Henry

Henry


Emily

Página 45 de 54

E

m

i

l

y

Miranda está en sus clases de pintura, cuando recibo una llamada de un número desconocido. La policía. Me dicen que vaya a mi apartamento porque han encontrado algo que podría ser de interés para encontrar a George. Y a mí, como tonta, no me suena raro. Nunca me las he tenido que ver con investigaciones policiales. Así que, cojo el bolso y bajo hasta la parada de metro. De camino le escribo un mensaje a Henry contándole lo de la llamada y que ya voy hacia mi casa, por si quiere pasarse luego a recogerme. Lo envío justo a punto de perder la cobertura en los túneles.

Voy tan despistada que ni siquiera me doy cuenta de que no hay ningún coche patrulla aparcado en la calle. Ni tampoco siento la vibración continua de mi móvil en el bolso.

Subo las escaleras y veo la puerta de casa entreabierta. Claro, ellos ya estarán dentro. Tonta de mí. La empujo despacio.

—¿Hola?

Cuando doy dos pasos, la puerta se cierra de un portazo y unas manos me rodean el cuello.

—Hola, cariño. Bienvenida a casa.

Cierro los ojos mientras el miedo se adueña de todos mis sentidos.

¡Dios! ¡¿Pero cómo he podido ser tan estúpida?! ¡¿Para qué iba a volver la policía a mi casa si ya estaba todo registrado?! ¡¡Eres gilipollas, Emily!! Me va a matar, oh, Dios mío, me va a matar...

Me regaño a mí misma mentalmente mientras George me estampa contra la pared.

—Ya era hora de que volviera a casa, Em.

Vuelvo la cara con los ojos cerrados aún.

—No me hagas daño, George. Irás a la cárcel.

Los labios me tiemblan y apenas me sale la voz.

—Ah, sí. La zorra de Emily al final llamó a la policía... ¿O fue tu nuevo novio el que tuvo los huevos de hacerlo? ¿El moreno trajeado? ¿Fue él, Em? ¿Ese es tu jefe? ¿El que te has estado follando mientras estabas fuera? ¡¡Contéstame!!

Abro los ojos de golpe y le miro con rabia.

—¿Cómo sabes...?

—¡No me creas tan tonto como tú! ¡He visto como te llevaba todos los días al trabajo, y como te dejaba en casa de la puta pelirroja de los cojones! También he visto como te llevaba a ese restaurante tan caro de Covent Garden. ¿Por eso estás con él, Em? ¡¿Por el puto dinero?!

—No... No me lo puedo creer. ¿Nos has seguido?

Le miro horrorizada mientras mi respiración comienza a agitarse descontrolada.

—¡¡Pues claro que os he seguido!! Iba a mataros a los dos, pero no veía el momento oportuno, siempre está la zorra de Miranda por medio. Y no es que no se merezca que la corte el cuello también, pero quiero cargármelo a él antes, y que tú lo veas, Em.

—No...

No me escucha.

—El otro día tuve la oportunidad cuando salisteis a cenar. ¡¡Pero el gilipollas de Jeff me distrajo con una jodida llamada y cuando quise darme cuenta ya os habíais ido!! ¡¡Dios, debería haberlo matado a él también!!

Da un puñetazo en la pared. Rompo a llorar histérica.

—¡¿Pero qué estás diciendo, George?!

—¡¡Emily, te lo advertí!! ¡¡Si no eres mía no vas a ser de nadie, ¿lo entiendes?!!

—Por favor, por favor... No le hagas daño. ¡¡A él no!!

Su mano se cierra en un puño y aprieto los párpados con fuerza. Siento el regusto salado de la sangre en la boca después del golpe. Se saca una navaja del bolsillo del pantalón y me la pone en el cuello.

—Así que te has enamorado de él, Em. No te bastaba con un mierda como yo, ¡¿verdad?! ¡¡Contesta!!

—No le hagas nada, George. Por favor. Haz lo que quieras conmigo, pero a él déjalo en paz.

Unos temblores violentos me sacuden el cuerpo mientras la navaja me pincha en el cuello.

—Ahora te voy a follar hasta que te duela, Em. Te voy a follar hasta que te olvides de las veces que te lo has follado a él. Y después buscaré a tu novio el trajeado y lo traeré aquí para rajarle delante de ti. Luego ya decidiré si hago lo mismo contigo.

—¡¡No!! No...

Las lágrimas me queman en la cara. Vuelve a golpearme otra vez y me empotra contra la pared.

—¡¡Cállate!!

Me agarra del pelo y me arrastra hasta la habitación. Desgarra mi blusa tirando con fuerza, y me baja los pantalones hasta las rodillas. Rompe las bragas con la navaja, haciéndome un pequeño corte en la cadera, y de un empujón me tira encima de la cama.

—¡¡Ponte de rodillas!! ¡¡Así es como deberías haber estado siempre!!

Apoyo la frente en la cama y cierro los ojos. Suplico otra vez con todas mis fuerzas que a Henry no le haga daño. Como respuesta, recibo un tirón en el pelo que me corta la respiración. Me agarro con fuerza a las sábanas esperando la primera embestida...

Pero solo escucho un ruido de carne contra carne, un grito y un cuerpo cayendo al suelo. Me incorporo en la cama y veo a Henry encima de George, golpeándolo. George alarga la mano hasta la navaja caída en el suelo, y como si el tiempo se ralentizara, veo como alza el brazo contra el costado de Henry. Al mismo tiempo, me lanzo al suelo desde la cama, agarro el pie roto de la lámpara de la mesilla y le golpeo en la cabeza con él. No oigo nada, solo un zumbido. Vuelvo a levantar el brazo para sacudirle otra vez, pero Henry me sujeta de la muñeca para que no vuelva a golpearle y lo mate.

La policía irrumpe en la habitación con las pistolas en alto. Tiro de la sábana y cubro mi cuerpo desnudo. Henry se deja caer al suelo y se queda sentado. Se echa la mano a un costado y me mira, mientras las lágrimas le resbalan por las mejillas.

—¡Dios mío, Henry! ¡Estás sangrando! ¡Estás sangrando! ¡Pidan ayuda, por favor! ¡¡Por favor!!

Su camisa blanca se tiñe de rojo con rapidez. Me pongo a gritar como una histérica a los policías y me arrastro a su lado. Me sujeta del brazo.

—¡Em, tranquila! No es nada, solo un rasguño.

Le agarro de la mano y se la retiro para ver por qué sangra tanto si es solo un rasguño. Pues que no lo es. Es un corte en toda regla. Un policía se acerca a mí para decirme que me tranquilice, que la ambulancia está en camino. Pero no puedo dejar de gritar histérica.

—Emily. ¡Emily!

Henry me estrecha contra él y yo me encojo contra su pecho.

—¿Estás bien, cariño?

—No, no estoy bien. Te acaban de apuñalar por mi culpa.

—Ssshh no digas eso. No ha sido culpa tuya.

—Sí, sí lo ha sido. No sé cómo me ha podido engañar así. Casi hago que te maten.

—¡Emily! Vale ya. Si no llega a ser por ti, el corte hubiera sido mucho peor.

Se mira la mano que tiene apoyada en mi pierna.

—Esta sangre no es mía. Em, ¿estás sangrando?

Miro mi corte, pero no es nada grave. Se lo enseño para que se quede tranquilo.

Llegan los de la ambulancia. Primero recogen a George, que está inconsciente en el suelo. La policía me hace unas preguntas antes de irnos nosotros también en una segunda ambulancia.

Le hacen a Henry una primera cura y por suerte nos dicen que el corte no es muy profundo, pero necesita que le den unos cuantos puntos. Mi cara ya es otra historia. Ha empezado a hincharse y también a dolerme todo el cuerpo. El enfermero me pincha un calmante. Henry me acaricia con suavidad la cara.

—¿Por qué no me cogiste el teléfono? ¡Dios, Em!

Le brillan los ojos conteniendo las lágrimas.

—¿Me habías llamado?

—Estuve llamándote desde que me mandaste el mensaje. Quería que me esperaras para ir contigo porque estaba mosqueado. No habíamos recibido ningún aviso de que la policía volviera a registrar la casa.

—¡Dios, es que soy gilipollas, lo sé! ¡Lo siento!

—Conduje como un loco hasta aquí. Soy yo el que siento no haber llegado antes.

Le cojo la mano y la aprieto contra mi mejilla. Me duele horrores, pero me aguanto.

—No, tú me has salvado. Tú.

Miranda entra como un ciclón por la puerta de la habitación del hospital. Me abraza con fuerza.

—¿Estás bien, Em?

—Sí, no te preocupes.

Se separa de mí.

—Deja que te vea. Estás horrorosa.

No puedo más que echarme a reír.

—Joder, cómo duele. Mir, no vuelvas a hacerme reír.

—Lo siento mucho, Em. Siento que al final haya llegado tan lejos.

Vuelve a abrazarme.

—Espero que ahora vaya a la cárcel.

—Claro que irá. Ha intentado mataros, a los dos.

Mira a Henry que está tumbado en la cama con el torso vendado.

—Señor Shelton...

—Estoy bien, Miranda. Y llámame Henry, por favor.

—Henry, gracias por haberla salvado de ese monstruo. Acabas de pasar a mi lista de héroes favoritos.

Se echa a reír agarrándose el costado. Después hace una mueca de dolor.

—¡Pues sí que estáis buenos! Me abstendré de hacer gracias por un tiempo.

Lily entra corriendo en la habitación unos cinco minutos después.

—¡Hank! ¡Oh, Dios mío, Hank!

Se acerca hasta la cama y le abraza con fuerza.

—Estoy bien, Lily. Tranquila. Me estás apretando demasiado.

—Lo siento. ¿Qué es lo que ha pasado?

Se acerca a mí y me abraza también.

—Van a darme el alta en unos minutos, Lil. Cuando lleguemos a casa te lo contaremos todo.

—¿Pero estáis bien? Qué tontería, claro que no. Emily...

Me acaricia la cara y me mira con pesar.

—No te preocupes, Lily. Estoy bien.

***

Lily va conduciendo camino a casa. Vamos los tres callados. Yo no sé qué decir, después de recuperarme del susto, me siento extraña. Siento alivio, pero a la vez miedo. Miedo porque Henry pueda tener problemas con la policía después de golpear a George. A veces la justicia deja mucho que desear.

—Em, quiero que vengas a casa de Lily hoy.

—¿Para qué?

—Quiero que te quedes conmigo.

—Pero yo...

—No hay peros que valgan.

—Sí, quédate, Emily. A mí no me importa.

Lily me sonríe por el retrovisor.

—Tengo que recoger algunas cosas en casa de Miranda, entonces.

Henry le da la dirección a Lily y conduce hasta su casa. En una bolsa meto unas pocas cosas para pasar la noche.

—Cógelo todo, Em.

—¿Qué?

Me doy la vuelta y lo veo en la puerta de la habitación donde duermo en casa de Mir.

—Que te lo lleves todo.

Se acerca a mí y me coge de la mano.

—Quiero que te quedes en casa de Lily, conmigo.

—¿Estás loco? Primero tendrás que preguntárselo a Lily.

—Sabes que a ella no le va a importar.

—No sé, Henry.

—Dame tiempo para buscar algo para los dos.

Le miro con los ojos abiertos de par en par.

—¿Quieres...? ¿Estás...? ¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo?

—Sí.

—Pero es muy pronto, ¿no crees?

Cierra los ojos y resopla. Se pasa la mano por el pelo despeinándose los rizos.

—Dios, otra vez no...

Le agarro por los brazos.

—Oye, mírame.

Abre los ojos.

—Yo no soy Helena, ¿vale?

Su mandíbula se tensa cuando pronuncio su nombre.

—Lo sé.

—A mí no me asusta irme a vivir contigo. Es solo que me parece un poco pronto.

—Emily, hemos estado dos meses viviendo juntos. Creo que ya tenemos medio camino recorrido. ¿Qué más da si es pronto? Yo tengo muy claro lo que quiero. ¿Tú no?

Me coge la cara entre sus manos con suavidad.

—Pues claro que lo tengo claro. Pero dame unos días para asimilarlo, ¿vale? Además, no hay por qué buscar nada. Cuando mi apartamento vuelva a la normalidad, si quieres, podemos probar allí.

Asiente y me da un beso en la frente.

—Pero de momento te vienes a casa de Lily. Y no es discutible.

Pongo los ojos en blanco.

Primero nos citan con el forense para que nos haga un informe médico de las heridas, y quince días después nos citan para la vista. Pido a mi abogado que solicite al juez no ver a George mientras declaro en el juicio. No quiero volverle a ver la cara a ese animal. La noche anterior al juicio apenas pego ojo. Estoy muy preocupada por Henry.

—¿Qué te pasa, Em?

—Nada, tesoro. Estoy un poco asustada.

—No tienes por qué estarlo. Todo va a salir bien.

—También estoy preocupada, Hank.

—Pues no te preocupes. Tendrá su merecido.

—No me preocupa él, por mí como si se pudre en el infierno. Me preocupas tú.

—¿Yo?

—Sí, le diste a George una paliza. La justicia a veces es injusta, y lo sabes.

—No va a pasarme nada, te lo prometo. Tengo un buen abogado.

—Sí, pero el juez...

—Em, cariño. De verdad, no te preocupes. Intenta dormir un poco.

Me estrecha entre sus brazos y me da un beso en el hombro.

Abro los ojos justo a tiempo para ver entrar a Henry con una toalla enrollada en la cintura. Sonrío y se me calman un poco los nervios. Me levanto de la cama y se acerca a darme un beso.

—Buenos días, preciosa.

—Buenos días, tesoro. Voy a ducharme.

Me da un apretón cariñoso en el trasero antes de salir por la puerta, yo tiro de la toalla y le dejo en pelotas.

Lily desayuna con nosotros antes de irse a trabajar.

—Suerte. Y llamadme en cuanto salgáis, ¿vale?

—Lil, hoy no sabremos nada. Nos han dicho que la sentencia no sale el mismo día del juicio.

—Aún así, llámame.

—Vale.

El día ha amanecido un poco nublado a pesar de ser julio. Odio los días de verano nublados, me dan malas vibraciones.

Cuando llegamos a los juzgados, empiezo a temblar como un flan. Henry me coge de la mano. Durante las dos horas que dura la vista solo me suelta cuando nos llaman a declarar.

Salimos de los juzgados y me doy cuenta de que aún me queda lo peor, esperar a que salga la sentencia.

Justo un mes después llega la notificación. Day nos dice que podemos salir a recogerla e irnos a casa. La verdad es que se ha portado maravillosamente con nosotros todo este tiempo. No ha puesto una sola pega por los días que hemos faltado al trabajo.

Al llegar a los juzgados me quedo parada en la puerta. Henry se da la vuelta.

—Vamos, Em.

Cojo aire profundamente y asiento.

Me tiemblan tanto las manos que no puedo leer lo que pone en el papel, así que se lo doy a Henry. Ocho años de cárcel sin fianza para George por los cargos de tentativa de homicidio y malos tratos. A Henry lo absuelven de todos los cargos al alegar defensa propia. Al oír eso le abrazo con todas mis fuerzas y me echo a llorar.

—Gracias a Dios.

—Te lo prometí, ¿no?

Me seca las lágrimas con sus dedos.

Salimos de los juzgados y no conduce de vuelta a casa. Le miro curiosa.

—¿Dónde vamos?

Sonríe, pero no me dice nada.

Salimos de Londres dirección suroeste. Como es principios de agosto y hace un día precioso, baja la capota del coche y el viento me alborota el pelo. Al final tengo que recogérmelo en un moño. Él me mira y me guiña un ojo.

—¿No vas a decirme dónde vamos?

—No.

El trayecto dura dos horas. Lo que se tarda en llegar a Bournemouth desde Londres.

—¿Bournemouth? ¿Por qué?

—Te quedaste con ganas de playa en España.

Me echo a reír. Después me quedo seria y arrugo la nariz disgustada.

—Pero no trajimos bañador...

—Abre el maletero, anda.

Desde luego tengo que reconocer que está en todo. Me ha comprado hasta un bikini precioso, y de mi talla además.

—No te hagas ilusiones, Lily me ayudó con las compras.

Se echa a reír.

—No pasa nada, la idea ha sido tuya, y eso es lo que me importa.

El agua está helada, pero a pesar de eso no quiero salir. Llevo tanto tiempo sin bañarme en el mar que quiero aprovecharlo al máximo.

—Em, tienes los labios morados. Vamos a tumbarnos un poco al sol.

—Un poquito más.

Frunzo los labios.

—¡Pero si estás tiritando! Vamos anda, cariño. Luego cuando entres en calor, si quieres, te vuelves a meter.

—Vaaaaale.

Extendemos las toallas en la arena y nos tumbamos uno al lado del otro. Cierro los ojos mientras me seco al sol y Henry me acaricia el brazo.

—Cuéntame un sueño, Em.

—¿Un sueño? ¿El que tuve anoche, por ejemplo?

—No, no. Los que son sobre algo que siempre has deseado hacer o tener, esos sueños.

—Ya tengo todo lo que deseo.

Me giro y le miro con un ojo guiñado por el sol. Sonríe.

—Aparte de mí. No sé, ¿no tienes ningún deseo por cumplir o algo así? Todo el mundo lo tiene.

Vuelvo a mirar al frente y me tapo los ojos con un brazo.

—Las gafas de sol.

—¿Tu sueño son unas gafas de sol?

Me echo a reír.

—¡No, tonto! Que me las des. Me estoy quedando ciega.

Las saca de mi bolso y me las pone.

—¿Mejor?

—¡Ya lo creo!

—Pues ahora contesta a mi pregunta.

Me quedo pensando un rato.

—Uuufff es que no sé si es buena idea contártelo.

Se incorpora y se apoya en el codo.

—¿Por qué no?

—Podrías asustarte.

—¿No querrás hacer un trío o algo de eso? Porque ya te advierto que...

Rompo a reír a carcajadas.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—La tontería que acabas de decir. No tiene nada que ver con eso. Pero nada.

—Pues dímelo.

—Tú lo has querido. Si luego te entran ganas de salir corriendo, acuérdate que tienes que llevarme de vuelta a Londres.

Pone los ojos en blanco.

—No me puedo imaginar qué puede ser tan grave como para hacerme salir pitando.

—Siempre he soñado con casarme en una pequeña ermita, cerca del mar. Una ceremonia sencilla, con solo unas pocas personas. Y un vestido blanco de seda, con poca cola. Sin velo.

—Vaya, pues parece que sigo aquí.

—¿No te entrar unas ganas horrorosas de echar a correr?

—No.

—Señor Shelton, vuelve a dejarme sorprendida.

—Me gusta sorprenderla, señorita Smith.

Sonríe. Yo tiro de él y se deja caer encima de mí. Mis labios buscan los suyos. Sus manos bajan a zona prohibida. Le doy un manotazo.

—Compórtate.

No me hace caso y vuelve a bajar la mano en dirección a mi ombligo. Le agarro de la muñeca.

—He dicho que te comportes.

Como no le dejo bajar empieza a subir, y me da un apretón en las tetas.

—¡Henry, por Dios!

Se deja caer de espaldas en su toalla y se echa a reír.

—Cómo me gusta hacerte de rabiar.

Sin pensarlo dos veces le agarro del paquete y le doy un apretón.

—¡Ah, ah, ah! ¡Em!

—La próxima vez piénsatelo dos veces antes de meterme mano en una playa llena de gente.

Comemos en un restaurante cerca y volvemos a las toallas a pasar la tarde. Cuando empieza a anochecer, Henry me propone dar un paseo por la playa. Las luces del paseo y de los muelles se van encendiendo a medida que el sol cae. Continuamos caminando hasta el final, donde solo se puede acceder a través de la arena o de algún camino que baje de los acantilados. La playa termina en un saliente de roca con un arco natural, a través del cual se cuelan los últimos rayos de sol del día.

—Creo que deberíamos dar la vuelta.

Su respuesta es su cuerpo y sus labios, de repente, pegados a los míos. Me sube el vestido hasta la cintura y me acaricia con los dedos por encima de la braga del bikini.

—¿Qué haces?

—Lo que llevo queriendo hacer todo el día.

—¿Vamos a hacer el amor aquí? ¿En la playa?

—¿Por qué no? Aquí no hay gente, Em.

—Ya, pero no sé... ¿Y si nos graba alguien y luego salimos en algún vídeo por internet? A mi madre le da un colapso.

Se echa a reír a carcajadas.

—Qué imaginación tienes.

—Pues no sería la primera vez.

—Pero si no hay nadie por aquí, Em...

—Que sepas que como nos graben, me mudo de planeta.

—Prometo pagarte el viaje a Marte, preciosa. Pero cállate ya y bésame.

Llaman al timbre y me incorporo de golpe en el sofá. No me puedo creer que me haya quedado dormida. Desde que volvimos de España no había vuelto a echarme la siesta. Al menos no voluntariamente.

—¡¿Emily, puedes abrir?! ¡Estoy en la ducha!

—¡Sí! ¡Voy yo, Lil!

Abro la puerta y una pelirroja con un una niña pequeña en brazos, me sonríe desde el rellano.

—¡Hola! ¿Está Lily en casa?

—Sí. Está duchándose.

Deja a la niña en el suelo y me tiende la mano.

—Soy Holly.

¿Holly? ¿Esa... Holly? Se me hace un nudo en el estómago. Le estrecho la mano que me tiembla nerviosa. Ella me mira extrañada.

—Emily.

—Oh, ¿tú eres Emily? Encantada de conocerte.

¿Sabe quién soy? Me quedo a cuadros.

—Pasa, no sé cuánto tardará Lily.

Me siguen las dos al salón y se sientan en el sofá. Intento tranquilizarme entablando conversación con la niña, que me mira curiosa.

—¿Quién es esta belleza?

—Alice.

Me tiende la mano y me echo a reír. Holly sonríe. Tienen los mismos ojos verdes y grandes, y la misma sonrisa.

—Encantada de conocerte, Alice. ¿Sabes que me encanta tu gabardina?

—Me la ha regalado el novio de mamá, que trabaja en Burberry.

Su madre se echa a reír a carcajadas.

—Lo cuenta todo, como puedes ver.

Lily sale del baño con una toalla enrollada en la cabeza y el pijama puesto.

—Bueno, bueno, ¿a quién tenemos aquí...? ¡A mi ratona favorita!

Coge a la niña en brazos y le da un montón de besos.

—La tía Lily es lo peor, Alice. Como podrás ver aún está en pijama...

Holly pone los ojos en blanco.

—Me quedé dormida sin querer.

—Ya, siempre tienes alguna excusa.

—Veo que ya os habéis presentado.

Lily nos mira a las dos. En ese momento se abre la puerta de casa, y entra Henry cargado de bolsas. Cuando nos ve su boca se abre por la sorpresa.

—Ah... Hola.

—Hola, Henry.

La pelirroja sonríe pero sin ninguna intento de seducción.

—No sabía que venías, que veníais...

Mira a la niña con curiosidad.

—Esta es Alice. Saluda a Henry, Alice. Es el primo de la tía Lily.

La niña se acerca tímidamente y le tiende la mano. Henry sonríe y se agacha a estrechársela.

—Hola, preciosa.

Le dice un tímido hola y vuelve con su madre. La escena es bastante adorable, pero yo estoy bastante incómoda con la situación. Y creo que empieza a notarse demasiado.

—¿Qué te pasa, Emily?

Levanto la vista hacia Lily e intento disimular.

—No, nada.

Holly mira a Henry y estrecha los ojos.

—¿Lo sabe, no?

—Me temo que sí.

—¿El qué sabe?

Ir a la siguiente página

Report Page