Henry

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Henry

A las dos de la mañana les digo a Tara y a Lily que me voy a casa. Al final me da pena porque me lo estoy pasando bien y el sitio es alucinante. El techo de la parte bar está decorado con bolas grandes plateadas, con una pared llena de espejos en cuadraditos, y con mesas y sillas blancas. La parte restaurante tiene varias mesas pequeñas y una mesa larga desde la que puedes disfrutar de los acróbatas con solo mirar hacia arriba. Lily apenas ha cenado, no me extraña, con el atracón que se ha metido al mediodía...

Me despido de ellas y salgo a la fría noche londinense.

Tengo que poner el GPS para volver a casa. Aún no me conozco mucho la zona y no quiero terminar perdido por Londres como un gilipollas.

Voy a parar en un semáforo cuando alguien se me echa encima del capó del coche. Freno de golpe. El corazón me late a mil por hora. ¿Pero qué coño les pasa a los jóvenes de ahora? Me bajo para montarle el pollo del siglo a la maldita niñata. Encima se está revolcando en el capó riéndose como si no hubiera estado a punto de ser arrollada. Me acerco y me quedo clavado en el sitio por la sorpresa. Imposible...

—¿Emily...? Oh, joder. Esto no me puede estar pasando...

Deja de reírse de golpe y me mira. Me paso la mano por el pelo exasperado, esta chica es un verdadero dolor de muelas.

—¿Emily? No... Creo que me confundes con otra.

Intenta incorporarse pero da un traspié y se queda sentada en el capó muerta de risa.

—Estás borracha.

—No, que va. Es que soy así de payasa. ¿No te habías dado cuenta, jefe?

—Lo que me acabo de dar cuenta es que además de descarada, eres una irresponsable. Vamos, te llevo a casa.

Suelta una carcajada y se levanta apuntándome con un dedo.

—¡Ni hablar! Puedo coger un taxi, no necesito tu ayuda.

Se da la vuelta y echa a andar dando trompicones.

—Emily, vienes conmigo.

Me mira con los puños apretados, entrecerrando los ojos.

—¡Tú solo me das órdenes en la oficina! ¿Pero qué te has creído pedazo de animal prepotente?

Cojo aire para no ahogarla aquí mismo. Debería dejarla tirada para darle una lección, al fin y al cabo ella no me importa, ¿no? Y además ahora ya sí que no quiero que sea mi secretaria, me saca de quicio...

—Vamos, andando.

La cojo del brazo y la arrastro hasta el coche mientras va soltando por la boca todos los insultos habidos y por haber. Vaya lengua tiene...

—¡Déjame gilipollas! ¡Te he dicho que puedo coger un jodido taxi! ¿Es que no me oyes? Además de tonto del culo eres sordo. ¡Suéltame imbécil!

Abro la puerta del coche y la empujo dentro. Mientras le abrocho el cinturón me golpea con los puños, pero apenas tiene fuerzas para hacerme daño.

—Emily, déjalo ya o el lunes te arrepentirás de todo esto.

No es una amenaza, solo quiero ahorrarle la vergüenza de tener que mirarme a la cara en el trabajo después de todo lo que está diciendo, pero ella se lo toma como tal.

—¿Vas a despedirme, cabronazo? ¡Adelante! ¡Total ya me da igual! ¡Volveré a casa de mis padres a pudrirme en una granja y acabar siendo una solterona rodeada de gatos, como mi tía Mathilde!

Me muerdo los labios para no reírme. No puedo imaginarme a Emily sola y rodeada de gatos, es demasiado guapa para eso. ¿Pero qué estoy diciendo?

—Emily, no he dicho que vaya a despedirte.

Estoy tan cerca de ella que podría besarla. Sus labios están entreabiertos...

—Pues hazlo, porque no pienso volver a acatar ni una orden más tuya.

Su mirada me reta, pero no voy a morder el anzuelo.

—Lo que tú digas...

Me separo de ella antes de hacer alguna estupidez, seguramente sea el estrés del día que me está jugando una mala pasada. O será que ahora me han entrado tantas ganas de echar un polvo que me tiraría hasta a mi secretaria.

Bueno, eso no es nuevo. Ya te tiraste a una becaria.

Mientras doy la vuelta al coche para subirme en mi asiento, no le quito la vista de encima. Veo que echa mano al cierre para soltarse. Me dejo caer en el asiento y le sujeto la mano con fuerza.

—Ni se te ocurra.

La miro con cara de mala leche.

—Me da igual, no te voy a decir donde vivo.

Pongo los ojos en blanco.

—Emily trabajas para mí, se dónde vives.

—¿Y ya te has aprendido mi dirección? Pues sí que eres aplicado.

Se echa a reír a carcajadas.

—No, no me la he aprendido. Tengo una base de datos en el móvil de todos los empleados.

—¿Y saben los demás empleados que va usted con sus datos personales en su teléfono?

—Está escrito como cláusula del contrato.

—¿Ah, sí? Pues yo no recuerdo haber leído nada de eso.

—Tú ahora mismo, con la borrachera que llevas, no recuerdas ni el día en que naciste.

—Venga que te follen, estirado.

Y lo peor de todo es que me gustaría que fueras tú la que lo hicieras, deslenguada. Respiro hondo y cuento hasta diez. Un momento... ¿me acaba de llamar “estirado”? Necesito llegar a casa.

Paro en la puerta de su edificio y me bajo del coche.

—¡No, no!

Se acerca corriendo hasta mí dando tropezones y mira hacia las ventanas.

—¿Qué pasa?

—No hace falta que te bajes del coche. Gracias por traerme. Puedes irte ya.

—Si casi no te tienes en pie.

—Sí me tengo en pie. Vete ya.

La miro extrañado, pero no pienso hacerle caso.

—No, subiré contigo y así me aseguro de que no te caes rodando por las escaleras, te rompes una pierna y me quedo sin secretaria por un mes.

—¿Ahora sí me quieres de secretaria?

Se echa a reír.

—No me queda otra...

—¡Vete a tomar por culo, estirado!

Se da la vuelta y cuando pisa el primer escalón se tropieza y se cae de rodillas. La ayudo a levantarse del suelo.

—Esto sólo en el primer escalón, no quiero ni pensar cómo llegarías arriba.

Me mira y resopla pero no se suelta de mi mano. Me hormiguean los dedos. Se le suelta un mechón de la coleta y mi mano parece que tiene vida propia y se alza para colocárselo. Ella se retira antes de que la toque.

—Vale, puedes ayudarme a subir, pero no hagas ruido. Por favor.

Me mira con una súplica en los ojos.

—Está bien.

Solo tropieza en dos escalones hasta que llegamos arriba.

—Te he salvado de romperte la crisma dos veces, ¿ves como no podías tú sola?

—Sssshh...

Se pone un dedo en la boca y yo no puedo hacer otra cosa que quedarme embobado mirando sus labios. Ella me mira incómoda.

—Gracias, señor Shelton.

Mete la llave a toda prisa en la cerradura y abre la puerta.

—¡¿Emily?!

Se vuelve asustada. Después me mira y me da un pequeño empujón. Baja la voz y susurra.

—Ya puede irse, señor Shelton. Gracias.

—Espera un momento, ¿qué pasa?

Otra vez vuelven a gritar su nombre, pero esta vez la voz suena mucho más cabreada. Emily está asustada.

—No pasa nada, váyase.

Empuja la puerta para cerrarla pero yo la paro con la mano.

—Emily, ¿tengo que preocuparme?

—No, no. Váyase, por favor...

—¡¡Emily!! ¡¿Con quién hablas?!

Suelto la puerta y la cierra. Me quedo parado pensando si irme o tirar la puerta abajo. Como no vuelvo a oír más gritos me voy.

Y no puedo pegar ojo en toda la noche pensando si no he sido un gilipollas por dejarla sola. Si le ha pasado algo por mi culpa no me lo perdono.

El lunes llega a la oficina con su cara de mala leche habitual, así que suspiro aliviado. Me pongo a trabajar intentando no prestarle atención.

Son las 4 de la tarde y tengo la cabeza que me va a explotar. Y para colmo, Emily lleva todo el día lanzándome miradas asesinas desde su despacho. Me ha cerrado la puerta unas tres veces, pero yo me he levantado a abrirla solo por joderla un rato. Joderla... Lo que daría por tenerla debajo y darle una buena lección. Se me pone dura solo de pensarlo. Odio que me pase esto. Si es que no la soporto, y menos después de lo del sábado. Me ha demostrado que es una niñata irresponsable, además de deslenguada. No entiendo cómo la tienen tan consentida aquí. Pero ya me voy a encargar de bajarle yo los humos, pero bien...

***

Suena el teléfono de mi despacho, alzo la mirada y me encuentro con la suya, que me mira con la ceja alzada y el teléfono en la oreja.

—Shelton.

—¡Oh, vamos! ¡Si sabía de sobra que era yo!

—¿Por qué me llama si está la puerta abierta?

—Porque no quiero acercarme a usted si no es necesario.

Golpe bajo. No sé por qué pero me molesta mucho ese comentario.

—¿Llama para molestarme, señorita Smith? Porque le advierto que hoy no estoy de humor para tonterías.

—Ah, ¿pero usted está de humor alguna vez?

—Sí, sobre todo cuando me encuentro a mi secretaria borracha y tirándose a los coches en marcha...

—Imbécil...

—¿Cómo dice?

—Que el señor Day ha convocado una reunión urgente.

—¿Ahora?

—¿He dicho urgente?

Me mira desde su despacho con las cejas alzadas mientras mueve la cabeza. Cojo aire y cuento hasta diez. Veo como se divierte incordiándome mientras mordisquea un bolígrafo.

—Señorita Smith no muerda los bolígrafos, es una costumbre muy fea.

—Yo en mi despacho hago lo que me dé la gana. Si no le gusta, cierre la puerta.

—¿Sabe que podría despedirla por esa impertinencia?

—Adelante, hágalo.

Me mira con los ojos entrecerrados.

—Recoja sus cosas y vamos a la reunión, antes de que me haga perder los nervios.

La sala de reuniones está vacía.

—¿Es una broma, señorita Smith?

—No, no. Day me acababa de llamar...

Aparece por la puerta en ese momento y cierra de un portazo. Emily da un respingo y me mira asustada. Le doy un apretón en el brazo para tranquilizarla, no creo que la cosa sea tan mala, pero ella se aparta sin mirarme siquiera.

—Siento si te he asustado, Emily. Llevo un día terrible hoy, y para colmo más malas noticias.

—¿Qué ha pasado Day?

—Tenemos problemas con uno de los directivos de la sucursal española. Lo han acusado de abusos a empleadas en el trabajo y no podemos consentir tener a semejante individuo en la empresa.

—¡Por supuesto que no, señor! Lo van a echar, ¿verdad?

Miro a Emily con los ojos abiertos como platos.

—Señorita Smith, cállese por favor.

Me mira frunciendo el ceño pero me hace caso por primera vez. Dios debería montar una fiesta y celebrarlo.

—Claro que lo vamos a echar Emily, no te preocupes. Por eso os he reunido. Necesito que te hagas cargo, Shelton.

—¿Qué me haga cargo cómo?

—Trasladándote allí. Es solo temporal, claro. Uno o dos meses como mucho.

¡¿Qué?! ¡¿Yo en España?!

—No entiendo cómo podría yo ayudar, si no sé hablar español, Day.

—No pasa nada, yo solo necesito que ocupes su cargo hasta que encontremos un sustituto que nos merezca confianza. Emily domina el idioma perfectamente.

—¡¿Ella vendría conmigo?!

Vale, eso ha sonado demasiado grosero. Veo que abre los ojos de par en par y tengo la sensación que le ha dolido el comentario, pero se recompone rápido y pone una sonrisa falsa y tirante.

—Es tu secretaria Shelton, claro que irá contigo.

—Señorita Smith, no he querido...

—Señor Shelton, creáme que me hace la misma gracia que a usted este viaje.

—Emily...

Day la mira haciéndole una advertencia.

—¿Qué? Él también ha mostrado su entusiasmo. ¿Por qué no mostrar yo también el mío?

—Creo que os va a venir bien este viaje a los dos, a ver si conseguís arreglar vuestras diferencias de una vez. Esto se está volviendo un poco incómodo y no os olvidéis que estáis en vuestro puesto de trabajo, no en un colegio.

—¿Ve, señor Shelton? Esto no es un colegio.

Se da la vuelta y sale de la sala enfadada, apretando los puños. Day se vuelve hacia mí.

—Shelton, esta situación tiene que cambiar. Lo digo muy enserio.

—Lo sé. Créeme que estoy haciendo todo lo que puedo.

—Pues haga más.

Me da un apretón en el hombro y me deja solo. Al final la cosa no ha sido mala, ha sido peor...

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