Henry

Henry


Lily

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Lily

El miércoles hago la maleta con calma mientras los altavoces de mi equipo retumban con Do what you want de Lady Gaga. Menos mal que mi vecina de abajo está medio sorda. Pienso en algo que llevarle a Hank de regalo. Y se me enciende la bombilla pensando en su última llamada de teléfono.

Bajo a la calle y miro al cielo. Está nublado pero no tiene pinta de llover, así que me voy andando. A mitad de camino me cae tal chaparrón, que llego a Foyles calada hasta los huesos. El pelo y el abrigo me chorrean y voy dejando una estela por el pasillo. Me siento culpable por los de la limpieza.

—¿Lily?

Me doy la vuelta y me estampo con el señorito Foyle.

—Ah, hola. Volvemos a encontrarnos. Otra vez...

—Es difícil no encontrarte con el rastro de agua que vas dejando.

—Yo... Lo siento mucho. Si me das una fregona, lo limpio ahora mismo.

Se echa a reír.

—Era broma. No te preocupes, el personal de limpieza tiene un buen sueldo.

—Es un alivio saberlo.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Vienes a comprar un libro?

—¿Qué te hace pensar que vengo a comprar un libro a una librería? Pues claro que no, vengo a comprar masa para galletas.

Se echa a reír a carcajadas.

—Pues tercer pasillo a la derecha.

—¡¿Tenéis masa para galletas?!

Le miro con los ojos como platos.

—No, estaba bromeando, otra vez.

—Qué gracioso. Y yo que pensaba que los libreros erais grises y aburridos...

—Bueno, yo no soy librero aún. Pero mi padre tampoco es gris, ni aburrido.

Estupendo.

—Me encantaría seguir disfrutando de tus bromas, pero como verás estoy empapada hasta las bragas y quiero irme a casa lo antes posible.

—Dime qué es lo que buscas y te ahorraré tiempo.

—Quiero la segunda parte de La Sombra del Viento.

—Espera aquí, te lo traigo.

Vuelve enseguida con él de la mano.

—El Juego del Ángel. ¿Lo has leído?

—Sí, claro. He leído los tres. Te gustará.

—Es para Henry, yo me lo leeré después.

—Espera un momento.

Vuelve a irse para volver con otro ejemplar de la mano.

—Toma.

—No, si es que yo no quiero dos.

—Hay un dos por uno en la tienda.

Miro alrededor pero no veo ningún cartel.

—Mientes.

—Vale, miento. Ese es regalo de la casa.

Se lo devuelvo.

—No puedo aceptarlo, Max. Dos libros ya me parece demasiado.

—No, vamos quédatelo. A mí me sobran.

Me guiña un ojo.

—Bueno supongo que tendré que invitarte a tomar un café otro día.

—Me parece justo. Espera.

Me quita el libro de las manos y se saca un bolígrafo del bolsillo. Apunta su número en la cubierta del libro, así que no tengo más remedio que llevármelo.

—Aquí tienes mi teléfono. Cuando quieras invitarme a ese café, me llamas.

—Vale.

—¿Necesitas que te acerque a casa o has venido en coche?

Me miro de arriba abajo.

—¿Te parece que he venido en coche?

Se pasa una mano por el pelo y me mira arrugando la nariz.

—No, ha sido una pregunta tonta. ¿Te llevo?

—No, no hace falta. Pero si tienes un paraguas para prestarme, te lo agradezco.

—De eso nada, vas a coger una pulmonía.

—Bueno, si insistes...

—Pues vamos.

—Buen intento. No voy a irme sin pagar al menos uno de los libros.

Se echa a reír.

—Te acompaño a la caja para que no te cobren el otro.

Me pone la mano en la espalda y me empuja para que vaya delante. Esta vez es otra chica la que nos atiende, pero mira a Max con la misma cara de tonta que la otra. ¿Pero qué les pasa a las cajeras de esta librería?

En la calle sigue lloviendo a mares, por suerte su coche está aparcado enfrente de la puerta.

—Ventajas de ser hijo del jefe.

Me guiña un ojo. Qué mono es, por cierto. Tiene cara de niño, lleva el pelo alborotado y su sonrisa es preciosa.

—Oye, creo que las cajeras de la librería tienen un problema contigo.

—¿Por qué?

Me mira intrigado.

—¿No te pone nervioso que te miren así?

—¿Y cómo me miran?

—Estás de coña, ¿no? No me puedo creer que no te hayas dado cuenta.

Se ríe.

—No lo sé, yo no me fijo en ellas.

—Pobrecillas... Seguro que sueñan contigo.

—¡Vamos, no me digas eso! Ahora ya no voy a poder mirarlas a la cara sin acordarme de esta conversación.

Me echo a reír. Por el camino me pregunta por mi trabajo. Le cuento que trabajo en una agencia de viajes, pero que nunca he salido de Londres. Que el viaje a España es el primero que hago fuera. Él me cuenta que todos los años hace un viaje, o dos, al extranjero. Que de momento solo trabaja ayudando en la tienda, no le gusta la parte de cuentas, pero sin embargo da clases particulares de matemáticas a varios niños de escuela.

—¿Te gustaría haber sido profesor?

—Sí, me habría encantado. Me gustan mucho los niños.

—Sigo pensando que deberías hacer lo que te gusta, Max. A lo mejor podrías compaginar las clases con la librería.

—Para eso necesitaría la ayuda de mi hermana, y no está mucho por la labor.

—¿Necesitas la ayuda de una mujer?

—No, no tiene por qué ser de una mujer. Necesitaría la ayuda de alguien. ¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres ofrecerte voluntaria?

—¡No! No era eso. Pero igual podrías encontrar a alguien que te ayude.

—Mi padre no es muy dado a meter a alguien desconocido en las cuentas, Lily.

—Oh, claro. Lo entiendo.

—Pero quizás algún día mi futura mujer pueda ayudarme con las cuentas, ¿no crees?

Me mira sonriendo. Es la segunda vez que me habla de su futura mujer desde que nos conocemos. Me entran picores solo de pensar en bodas.

—Sí, claro.

Aparca en la puerta de mi edificio y se baja a coger un paraguas del maletero. Después me escolta hasta la puerta.

—Muchas gracias, Max.

—De nada. Esperaré tu llamada para ese café.

—Claro.

—Pásalo bien en España.

—Sí, lo haré.

—Adiós, Lily.

—Chao, Max.

Me meto en el portal y miro por el cristal como se mete en el coche. Después de arrancar me dice adiós con la mano.

Subo corriendo a casa para quitarme la ropa y me meto en la ducha con el chorro de agua caliente a tope. Por Dios, que no haya cogido un resfriado. Y por si acaso, cuando salgo de la ducha me tomo un analgésico, más vale prevenir, que curar.

Antes de irme a la cama, le mando un mensaje de texto a Max, así se le queda mi número grabado también. Al momento suena el pitido de entrada en mi móvil.

No me des las gracias. Ahora sé dónde vives y ya no tengo que chocarme contigo en el supermercado.

¡¿Cómo?!

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