Henry

Henry


Lily

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Lily

Al final no son quince minutos, es media hora. Este es peor que las mujeres.

Bajamos andando hasta Charing Cross, no hace mucho frío y tampoco llueve. Aunque yo, como siempre, bajo con mis botas de agua. Cualquier precaución es poca.

Cuando llegamos a Foyles, Henry se para en la puerta. Yo entro y sigo hablando sola sin darme cuenta. Cuando veo a una señora que me mira extrañada, me giro y le veo a través de las puertas de cristal. Vuelvo sobre mis pasos y salgo a la calle.

—¿Qué haces? Me has dejado hablando sola ahí dentro.

Suspira.

—No es nada, Lil. Vamos.

—Estás muy raro desde que te dije lo de venir aquí, ¿pasa algo?

—No, es que hacía mucho que no pisaba una librería.

—¿Y te has emocionado?

Me mira sonriendo.

—Sí, algo así.

Me echa el brazo por encima de los hombros y entramos.

Paseo entre las estanterías sin terminar de decidirme por un maldito libro. A no ser que traiga uno ya anotado de casa, me puedo tirar horas para decidirme. Y el problema es que me gusta leer de casi todo. Qué cabreo tengo.

Paso por delante de la estantería de escritores españoles y me paro con curiosidad. Ya que Henry se va a España, creo que voy a probar con un escritor español. Me llama la atención el nombre y la portada de uno de los libros calificado como bestseller. Se llama La Sombra del Viento. Lo cojo y le doy la vuelta para leer la sinopsis a ver si me convence, porque muchas veces me llevo los libros por la portada y me he encontrado con cada coñazo, que mejor quemarlo. Y me convence, vaya que si me convence. Me cambia el humor en un momento.

Busco a Henry y le veo en la zona de guías de viaje.

—¿Mirando guías de España, Hank?

Se da la vuelta con una de Madrid en la mano y me sonríe.

—¿Crees que debería comprármela?

Arruga la nariz.

—Pues no. Yo creo que los viajes más interesantes son los que se hacen a la aventura. Si ya sabes de antemano lo que vas a ver, ¿qué gracia tiene?

—Tienes razón. ¿Qué libro has cogido tú? Déjame ver.

Me lo quita de las manos.

—Es un escritor español.

—Ya, ya lo veo. ¿Y eso?

—Con todo este rollo de que te vas a España, me dio por ahí.

—Creo que voy a comprármelo yo también.

—¿Para qué? Cuando lo termine te lo dejo.

—Es que quiero llevármelo al viaje.

—Bueno, pero en quince días yo ya me lo he leído. Busco un par de ellos más y nos vamos, ¿ok?

Me doy la vuelta y me quedo clavada en el sitio. Doy dos pasos hacia atrás y me escondo detrás de Henry.

—¡Hank, el del supermercado!

—¿Quién?

—¡El que me tiró al suelo con el carro! ¡No mires!

Le agarro del brazo y tiro de él, pero es inútil. Se vuelve con descaro.

—Aaah... Con el que hacías carantoñas en la caja.

Se echa a reír.

—Joder, te he dicho que no miraras.

—¿Y cómo iba a saber quién era entonces?

—Genial, ahora viene hacia aquí... ¡Y yo no hacía carantoñas con nadie!

Le miro cabreada.

—¡Hola!

Me giro y el Golpeador de Carros Ajenos me mira con una sonrisa.

—Eeeh... hola.

—¿Te acuerdas de mí?

—Creo que se acuerda más mi trasero, me estuvo doliendo tres días.

Se pone nervioso y abre la boca mientras mueve la cabeza hacia los lados.

—Yo... de verdad que lo siento... No pretendía...

—Es broma.

—Ah.

Se echa a reír pero no creo que le haya hecho mucha gracia. Henry resopla.

—Ahora que recuerdo, voy a buscar un libro que llevo queriendo comprar hace tiempo. Espérame aquí, Lil.

Se va y me deja sola con el tipo este, que me vuelve a mirar con esa sonrisa que me está poniendo de los nervios. Yo le miro arrugando la frente y espero a que diga algo.

—¿Es tu... novio?

¡¡Pero eso no, por Dios!! Me entrar ganas de decirle que sí, a ver si así deja de mirarme con la sonrisa destrozanervios. Pero no me gusta mentir, y el chico tampoco me ha hecho nada. Aparte de tirarme al suelo y que medio supermercado me viera las bragas, claro.

—No, no es mi novio. Soy alérgica a eso.

Mira por donde que sin mentirle le acabo de borrar la sonrisa por fin.

—Ah, ya. Entonces sois amigos con derecho, de esos que están tan de moda ahora.

¿Me estás haciendo el currículum, guapo?

—No, tampoco. Es mi primo.

Suelta el aire de golpe y vuelve a sonreír. ¿Es que no has oído justo lo de antes? ¿Por qué sonríes? Quizá debería haberle dicho que soy alérgica a los hombres, en general.

—¿Qué estás leyendo?

Mira el libro con curiosidad.

—Ahora mismo nada.

Se echa a reír.

—Tienes razón, ¿qué vas a leer?

Le enseño la portada.

—¿Lo conoces?

Apuesto un café a que no tiene ni idea.

—Sí, lo he leído además.

¡¿Cómo?! ¡Imposible!

—¿En serio?

—Sí. ¿Por qué te parece tan raro?

—Es un escritor español, es raro.

—Mi hermana ha estado viviendo diez años en España. Cuando leyó La Sombra del Viento, llamó a mi padre y le dijo que tenía que venderlo en la tienda. Dio bastante el coñazo.

Se ríe.

—¿En la tienda?

—Bueno sí, en la librería.

—¿Tu padre tiene una librería y vienes a Foyles?

—De hecho es esta la librería de mi padre...

Frunce los labios avergonzado.

—¡¿Estás de coña?!

—No.

—¡¿Tu padre es el dueño de Foyles?!

Vale, Lil baja el tono. Estoy alucinando.

—Mi tatarabuelo era William Foyle, uno de los fundadores de esto. Luego ha ido pasando de generación en generación hasta mi padre, que lo heredó de su tía Christina. Pero mi hermana no quiere oír ni hablar de la librería, así que imagínate cuál va a ser mi futuro trabajo.

Se encoge de hombros.

—¿No te gusta?

—A mí me gusta leer, me gustan los libros, pero no trabajar aquí. Me aburre el trabajo de mi padre.

—¿Y no se lo has dicho?

—¿Y matarle de un disgusto? Mi hermana casi lo logra cuando dijo que se iba a España y que no quería saber nada de la librería. Si se lo dijera yo también, no me lo perdonaría nunca.

—Pero vas a estar trabajando toda tu vida en algo que no te gusta.

—En esta vida no se puede tener todo. Me conformo con que se cruce en mi camino una mujer con la que compartir mis mejores momentos fuera del trabajo. Lo demás no me importa.

Me mira de manera rara y consigue que me sonroje.

—Es una manera bonita de pensar. Ojalá tengas suerte.

—Lily, siento interrumpiros pero se está haciendo un poco tarde.

Henry ha vuelto con las manos vacías, no sé por qué me da que este se había ido aposta.

—¿Dónde está el libro que andabas buscando?

—No lo tienen.

—Ya...

De repente me acuerdo de la apuesta mental que he perdido y me viene genial, porque así no tengo que ir yo sola con el futuro librero.

—¿Qué os parece si tomamos los tres un café?

Henry se encoge de hombros.

—Como quieras.

—¿Tú qué dices? Vaya, ni siquiera sé tu nombre.

Me echo a reír.

—Max. Foyle.

Me tiende la mano y me guiña un ojo.

—Lillian Yale. Pero puedes llamarme Lily.

—¿Foyle? ¿Cómo la librería?

—Es que su padre es el dueño. Max Foyle, este es mi primo, Henry.

Se estrechan la mano.

—Yo también tuve una librería.

Me giro y le miro sorprendida.

—¿Tú? ¿Dónde?

—En Nueva York.

—Nunca me habías dicho nada.

—No sé, se me olvidaría mencionarlo.

—¿Y qué pasó con ella?

—La traspasé.

—¿Por qué?

—La abrí cuando Helena y yo aún estábamos juntos.

—Vale, vale. No digas más. Prohibido hablar de Helena, ¿ok?

Sonríe y asiente. El pobre Max nos mira con cara de póker.

—Voy a pagar el libro y nos vamos.

—No, no lo pagues. Considéralo un regalo de disculpa por lo del otro día en el supermercado.

—¿Estás seguro? A ver si no vas a ser un Foyle en realidad y en cuanto salga por esa puerta me detienen por robar libros.

Los dos se echan a reír.

—Como verás imaginación no le falta.

¡Cállate, Hank!

Max me acompaña a una de las cajas y la cajera le saluda con una sonrisa estúpida. Tengo que sujetarme la mano para no darle un guantazo y que espabile. Así que sí es un Foyle. Entonces puedo salir por la puerta sin haber pagado el libro, y sin que me detengan.

—¿Por qué iba a inventarme algo así?

Me pilla distraída y no entiendo lo que dice.

—¿Cómo?

—¿Por qué iba a inventarme que mi padre es el dueño de Foyle?

—No sé, muchas veces los tíos por ligar, os inventáis cualquier cosa. Como una vida paralela, por ejemplo.

—¿Crees que estaba intentado ligar contigo?

¡Toma ya, qué corte me acaba de pegar! Esto me pasa por vanidosa.

—Era un ejemplo.

Veo como Henry se muerde los labios para no reírse, yo le miro con los ojos entrecerrados.

—Y dime, ¿me hubiera funcionado como táctica de ligue?

—Conmigo no, desde luego. Ya te he dicho que soy alérgica a los hombres.

—No, has dicho que eras alérgica a los novios, no a los hombres.

Henry ya estalla en carcajadas.

—¿En serio, Lily? ¿Y eso desde cuándo?

—Desde que tú vives en mi casa.

Deja de reírse.

—Vale, me callo.

Subimos hasta Oxford Street, para ir a mi cafetería favorita, Whittard Chelsea, y así de paso comprar una taza nueva de café para Henry. Nada más llegar ya la veo en el escaparate y entro corriendo a comprarla.

—¿Dónde vas, Lil?

—Id cogiendo mesa, que ahora voy yo.

Me acerco al mostrador y la chica me enseña unas cuantas más, pero no me convencen. Compro la del escaparate. Me siento en la mesa y le doy el paquete envuelto a mi primo.

—¿Y esto?

—¡Ábrelo!

Lo desenvuelve y cuando lo ve frunce el ceño.

—¿Prince Charming? ¿En serio?

—No me digas que no te pega. Si pareces el príncipe del cuento de La Bella Durmiente, Hank.

—Lil, creo que deberías pensar seriamente pedir cita con el oculista.

Max se echa a reír. Después hay un momento incómodo de silencio porque creo que ninguno sabemos lo que decir. Al final es mi primo el que nos saca del apuro, preguntándole a Max por la historia de la librería. Yo le miro fascinada mientras habla, porque resulta ser una historia muy interesante y porque tiene una voz preciosa para contar historias.

Cuando miro el reloj no me puedo creer que haya pasado una hora. Le digo a Henry que tenemos que irnos a casa porque mañana es aún día de trabajo y entro más pronto. Max se despide de nosotros y nos dice que si necesitamos ayuda con cualquier cosa relacionada con libros, que ya sabemos dónde encontrarle. Y me enfado un poco porque no me ha pedido el teléfono. A lo mejor tenía razón y no estaba intentando ligar conmigo, la cabrona de mi vanidad me ha jugado una mala pasada.

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