Harmony

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Capítulo 1

 

Hartford. Connecticut.

Estados Unidos.

Sábado Sept./13/2036.

Wicca -13

 

Kate no pudo evitar una mueca de fastidio frente al espejo. Probó de perfil, las manos en la cintura, el pelo suelto, después a un lado… recogido… una coleta… ¿Un moño quizás…? El vaquero descolorido todavía le sentaba como un guante.

—No está mal. —Pensó mirando.

Sin embargo, la ajustada sudadera universitaria evidenciaba el paso de los años.

—¡Mamá! —Exclamó frustrada Kate.

—¡Dime cielo! —Contestó Annette Brennan con voz lejana desde la cocina.

—¿Qué le ha pasado a mi sudadera? ¡Ha encogido!

—¡No te oigo cariño! —Respondió su madre intentando alzar la voz por encima del ruido de las varillas y el motor de la batidora.

Kate refunfuñó algo ininteligible y empezó a tirar con insistencia de las mangas hacia abajo.

—¡Mamaaaa!

—¡Katherine Alexandra Celeste Brennan! ¡Te he dicho que no me hables desde el otro extremo de la casa!

La batidora seguía haciendo un ruido espantoso mientras Annette movía las caderas al ritmo de la única emisora de radio en Hartford que todavía pinchaba los grandes éxitos de los noventa.

—Es difícil competir contra Sunday Bloody Sunday. —Dijo una voz profunda desde la entrada.

 

Las palabras de Arthur Brennan provocaron una reacción inmediata en Kate.

—¡Papá! ¡Por fin!

El padre de Kate dejó la bufanda, el chubasquero y su gorra Ascot de fieltro verde en el perchero.

—¿Otra vez mirándote el trasero en el espejo? —Dijo con una enorme sonrisa.

—¡¡Papa!! —Exclamó Kate con falsa indignación mientras el enorme perro labrador blanco que acompañaba a Arthur comenzaba a ladrar.

—¡Baxter!… ¿Me has echado de menos, bandido? —Preguntó Kate acariciando al animal.

—¡Hace un día espantoso! ¿Cuando has llegado? ¡Te veo estupenda! —Quiso saber Arthur Brennan abrazando con cariño a su hija.

—Apenas me ha dado tiempo para ponerme cómoda y descubrir que Mamá sigue sin hacer caso… —Respondió Kate poniendo cara de pena.

—Ya la conoces, siempre ocupada. ¿Cuando has salido? No te esperábamos tan pronto.

 

—Vale la pena levantarse temprano y evitar así tormentas desagradables en la carretera.

Arthur asintió complacido. Una de las cualidades que más admiraba en la muchacha era su inquebrantable sentido de la responsabilidad. 

—¿Y qué tal las cosas por la Gran Manzana? —Preguntó con cierta ironía.

—Vamos tirando. —Respondió Kate acompañando a su padre al jardín. Aunque ya no llovía, el cielo seguía preñado de nubes y hacía bastante fresco; inusual a mediados de septiembre.

Baxter decidió que no estaba el tiempo para paseos y se tumbó, perezoso, sobre la alfombra frente a la chimenea.

Kate se tomó un momento para mirar a su padre. Le echaba mucho de menos.

Arthur Brennan, prominente y exitoso abogado de Connecticut protagonizó una boda tardía con Annette Lefleur; guapa, rebelde y heredera de una de las familias más aristocráticas del estado. El padre de Annette, Michel, afirmaba sin ambages que el linaje de los Lefleur se remontaba a los tiempos de la Guerra de Independencia.

—¡Luchamos junto a La Fayette! —Presumía con orgullo.

Y Arthur asentía mientras miraba de reojo el escote de Annette durante los partidos de tenis en la casa de campo que los Lefleur tenían a las afueras de Northampton. La boda fue el acontecimiento del año 1.998. Congresistas, senadores y gobernadores venidos desde estados lejanos inundaron los salones del Hotel Hilton con el aroma del buen brandy y sus cigarros habanos. Eran buenos tiempos.

—Las cosas no están yendo exactamente como pensaba… —Se lamentó Kate en el jardín.

—Vamos Katie… Es sólo trabajo… —Respondió Arthur afablemente.

Kate devolvió a su padre una sonrisa. Al contrario que Mamá, él siempre la apoyaba en todo. Cuando la pequeña de los Brennan anunció en casa que había decidido comenzar sus estudios de periodismo, Annette torció el gesto.

—¿Periodismo? Pero… ¿Qué hay del bufete? ¿Quién va a…?

—Déjalo estar, cariño. —Sentenció Arthur con suavidad pero con aquella firmeza que toda la familia conocía tan bien.

Annette lo dejó estar pero nunca cesó de fruncir el ceño ante la idea de que la más inteligente y capaz de sus hijas hubiese renunciado a recoger el testigo de su padre. Siempre había creído que Kate sería una excelente abogada. El periodismo se le antojaba más bien como una profesión de fisgones sin escrúpulos.

—La verdad, hija. No te imagino en las oscuras rotativas de un periódico…

Kate Brennan no sólo había conseguido evitar del todo las rotativas del New York Times sino que, desde la sección de economía, se había convertido por méritos propios en una de las más jóvenes e inquisitivas promesas de toda la redacción.

No obstante, algo no iba bien.

—Papá… Me han apartado de un asunto importante. Sé que es algo muy grande. Llevo meses investigando pero Bruce McKellen me ha pedido que lo deje para cubrir todo lo relativo a esa maldita estación…

—¿Te refieres a Harmony? —Preguntó Arthur.

Kate se apartó con la mano un mechón rebelde de la cara.

—Pasado mañana, publico un artículo sobre Paul Sander, el compañero que pasará cuatro meses en la Estación Espacial Internacional.

 

- ¡Eso es estupendo! ¡Se trata de una historia importante! —Exclamó Arthur.

—No estoy tan segura. —Respondió Kate sin poder evitar el tono de amargura.

—Vamos Kate… ¡Es tu primer gran artículo! ¡Tenemos que celebrarlo!

—¿No lo entiendes Papá?… ¡Tengo testigos! Pruebas que relacionan a ChinaKorp con sobornos y extorsiones a gente importante en Washington. ¿Cómo han podido darle mi trabajo a Bob Petrulis? ¡Ese inepto presuntuoso!

—Cariño… ChinaKorp es un holding de empresas inmenso. Controla cientos de bancos y está detrás de los intereses energéticos de medio mundo. Es gente que apuesta fuerte y no se anda con tonterías. Pueden arruinar tu reputación y tu carrera. Lo he visto hacer muchas veces. Eso… y cosas peores…

Kate frunció el ceño disgustada.

—Crees que la noticia me queda grande… ¿No es cierto?

—No es eso Kate. —Respondió Arthur con tono serio. —Simplemente me alegro de que se publique ese artículo tuyo.

—¡No estoy en el maldito New York Times para ser la niñera de Paul Sander! —Estalló Kate furiosa.

Ahí estaba, el mal genio de los Lefleur. ¡Cómo se parecía Kate a su madre! La misma obstinación, la misma inquebrantable tozudez…

—Me la han jugado y no voy a parar hasta averiguar quién y por qué.

Arthur Brennan suspiró profundamente. Sabía que no valía la pena continuar discutiendo. Además, no quería fastidiar el almuerzo. Un apetitoso aroma a cordero asado llegó al jardín desde la cocina.

—¿Tienes hambre? —Preguntó Arthur cambiando de tema.

—¡Me comería un león! —Respondió Kate.

—Pues vayamos a ayudar a tu madre. —Dijo Arthur más aliviado.

La comida y la sobremesa transcurrieron de manera agradable. Kate le contó a su madre sus progresos en el periódico omitiendo cualquier referencia a ChinaKorp y Annette habló por enésima vez de lo ocupada que estaba gestionando la fundación.

—El jueves que viene haremos una cena benéfica para recaudar fondos destinados a la lucha contra el cáncer de mama. Ya sabes, Arthur, que cuento con el gobernador.

Su marido asintió desde la mecedora y se limitó a disfrutar de la pipa mientras escuchaba.

—¿Quién es Paul Sander, querida? Nunca habías hablado de él… —Quiso saber Annette.

—Trabaja con Bill Walsh, es el responsable de la Sección de Ciencia del periódico.

—¡Qué interesante! ¿Y es mono?

—¿Paul Sander?… ¡Mamá por favor!

Arthur sonrió divertido.

Annette continuó.

—Bueno hija, no te pongas así. Los científicos tienen su atractivo. No tanto como los abogados. Pero si al menos es guapo…

—Paul Sander no es un científico Mamá. Es periodista, como yo.

Annette no pudo evitar un mohín de desencanto y desaprobación.

Kate continuó dando explicaciones.

—Creo haber hablado con Paul un par de veces. Me pareció un tipo raro e introvertido. No lo sé… no le conozco. Su despacho está siempre desordenado; las paredes forradas con carteles de cine clásico y una enorme estantería repleta de figuras extravagantes…

—¿Porcelana?- Preguntó Annette.

Kate rió.

—No Mamá. Nada de porcelana… Hablamos de dragones, magos, enanos y elfos.

—¡Santo Cielo! —Exclamó Annette. ¿Y cómo permite el New York Times semejante cosa?

—Eso mismo me pregunto yo… —Respondió Kate.

—Tu padre nunca permitiría que ninguno de sus empleados tuviese dragones en el bufete… ¿No es cierto querido?

—¡Ni pensarlo! —Respondió solemnemente Arthur Brennan tras una azulada nube de tabaco virginiano.

Los tres continuaron un buen rato bromeando hasta que llegó la hora de volver a Nueva York.

Annette y Arthur se despidieron de su hija en el porche.

Mientras se alejaba, la joven no pudo evitar mirar por el retrovisor.

El viejo Baxter corrió detrás del coche ladrando.

No quería que se fuera.

 

 

 

 

 

Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Lunes Sept./15/2036

Wicca -11

 

Kate puso la humeante taza de café a la izquierda del teclado a las cinco menos cuarto de la mañana e introdujo su clave en el sistema. La oficina estaba casi desierta y el ordenador tardó unos segundos en mostrar un escritorio plagado de accesos directos, notas y recordatorios de llamadas pendientes. Antes de abrir el navegador para leer su artículo, escrito el viernes, Kate repasó mentalmente su entrevista del miércoles anterior con Spanoulis.

—Adelante, Kate… Pasa, toma asiento. —Dijo el editor jefe del New York Times mientras colgaba el teléfono.

—¿Ocurre algo Josh? —Preguntó Kate extrañada.

Spanoulis se tomó un momento para estudiar a la joven que tenía delante. No muy alta y de complexión atlética, Katherine Brennan había heredado el rostro ligeramente ovalado de su padre con una nariz pequeña y delicada que aportaba armonía a todo el conjunto. Josh identificó también con facilidad los labios bien proporcionados de Annette Brennan, así como sus dientes grandes, blanquísimos, y por supuesto, los ojos.

Unos ojos verdes de mirada permanentemente inquisitiva.

—¿Cómo están tus padres? —Quiso saber Spanoulis, cordial.

—Bien… Tengo pensada una visita durante el fin de semana. —Respondió Kate.

—Es lo mejor que puedes hacer. Mis hijas no vienen a verme muy a menudo. Y si por casualidad aparecen por aquí, sus condenados maridos se encargan de fastidiarlo todo.

Kate le dedicó a su jefe una sonrisa forzada.

—Estoy segura de que cada uno hace lo que puede…

—Lo dudo mucho. Pero da igual… Por favor, saluda a Arthur y a Annette de mi parte cuando les veas.

—Por supuesto, Josh… Descuida.

A Kate siempre le habían incomodado las relaciones de la familia Brennan con el periódico. Detestaba cualquier trato de favor y por eso intentaba esforzarse más que el resto lo cual generaba a la vez, admiración, y no pocas envidias entre algunos compañeros.

A Kate le daba igual. Se había acostumbrado a vivir con ello.

—Tengo buenas noticias para ti. —Dijo Spanoulis, ufano.

—Vaya…

La silla crujió bajo el peso del redactor jefe mientras éste se inclinaba hacia atrás con las manos cruzadas sobre la nuca. Kate no pudo evitar dirigir su atención hacia la oronda barriga que emergía de la chaqueta dejando al descubierto un par de llamativos tirantes.

—Queremos que lleves el timón de un proyecto muy importante para el periódico. Se trata de un nuevo cometido que necesitará dedicación exclusiva. Estamos seguros de que vas a realizar un gran trabajo.

—Pero… —Intentó objetar confundida Kate.

—Bob Petrulis se encargará de ChinaKorp.

Kate palideció.

—ChinaKorp es algo grande Josh… No podéis darle mi trabajo a otro… Hablamos de mis fuentes… Llevo meses investigando.

—Y has hecho una labor excelente, Kate. Pero ahora te necesitamos liderando otro asunto.

—¡No podéis hacerme esto!

—Kate… ¿Me dejas hablar?

—Josh. Odio tener que decirlo, pero si me apartas de ChinaKorp, mi padre hablará personalmente con Bruce. —Amenazó Kate recurriendo desesperada a la influencia familiar en el Times.

—El señor McKellen está al corriente de la situación, señorita Brennan.  —Respondió con frialdad Spanoulis.

Kate se derrumbó. Ya no había nada que hacer.

Una oleada de indignación le recorrió todo el cuerpo.

—No podéis soportar que sea una mujer la que…

—Ni se te ocurra ir por ahí. —Advirtió muy seriamente Josh.

—Muy bien. En una hora tendrás mi dimisión y me iré con la historia a la competencia. —Amenazó Kate disparando su último cartucho.

—No harás tal cosa, y lo sabes, Katherine Brennan. —Afirmó Spanoulis con seguridad.

—¿Por qué haces esto Josh…? —Preguntó Kate descorazonada.

El editor jefe del New York Times miró a la joven periodista. Parecía conmovido.

—Lo lamento Kate. ¡No es culpa mía que Paul Sander se vaya al maldito espacio!

La joven tardó varios segundos en procesar la respuesta.

—Esto quedará así.

Kate tomó un sorbo de café y accedió desde la carpeta de favoritos a la página web del New York Times. Al igual que en la edición de papel, el artículo sobre la novedosa misión en Harmony ocupaba una gran parte de la portada y aparecía ilustrado por la espectacular instantánea de un transbordador a punto de acoplarse con una de las bahías de carga en la estación.

 

 

EL NEW YORK TIMES EN LA ESTACIÓN ESPACIAL INTERNACIONAL

Por KATE BRENNAN. SEPT, 15,2036

 

El New York Times será el primer medio de comunicación de la historia en tener un corresponsal en la Estación Espacial Internacional Harmony. Paul Sander, responsable de la Sección de Ciencia del periódico, convivirá durante cuatro meses con los astronautas que desarrollan su trabajo en la obra de ingeniería más importante jamás construida por la humanidad. Esto ha sido posible gracias al acuerdo firmado por nuestro Presidente Ejecutivo, Bruce McKellen y el alto comisionado de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas (DANU), John Philip Cruz.

 

Esta agencia de la ONU, fundada en 2.017 con el objetivo de aunar todos los esfuerzos de la humanidad en la conquista del espacio, fue la responsable de la exitosa puesta en marcha de la nueva Estación Espacial Internacional Harmony. A diferencia de su predecesora, la estación dispone de un avanzado módulo de rotación que simula la gravedad terrestre mediante el aprovechamiento de la fuerza centrípeta. En los casi cinco años de investigaciones llevadas a cabo por este ambicioso proyecto, se han producido importantes avances que serán decisivos en el próximo objetivo de la DANU: El planeta Marte.

 

Inaugurada en 2.031, Harmony no es solamente una estructura tecnológicamente asombrosa a 400 km de distancia en el espacio. Aparte de las actividades científicas que allí se desarrollan, la ONU ha puesto en muchas ocasiones a la estación como ejemplo de convivencia para los habitantes de la Tierra. Astronautas de numerosos países, a veces históricamente antagónicos, han compartido con éxito el mismo entorno en la estación en beneficio de un bien común que trasciende razas, ideologías y religiones. La estación ha sido por lo tanto, unánimemente considerada como el mejor ejemplo de lo que la humanidad puede llegar a conseguir cuando se impone el espíritu de colaboración entre las naciones.

 

El próximo 17 de Septiembre, despegará, con Paul Sander a bordo, y desde el Centro Kennedy en Cabo Cañaveral, el transbordador Reacher de la DANU, en misión de aprovisionamiento rumbo a Harmony. El trabajo de Paul consistirá en contarle a la humanidad, de primera mano, cómo es el día a día de los científicos y astronautas que desarrollan su labor en el espacio. Para ello, el New York Times tiene previsto publicar una edición especial con cada crónica que Paul vaya haciendo llegar a esta redacción.

 

Actualmente están presentes en la Estación Espacial cinco grandes especialistas, todos ellos cuidadosamente escogidos por la DANU en base a sus sobresalientes cualidades, tanto profesionales, como físicas y psicológicas. Viktor Zaitsev, cosmonauta ruso, es el Responsable de Sistemas y el más veterano de todos. La joven y brillante Dana Lehner, experta en Física de la Agencia Espacial Europea. El Dr. Yun Wang es una reconocida eminencia en Biología Molecular de la Administración Espacial Nacional China. El Coronel David Dayan se ha constituido como uno de los más prestigiosos estudiosos de la Materia y la Energía Oscura en la Agencia Espacial Israelí y por último, el profesor Omar Aslan, Director del Programa Conjunto de Magnetismo y Micro Gravedad de la Universidad de Chicago e importante asesor de la NASA.

 

El pronóstico del tiempo previsto por el Servicio Meteorológico Nacional para el 17 de Septiembre es de cielos despejados para todo el sur de Florida.

 

Kate terminó la lectura y permaneció unos segundos ensimismada delante de su primera portada en el New York Times.

—Sólo tengo treinta y tres años. Debería estar orgullosa… —Pensó mordiéndose el labio inferior.

Sin embargo, las sensaciones al contemplar la pantalla afloraban contradictorias.

—Josh Spanoulis, si crees que puedes comprarme con una portada es que no me conoces… —Musitó Kate, frunciendo el ceño como hacía su madre.

 

El reloj en la pantalla marcaba las cinco y treinta y cuatro de la mañana. Pronto, la redacción herviría con el bullicio característico de las mañanas.

—Katherine Alexandra Celeste Brennan, no vas a dejar que se salgan con la suya. —Murmuró apagando el ordenador y cogiendo el bolso.

Tenía cosas que hacer.

 

 

 

Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Miércoles Sept./17/2036

Wicca -9

 

Kate dejó atrás la estación de la calle 72 para internarse en Central Park. Atravesó Terrace Drive paseando, tranquila, hasta llegar a la Fuente de Bethesda. El lugar estaba atestado de turistas, no obstante, y a pesar de la increíble amalgama de atuendos la joven pensó que no resultaría difícil identificar al hombre de la bufanda roja.

 

—Mantén la calma, fíjate bien. —Pensó. 

Kate miró el reloj. Eran las 11.52 h.

Llevaba un buen rato esperando y tenía la impresión de que cada minuto que pasaba no hacía sino aumentar la sensación de que su contacto en ChinaKorp terminaría por no aparecer.

Entonces, lo vio. Un tipo delgado, impecablemente vestido, se sentó en la fuente y sacó un cigarrillo. Sujetaba en una mano la prenda acordada.

Kate se acercó.

—Hola. —Fue lo único que se le ocurrió decir.

El hombre dio una calada al cigarro y se levantó.

—Acompáñeme. —Dijo con acento extranjero.

Kate siguió los pasos del desconocido a través de los senderos del parque hasta que éste, finalmente, llegó a un banco apartado bajo la sombra de una arboleda. Al fondo, llegaban apagadas las voces de los transeúntes. El hombre de ChinaKorp calzaba zapatos de cuero italiano a juego con un traje de corte inglés que, por su aspecto, parecía recién comprado.

—Señorita Brennan…

—Disculpe la urgencia de mi llamada. —Respondió Kate sentándose en el banco.

—Corremos riesgos innecesarios al venir aquí. ¿Qué ha ocurrido?

—He sido apartada del caso.

Kate observó la reacción de su interlocutor ante la noticia. No parecía sorprendido.

—Han puesto a Bob Petrulis, un inepto, en mi lugar.

Su contacto en ChinaKorp la interrumpió.

—Son los primeros movimientos. Está usted jugando una partida muy peligrosa. Me pregunto si una mujer tan joven va a tener las agallas necesarias…

—¿Qué demonios significa eso? —Preguntó Kate ofendida.

En vez de responder, el hombre sacó un pendrive del bolsillo.

—Tome esto.

—¿Qué contiene?

—Es su seguro de vida. Buenos días señorita Brennan. Tenga cuidado.

—Pero…

Su fuente se levantó y se marchó con paso nervioso por donde había venido. La joven tuvo la extraña sensación de que nunca más volvería a saber de él.

Una hora después, Kate entraba como un vendaval en su despacho.

Cerró la puerta, encendió el ordenador y sacó el pendrive.

—Toc… Toc… ¿Puedo pasar?

La suave voz de Bill Walsh sacó a Kate de su ensimismamiento.

Con un gesto rápido metió el pendrive en un cajón.

—¡Bill! ¡Por supuesto! ¡Adelante!

Bill la miró con cara de viejo zorro y tomó asiento.

—¿Que tal tu nuevo despacho? ¿Estás contenta?

Kate respondió de forma automática. La ansiedad la iba a matar.

—Si… Mucho… —Dijo sonriendo.

—Me gustó tu artículo. ¿Primera portada? —Pregunto afablemente Bill.

—Si… —Respondió Kate ausente.

—Quería darte la enhorabuena. Estoy seguro de que Paul también lo habrá leído. —Afirmó Bill.

—Claro… Seguro…

Bill enarcó una de sus pobladas cejas.

—Ahora que Paul no está, te has quedado solo… —Dijo Kate cambiando de tercio.

—Todos le echamos de menos.

—¡Por supuesto! ¡Estoy segura de que hará un gran trabajo ahí arriba! —Contestó Kate señalando al techo.

—¿Estás bien? —Quiso saber Bill.

—¿Por qué no iba estarlo? —Respondió Kate jugando nerviosa con el pelo.

—Se rumorea que andas detrás de algo grande relacionado con ChinaKorp…

Kate intentó disimular.

—No hagas caso de lo que diga Bob Petrulis, es un bocazas.

—Resulta extraño que, de repente, escribas sobre Paul Sander.

Kate se mordió con fuerza la lengua.

Bill sabía cómo hacer hablar a la gente.

—Harmony es todo un reto para el periódico. Nadie ha tenido nunca a un corresponsal en el espacio. —Respondió Kate.

—Corta el rollo, jovencita…

—No sé a dónde quieres llegar.

Bill Walsh se levantó y abrió la puerta del despacho.

—Muy bien. Te reitero mi enhorabuena. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, ya sabes dónde estoy. —Dijo Bill con sinceridad.

Viéndolo allí, con aquella cara de genuina preocupación, Kate estuvo a punto de contarlo todo.

—Si caigo en un agujero negro, te avisaré. —Respondió Kate.

Bill rió de buena gana.

—¿Sabes una cosa?

—Dime.

—Además de guapa, también eres graciosa.

El cerebro de Kate dio orden a su laringe de emitir una suave carcajada cuya musicalidad irradiase un halo de cautivadora indolencia.

En vez de eso, un gallo histriónico salió desbocado por la puerta del despacho provocando no pocas sonrisas malintencionadas en la redacción.

 

 

            Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Viernes Sept./19/2036

Wicca -7

 

Franklin & Fairhill Steel and Iron Corporation

Birmingham. Alabama.

Est. 1987

Margen Bruto TTM:……47,09

Margen Operativo TTM:……16,02

Margen de Utilidad Neto TTM:……14,63

Rentabilidad sobre fondos propios TTM:……14,09

—————————————

Test ácido MRQ:……1,13

Ratio de solvencia MRQ:……16,02

Deuda de solvencia / Total fondos propios MRQ:……14,63

Total deuda / Total fondos propios MRQ:……14,09

—————————————

Flujo de caja / Acción TTM:……16,84

Beneficio / Acción TTM:……83,17

Flujo de Caja Operativo……10,84

——————————————

 

Índice Paschendale:…………0,75

 

 

Kate se quedó un momento en la cocina mordisqueando el último trozo de zanahoria cruda untado en crema de queso del desayuno Fast & Healthy popularizado por Ivy Corr, una de sus instagramers favoritas. El conciso resumen financiero de Franklin & Fairhill Steel and Iron Corporation de Birmingham, Alabama formaba parte de un inmenso listado en el que figuraban más de 400 empresas de las casi 600 que cotizaban en Wall Street.

No obstante, la información contenida en el pendrive era bastante básica. 

—Todo esto está publicado en internet. —Se dijo frustrada.

Sin embargo, un detalle llamó su atención.

—¿Qué demonios es el Índice Paschendale? —Se preguntó antes de apagar el ordenador.

Kate abrió la nevera y sacó la bolsa con el almuerzo cuidadosamente preparado.

—Mochila… llaves… monedero… y teléfono móvil… —Murmuró corriendo por el pasillo. 

Para cuando salió de casa y consiguió abordar un taxi frente al edificio de apartamentos en la calle 40, el reloj marcaba las seis y once minutos.

Kate quería llegar pronto al periódico para hacer algunas llamadas. Además del misterioso índice, los documentos habían revelado algo más. Todo estaba firmado por una consultora financiera de Hartford, Connecticut.

—Fort Rock Financial Services and Consulting.

 

- ¿Cómo dice? —Preguntó sorprendido el taxista mientras serpenteaban entre el tráfico de la sexta avenida.

—Disculpe. A veces tengo la manía de hablar sola.

—¡Oh! No se preocupe. A mí también me pasa.

Kate asintió y puso cara de circunstancias.

—Orlando Fraidía para servirle. ¿Trabaja usted en el Times?

—Mas o menos… —Contestó Kate evasiva.

Para cuando llegaron a destino, Kate había pasado media hora charlando con el taxista y tenía la cabeza como un bombo. Renunció al cambio de su último billete de veinte dólares y salió disparada hacia el despacho.

La voz chillona de Orlando Fraidía la persiguió hasta el ascensor.

—¡Muchas gracias señorita! ¡Que Dios la bendiga, señorita!

Una vez sentada en su escritorio, Kate cerró los ojos durante unos minutos y respiró profundamente, intentando concentrarse.

—Fort Rock Financial Services and Consulting…

 

- ¿Cómo dices?

—¡Bill! ¿Cuánto tiempo llevas ahí? —Preguntó Kate sorprendida.

—El suficiente. ¿Qué estás murmurando?

—¡Nada! ¡Me gusta hablar sola! ¡Eso es todo!

Kate se preguntó cuantas explicaciones más tendría que dar durante el resto del día.

—¿Has leído el material que ha enviado Paul?

—¿Qué material? —Respondió Kate extrañada.

—Spanoulis lo envió anoche. ¿Es que no miras el correo?

—He estado… Ocupada.

—¿Ocupada con qué?

—Mira Bill… No tengo tiempo para esto… De todas formas, te prometo que echaré un vistazo.

—Más te vale porque a las nueve en punto estamos convocados a una reunión en el despacho de Bruce.

—¿En el despacho de Bruce? —Preguntó Kate alarmada.

—¡Abre el correo! —Dijo Bill con una sonrisa.

Bill se fue por donde había venido y Kate se apresuró a encender el ordenador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De:spanoulisj@nyt.com

Enviado: 18/09/2036 23.10

Para:brennank@nyt.com

Asunto: Paul Sander. Urgente.

 

RIPLEY

Por PAUL SANDER. SEPT,--,2036

 

Harmony es como una gigantesca rueda de diligencia girando lenta y silenciosamente en el espacio. A medida que el transbordador de la DANU se aproxima al muelle para su acoplamiento, mi atención se fija sobre todo en los pequeños detalles: El familiar escudo de las Naciones Unidas en la cubierta, las luces rojas de posición, los engranajes de los brazos robóticos, los ventanucos distribuidos de forma regular a lo largo del imponente círculo exterior, la luz refractada en los enormes paneles solares desplegados para absorber la vital energía con la que aquí funciona todo…

 

La estación da la impresión de ser más grande vista desde fuera. Parece que la falta de espacio ha venido siendo una constante desde que en 1.957 la humanidad puso en órbita a la perrita Laika a bordo del Sputnik 2. La primera lección que aprende el recién llegado, es que en Harmony se debe ser siempre extremadamente ordenado. Lo que uses debe ser devuelto siempre a su sitio. Las habitaciones, las áreas comunes, los laboratorios, el gimnasio, incluso los pasillos, cuentan con gran cantidad de cajones y armarios minuciosamente etiquetados, así que, aquí, todo tiene su sitio.

 

Harmony está dividida por sectores bien señalizados siguiendo un código alfanumérico pero, a la postre, tan sesuda nomenclatura ha terminado convirtiéndose en un fútil esfuerzo de ingeniería. Pronto, los astronautas adoptaron su propia jerga a la hora de referirse a muchas de las estancias e instrumentos de la estación: La nevera, el destornillador, el burdel…

 

Mi lugar favorito no es el amplio puesto de control CR-HS1, ni la sala de reuniones rebautizada hace años como Lindon High. Ni siquiera la impresionante cámara de ingravidez o los modernos y sofisticados laboratorios han conseguido dejar una huella especial en mi interior. Mi lugar favorito en Harmony pertenece oficialmente a la categoría de almacenes SE-AA3 y es un rincón apartado que en algún momento dejó de albergar piezas de repuesto para convertirse en el Museo Ellen Ripley. Se trata de un espacio ocupado por estanterías cuyas paredes están forradas con un montón de imágenes. Fotos de astronautas y de sus familiares: abuelos y abuelas, padres y madres, novios y novias y, por supuesto, decenas de bebés. Hay carteles de deportistas, actores, músicos y tentadoras instantáneas de despampanantes modelos. Instantáneas de coches, casas y postales con todo tipo de ciudades y monumentos. Imágenes de montañas, ríos, playas y lagos… Fotografías submarinas y de exploradores anónimos recorriendo selvas y bosques…

 

Es como si todos los que han pasado por aquí hubiesen traído consigo un pequeño trozo de la Tierra.

 

Cuenta también el Museo Ripley, con una bizarra colección de objetos inverosímiles entre los que he podido catalogar: una Biblia presbiteriana, varias botellas de vodka, todo tipo de revistas y hasta una bolsa de palos de golf. Así mismo, no pude evitar sorprenderme ante una colección de cromos de la Súper Liga de Críquet de Pakistán y me llevé un buen susto al toparme en una esquina con la reproducción, a tamaño real, de un Linguafoeda Acheronsis, el octavo pasajero más aterrador de todos los tiempos.  

 

Sorprendido por tan peculiares descubrimientos, inmediatamente quise saber más. ¿Cómo habían llegado todos aquellos extraños objetos allí?

 

—Todo empezó de manera espontánea. —Confesó Viktor Zaitsev, el ingeniero de sistemas.

 

—Los astronautas, antes de regresar a casa, empezaron a dejar algunos de sus efectos personales en la estación. Puede que al principio se tratara de deslices, objetos olvidados con las prisas, falta de espacio a la hora de hacer las maletas… El caso es que pronto se corrió la voz de que todo el que venía a Harmony tenía que dejar algo aquí y el descuido se tornó en tradición.

 

—¡Vaya!

 

—Surgió una especie de competición por ver quién lograba traerse de la Tierra el objeto más extravagante para la que al principio se llamó: “La Maravillosa Habitación de Objetos Inverosímiles e Inusuales en el Espacio Exterior, Teniente Ellen Ripley.”

 

—Un poco largo…

 

—Con el tiempo, este lugar se ha ido ganado su categoría de museo. —Respondió Zaitsev con solemnidad.

 

Absolutamente fascinado por la historia, continué con mis indagaciones.

 

—¡Pero si hay hasta palos de golf! ¿Juegan torneos? —Pregunté con sorna.

 

—18 hoyos. Aunque debo pedirle que sea discreto. La Federación Galáctica aún no los ha homologado…

 

Reí de buena gana con las respuestas de Viktor y esto me hizo reflexionar sobre el buen ambiente que se respira en la estación. Entre los astronautas, sin importar su procedencia, impera una gran camaradería y todos me han acogido de buena gana. Se interesan por mi y desde aquí me gustaría agradecer públicamente el esfuerzo adicional que a ellos les supone intentar que mi estancia en Harmony sea lo más agradable y productiva posible.

 

Dejando a un lado las respuestas del señor Zaitsev, el Museo Ellen Ripley me parece una muestra palpable de lo que somos. Una habitación gris, suspendida en el espacio, nos recuerda que no importan los mundos que descubramos ni lo lejos que lleguemos. No hay nada como  nuestro hogar. Esta pequeña sala es un tributo a todo lo que, como especie, nos resulta querido y ha causado un efecto en mi mucho más impresionante que cualquier otra cosa en Harmony.

 

El espacio es un entorno hostil, frío. Me hace sentir frágil y vulnerable. Lo único que nos libra de una muerte segura son unas finas paredes de metal. Dejo un momento de escribir para mirar a nuestro planeta por la ventana de este estrambótico museo…

 

Luce azul, tranquilo y maravilloso.

 

Vine aquí con el encargo de documentar el día a día el uno de los mayores logros de la humanidad. Sin embargo, en vez de hablar sobre los importantes experimentos científicos que se realizan en esta estación, o tratar de explicar con detalle el funcionamiento de la misma, he preferido comenzar esta crónica recordando lo que he dejado atrás: A todos ustedes.

 

 

PAUL SANDER. SEPT,--,2036

Estación Espacial Internacional Harmony.

 

 

 

 

Paul Sander había enviado un escrito extraño. La reunión no iba a estar exenta de polémica.

—Alguien se va a cabrear… —Musitó Kate mientras imprimía el documento y cogía sus cosas. Le esperaban en la planta cincuenta y dos.

Bruce, Spanoulis, Bill Walsh y Amanda Carlson ya estaban discutiendo  para cuando Kate hizo acto de presencia.

—¡Kate querida! Toma asiento. —Dijo Amanda tratando de relajar un poco el ambiente.

Kate trató de no sentirse intimidada.

—Gracias. —Dijo Kate con una sonrisa. —Perdón por el retraso.

Spanoulis hizo un gesto de reproche. No soportaba la impuntualidad.

—¿Cómo están tus padres? —Terció Bruce McKellen.

Debería haberse sentido halagada por la pregunta pero no fue así.

—Muy bien gracias. Envían recuerdos. —Mintió.

—Ahora que por fin estamos todos. ¿Comenzamos? —preguntó Spanoulis mirando a Kate de reojo.

—Adelante —Dijo Bruce. ¿Qué os parece lo que tenemos entre manos? Me gustaría publicarlo cuanto antes.

—Es una basura. —Protestó Spanoulis.

Bill defendió el trabajo realizado por su compañero.

—Vamos Josh. No hace falta ser tan duro con Paul. A mí me ha gustado. Creo que aporta una visión diferente, inesperada de lo que significa estar tan lejos de casa. Conecta con el lector.

Spanoulis insistía.

—¿Estás bromeando? Hay que cambiar el enfoque. Al lector le da igual lo que un astronauta eche de menos la Tierra. ¡Por el amor de Dios! ¡No hemos enviado a Paul Sander ahí arriba para hablar de museos! ¡La gente quiere saber lo que se está haciendo en la estación! ¿Qué nuevos descubrimientos nos esperan? ¿Qué avances se están consiguiendo? ¿Cuándo demonios vamos a tener una colonia en Marte? Esas son las cuestiones sobre las que el New York Times debería hablar.

McKellen permaneció en silencio.

—Me preocupa lo que dice Josh. —Apuntó Amanda cautelosa.

Bruce levantó la mano para pedir la palabra.

—¿Qué opinas tú, Kate?? Al fin y al cabo, eres la supervisora de este proyecto.

Los ojos de Bill se clavaron en Kate. El momento era crucial.

—Creo que es un aldabonazo en el corazón adormecido de América.

El silencio se hizo en la estancia. Spanoulis la miraba boquiabierto y Bill sonreía sin poder disimular su satisfacción.

—Sinceramente, yo no tocaría ni una coma. Está escrito con el corazón, llegará a los lectores y precisamente porque nadie espera algo así del Times, desconcertaremos a la competencia. – Insistió Kate.

—¿Que has desayunado hoy Brennan? —Preguntó Spanoulis.

—Zanahorias crudas con crema de queso. —Respondió la joven sin pensar.

—¡Qué chica tan espontánea! —Apuntó Amanda sorprendida.

Bruce miró su reloj de cincuenta mil dólares.

El máximo ejecutivo del New York Times siempre tenía prisa.

—Muy bien. Kate. Tienes razón. Es un escrito emocionante. Lo publicaremos la semana que viene. Gracias a todos.

Spanoulis salió bufando del despacho, acompañado de Bill al que sólo le faltaba dar saltos de alegría, y de Amanda Carlson que no conseguía despejar cierto gesto de preocupación.

Bruce llamó a Kate antes de que ésta saliera de la estancia.

—Kate.

—¿Si Bruce?

—En serio. ¿Zanahorias…?

Kate Brennan rió.

 

 

 

 

Ciudad de Nueva York. Nueva York.

Estados Unidos.

Martes Sept./23/2036

Wicca -3

 

Will Patterson tardó un rato en acercarse al hombre que leía el periódico en la terraza del Southwest Porch en Bryant Park.

La razón por la que no resultaba fácil abordar a los clientes pesaba casi cien kilos y se llamaba Clothilde. La encargada madrugaba todos los días dejando al niño a cargo de su marido en Harlem para coger el metro y llegar a tiempo a Manhattan. Justo antes de la hora del desayuno. Una vez en el parque, abría las sombrillas, desplegaba las mesas y se apostaba tras el mostrador.

Los clientes del café solían ser, en su mayoría, turistas. Puede que al alcalde le encantara que la ciudad estuviera siempre atestada pero a Will no le gustaban los extranjeros. No solían dar propinas.

Sin embargo, con el hombre bien trajeado había una oportunidad.

A veces ocurría que alguno de aquellos ejecutivos estaba contento por haber tenido un buen día y le obsequiaba con un billete de cincuenta dólares. Entonces Will sonreía ufano y se retiraba haciendo reverencias y deseando toda suerte de parabienes a su benefactor.

Claro que algo así sólo ocurría de vez en cuando y si no sacaba nada, Will se retiraba igualmente contento.

—Nunca una mala cara, nunca un mal gesto. Ese es el truco. Es lo que solía decir Nelson. – Murmuró Will.

Ahora el viejo, su mentor, estaba muerto. El invierno se lo llevó. Encontraron el cuerpo congelado sobre un miserable lecho de cartones bajo un paso elevado en la calle 125.  

Reverencia, pirueta, salto y despedida.

Reverencia, pirueta, salto y despedida.

Reverencia, pirueta, salto y despedida.

—El último juglar de Nueva York. —Se dijo por enésima vez antes de que su vieja gabardina flameara impulsada por el movimiento de las zancadas.

El hombre bien trajeado leía tranquilamente cuando, en un periquete, un rostro enjuto y primorosamente afeitado asomó por encima de la segunda página del New York Times.

Los ojos azules del ejecutivo se vieron distraídos de la lectura y repararon, desconcertados, en Will.

—¡Mire vuesa merced que, a veces, el demonio nos engaña con la verdad y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes! —Exclamó el extraño con aire teatral.

El hombre bien trajeado le contempló al principio alarmado pero luego sonrió.

Esa siempre era una buena señal.

—Macbeth… —Respondió doblando el periódico para dejarlo apartado junto a una humeante taza de café.

—Antes que nada, ser verídico contigo mismo. Y así, tan cierto como que la noche sigue al día, hallarás que no puedes mentir a nadie…

—¿Hamlet?

—Vuestro intelecto es rápido y certero. —Concluyó Will halagador. —¡Me pregunto si se hallará éste a la altura de vuestro elevado espíritu! 

—¡Will! ¿Ya estás otra vez molestando a los clientes? —Exclamó Clothilde enfadada desde la barra.

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