Aún así salgo al paso.

—Fantástica. De verdad espero que os den el trabajo, Steve. He estado toda esta semana dándole el coñazo a Lowell.

—Gracias, Henry. Sé que la decisión no es cosa tuya, pero te lo agradezco de todas maneras.

La busco con la mirada. La verdad es que ha tenido muy buen gusto eligiendo el sitio, hace una noche estupenda para estar encerrados en el salón de un hotel y esta terraza con vistas al Central es preciosa. La localizo en la barra, su espalda escotada es inconfundible. Me acerco a ella y veo que se tapa la boca para disimular un bostezo.

—¿Eso significa que estás muy cansada o es sólo aburrimiento?

Su espalda se pone rígida y se da la vuelta. Aprovecho para rozarle la mano, aposta.

—Señor Shelton...

—Henry, por favor.

Sus mejillas se tiñen de rosa.

—Henry, es cansancio. Esta semana ha sido algo intensa.

—Ha merecido la pena señorita Connors, creo que nos ha impresionado a todos.

Y a mí, especialmente, no solo por la fiesta.

—Helena... por favor. Y gracias.

De repente se me ocurre como estar más cerca de ella. Estas ansias de tocarla me están matando.

—Helena, ¿te apetecería bailar? Así me aseguro de que tus bostezos sigan siendo sólo por agotamiento.

Le guiño un ojo. Ella respira agitada. Vaya, vaya...

—Señor Shelton... yo... No se me da muy bien bailar estas canciones.

Se encoge de hombros mientras arruga la nariz.

—Henry.

—Lo siento, Henry.

—¿Y qué canciones se te da bien bailar, Helena?

Frunce los labios y tengo que hacer un terrible esfuerzo para no darle un beso y dejarla sin aliento.

—Bueno...algo más...marchoso.

Me río. Con lo marchoso no se baila agarrado.

—Si me das un minuto iré a pedir algo no muy difícil de bailar, ¿ok?

—Está bien.

Me acerco al chico que está poniendo la música y le pido una de mis canciones favoritas, y eso que no soy de música romántica, pero No Air me pone la piel de gallina. Vuelvo a la barra.

—Ahora sí. ¿Me concedes este baile, Helena?

Se echa a reír.

—Será un placer.

Oh Dios... qué bien suena esa palabra en tu boca, preciosa.

—Creo que el placer no solo va a ser tuyo, Helena...

La llevo hasta el centro del jardín y coloco mi mano en su espalda. Noto como se le eriza la piel y la estrecho un poco más contra mi cuerpo. Respira con rapidez, como si le costara que el aire entre en sus pulmones. Inspiro y me inundo con su olor. Huele a flores, pero sobre todo a jazmín. No puedo evitar deslizar mi mano hasta el comienzo de su espalda. Mira hacia abajo, a los últimos botones de mi camisa, mientras se muerde los labios. De repente alza la mirada y me mira a los ojos.

—¿Estás casado?

La miro sorprendido, después me echo a reír a carcajadas.

—Vaya, eres directa.

Se pone colorada hasta las orejas y baja la mirada. Le alzo la barbilla para que me mire.

—No, no estoy casado.

—Lo... lo... siento, ha sido una pregunta estúpida.

—No te preocupes Helena, yo estaba a punto de preguntarte lo mismo.

—Gracias por intentar hacer que me sienta mejor.

Se echa a reír.

—Era en serio...

Noto como se le doblan un poco las rodillas.

—Henry, necesito ir al baño, no me encuentro bien...

—Vamos, te acompaño.

A mitad de camino tengo que sujetarla fuerte porque vuelven a fallarle las rodillas y está a punto de caerse.

Llevo diez minutos afuera esperándola. ¿Le habrá pasado algo? Me acerco a la puerta del baño pero no oigo nada.

—¿Helena, estás bien? Llevas diez minutos ahí dentro y estoy empezando a preocuparme, voy a entrar.

—¡No, no! Por favor, dame un minuto.

Su voz suena floja. Me apoyo en la columna de enfrente y espero. Cuando por fin sale, veo que está pálida. Me acerco a ella.

—Yo... lo siento. Demasiadas emociones hoy, y supongo que el estrés de esta semana me ha superado.

Me sonríe con pesar.

—No te preocupes. Venga, te llevo a casa.

—No, no, cogeré un taxi. Bastante has hecho ya con ayudarme a llegar al baño y no dejarme vomitar en medio de la fiesta.

Me aguanto la risa con el comentario.

—¿Qué? No debí decir eso, ¿verdad?

Al final rompo a reír.

—No, Helena, es que me ha resultado gracioso. Bueno, el hecho de que vomitaras no es gracioso, pero... Está bien, yo tampoco he debido decir eso, estamos en paz. Y ahora déjame que te acerque a casa.

—No, de verdad, no quiero causarte más molestias.

—Por favor...

—Está bien, pero tengo que avisar a mi jefe de...

—Tranquila, espérame aquí. Ya me despido yo por ti. No quiero que vuelvas a meterte entre la gente y que al final te manches ese vestido espectacular que llevas.

Le guiño un ojo y me voy a buscar a Burke.

Le encuentro sentado en un apartado con Lowell. Parece que están cerrando el trato.

—Siento interrumpiros. Steve, voy a acercar a Helena a casa.

Los dos me miran con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

—No se encuentra muy bien y no quiero que coja un taxi.

—¿Qué le ocurre?

—Está cansada y ha bebido un poco de más. No te preocupes, yo cuidaré de ella.

—Eso es precisamente lo que me preocupa, Henry.

—Oh vamos, Steve. No voy a seducir a tu secretaria.

Aún.

—Asegúrate de que llega sana y salva.

—Eso haré. ¡Suerte, Steve!

Lowell me mira y sonríe. Creo que se han ganado el contrato.

La encuentro sentada en una silla cuando vuelvo. Le tiendo la mano.

—Helena vamos, ya nos podemos ir.

Me da la suya y entrelazo sus dedos con los míos. Noto que le tiembla un poco el pulso.

—¿Estás mejor? ¿O te llevo en brazos?

—¡¡No, no!! ¿Más bochorno? No podría soportarlo...

Se echa a reír.

En la calle hace fresco y Helena empieza a temblar. Me quito la chaqueta y se la pongo por los hombros, deslizando mis manos por sus brazos.

—Gracias.

Me sonríe. Qué bonita es cuando sonríe.

—No tienes por qué dármelas. ¿Sabes qué? Es la primera fiesta de este tipo en la que me divierto tanto.

—Me alegro de haber hecho de payaso de la fiesta...

Parece que no he acertado con mi comentario.

—No, no. No quería decir eso, de verdad.

La cojo del brazo y la coloco frente a mí. Ella baja la mirada otra vez a los botones de mi camisa.

—Lo he pasado muy bien contigo.

Como no me contesta, nos metemos en el coche. Me da la dirección de su casa y no vuelve a decir nada en todo el camino. Solamente cierra los ojos y gira la cabeza hacia la ventana.

Paro el coche enfrente de su edificio. Helena abre los ojos y se vuelve hacia mí.

—Sé que esta noche no he parado de darte las gracias...

—De verdad Helena, no tienes que dármelas, ha sido un placer.

—¿También tener que esperar a la entrada del baño mientras vomito?

Se echa a reír.

—El placer ha sido compartir mi tiempo contigo, ya te he dicho que lo he pasado muy bien. Aunque haya supuesto esperar diez minutos en la puerta del baño mientras tú... emm... vomitabas.

Me echo a reír con ella.

—Tengo que irme. Adiós, Henry.

No te lo crees ni tú que esto es un adiós.

—Hasta la próxima, Helena...

Mientras sube corriendo las escaleras me doy cuenta que aún lleva mi chaqueta puesta, así que arranco corriendo el coche y me voy. Esa es la excusa perfecta para volver a verla.

***

Llamo a Burke al día siguiente.

—Necesito un favor, Steve.

—Claro, después de que el Meaning nos haya dado el contrato, puedes pedirme los favores que quieras.

Se echa a reír.

—¡Vaya! ¡Enhorabuena, Steve! No sabes cuánto me alegro.

—La verdad es que tengo que agradecerle bastante a mi secretaria, ella fue la que impresionó a Lowell con la presentación.

—Hablando de tu secretaria...

—No me pidas que la despida para contratarla tú, Shelton.

—No, no. No iba a pedirte eso. Aunque no sería mala idea...

—¡Ni lo sueñes! Helena es muy importante en la empresa. Así que olvídalo.

Me río.

—No te preocupes, solo te llamaba para pedirte su número.

—¿Para qué quieres su número?

—Se llevó mi chaqueta ayer sin darse cuenta.

—Le diré que la traiga y la recoges aquí, o enviaré a alguien al Meaning.

—¡Oh, vamos Steve!

—Henry, no puedo darte su teléfono sin su consentimiento.

—Te aseguro que no le va a importar.

—¿Hay algo que tenga que saber?

—No, claro que no.

—No puedo, Henry.

—Por favor...

Le oigo resoplar.

—No debería, pero sé que me vas a dar el coñazo. Anda, apunta...

Espero un poco a llamar para no pillarla en la cama. Me tiemblan las manos cuando marco el número. No me puedo creer que me ponga nervioso con una llamada. Suena una vez... dos... tres... Vamos Helena, cógeme el teléfono.

—¿Dígame?

Un escalofrío me recorre de arriba abajo con solo oír su voz.

—Hola, Helena...

—¿Quién... eres?

—Soy Henry.

—¿Cómo... cómo has conseguido mi número?

Llamé a Burke desesperado y el muy cabrón a punto estuvo de no dármelo.

—Llamé a Burke para pedírselo, nos conocemos desde hace tiempo y me debe unos cuantos favores. Espero que no te haya molestado...

—No, no, sólo me ha sorprendido.

De repente oigo un golpe y un ruido parecido a agua.

—¿Te pillo en mal momento? Suena a... ¿agua?

—Bueno es que estaba en la bañera.

A punto estoy de reventar la cremallera del pantalón de lo dura que se me ha puesto. Suspiro. Oigo su vocecilla de nuevo.

—Pero no te preocupes.

—Después de lo que acabas de decirme, mi estado no es el de preocupación, créeme...

Si supieras lo que provocas en mí, te asustarías.

—Llamaba para preguntarte qué tal estás.

—Yo... bien. Mejor después de dormir doce horas seguidas y mucho mejor después de un buen plato de pasta y algo de chocolate. Por cierto, te olvidaste tu chaqueta.

—También te llamaba por eso, no es que me importe la chaqueta, pero es la excusa perfecta para invitarte a cenar esta noche.

—Pues es que yo...

¡Mierda! Tenía planes.

—Ya tenía planes, lo entiendo.

No puedo evitar que mi voz suene decepcionada porque necesito verla, necesito estar con ella. La necesito, y ya.

—No, no tengo ningún plan, excepto quedarme en casa viendo alguna peli y...

Sonrío aliviado.

—Te paso a buscar a las ocho. Tengo mejores planes para ti que quedarte en casa viendo una película. Hasta luego.

Cuelgo el teléfono para no darle tiempo a responder. Mi polla se remueve en el pantalón como si tuviera vida propia.

—Eh, no te hagas ilusiones. Que quede con ella no significa que se vaya a meter en mi cama así, sin más.

Llamo al Serendipity a ver si consigo que hagan una excepción con el helado. Por suerte me coge el teléfono una camarera con alma romántica, que me dice que sí sin pensárselo cuando le digo que voy a pedirle la mano esta noche a mi novia, y que es su helado favorito. Después bajo a la peluquería de debajo de mi casa y me corto los jodidos rizos. Los odio.

A las ocho estoy puntual en su edificio. Me suena el móvil. Rebeccah.

—¿Qué quieres?

—Qué simpático eres, Shelton.

—No me pillas en un buen momento.

—¿Estás en la cama revolcándote con alguien?

—Qué graciosa...

—¿Qué haces?

—¿Has llamado para preguntarme qué hago?

—No, he llamado para decirte que el lunes hay reunión urgente en el Meaning a las 8. Pero ya que estamos, ¿qué estás haciendo?

Helena me hace señas para decirme que se ha dejado mi chaqueta en su apartamento, yo le hago un gesto negativo y moviendo los labios le digo luego.

—Chao, Rebbecah...

—¡Oye...!

Cuelgo el teléfono.

—Discúlpame por tenerte esperando, Helena.

—Henry, que no me importa subir a por ella en un momento.

Insiste con lo de la chaqueta. La miro de arriba abajo. Qué guapa está.

—Y a mí en estos momento no me importa la chaqueta lo más mínimo... ¿Nos vamos?

Se muerde los labios nerviosa.

—¡Vaya! Nuevo corte de pelo. ¿Y... nuevo Mercedes?

—¡Chica observadora! Sí, estaba un poco harto de mis rizos, y no, no es nuevo.

—A mí me gustaban tus rizos, me daban ganas de...

Se queda callada y se lleva una mano a la boca.

—¿Te daban ganas de...?

Sonrío.

—¡Nada! No me he dado cuenta de que lo estaba diciendo en voz alta.

Se sonroja y mira al suelo. Un mechón se le escapa y le tapa el ojo derecho.

—Si tanto te gustan no tengo ningún problema en volver a dejármelos crecer.

Me acerco a ella y le coloco el mechón detrás de la oreja. Ella se retira nerviosa.

—Y bien... ¿dónde vamos?

—He reservado mesa en el Serendipity 3.

Abre los ojos como platos.

—¿Me vas a hacer pagar mil dólares sólo por el postre?

Se echa a reír.

—Nena, tú no vas a pagar nada esta noche, los gastos corren de mi cuenta. ¿Vamos?

—¿No me digas que eres un hombre de las cavernas? Yo. Pagar. Todo. Algún defecto tenías que tener.

Me echo a reír a carcajadas.

—Tengo muchos defectos pero no tengo nada que ver con la prehistoria. Pago yo porque soy el que te ha invitado a salir. El próximo día me invitas tú y pagas todo, ¿ok?

Me mira sonriendo.

—Sí, claro. Pero te llevaré al cine.

—Me gusta el cine, está todo oscuro.

Le guiño un ojo mientras pienso en la cantidad de cosas que podría hacer con ella en la fila de atrás.

—¿Nos vamos?

Hace un gesto como si se hubiera distraído pensando en algo.

—Por supuesto. Estoy deseando ver qué puede ser mejor que quedarse en casa viendo una película.

—Te sorprenderías de la cantidad de cosas que tengo en mente...

Vuelve a sonrojarse otra vez. Si tú supieras, Helena...

El sitio es muy curioso, pintado de blanco y decorado con relojes y lámparas de colores. Los dos pedimos una hamburguesa. Me gusta que las mujeres coman bien y no anden con esas tonterías de las calorías y los kilos de más. Y Helena come como si eso le importara una mierda.

—Me gusta mucho el sitio, después de tanto protocolo ayer ya estaba asustada por si se te ocurría llevarme al Masa...

Me echo a reír porque es el primer sitio que se me ocurrió.

—Pues no te creas que no se me pasó por la cabeza, pero yo también estaba un poco cansado de comida exquisita y necesitaba una buena hamburguesa.

—Lo que no me explico es cómo has conseguido el Golden Opulence para esta noche, si hay que pedirlo con cuarenta y ocho horas de antelación...

No puedo decirle la verdad, claro.

—Tengo mis contactos. Además te prometí algo mejor que una película en casa, ¿no? ¿Y qué mejor que el helado más caro del mundo?

—Bueno, podría enumerarte unas cuantas cosas.

¿De verdad ha dicho eso? Mi polla empieza a removerse inquieta.

—Pero eso no aquí, ni ahora...

La cojo de la mano y le acaricio con el pulgar. Mandaría a la mierda al Golden Opulence y me la comería a ella de postre. Cierro los ojos en intento recuperar el control. Cambio de tema.

—Cuéntame qué tal en Skyland, ¿llevas mucho tiempo siendo PA del señor Burke?

Sé la respuesta de sobra, pero no se me ocurre otra cosa que preguntarle. Bueno, sí se me ocurre, pero no, no, no. Céntrate, Shelton.

—De hecho no, me han dado el ascenso hace un mes.

—¿Y te encargó organizar un evento como ese recién ascendida? ¡Vaya! Debe de tener mucha confianza en ti.

Abre la boca con sorpresa y después la cierra y frunce el ceño.

—¿Qué insinúas? ¿Qué no estaba capacitada para hacerlo?

La miro sorprendido, no pretendía que mi comentario sonara despectivo.

—No, yo...

—Te diré una cosa, Henry. Llevo cuatro años dejándome los cuernos en esa empresa, he dedicado más tiempo al trabajo que a mí misma, y me merecía ese ascenso. Así que no me vengas con el rollo de lo capacitada o no que pudiera estar para organizar el maldito evento.

—Helena, lo siento si te he molestado. No era mi intención.

Baja la mirada pero me ha parecido que le brillaban demasiado los ojos.

—Helena, mímame.

—No.

¿No?

—Vamos, mírame.

Cuando levanta la vista las lágrimas comienzan a rodarle por las mejillas.

—Oh, Dios mío... lo siento Helena. Lo siento, lo siento...

Me levanto de la mesa y me arrodillo a su lado. Le cojo la cara entre mis manos y le limpio las lágrimas con los pulgares. Detrás de Helena, una camarera se para y nos mira. Me sonríe y alza el pulgar. Seguro que es la que me ha cogido el teléfono y piensa que le estoy pidiendo la mano a la antigua usanza. Si no fuera porque Helena está llorando, me echaría a reír.

—No llores, por favor... ¿podrás perdonarme? No pretendía que mi comentario sonara despectivo. Créeme que pienso que si Burke ha confiado en ti para darte ese ascenso, seguro que eres muy buena en tu trabajo.

—Henry, llévame a casa.

Mierda. Se levanta de la silla. No sé cómo arreglarlo.

—Lo siento, de verdad. Siento haber dicho eso, no pretendía arruinarte la noche.

Sigo arrodillado en el suelo. No sé qué más puedo hacer.

—Por favor, no te vayas todavía. Yo...

—Henry... llévame a casa.

Me pongo de pie y se acerca a mí. Me susurra en el oído.

—Quiero que me lleves a casa y quiero que me folles hasta que me falte el aliento Quiero que me arranques la ropa aunque me la destroces, quiero que me hagas olvidar estas semanas de estrés y ansiedad, las noches en vela, olvidarme de todo... Porque no he podido pensar en otra cosa que no sea en sentirte dentro de mí desde que te conozco.

Y después su apartamento. Y ella arrancándome la camisa. Y yo rompiéndole las bragas. Y ella acariciándome hasta casi correrme. Y yo cogiéndola en brazos para morderle el trasero. Y ella cogiéndose al cabecero de la cama. Y yo embistiéndola con fuerza. Y ella muriéndose de placer. Y yo muriéndome por Ella. Mi pequeña fiera. Helena...

Salgo corriendo de mi despacho y me meto en el servicio. Cojo aire despacio mientras me restriego las lágrimas con rabia. Me miro al espejo y veo el destrozo que sigue haciendo en mí. Me saco el móvil del bolsillo y llamo sin pensármelo.

—¿Sí?

—Holly, ¿podemos vernos?

—¿Ahora?

—Salgo de trabajar a las ocho.

—A las ocho está bien, dejaré a Alice con mi madre.

—Gracias.

—¿Ha pasado algo, Henry?

—No, no... Solo quiero verte.

—Vale. Pues pásate cuando salgas.

—Hasta luego, preciosa.

¿Estoy haciendo lo correcto? No, ya lo creo que no. Pero lo necesito, soy tan jodidamente egoísta que necesito esto. Follarme a Holly para no pensar en ella. O para pensar en ella mientras me la follo.

No te engañes, Shelton.

Pero ella dijo que tampoco quería nada romántico, entonces... Qué Dios me perdone...

Holly abre la puerta y me abalanzo sobre ella. La cojo en brazos y la llevo al dormitorio mientras ella me quita la cazadora y la camiseta. La bajo al suelo y la desnudo con rapidez. Se quita las bragas y se deja caer en la cama. Se abre de piernas y cojo aire.

—¿A qué esperas?

—No sé, ¿no estoy siendo un poco brusco?

Holly se apoya en los codos y me mira con las cejas alzadas.

—¿Me oyes quejarme?

Sonrío y me coloco sobre ella. La penetro con fuerza y me clava las uñas en la espalda. Cierro los ojos y solo puedo verla a Ella.

¡Ábrelos, maldita sea! ¡Ábrelos y mírala a ella a los ojos!

No puedo... Holly me agarra de la nuca y me besa. Su lengua se desliza suavemente sobre la mía, compensando lo bestia que estoy siendo yo mientras la penetro. Abro los ojos. Y los suyos, de un verde casi irreal, me devuelven la mirada. Una mirada que dice: adelante, desahógate. O a lo mejor es lo que yo quiero ver para no sentirme peor. Aflojo el ritmo un poco. Holly me empuja y se coloca encima de mí, pero de espaldas. Se mueve en círculos mientras se acaricia entre las piernas. La oigo gemir suavemente. Le cojo el pelo y lo enredo en mi mano, tirando de él suavemente.

—Voy a correrme, Henry.

Se mueve más deprisa y cuando noto sus espasmos tiro más fuerte de su melena hasta que la tengo sobre mi pecho. Me abrazo a ella y me dejo ir al ritmo de sus últimas sacudidas.

***

—¿Quieres cenar aquí?

—¿Crees que es buena idea?

—¿Y por qué no va a ser buena idea? ¿No podemos cenar juntos por haber echado un polvo? Henry, que no quiera tener una relación romántica no quiere decir que no podamos cenar juntos, como amigos.

—Vaya, lo siento. Tienes razón. Es que no estoy acostumbrado a estas cosas.

Se echa a reír.

—¿En Nueva York no has tenido ninguna amiga con derecho a roce?

—No, la verdad es que no. No llegaban a ser amigas. ¿Tú?

—¿Yo qué?

—¿Has tenido más amigos con derecho a roce?

—No, de momento solo han sido polvos de fin de semana. ¿Qué quieres cenar?

—No sé, ¿quieres que cocine algo? Se me da bastante bien.

—No, no. Nada de ensuciarse las manos hoy. Pediremos la comida de fuera. ¿Te gusta el sushi?

—Sí.

—¡Pues adjudicado! Hay un restaurante buenísimo aquí cerca que sirven a domicilio. Voy a llamar. Mientras si quieres ducharte, hay toallas limpias en el armario del baño.

—Gracias, Holly.

—No hay de qué.

—No sólo por lo de la ducha.

—Lo sé. Aún así no tienes que darme las gracias.

Me guiña un ojo y coge el teléfono de la mesilla.

Cenamos sentados en el suelo del salón mientras en la tele ponen EastEnders, no me puedo creer que aún siga en antena. Cuando era pequeño y vivía con mis padres en Jersey, mi madre estaba enganchada a esa novela.

—¿La sigues?

—¿Yo? ¡Qué va! Solo la pongo mientras ceno, porque no hay otra cosa que me guste. ¿Quieres que la quite?

—No, déjala. Me recuerda a mi madre.

Cierro los ojos en intento visualizarla, pero cada año que pasa las imágenes de mi niñez son más borrosas. Puedo ver sus ojos azules porque son como los míos. Su risa musical resuena en mi cabeza. Sus manos suaves me acarician el pelo. Me canta una canción. Su voz me recuerda a la primavera y al prado de flores que rodeaba nuestra casa de verano. Su pelo negro y rizado me hace cosquillas en la nariz cuando se agacha a darme un beso de buenas noches. Marianne... Después un frenazo, y un ruido de cristales rotos. Abro los ojos de golpe. Tengo el pulso acelerado y respiro como si me faltara el aire.

—Henry, ¿estás bien?

Holly está a mi lado y me sujeta por los hombros, mirándome preocupada.

—Sí.

—Has cerrado un momento los ojos y no sé qué ha pasado. De pronto has empezado a hiperventilar y a temblar. No sabía qué hacer.

Me miro las manos y veo como me tiembla el pulso.

—No te preocupes, Holly. Solo han sido unos cuantos recuerdos.

—¿De ella?

—No, no. Mi madre.

—¿Ha sido por EastEnders? Lo siento, si lo llego a saber no pongo la tele.

—Holly, no ha sido por eso. No te sientas culpable, ¿vale?

Asiente.

—Vale.

Me mira un momento y sé que se sigue sintiendo culpable, aunque no quiera admitirlo. Después se abraza a mí. Yo la estrecho con fuerza. Los temblores paran. Mi respiración se normaliza. Mi corazón recupera su ritmo. Y por fin me siento bien. Esto es lo que necesitaba, no un polvo rabioso para no pensar en Ella, no. Un abrazo, un jodido y simple abrazo. Pero siempre nos empeñamos en complicarlo todo.

***

—¿Sales mañana?

—No, no puedo. Mi madre me traerá a Alice por la mañana y este fin de semana la tengo yo.

—Te echaré de menos.

—No lo hagas, diviértete con las chicas.

Me sonríe.

—Claro.

—¿Seguro que no quieres quedarte a dormir?

—No, Holly. Te lo agradezco pero...

—¡Eh! Que no tienes que darme explicaciones, ¿recuerdas?

Se despide dándome un beso suave en los labios.

—¿Cuándo volvemos a vernos?

—Llámame cuando quieras y ya te digo si puedo o no, ¿vale?

—Claro.

***

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