Helena

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Helena

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Le doy un manotazo. Me sujeta de las muñecas y con un movimiento rápido me coloca debajo de él.

—Tú me quieres pervertido.

—Yo te adoro pervertido.

—Lo sé nena, y ahora déjame que sea ese pervertido que adoras...

—Pero mi madre...

—Helena tu madre está durmiendo. De todas formas procura no hacer mucho ruido...

Me muerde en el cuello y ya estoy perdida. Mi cuerpo se enciende como una llama y me olvido completamente de los regalos de Navidad, de mi madre y hasta del día que es hoy.

Su mano baja hasta mi sexo y me acaricia con fuerza.

—Henry...

Mis gemidos solo saben pronunciar su nombre.

Me baja las bragas y me da la vuelta. Estoy de espaldas a él. Me estira los brazos y me sujeta las manos a los barrotes de la cama. Me retira el pelo a un lado y vuelve a morderme en el cuello, en los labios.

—Agárrate fuerte, pequeña...

Sus labios recorren mi espalda dejando una estela de fuego a su paso. Se detiene en mi trasero y me da pequeños mordiscos, mientras introduce su dedo pulgar en mí y con el índice me acaricia el clítoris. Mis caderas se mueven a su ritmo y no tardo en sentir las primeras oleadas de placer. Aprieto mi cara contra la almohada y me dejo llevar. Henry me abre las piernas y me penetra por detrás con los últimos espasmos. Se agarra a los barrotes juntando sus manos con las mías. Empuja...empuja...empuja...siento su pecho duro en mi espalda. Me susurra palabras pervertidas en el oído, pero estoy demasiado concentrada en el placer como para sonrojarme. Vuelven los espasmos.

—Más deprisa Henry, más...

Aumenta su ritmo. Como no me da tiempo a sofocar mi grito con la almohada, le muerdo en el brazo.

—¡¡Coño, Helena!!

Se suelta del barrote y se corre embistiéndome con fuerza. Pongo la cara sobre la almohada, sé que le he hecho daño.

—Lo siento...

—Eso espero, porque vaya mordisco me has dado.

—Lo sé...

—Helena.

Sigo con la cara enterrada en la almohada.

—Helena...

—¿Qué?

—¿Qué haces?

—Nada...

—¿Y por qué te tapas la cara con la almohada?

—No sé.

—Vamos, mírame.

—No.

—Helena, mírame.

Me agarra del hombro e intenta darme la vuelta, pero yo no le dejo.

—No quiero.

—¿Estás de coña? ¡Date la vuelta!

—No, porque seguro que estás muy enfadado conmigo...

—No estoy enfadado.

—Mentiroso.

—Sabes que no me gustan las mentiras.

—Prométemelo.

Le oigo resoplar y se echa a reír.

—Te lo prometo.

Giro un poco la cara y le miro de reojo. Está de rodillas a horcajas sobre mí con los brazos cruzados, pero sonríe. Me pongo boca arriba. Le miro el brazo y veo mis dientes marcados.

—Oh, Henry...

Me tapo la cara con las manos.

—Vamos, no seas tonta.

Me quita las manos de la cara.

—Saldrá un moratón de nada y ya está. ¿Abrimos los regalos, cariño?

—Sí, por favor...Así me sentiré más culpable todavía por el mordisco cuando abra los tuyos...

—¿Quieres que te confiese algo?

Asiento despacio. Se acerca a mí y me hace cosquillas con su aliento cuando me susurra.

—Me gusta que me muerdas y me gusta cuando me clavas los dedos en la espalda, me pone muy...cachondo.

—¡Venga ya! Lo dices para que me sienta mejor.

—No Helena, lo digo en serio. Pero con esto no quiero decir que cada vez que hagamos el amor quiera salir marcado, ¿ok? Más que nada porque los del gimnasio me darían mucho la lata...

Se echa a reír.

—Te quiero.

—Yo más que a nada, pequeña.

Mi madre está en la cocina preparando el desayuno. Me sonrojo solo con pensar cuánto tiempo llevará despierta y si habrá escuchado el grito de Henry.

—Vamos nena, ¡al ataque!

Henry me lleva de la mano hasta el árbol de Navidad.

—¡Henry, cuántos hay!

—Vamos a ver de quién es cada uno.

Me pongo de rodillas en el suelo y los voy cogiendo. Estoy tan nerviosa que parezco una niña. Mi madre se une a nosotros.

—¡Vaya, Helena! Parece que hemos sido todos buenos este año, hay muchos regalos.

—Yo ya he recibido uno por adelantado...

Henry le enseña el mordisco a mi madre.

—¡Henry!

Le atravieso con la mirada.

—Sí, te escuché maldecir. Ahora veo por qué.

Sonríe y le guiña un ojo. Miro a mi madre con los ojos a punto de salírseme de las órbitas. Y se echan a reír los dos. Con el ceño fruncido miro a Henry.

—Esta me la pagas, Shelton.

—Esperaré impaciente, señorita Connors.

Me guiña un ojo y hace que me cabree más todavía.

Me dedico a abrir los regalos con un humor de perros. Esta se la devuelvo. Pero mi humor va mejorando a medida que los voy abriendo. Cuando termino estoy rodeada de bolsos, ropa, zapatos y una sonrisa que ilumina mi cara.

Henry se pone un jersey de lana que le ha regalado mi madre y está guapísimo. Me sonríe y me coge de la mano.

—Creo que queda un regalo más por aquí.

—¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?!

Me incorporo sobre las rodillas y miro detrás del árbol. No encuentro nada y me impaciento.

—Aquí.

Henry sostiene un paquete pequeño en la mano. Empiezan a temblarme las piernas y tengo que volver a sentarme. Me pone el paquete en la mano.

—Vamos, ábrelo.

Me he quedado bloqueada.

—Helena, cariño, ¿estás bien?

—Si...lo siento.

Desenvuelvo el paquete despacio, rogando que no sea lo que pienso. Una caja de Tiffany’s, no por favor...

—Lo siento Henry, yo...no puedo abrirlo. No quiero.

Se lo devuelvo con el pulso de la mano descontrolado. Mi madre me mira y veo en su cara un gesto de exasperación, se da la vuelta y se va a la cocina.

—¿Por qué?

—No...no quiero estropear el momento. Por favor...

Abre la caja y me lo enseña. Oh dios mío, es tan bonito...

—Helena, sólo es un anillo.

Las lágrimas comienzan a nublarme la vista y Henry me tiende la mano.

—Ven, dame la mano.

—¿Solo...un...anillo?

Apenas me sale la voz.

—Claro, es un regalo de Navidad.

Le acerco mi mano temblorosa y me lo pone. Extiendo la mano y lo miro. Sonrío, y al hacerlo las lágrimas comienzan a caer.

—¿Te gusta?

Su mano acaricia mi mejilla y me seca las lágrimas.

—Es precioso...

—¿De qué tienes miedo, pequeña? Sabes que puedes contármelo.

Desde el viaje a Bora Bora no habíamos vuelto a sacar el tema. Miro a mi madre que está apoyada en el marco de la puerta de la cocina.

—Cuéntaselo Helena, se lo debes. Bajaré a dar un paseo mientras habláis.

—Gracias, mama.

Henry se sienta en el sofá con el gesto serio. Yo me siento a su lado y me recuesto en su pecho. Cierro los ojos y comienzo a ver las imágenes de mi pasado. Y le cuento mi historia.

1989

—¡Helena, despierta! ¡Venga dormilona!

Mi madre me hace cosquillas en la barriga y yo me tapo con la colcha riéndome. Sube la persiana y entran unos rayos de sol maravillosos. Por fin va llegando el verano.

—¡Mamá, si hoy no hay colegio!

—Ya lo sé, pero hace una mañana perfecta para que la pierdas en la cama.

Me incorporo y me desperezo. Abrazo a mi madre y le doy un beso.

—¡Buenos días, mamá!

Salto de la cama y corro a su habitación como todos los sábados para despertar a mi padre.

—¡Papaaaaaaaaaa!

Pero me quedo parada, mi padre no está en la cama.

—¡Mamaaaaaaaaaaaaa! ¡Papá no está en la cama!

—Se levantó pronto esta mañana, Hel. Habrá ido a por esos bollos de crema que tanto te gustan. ¿Por qué no le esperas en el porche?

—Pero tengo hambre ya...

—Venga ve, no creo que tarde mucho en venir.

Salgo al porche y bajo corriendo los escalones. Marnie ladra un par de veces cuando me ve y se me echa encima lamiéndome la cara.

—¡Para Marnie, para!

Me hace cosquillas y no puedo parar de reír. Marnie es un cachorro de labrador, regalo de mi padre por mi séptimo cumpleaños.

Cuando consigo quitarme a Marnie de encima corro al columpio del árbol. Me balanceo un rato disfrutando de los rayos de sol. Miro cada dos por tres al camino de entrada a mi casa, pero no veo a mi padre aparecer. Al final me canso y me siento en el porche. Marnie se sienta a mi lado y apoya la cabeza en mis piernas para que lo acaricie.

—Tarda mucho papá, ¿no crees?

Marnie me ladra en respuesta.

—Hel, entra en casa o al final se pasa la hora del desayuno.

—¿Dónde está papá?

—No lo sé, quizá se haya entretenido con alguien en el pueblo.

Cuando termino de desayunar vuelvo a salir fuera a sentarme en las escaleras. A la hora de comer papá aún no ha vuelto y mamá está empezando a preocuparse.

—Helena, necesito que te quedes en casa mientras voy a buscar a tu padre.

—¿Yo sola?

—Vamos cariño, no va a pasarte nada. Estaré aquí enseguida. Seguro que tu padre se ha encontrado con alguien y ha perdido la noción del tiempo. Aún así se va a llevar una buena bronca...

Me revuelve el pelo y me sonríe. La última sonrisa que veré de mi madre en mucho tiempo...

—Marnie cuidará de ti, ¿verdad, perro bueno?

Marnie salta encima de mí y me da un lametón en la mejilla.

Mamá vuelve una hora después. Se sienta a mi lado en el sofá. Las manos le tiemblan.

—¿Qué pasa? ¿Le ha pasado algo a papá?

Las lágrimas se me agolpan en los ojos.

—No....no lo sé, Hel. En el pueblo no le han visto en todo el día. Nadie. Pregunté a la señora Nilson, ya sabes que esa vieja cotilla lo ve todo, pero ni siquiera ella sabe nada.

—¿Y qué hacemos?

—No lo sé, no puedo denunciar la desaparición hasta las veinticuatro horas. Esperaremos hasta mañana. Supongo que todo esto tiene una explicación.

Abrazo a mi madre y me echo a llorar.

—Sssshhh no llores cariño, verás como de un momento a otro entra por esa puerta, no te preocupes.

—Pero... ¿y si le ha pasado algo? Como el hijo de los Newlin cuando desapareció y se lo encontraron...

—¡Hel! No pienses en esas cosas.

Mamá tiene razón, mi padre no puede estar muerto. No, no...

—Lo siento, mamá.

Pero papá no vuelve esa tarde, ni esa noche. Nos vamos a acostar y tengo un montón de pesadillas con el hijo de los Newlin.

Por la mañana me despierto con un grito horroroso. Al principio creo que es un sueño, pero me incorporo en la cama y vuelvo a oírlo. Es mi madre, en su habitación. Oigo también a Marnie ladrar como loco. Me levanto de la cama y echo a correr. Me tropiezo con el perro en el pasillo, da vueltas alrededor de mí para que lo siga.

—Ya voy Marnie, ya voy. Si no te quitas me caeré.

Corre por el pasillo y se mete en la habitación de mis padres otra vez. Encuentro a mi madre sentada en la cama, con las manos tapándose la cara y meciéndose hacia delante y hacia atrás. En la mano aprieta un papel y la oigo murmurar.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué...?

—¿Mamá...?

Levanta la mirada y veo que tiene los ojos hinchados y rojos, y la cara mojada por las lágrimas.

—Mamá, ¿qué pasa?

Mi madre me mira pero no me contesta. Veo que aprieta el puño arrugando el papel y lo esconde a su espalda. Yo me arrodillo y me agarro a sus piernas. Rompo a llorar porque sé que algo muy malo ha tenido que pasar, pero me da miedo preguntar y saber la respuesta. Espero a que mi madre diga algo, que me abrace o que me acaricie el pelo. Pero no pasa nada de eso. Levanto la cabeza y la miro, pero mi madre ya no está aquí.

—Mamá...

Mi madre mira al frente, con la mirada perdida. Me levanto y la cojo de la mano, pero ella ni siquiera parece darse cuenta. Comienzo a asustarme.

—¡Mamá! ¡MAMÁ!

Y de repente se vuelve todo negro y me desmayo.

Me despierta algo húmedo acariciándome la cara.

—Marnie...

Abro los ojos y veo que está asustado porque no para de sollozar. Lo acaricio.

—Eh, tranquilo...no pasa nada.

Miro a mi alrededor, sigo en el suelo de la habitación de mis padres. Y mi madre sigue sentada en la cama, no se ha movido. Ni siquiera se ha acercado a mí. Rompo a llorar abrazada a mi perro.

Durante días se queda ahí, en su habitación. Solo se levanta para ir al baño y pasa por mi lado, pero es como si yo fuera un fantasma y no pudiera verme. Por un momento se me pasa por la cabeza llamar a la policía, pero entonces me acuerdo de Sarah Larson, la niña encantadora de la granja de al lado. Un día su madre se olvidó de ir a buscarla al colegio y los servicios sociales se la quitaron. Aunque creo que su padre también tuvo algo que ver.

No quiero que me lleven y me separen de ella. ¿Pero qué ha pasado con mi padre? Por más que le pregunto no me responde. Es como si su mente se hubiera encerrado en un cuarto con llave, y yo no pudiera encontrarla.

Pasan los días y mi madre no mejora, sigue en su especie de limbo. Yo intento apañármelas sola. Solo queda una semana de colegio, pero no puedo faltar, llamarían a casa y descubrirían el estado en el que se encuentra mi madre. Así que me arreglo los últimos días a base de mentiras para explicar por qué esta semana no me acompaña al colegio. Migrañas.

Cuando vuelvo a casa me ocupo de la comida y de tener todo limpio. Mi madre no come y por más que intento obligarla, ni siquiera me mira cuando le pongo la cuchara en los labios. A los quince días consigo que abra la boca y toma tres cucharadas de sopa, algo es algo. Pasa un mes y he madurado 10 años. Y en vez de jugar con muñecas, me dedico a cuidar de mi madre.

* * *

Los meses de verano se me hacen eternos. La gente comienza a preguntarme.

—Helena, pequeña, hace mucho que no veo a tu padre.

—Está de viaje de negocios.

—¿Y cuándo vuelve?

—No lo sé, estará un tiempo fuera...

Se me hace un nudo en la garganta cada vez que tengo que decir esa mentira, sobre todo porque ni siquiera sé si está muerto.

—Helenita, ¿por qué no viene tu madre a la compra?

¡Odio que me llamen He-le-ni-ta, vieja cotilla!

—Me gusta venir a mí. Así me entretengo.

—Pero, ¿no eres un poco pequeña para hacerla tú sola?

¿Y a ti que te importa? Me muerdo la lengua.

—Tengo siete años, no soy tan pequeña.

* * *

Un día, cuando vuelvo del pueblo de comprar me recibe Marnie en el camino ladrando como loco.

—¡Oye! ¡Yo también me alegro de verte!

Dejo las bolsas en el suelo para acariciarle, pero me gruñe y me engancha el borde del vestido. Comienza a tirar de él con fuerza.

—¡Marnie, suéltame el vestido! ¡Vamos, vas a rompérmelo!

Intento agarrarle pero se revuelve y no me suelta.

—¡Suelta el vestido, Marnie!

Como no me hace caso, echo a andar y dejo que me arrastre hasta casa. En la puerta me suelta y ladra, y a continuación sale corriendo como un loco por el pasillo. Veo que entra en el baño y de repente un escalofrío me recorre la columna. Tengo un mal presentimiento. Me quedo clavada en el sitio, el pánico no me deja moverme. El perro vuelve ladrando y me engancha otra vez de vestido. Y me muevo como en las películas, a cámara lenta. Cuando llego a la puerta del baño cierro los ojos. No quiero abrirlos. No quiero ver nada. Marnie no para de ladrar y me está taladrando los oídos. Por fin los abro y me encuentro lo que más temía... mi madre tirada en el suelo rodeada de botes de pastillas.

Lo siguiente que recuerdo es una llamada a urgencias, el sonido de la ambulancia y los brazos de la enfermera que me sostiene mientras me desmayo.

* * *

Abro los ojos y lo primero que veo es una cara que no reconozco.

—¿Qué tal te encuentras, pequeña?

—Yo... bien... ¿dónde estoy?

—En el hospital.

—¿En el hospital? Pero... pero... ¡Oh! ¡Mama! ¡Mi madre... mi madre está...!

—Tranquila, tu madre está bien. Le hemos hecho un lavado de estómago y se está recuperando. Cuando te encuentres mejor, podrás pasar a verla.

—¡Pero ya me encuentro mejor! Por favor, por favor... quiero verla.

Necesito verla. Necesito saber que no voy a perder a mi madre también.

—Haremos un trato. Cuando termines la comida que te van a traer, te llevaré a verla. ¿Te parece bien?

—Sí. Gracias.

El doctor me acaricia la cara. Su mirada es cálida y amable.

—Salvaste la vida de tu madre. ¿Lo sabes?

Asiento con la cabeza.

—No quiero que me lleven a ningún sitio, por favor...

Me agarro a la solapa de su bata y le suplico. Él me mira con curiosidad.

—¿Dónde iban a llevarte, pequeña?

—Lejos de ella. No quiero que me lleven.

De repente su expresión cambia y refleja entendimiento.

—No te preocupes, nadie te va a llevar a ninguna parte.

Me quedo parada antes de llegar a la puerta. El médico se da la vuelta y me mira.

—No te preocupes pequeña, ven.

Me tiende la mano y yo alzo la mía temblorosa.

—Tengo miedo...

—No tengas miedo, Helena. Además está despierta.

Entro despacio en la habitación, agarrada con fuerza a la mano del doctor. Cuando mi madre me ve entrar se echa a llorar.

—Mamá...

—¡Hel!

Me suelto de la mano del médico y corro hasta la cama. Me subo de rodillas y me lanzo a sus brazos.

—Hel, mi niña... Mi pequeña... Lo siento, lo siento tanto... Dios Hel, ¿podrás perdonarme?

No para de llorar mientras me abraza y me pide perdón. Yo lloro con ella porque por fin ha vuelto. Mi madre ha vuelto. Y la perdono porque no quiero que vuelva a dejarme nunca. Nunca.

—Cuando mi madre se recuperó y tuvo valor para decírmelo me contó todo. El papel con el que la encontré era una nota de mi padre. En ella decía que nos abandonaba por una mujer, bueno, mejor dicho una jovencita de 20 años a la que había dejado embarazada.

—Yo...no sé qué decir Helena.

Le pongo el dedo índice en los labios.

—No, no hace falta que digas nada. Solo me pregunto cada día porqué se fue de esa manera, sin despedirse de mi madre, de mí...ni siquiera se llevó su ropa, sus cosas. Desapareció así, sin más. Hubiera pensado mil razones por las que se fue, pero esa no. Jamás hubiera pensado eso de mi padre, eran felices juntos...

—Lo siento.

—No tienes que sentirlo, Henry. Tú no eres él y lo sé.

—Helena pero todo este tiempo, lo de Bora Bora... me siento fatal ahora mismo por no haberte dado la oportunidad de explicarte.

—Henry, yo también tengo parte de culpa por no haberte contado todo esto antes. Espero que entiendas ahora por qué tienes que darme tiempo, es una parte de mí que me cuesta controlar. Lo que pasó con mi madre... bueno, yo no quiero sentirme de esa manera nunca.

Me da un beso en la cabeza y me estrecha entre sus brazos.

—Yo jamás te haría algo así. Sabes lo importante que eres para mí.

—Lo sé cariño, solo tienes que dejar que mi subconsciente también se haga a la idea.

Se acerca a mi oído y me susurra.

—¿Subconsciente de Helena? Si me oyes...la quiero, la quiero, la quiero...

Qué cantidad de regalos ha traído mi madre, con razón venía con dos maletas. Mi colección de bolsos ha aumentado en dos más y tengo un montón de ropa nueva. Ella está emocionada con un marco de fotos que compré y en el que puse una foto nuestra de las Navidades pasadas.

Suena el teléfono. Alex. Mi corazón late con fuerza, cuánto echo de menos su voz.

—¡Feliz Navidad, vikingo!

Se ríe.

—¡Feliz Navidad, cariño! ¿Abriendo regalos?

—Ya terminé con todos, este año mi madre se ha vuelto loca.

Me río.

—Pues deja un poquito de ilusión para los míos.

—¡¡Y para los míos!!

Oigo a Danny gritar de fondo.

—¡Dame el teléfono, Alex!

—¡Danny!

Alex protesta, pero Danny se sale con la suya, como siempre.

—¡Feliz Navidad, Helena!

—¡Feliz Navidad, Danny!

—Espero que lo estés pasando bien porque mi hermano está de un insoportable echándote taaaanto de menos...

—¡Danielle, devuélveme el teléfono ahora mismo!

—¿Ves? Lo que te digo, insoportable.

Me echo a reír.

—¡Trae el teléfono demonio!

—¡Un beso, Helena!

—¡Otro para ti!

—No hagas caso a mi hermana, ella sí que está insoportable porque no pudo salir ayer de fiesta.

—Espero que no estés atormentando a tus padres con tu mal humor Alex o me voy a enfadar.

—Que no, Danny es una exagerada. Espera un momento, Helena.

Le oigo caminar y una puerta que se cierra.

—Qué ganas tengo de tenerte entre mis brazos, besarte, acariciarte...

Miro a mi madre pero se ha quedado dormida en el sofá, así que me levanto despacio y me voy a mi habitación. Cierro la puerta y me tumbo en la cama.

—¿Cariño, estás ahí?

—Sí, sí. Es que me he venido a mi habitación. Estaba empezando a ponerme nerviosa.

—¿Nerviosa por qué?

Se ríe.

—Pensando en tus besos, en tus caricias...en tenerte entre mis piernas.

—Mira que cojo un vuelo ahora mismo...

Me río a carcajadas.

—Lo digo en serio.

—Bueno entonces ya no digo nada.

—¿Qué llevas puesto?

—Un pijama de corazoncitos, seguro que con eso te bajo la libido de golpe.

Vuelvo a reírme.

—No te lo crees ni tú.

—¿Qué te gustaría que llevara puesto?

—Nada.

Noto el calor en mi entrepierna y mi respiración se acelera.

—Espera.

Me levanto de la cama y me quito la ropa.

—¡Deseo concedido!

—¡¿Estás desnuda?!

—Si...

—Ahora sí que cojo ese vuelo.

—Quédate dónde estás y desnúdate Alex.

—¿Estás de coña?

—No, no estoy de coña. Ya que no podemos estar juntos, vamos a aprovechar el momento. Desnúdate.

Silencio en el teléfono.

—Vale, ya estoy desnudo.

—Acaríciate para mí, quiero oír cómo te pones cachondo.

—Helena, ya estoy cachondo. Desde el momento en que has dicho lo mucho que piensas en tenerme entre tus piernas.

Cierro los ojos y me relajo en la bañera. Alex ocupa todos mis pensamientos. Después del sexo telefónico tengo más ganas de él que nunca.

* * *

—Mama, ¿me acompañarías a hacer unas compras?

—¡Claro, me encantaría!

—Tengo que comprarme un vestido para fin de año, y me gustaría que me dieras tu opinión.

—¡Venga, pues vamos a arreglarnos!

Me coge de la mano y me lleva corriendo a mi habitación.

En Bloomingdale’s busco a Martha, seguro que ella encontrará algo bonito para despedir el año y un buen conjunto de lencería.

Pasamos el día de compras y llego a casa con un dolor de pies impresionante, solo se me ocurre a mi ir de compras con tacones.

—Te lo dije, querida.

—Lo sé mamá, lo sé... ¿crees que podrías llenarme un barreño con agua calentita para mis pobres pies, mami?

La miro con cara de no haber roto un plato.

—Claro cariño, anda ve a tu habitación que se que estás deseando hablar con él.

—¿Te he dicho alguna vez que eres la mejor madre del mundo?

Me acerco y la estrecho entre mis brazos.

—Sí, todas y cada una de las veces que tenía que llenarte el barreño con agua caliente cuando salías de juerga con tacones...

Pone los ojos en blanco y se va hacia la cocina.

—¡Hola pequeña!

—Hola, cariño.

—¿No me dijiste que no te llamara tan a menudo? Y ahora me llamas tú... ¿eso significa que no te está entreteniendo tu madre?

—Sí, llevo todo el día de compras con ella. Pero es que al volver a casa y ver mi cama vacía...

—¿No querrás sexo telefónico otra vez? En 5 minutos tengo que bajar a cenar y...

—¡No!

Me río.

—¿Entonces?

—Sólo quería escuchar tu voz...te echo mucho de menos Alex, no sé qué me pasa...

—Te pasa que te estás enamorando de él Helena, aunque pongas todo tu empeño en resistirte.

—¿Puedo mantener una conversación con mi novio sin que te metas por medio, por favor?

—¿Alex?

—Sí, sigo aquí. Es solo que me ha gustado eso que has dicho.

—¿Qué te echo de menos?

—No, que no sabes lo que te pasa.

—¿Por qué? Es verdad.

—Pues yo creo que sí sabes lo que te pasa, pero eres tan cabezota que no quieres admitirlo.

—Vaya, además de lector de mentes ¿ahora también eres adivino?

—No hace falta ser adivino Helena, lo sé porque esa necesidad de tenerte a mi lado constantemente también la siento yo.

—¿Y bien? ¿Cuál es el diagnóstico Doctor Sabiondo?

—Que te estás enamorando de mí casi tanto como yo lo estoy de ti.

Empiezan a temblarme las manos, mi corazón late a mil por hora.

—¿Helena?

—Sí, sigo aquí. Es solo que me ha gustado eso que has dicho.

—¡Vaya! ¡Ahora eres tú la que copia mis frases!

—¿Qué te parece si os recojo en el aeropuerto el martes?

Cambio de conversación porque me estoy poniendo un poco nerviosa.

—No cariño, llegaremos sobre las 9 de la mañana y tengo que ir directo al despacho. Kate me llamó ayer y tengo bastante trabajo pendiente. ¿Te importa si nos vemos el miércoles?

—No...no pasa nada.

No puedo evitar que mi voz suene desilusionada.

—Lo siento, Hel.

—¿Y qué tal si almorzamos juntos?

—Pues ni siquiera tengo pensado salir a comer...

—Vale, vale, lo pillo.

—Helena, no te enfades. Lo siento mucho, yo también estoy deseando verte, pero las cosas se han complicado un poco en el despacho y...

—No me enfado Alex, de verdad. Nos vemos el miércoles entonces.

—Prometo recompensártelo, ¿ok?

—¡Más te vale!

Está lloviendo. ¡Mierda! Salgo del coche cargada con las bolsas y el paraguas, haciendo equilibrio con los tacones para no caerme. Solo dios sabe el bochorno que pasaría si me tuerzo un tobillo y me tienen que atender los de urgencias...

—Buenos días, ¿señorita...?

—Connors, Helena Connors.

Vaya es guapa la tal Kate...

—¿Ya estamos con un ataque de celos Helena?

—Era una observación, ¡así que cállate!

—¿Tenía cita con el señor Lindgren, señorita Connors?

—No, yo solo...

—Vaya, pues lo siento. El señor Lindgren tiene la agenda un poco ajustada hoy...

—Sí, sí, lo sé. Pero puede decirle que...

—¡¡Helena!! ¡Qué sorpresa!

Danielle acaba de salir por la puerta de un despacho y se acerca a mí con los brazos abiertos, me abraza y las bolsas se me caen al suelo.

—¡Hola Danny!

—Kate, ¿has avisado a Alex?

—No, señorita Lindgren. El señor Lindgren me dijo que estaría muy ocupado hoy y...

—Kate, Helena es la novia de mi hermano.

—¿La...novia? Oh, lo siento yo no lo sabía...

—No, no, no te preocupes. Quizá yo debí decírselo antes, Danny.

No quiero que la pobre Kate se lleve una bronca por mi culpa.

—Venga, vamos a darle una sorpresa, estoy deseando ver la cara que pone. Dame tu abrigo, que lo guardo en el armario.

Mi cara se pone de color granate.

—¡No, déjalo Danny! Luego...cuando entre un poco en calor, me lo quito.

¡Tierra trágame! Ahora ya no me parece tan buena idea sorprender a Alex llevando solo ropa interior debajo de la gabardina...

—Como quieras...

Danny me mira con cara de Póker y se encoge de hombros.

—Vamos.

Me agarra del brazo y me lleva hasta el despacho de Alex. La puerta está cerrada pero Danny abre sin llamar y me empuja a un lado para esconderme.

—Disculpe un momento señor Allen. Danielle, ¿cuántas veces te he dicho que llames a la puerta antes de entrar?

Su voz suena muy, muy cabreada.

—Espero que lo que te traigo te cambie un poco el humor hermanito, porque estás de un insoportable...

—Pues yo espero que sea algo muy importante, por si no te has dado cuenta estoy hablando por teléfono hermanita.

Danny pone los ojos en blanco y me tira del brazo.

Sus ojos y su boca se abren por la sorpresa. Pasa un segundo, dos, tres...mueve la cabeza como para despejar sus pensamientos. ¿Se habrá enfadado por presentarme así?

—Alex, creo que tenías al señor Allen al teléfono...

Danny alza una ceja.

—Ah, si...señor Allen, disculpe la espera. Tengo una reunión en 5 minutos, le llamaré más tarde, ¿ok?

¿Reunión? Mi gozo en un pozo...

—Bueno, os dejo solos. ¡Suerte Helena!

—¿Suerte?

Me giro y la miro asustada. Ella se echa a reír.

—Espero que mejores el humor de mi hermano...

Me guiña un ojo y cierra la puerta.

Me doy la vuelta despacio, rogando que Alex no esté muy cabreado por haber venido sin avisar. Se ha puesto de pie, pero sigue detrás de su escritorio y me mira. Desde aquí no puedo ver el mar de sus ojos para saber si está en plena tormenta o en calma. Yo espero...y espero... y me canso de esperar.

—¡Maldita sea Alex, di algo! Sé que probablemente no haya sido muy buena idea venir, ha sido un maldito impulso de los míos, pero dime si estás enfadado, si quieres que me vaya...

En dos zancadas lo tengo delante de mí, y sus labios me cierran la boca. Las bolsas se me caen al suelo por segunda vez. Le abrazo y él me estrecha más contra su cuerpo. Sigue besándome y creo que voy a perder el sentido, las rodillas me flojean...se suelta y me coge la cara entre sus manos, apoya su frente en la mía y me mira a los ojos.

—Helena, no te haces una idea de lo mucho que te he echado de menos...así que no, no quiero que te vayas. Y sí, sí ha sido una buena idea que vinieras, porque quería darte una sorpresa y llevarte la cena esta noche a tu casa, pero no podía más y me iba a presentar allí ahora mismo.

—Es que como me dijiste que hasta mañana no nos íbamos a ver...

—Lo sé, pero era una mentira pequeñita. ¿De verdad creías que después de estos días sin verte iba a estar yo en Nueva York y aguantar hasta mañana? Lo que no había tenido en cuenta es que mi novia es la Señorita Impaciente...

Me echo a reír.

—He traído la comida, pero ya he oído que tienes una reunión en cinco minutos.

—La reunión era una excusa para colgar el teléfono.

—Bueno pues entonces comemos que seguro que tienes hambre.

—Por supuesto que tengo hambre... ¿tú no?

Me da un mordisco en la oreja y me acaricia el lóbulo con la lengua. Se me eriza toda la piel.

—Mmmmm...

—Quítate la gabardina Helena, aquí hace calor.

Empieza a desabrocharme los botones y yo me retiro.

—¿Estás seguro?

Frunce el ceño.

—¿Cómo que si estoy seguro?

—Bueno...es que como yo también te he echado mucho de menos...

Voy desabrochándome los botones lentamente.

—¿Qué haces?

—Había pensado darte una sorpresa...

Dejo caer la gabardina al suelo. Alex coge aire y mueve la cabeza de lado a lado.

—No...me lo puedo...creer...

Me muerdo los labios nerviosa, se me ocurre otra vez que a lo mejor esto sí que ha sido una mala idea.

Se acerca a la puerta y echa el pestillo. Le siento detrás de mí, contengo el aliento. Me abraza. Sus manos recorren mi vientre, mis pechos. Me aparta el pelo a un lado y me besa en el cuello.

—No dejas de sorprenderme...

—¿Para bien o para mal?

Me río nerviosa.

—¿Tú qué crees?

Me presiona contra su erección y un escalofrío recorre mi columna.

—Ven...

Me agarra de la mano y me lleva hasta su escritorio. De una pasada tira todos los papeles al suelo y despeja la mesa.

—Alex, aquí no...no creo que esté bien, Danny y Kate...

—No me creo que hayas venido hasta mi oficina vestida así, bueno mejor dicho desvestida así, si no quisieras esto...

Me hipnotiza con su mirada ardiente de deseo.

—Pero pueden oírnos...

—Helena, son paneles insonorizados, no va a oírte nadie.

Me coge del trasero y me coloca sobre la mesa. Se retira un poco y me mira.

—Dios, no sabes las veces que he soñado con esto...

Se desabrocha los pantalones y se los baja del tirón, ropa interior incluida. Empieza a desabrocharse la camisa.

—No, no te la quites...me gusta ese traje.

Le agarro de la corbata y le acerco a mí.

—Y a mí me encanta tu conjunto... ¿Martha?

—¡Sí!

Me echo a reír.

—Voy a tener que hablar con los de Bloomingdale’s para que le den un ascenso...

Me retira el culotte de encaje y me penetra. Comienza a moverse lentamente, pero enseguida acelera.

—Siento que no haya preliminares nena, pero necesito esto ya.

Me tumba sobre la mesa y sigue acelerando el ritmo, más deprisa y más...

—Sigue Alex...

Lo siento tan dentro de mí que creo que me va a partir en dos. Pero no quiero que pare, le necesito así dentro de mí. El orgasmo me arrasa y Alex me incorpora, me abraza con fuerza y se derrama en mí.

—Oh dios, eres mi adicción...

—Helena, ¿vienes ya?

—Bueno me falta vestirme solamente, en veinte minutos creo que estaré allí.

—Es que estoy un poco nerviosa y atacada en la cocina, mi hermano ha tenido la genial idea de no contratar un catering y a mí cocinar no es que se me dé muy bien...

Me echo a reír.

—No te preocupes Danny, creo que mejor me visto allí. Dame diez minutos.

—¡Gracias, gracias, gracias!

—¡Ah! Llama a Sylvia también, ella es la entendida en cocina.

—Sí, ahora mismo la llamo. A ver si entre las tres conseguimos una cena decente.

—Oye, ¿está Alex por ahí? Es que le estoy llamando al móvil y no me contesta.

—Pues no...salió hace un rato a comprar las bebidas y no ha vuelto todavía, ¿algún problema?

—No, es sólo que...

Me muero de la vergüenza.

—Sí, dime.

—Déjalo Danny, no es nada.

—¡Venga Helena! ¿Pasa algo?

—No, es que...no sé si tengo que llevarme ropa para...mañana.

—¿Cómo para mañana?

¡Ay dios! Ya me estoy muriendo de la vergüenza y es su hermana, hay veces que no me entiendo ni yo.

—Sí...

Oh, vamos Danny no me hagas decirlo.

—Joder Helena, a veces parece mentira que tengas 31 años

—Pues dado que eres mi conciencia, tenemos los mismos. ¡Calla!

—Aaaahhh, ya lo pillo. Te refieres a quedarte a dormir, ¿no?

—Es que no sé si entra en los planes de tu hermano...

—Helena, si por mi hermano fuera, no saldrías de su habitación en la vida.

Se echa a reír.

—Vale. Me llevo pijama, entonces.

—Bueno, pijama, pijama...te va a durar poco la verdad.

—¡¡Danny!!

—Me apuesto lo que sea a que estás roja como un tomate ahora mismo.

—Creo que el tono es más bien granate...

Y rompo a reír a carcajadas, hay que ver lo ridícula que llego a ser a veces.

Llego a casa de Alex quince minutos después. Danny ha pasado del nerviosismo a la histeria pura y dura porque Sylvia no ha llegado aún. Me sorprendo cuando veo a Joe sentado en el sofá.

—No me mires así, no ha querido venir conmigo. Me dijo que venía ella sola en su coche. Ya sabes, Sylvia y su manía de hacerse la dura.

Pone los ojos en blanco y yo me echo a reír.

—Joe, es mi amiga y esas cosas...pero pienso que un día de estos deberías darle una lección.

En sus ojos se enciende una chispa, eso quiere decir que lo hará. ¡Bien por Joe! La trata tan bien que no sé porque Syl sigue comportándose como una cabrona con él.

—¡¡Helenaaaaaaaaaaaaaaaa!!

Un grito me sobresalta. Miro a Joe, que se levanta corriendo del sofá, y salimos los dos disparados a la cocina.

Danny está sentada en el suelo de la cocina sollozando, envuelta en humo y con un olor a quemado saliendo del horno que ríete tú de mis tortitas quemadas.

—¡Se acabó! ¡Tiro la toalla!

Lanza el trapo de cocina al cubo de la basura y se cubre la cara con las manos para seguir sollozando. Yo me acerco a consolarla.

—No, Helena, no te acerques. Se te va a pegar este olor asqueroso en tu vestido y en el pelo...el pelo... ¡oh dios! ¡Mi peinado arruinado también!

Pone un puchero y rompe a llorar como una niña.

—Venga Danny, no pasa nada. Podemos contratar un catering, seguro que algo encontraremos aunque tengamos que invertir los ahorros de nuestras vidas.

—¿Un catering? ¡¿Un catering?! ¡Eso díselo al gilipollas de mi hermano que...!

—¿El gilipollas de tu hermano que...?

Alex asoma la cabeza por la puerta cargado de bolsas.

—¡¡Alex lárgate de aquí ahora mismo o te juro que te abro la cabeza con la tabla de trinchar!!

—¿Qué has hecho ahora demonio?

—¿Qué qué he hecho? ¡¿Qué qué he hecho?! Tú eres tonto, ¡¿o qué?!

—Alex, sal de la cocina o tu hermana te mata.

Le agarro del brazo y tiro de él.

—Pero si yo no tengo la culpa de que sea un desastre en la cocina...

—¡¡Vete a la mierda!!

Danielle lanza la tabla y Alex la esquiva por poco.

—Si me llegas a dar...

Danny se levanta echa una furia para abalanzarse sobre él y milagrosamente suena el timbre.

—¡Cálmate! Ahí tienes tú salvación, Danielle.

Alex se marcha a abrir la puerta riéndose por el pasillo. Yo abrazo a Danny porque tengo el presentimiento de que quiere volver a sentarse en el suelo y pasarse toda la noche haciendo pucheros en la cocina, solo por fastidiar a su hermano. De repente se separa de mí y me aparta a un lado. La miro extrañada y veo como abre la boca y los ojos, y después se lleva las manos a la boca sofocando un grito.

—Oh dios mío, oh dios mío...¡¡Te odio Alexandeeeeeeeeeeeeeeeer!!

Y sale corriendo escaleras arriba llorando otra vez. Miro a Joe extrañada y se empieza a reír señalando a mis espaldas. Me doy la vuelta y veo el espejo de cuerpo entero del pasillo.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué está Danny histérica?

Sylvia mira escaleras arriba, por donde acaba de desaparecer Danny después de dirigirle una mirada de odio a su hermano.

—Tú y tu manía de venir en tu puñetero coche...

—¿Todo esto es culpa mía? Pero si acabo de llegar...

Oh, oh...lo que faltaba, ¿ahora se van a pelear estos dos también? Miro a Alex en busca de ayuda pero veo que se está divirtiendo con todo el numerito.

—No, Syl, no es culpa tuya.

Le hago un gesto para que diga algo.

—Claro que es culpa suya, Helena. Si hubiera venido conmigo, en MI coche, a estas horas tendríamos la cena hecha, y no un pavo quemado y una Danny histérica llorando en su cuarto.

—Joe...no me cabrees.

Oigo como Sylvia empieza a inspirar y espirar cada vez más rápido, se está enfadando, y mucho. Vuelvo a mirar a Alex, se ha cruzado de brazos y mira a Sylvia con la ceja alzada esperando su respuesta. Después me mira a mí y entorno los ojos para que sepa que yo también me estoy cabreando. Al final se da por vencido.

—Está bien chicos, esto es más divertido que las Navidades aburridas con mis padres pero...vamos a dejar las peleas para otro día, ¿ok?

—Solo te estabas divirtiendo tú, Alex...

—¡Oh, vamos Hel! No me digas que el numerito de mi hermana no ha sido de comedia navideña...

—Hay veces que no se si reírme de lo absurdo que eres o darte un bofetón...

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