Henry

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Emily

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¡Será desgraciado y prepotente el estirado este! Jamás me habían humillado tanto como acaba de hacer él. Bueno, George lo hace a diario, pero no en mi puesto de trabajo y menos delante de mi jefazo. Le odio con todas mis ganas. ¿

Cómo voy a aguantarle yo dos meses fuera de aquí? Imposible. Lágrimas de rabia luchan por salir de mis párpados, pero las contengo como puedo hasta llegar a mi despacho. Entro y cierro de un portazo. Me dejo caer en mi silla, la giro hacia la pared y me pongo a llorar. Oigo la puerta abrirse.

—Emily...

—¡Lárguese!

—Emily, ¿estás llorando?

—¿Y a usted que le importa? ¡Salga de mi despacho ahora mismo!

Le siento caminar hasta el escritorio.

—Oye yo...

—¡He dicho que se largue señor Shelton, y no se le ocurra acercarse más!

—Solo venía a decirte que siento mucho lo de antes.

—Vale, pues ya puede irse.

—Lo digo en serio, Emily.

—Yo también lo digo en serio, váyase. Y no vuelva a dirigirse a mi por mi nombre, ni a tutearme.

Oigo sus pasos hasta la puerta y el ruido al cerrarse.

Cuando me tranquilizo un poco, salgo a por un café a la máquina de la sala de descanso. Y al volver me doy cuenta de que en el despacho del Estirado no hay nadie. Mejor, así no tengo que despedirme de él cuando me vaya.

Suena el teléfono.

—Dime Miranda.

—Em, ¿estás ocupada?

—Estoy terminando ya. ¿Por qué?

—¿Puedes recibir una visita?

—Sí, claro. ¿De quién?

—Mira, es por el pasillo, la segunda puerta a la derecha.

—Mir, ¿qué...?

Cuelga el teléfono.

¡Será posible! Llaman con los nudillos a la puerta.

—¡Adelante!

Se asoma una chica morena, con el pelo largo, más bien de estatura baja y cuerpo curvilíneo. Me sonríe y se le marcan los mismos hoyuelos que a mí.

—¿Emily?

—Sí, soy yo.

Me levanto de la silla para estrecharle la mano.

—Soy Lily, la prima de Henry.

¿Henry? ¿Henry? ¡Ah! El Estirado... Pues no parecéis de la misma familia, desde luego.

—¿En qué puedo ayudarte, Lily?

—Vine a buscarle y creo que no está.

—No, se fue hace rato.

—¿Dijo adónde iba o algo?

Me echo a reír.

—Ni siquiera se despidió, como para decirme donde iba.

Abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar.

—Muchas gracias, Emily.

Me sonríe. No, definitivamente este tío tiene que ser adoptado o algo. Aunque el otro día, cuando le hice sonreír, su sonrisa es parecida, bonita...

No, no. Olvídalo, Em.

—¿Estás segura de que sois familia?

¡Oh, por favor! Me pongo colorada hasta las orejas. Mi maldita boca... Ella se echa a reír.

—¿Por qué lo dices?

—Lo siento, no tenía que haber dicho eso.

—No te preocupes, ya sé que no os lleváis muy bien.

—A saber lo que te habrá contado El Estirado...

Me llevo la mano a la boca.

¡Cállate, cállate, Emily!

Se echa a reír a carcajadas.

—¿El Estirado? ¿Le llamas así?

—Yo... yo...

—Emily, no te preocupes. No voy a decirle nada. Pero algún día, si quieres, quedamos para tomar un café y me cuentas qué te hace mi primo para haberse ganado ese apodo.

Me echo a reír.

—Tengo que irme. Me ha gustado mucho conocerte, Emily.

—A mí también me ha gustado saber que tiene familia agradable, al menos.

—Créeme que no es tan malo como parece.

Me guiña un ojo y cierra la puerta.

***

Salgo media hora más tarde de mi horario y en la calle llueve a mares. Y yo, sin paraguas. Llego a casa calada hasta las bragas y el panorama no es mucho mejor, a este paso voy a echar de menos estar en la oficina con el cabrón de mi jefe. George vuelve a estar borracho otra vez y el salón de mi casa parece un estercolero.

—¡¡Emily!!

—No me grites. Estoy aquí mismo.

—¿Por qué traes la ropa mojada?

—¿Por qué está lloviendo?

—No me gusta nada esa ironía tuya.

Se levanta del sofá y yo instintivamente me pego a la pared.

—No te asustes, no voy a hacerte nada, joder.

Se acerca a mí y enreda sus dedos en mi pelo. Me besa en el cuello y me fallan las rodillas, pero no de placer. Su aliento apesta a alcohol y se me revuelve el estómago.

—Vamos a la cama.

—George, no...

—¿No?

Me mete la mano por debajo de la blusa y comienza a sobarme con brusquedad.

—Me estás haciendo daño.

Como respuesta a eso me pellizca los pezones con fuerza y lágrimas de dolor se me agolpan en los párpados.

—Y más que tenía que hacerte, a ver si aprendías a controlar esa boca contestona que tienes.

Cierro los ojos apretando los párpados, y me muerdo la lengua para no contestarle. Sus manos se deslizan hasta mi entrepierna y me retira las bragas a un lado. Noto sus dedos acariciándome, pero no siento nada. Solo vergüenza y humillación. De repente me empuja y se aparta.

—Sigo sin ponerte cachonda, ¿eh, Em? Pues vamos a probar a ver qué es de verdad lo que te gusta.

Se desabrocha el cinturón y se lo quita. Yo abro los ojos horrorizada.

—¿No irás... no irás a pegarme con eso?

Sujeta el cinturón con las dos manos y lo estira recorriéndolo con la mirada. Después tuerce la cabeza y me mira.

—Pensaba atarte con él, pero ya que lo dices, igual te ponen cachonda unos cuántos latigazos.

—No, no, George... Por favor.

Pongo las manos por delante para que no se acerque mientras me muevo despacio hacia la puerta. Si me doy suficiente prisa creo que tengo posibilidades de escaparme a la calle.

—Vamos, Em. Ven aquí, cariño.

—George, no te acerques.

En sus ojos se refleja la ira, pero se queda parado. Y ese momento de duda me da tiempo suficiente para llegar hasta la puerta y salir corriendo. Le oigo gritar mi nombre desde la puerta y amenazarme de muerte.

¿Es que no lo oyen los vecinos?

Salgo a la calle y sigue lloviendo. Y entonces me doy cuenta de que mi ropa sigue empapada y comienzo a tiritar de frío. No sé dónde ir porque Miranda estará en sus clases de pintura, y tampoco he cogido el bolso para poder meterme en una cafetería, así que echo a andar sin rumbo fijo. La gente me mira al pasar por no llevar paraguas, seguro que pensarán que soy imbécil, pero me da igual. Camino y camino durante casi una hora, y mis pies me conducen hasta Piccadilly. Me acerco a la estatua de Eros y miro al Dios del amor.

—¿Sabes que eres un grandísimo hijo de puta? ¿Qué te he hecho yo para que pusieras en mi camino a esa bestia?

Aprieto los puños y me echo a llorar. Me dejo caer de rodillas en los escalones y me tapo la cara con las manos.

¿Por qué culpo al Dios del amor, cuándo la única culpable de todo esto soy yo?

Llevo un rato sentada en los escalones cuando para de llover. Me levanto y camino de vuelta, espero que a George se le haya pasado ya el cabreo, aunque lo dudo. O a lo mejor, con un poco de suerte, se ha ido con sus amigos a seguir emborrachándose y a la vuelta le atropella un coche.

Emily, no pienses esas cosas.

—¡Emily!

Creo que me estoy volviendo loca, porque ya oigo mi nombre por todas partes.

—¡Emily, espera!

Me doy la vuelta. Alguien se acerca corriendo a mí pero no puedo distinguir quién es porque lleva un gorro de lana y yo no llevo las gafas puestas. Cuando ya está cerca de mí reconozco su cara aniñada.

—Al principio pensé que no eras tú, no te había reconocido sin las gafas y con el pelo mojado. Estás chorreando, cariño. ¿Vives cerca?

—De hecho, no. Vivo en Homerton.

—¿Has venido en metro?

—No, vine andando.

—¡¿Has venido andando desde Homerton?! ¿Con la que estaba cayendo? Volverás en metro, supongo.

—No, yo...

Ni siquiera tengo para pagarme un billete de metro. Me agarra del brazo y se acerca a mí.

—Emily, ¿te ha pasado algo?

Me pasa la mano por la mejilla y agradezco el calor que desprende. Me da un escalofrío y los dientes empiezan a castañearme. Miro al suelo avergonzada.

—Ven conmigo, vivo aquí cerca. Te acercaré a casa en coche.

—No, Lily, gracias.

—Si crees que voy a dejarte que te vayas a casa andando, empapada de agua para que cojas una pulmonía, lo llevas claro.

—Lily, no te preocupes. Si a paso rápido no tardo nada.

—Si quieres ir andando, vale. Pero antes te pasas por mi casa y te dejo ropa seca y un paraguas. Emily, no puedo dejar que te vayas así. Vamos.

Me agarra del brazo y tira de mí.

Cuando mete la llave en la cerradura y abre la puerta, su olor me golpea en la nariz. Un olor cítrico como a flor de naranjo. Me pongo de mala leche porque me dan ganas de pegar mi nariz a su cuello y aspirar con fuerza. Mis pezones reaccionan de repente a todas esas sensaciones y se ponen erectos. Menos mal que llevo el abrigo. Sujeto a Lily del brazo y le susurro.

—¿Vives con El Estirado?

—Sí.

—¿Está en casa?

—Pues no lo sé. ¡¿Henry?!

—¡¿Sí?!

Su voz me hace estremecer.

—Pues parece que si está. Venga pasa.

—Creo que no es muy buena idea, Lily.

—¿Qué? Vamos Emily, es mi casa. Ignórale si quieres y ya está. Además ahora no estás en el trabajo, aquí no es tu jefe.

Suspiro y asiento. Entro detrás de ella, como si pudiera esconderme para que no me viera. Está sentado en el sofá viendo la tele.

¿Hollyoaks? Vamos, no me jodas... Me río por dentro.

¿A mi jefe El Estirado le gustan los culebrones? Me lo apuntaré para futuros chantajes.

Lleva unos pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga blanca. Los pies descalzos los tiene apoyados encima de una mesa baja. Qué distinto lo veo sin el traje de Estirado. Lily le da un golpe en el hombro y él se vuelve sonriente.

Qué sonrisa, Dios mío...

—¡Hola, Lil!

Para luego cambiar de expresión de cara en un segundo.

—¡¿Qué hace ella aquí?!

—Lily, mejor me voy.

Me doy la vuelta camino de la puerta.

—No, de eso nada. Henry, le pilló la tormenta sin paraguas y viene empapada de la calle. No voy a dejar que se vaya a casa así, ¿me oyes?

Me coge del brazo y me arrastra por el salón. El Estirado me mira con una ceja alzada pero sonríe.

—Vamos a mi habitación, te dejaré algo para cambiarte.

Saca una toalla del armario y ropa seca. Unos vaqueros, una camiseta blanca de manga larga, parecida a la del Estirado. ¿

No tienes otro color? Pero me callo, no quiero ser grosera. Por suerte tenemos casi la misma talla, aunque ella tiene más tetas que yo.

—¿No quieres darte una ducha, Emily? El agua caliente te sentará bien. Debes estar helada.

—No, no te preocupes.

—No seas tonta. Ve a dártela.

—Gracias, Lily.

Sonrío y me empuja al baño. Vuelve a su habitación y cierra la puerta. Me desnudo y me meto bajo el chorro de agua caliente. Al principio me duele la piel al contraste de temperaturas, pero poco a poco voy entrando en calor y mi cuerpo lo agradece. Cierro los ojos...

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