Harmony

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Kate » Capítulo 6

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Capítulo 6

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miraflores. Guaviare.

Colombia.

Viernes Oct./31/2036

Wicca +35

 

El Mayor Slinger levantó con cuidado la gasa sobre la herida.

No tenía buen aspecto.

—La selva colombiana no es lugar para convalecencias. —Se quejó el doctor Atkinson limpiando la mejilla lesionada.

El trozo de metralla había hecho un corte feo y profundo en la mejilla del Mayor pero eso fue todo. Slinger sobrevivió al atentado.

—Tuvo suerte. Pudo haber perdido el ojo.

—Si. —Contestó lacónico Slinger aguantando el dolor.

Efectivamente, había tenido suerte. Al contrario que la Primera Dama, el Presidente Wilkinson, Bruce McKellen y una veintena de niños, cuyos restos habían quedado esparcidos entre los escombros de una escuela en México.

Slinger, fuera junto al coche, casi había perdido un ojo.

Había tenido suerte.

—¿Cómo van los suministros? ¿Llegan sin problemas al campamento? —Quiso saber.

El doctor Atkinson terminó la cura y respondió.

—Los helicópteros van y vienen sin mayores contratiempos, Mayor.

Slinger asintió satisfecho.

No había sido fácil organizarlo todo.

A raíz del atentado, las cosas sucedieron muy deprisa. El general Caldwell fue proclamado Presidente por una junta militar y el ejército puso en marcha la purga interna de los hispanos.

Sin nada que perder, los mandos latinos apoyados por tropas bien entrenadas, se declararon en rebeldía. Las unidades fragmentadas empezaron a hacer la guerra por su cuenta.

La cadena de mando se desmoronó.

Slinger consiguió internarse en la selva colombiana al mando de varias compañías gracias a una mezcla de suerte, sobornos e ingenio.

El desembarco en la Bahía de Buenaventura para tomar Cali, Popayán y Pasto, se preveía difícil. Los colombianos habían congregado un buen número de tropas y conocían el terreno. El mayor ofreció a sus hombres para ir en primera línea y el almirante William Hetfield aprobó complacido el plan.

—La idea es que sus tropas consigan abrir y mantener la brecha que despeje el camino al Ecuador. —Proclamó Hetfield en la sala de mando.

Slinger asintió.

—No se preocupe almirante. Tendrá ese pasillo cueste lo que cueste.

Pero eso no fue lo que ocurrió.

En secreto y en connivencia con otros oficiales descontentos, Slinger había urdido su propio plan.

—Lo importante es controlar la selva. —Anunció.

Y así fue como casi un tercio de los hombres desembarcados dieron la espalda a sus compañeros para internarse en la espesura al mando de Slinger.

—Tiene que descansar un poco. —Concluyó el doctor Atkinson. —¿Cuánto tiempo lleva sin dormir?

—Casi tres días. Doy cabezadas de cuando en cuando.

—No puede seguir así.

—Este campamento no se va a montar solo. —Dijo Slinger.

—Si no duerme, se derrumbará.

Slinger sonrió.

—No sea alarmista, doctor.

Atkinson prefirió no decir nada más.

—¡Con permiso, Mayor! —La cabeza de un guardia asomó en la entrada de la tienda.

Slinger se incorporó.

—¿Ve a lo que me refiero?

Atkinson movió la cabeza.

—Usted sabrá lo que hace.

—¿Qué ocurre soldado? —Preguntó Slinger.

—Hemos capturado a otro grupo de civiles merodeando por el polvorín, señor.

—¿Cuántos esta vez?

—Doce hombres y seis mujeres, señor.

Slinger frunció el ceño. 

—¡Civiles! ¡Se pegan a mis tropas como garrapatas!

La población era un incordio. Las primeras en llegar habían sido las prostitutas pero, una vez establecidas, aparecían en el campamento todo tipo de familiares y amigos. Al cabo de un tiempo, Slinger estaba rodeado por una multitud de desarrapados que, sin oficio ni beneficio, no hacían otra cosa sino causar problemas.

—Vamos. —Dijo Slinger cogiendo un calmante del botiquín.

El grupo estaba retenido en una choza vallada con alambre de espino.

—Abre. —Ordenó Slinger al guardia.

El interior apestaba.

El Mayor contempló una escena que venía repitiéndose con frecuencia.

—Otra decena de iluminados que creen que pueden hacerse con nuestras armas y jugar a la guerra por su cuenta. ¿Quién manda entre vosotros? —Preguntó Slinger con dureza.

Los rostros, acobardados, se mostraban incapaces de articular respuesta.

—¡Quién manda! —Insistió Slinger impaciente.

Sólo quería acabar con aquello cuanto antes y dormir un poco.

Una voz respondió desde la oscuridad.

—Yo.

El Mayor asintió complacido.

—Muy bien. Acércate.

Un hombre de aspecto delgado se adelantó.

A pesar de la circunstancias, se esforzaba por mantener un porte altivo. A Slinger le llamó la atención.

—¿Cómo te llamas?

—Raúl Gamboa.

—Muy bien Gamboa. ¿Sabes lo que has hecho?

El hombre le dedicó una mirada desafiante.

—Claro que lo sé.

Slinger cruzó los brazos.

La herida le estaba palpitando en la mejilla y le dolía la cabeza.

—¿Eres consciente de la pena para este tipo de delitos en el campamento?

Una de las chicas del grupo gimió.

—No tengo miedo a morir. ¿Y tú, Mayor?

Slinger sonrió. Le gustaba aquel tipo.

—Todos vamos a morir.

—Unos antes que otros.

—¿Para qué querías las armas?

—Pare terminar el trabajo que empecé.

Slinger se puso en guardia. Su instinto decía que algo no iba bien.

—¿De dónde eres?

—Se trata de un pajarito. Hace un tiempo que se me escapó. —Dijo Gamboa con mirada desafiante.

—Llevadlos a los postes. —Ordenó Slinger.

La mujer volvió a gemir.

—No quiero morir…

—Escapó vivo de una escuela. No tiene ni idea de lo que me ha costado encontrarlo.

Para cuando Slinger quiso reaccionar ya era tarde.

La bayoneta entró por detrás rasgando la carne con facilidad.

El dolor hizo caer a Slinger de rodillas.

—¡A mí! —Pudo de gritar antes de derrumbarse.

Lo que siguió a continuación sucedió muy rápido.

Gamboa se abalanzó sobre él.

Intentaba asfixiarle pero los soldados entraron disparando a discreción.

El traidor que le había apuñalado por la espalda cayó muerto y en cuestión de segundos, en medio de un ruido ensordecedor, las paredes quedaron cubiertas de sangre.

Slinger escuchó los gritos.

Trató de arrastrarse pero el peso del cuerpo de Gamboa, inerte sobre su pecho, le impedía cualquier movimiento.

Estaba perdiendo sangre y le fallaba la respiración.

La imagen borrosa del doctor Atkinson entró dando órdenes.

—¡Rápido! ¡A la enfermería!

Slinger apretó los dientes con fuerza y todo se fundió a negro.

 

 

 

 

Cerca de Puerto Concordia. Guaviare.

Colombia.

Sábado Nov./01/2036

Wicca +36

 

Kate recordó el despegue del viejo Cessna Citation X que enfiló la pista de aterrizaje de mil seiscientos metros en paralelo a la cordillera con un ruido ensordecedor.

—¿Cómo puede haber un lugar así en medio de la nada? —Se preguntó en voz alta.

—¡Lo construyeron ustedes! —Exclamó Carlos con su particular acento desde la cabina.

Bill y Kate se miraron sin comprender.

—¡Con dólares destinados a la lucha contra el narcotráfico! —Añadió riendo.

—Genial. —Murmuró Kate

—El dinero que la DEA presta al gobierno mexicano acaba en manos del cártel. Pinches gringos… Ni siquiera se enteran…

 

Kate se recostó sobre el hombro de Bill. Sentados en el suelo y apoyados contra el fuselaje ambos trataban de encontrar una posición cómoda para descansar pero los fardos que habían cargado antes de despegar ocupaban casi todo el espacio.

Kate pensó en el cadáver del sargento Williams.

—Apostaría cualquier cosa a que nunca pensó que para él, todo acabaría en México, junto a un zulo clandestino de cocaína.

—¿Estás bien? —preguntó Bill.

—No… ¿Cómo podría estarlo?… ¿Cómo crees qué terminará para nosotros?

Bill movió la cabeza en un gesto de comprensión.

—No lo sé.

Kate apenas pudo contener las lágrimas.

—¡Oh Bill! ¿Qué está pasando? Hace poco menos de un mes, teníamos vidas normales. Yo estaba a punto de destapar un importante escándalo financiero y tú sólo tenías que preocuparte de escribir tus artículos… Míranos ahora… ¡En un avión, pilotado por un delincuente, rumbo a Dios sabe dónde!

—No te quejes tanto. Además de escribir, doy unos masajes estupendos. —Dijo Bill sonriendo mientras intentaba aliviar la tensión del cuello de Kate.

La joven torció el gesto.

—A veces pienso en mis padres. ¿Crees que estarán bien?

—Yo diría que Arthur Brennan es un hombre de recursos.

La respuesta intrigó a Kate.

—¿A qué te refieres?

Bill se revolvió un poco incómodo.

—Tu padre… Bueno… Tiene conexiones… ¿No es cierto?

Kate se incorporó.

—Bill Walsh. ¿Hay algo que debiera saber?

El veterano compañero de Kate se mordió el labio inferior.

—Hubo una noche en Nueva Orleans.

Kate le miró expectante.

—Bruce estaba bajo mucha presión. Parecía que todo se iba a desmoronar. El Presidente Wilkinson estaba a merced de los militares y yo me limitaba a acompañar a McKellen de aquí para allá. Me dieron un arma y pasé a convertirme en guardaespaldas. Por entonces había numerosas reuniones. Bruce veía a mucha gente, intentando recabar apoyos para el Presidente. Sin demasiado éxito.

—¿Es cierto lo que se rumoreaba en la redacción? ¿Que Bruce McKellen y Ted Wilkinson estudiaron juntos? —Preguntó Kate.

—En Princeton. Siempre han sido buenos amigos.

Kate cogió una de las mantas que cubrían los fardos de cocaína y se la puso por encima. Tenía frío y un sueño tremendo pero no podía dejar de escuchar.

—La noche de la que te hablo, Bruce me hizo llamar. Estaba solo y medio borracho, en el bar del Hotel Marriot. Me miró con ojos acuosos y entonces, habló. Necesitaba desahogarse.

Kate sintió una oleada de ansiedad.

—¿De qué habló, Bill?

—ChinaKorp, tu padre, la CIA, de ti y de Paul Sander.

—¿La CIA? ¿Paul Sander? ¿Qué demonios tiene que ver Paul Sander? —Dijo Kate confundida.

—¿Sabes qué es un súper procesador? —Preguntó Bill.

Kate negó con la cabeza.

—Hay una empresa en Oklahoma, Smyrna Technologies. Pocos la conocen. Bruce me explicó que lleva décadas trabajando en secreto para el gobierno.

—Continúa.

-  Los laboratorios de Smyrna patentaron un modelo experimental de procesador con una capacidad de computación muy superior a todo lo conocido hasta ahora.

—Un logro prometedor para nuestra industria. —Dijo Kate.

—No solo para nuestra industria.

—¿Qué ocurrió?

Bill miró a Kate y respondió con otra pregunta.

—¿Por qué Israel, país amigo y aliado, utilizó a ChinaKorp para robarnos el diseño de esos procesadores?

Kate abrió la boca asombrada.

—¿Hablas en serio?

—Para cuando nos dimos cuenta de lo ocurrido, era demasiado tarde. La información ya estaba en Tel Aviv pero la Casa Blanca insistió en llegar hasta el fondo del asunto. El Presidente habló con el director de la CIA quien, a su vez, se puso en contacto con uno de sus más confiables valores, Bruce McKellen.

 

Juntos decidieron que el despacho de tu padre sería un lugar ideal para presionar a los chinos. 

—¿Mi padre? —Preguntó Kate aturdida.

—Arthur Brennan. Discreto, eficiente y con una relación profesional consolidada con las filiales de ChinaKorp. El hombre perfecto para llevar a buen puerto una negociación.

—No entiendo nada, Bill… ¿Qué negociación?

—A cambio de proporcionar información sobre los motivos de Israel, ChinaKorp dejaría de ser investigada. También disfrutaría de privilegios dentro de nuestro sistema financiero.

—¿Te refieres a privilegios tales como colocar en Wall Street miles de millones de dólares en bonos basura sin que la Comisión de Bolsa y Valores hiciese nada para impedirlo? ¿Es esa la forma que tiene nuestro gobierno de negociar? —Kate no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. —¿A cambio de qué?

—El presidente necesitaba saber qué iba a hacer Israel con esos procesadores.

Kate bufó disgustada.

—El acuerdo se cerró de manera satisfactoria. Pero nadie pensó que al poco tiempo, ibas a aparecer tú.

—¡Mucha gente iba a arruinarse con esos paquetes fraudulentos!

—Te convertiste en un incordio, Kate. ¡La hija de Arthur Brennan amenazando a ChinaKorp! Ninguno de los implicados podía permitirlo.

Kate bajó la mirada.

—Por eso me apartaron.

Bill la miró apenado.

—¿Y qué hizo Israel con los procesadores?

—Los nuevos procesadores fueron instalados en Harmony.

—¡Harmony! —De repente, Kate tuvo la inquietante sensación de que algunas piezas del puzle, empezaban a encajar.

—¿Por qué iban los israelíes a mandar al espacio tecnología tan avanzada?  —Se preguntó Bill. —No lo sabemos.

Kate movió la cabeza con incredulidad.

—JASON. —Murmuró. 

—¿Qué has dicho? —Preguntó Bill.

—Por favor Bill, continúa.

—Una vez averiguado el destino de los procesadores, se acordó un realizar un movimiento audaz. La intención era comprobar si alguien en Tel Aviv se ponía nervioso. Para ello, el Presidente volvió a confiar en el ingenio de Bruce McKellen.

—Paul Sander. —Respondió Kate.

Bill asintió.

—¿Qué mejor que un periodista para husmear en los secretos de la estación? La idea es brillante.

—Un espacio reducido y Sander todo santo día haciendo preguntas. —Dijo Kate.

—Bruce supuso que si había algo raro, Paul lo descubriría.

—Santo cielo… —Pensó Kate. —¡Creerán que es un espía!

—Es posible.

—¿Crees que corre peligro?

—¿Qué importa ya?… El planeta entero se va a la mierda.

Kate se tomó un momento para reflexionar.

—El profesor Rubin me habló de JASON en Tel Aviv.

Bill prestó atención.

—Pensé que me tomaba el pelo. —Insistió Kate.

—¿A qué te refieres?

—Me entrevisté con un científico llamado Salomón Rubin en Israel.

—¿Qué demonios es JASON?

—Una especie de proyecto llevado a cabo durante años en el máximo secreto. Rubin se quejaba de las enormes necesidades para procesar adecuadamente los datos. Eran datos provenientes del espacio.

—Otra vez Harmony. —Concluyó Bill.

—Los cálculos de la estación espacial constituyen un factor determinante para el éxito de su empresa. ¡Por eso robaron los procesadores!

—¿Por qué tanta prisa?

—Rubin afirmó que llegaban tarde. Habló de que habían sido adelantados y que por ello, el mundo paga ahora las consecuencias.

—¿Consecuencias? ¿Otros? ¿Qué otros?

—¡No lo sé! Todo resulta demasiado confuso. Si te soy sincera, no le creí una sola palabra. Lo mejor será olvidarlo. —Dijo Kate abatida. —Necesito dormir.

El veterano periodista dejó que la cabeza de Kate descansara en su regazo mientras él observaba los primeros rayos de sol por la ventanilla.

Once mil metros más abajo, la interminable selva colombiana se desperezaba.

A Bill le pareció un monstruo verde y enorme capaz de a engullirlo todo.

 

 

El Alivio. Guaviare.

Colombia.

Domingo Nov./02/2036

Wicca +37

 

Ringo observó a la camioneta tratando de abrirse paso por el sendero embarrado que serpenteaba por la colina.

—Arquímedes.

—Dime, jefe. —Respondió un hombre de facciones indígenas y mirada oscura.

—¿Serías tan amable de darles la bienvenida?

Arquímedes asintió.

—¡Vamos muchachos!

La partida interceptó el vehículo en la curva mala, denominada así por encontrarse en pronunciada pendiente y dando directamente al arroyo. Con las lluvias, no era inusual que el firme perdiera consistencia y acabar mal parado.

Arquímedes dio el alto.

—¡Hasta aquí llegaron!

Carlos paró el motor y salió.

—Hola Carlitos. Has vuelto.

—Arquímedes.

—Ringo quiere verte.

—Cumplí mi palabra. —Contestó Carlos.

—¿Me das tu arma? —Respondió Arquímedes.

—¿Cómo no?

La cueva de Ringo estaba en un extremo del poblado, cerca de una impresionante formación rocosa que terminaba en una catarata desde la cual partía el arroyo. En realidad, el campamento era un lugar pequeño y asfixiante compuesto de chamizos cubiertos de vegetación pero a Ringo le gustaba.

—Es todo lo que tenemos. ¡Nuestro pequeño hogar! —Solía decir.

Hombres y mujeres iban y venían, atareados en sus quehaceres.

Muchos iban armados y presentaban un aspecto sucio.

Kate estaba impactada.

—¿Qué es este sitio? —Preguntó inquieta.

—Silencio. —Dijo Arquímedes con voz profunda.

Ringo salió de su guarida ataviado con un abrigo largo de grandes ojales y hebillas doradas que reflejaban la luz del sol.

Bill no pudo evitar una sonrisa irónica.

—¿Y este quién demonios es? —Pensó.

Carlos le miró alarmado.

Demasiado tarde.

—¿Te hago gracia? —Preguntó Ringo en inglés.

Bill mudó el semblante.

—No.

—¿Entonces por qué te ríes?

—Por nada. Lo siento.

—¡Lo siente! —Exclamó Ringo levantando las manos de forma teatral.

—Yo…

—¿Lo habéis oído? ¡Dice que lo siente!

Algunos de los hombres ya se habían congregado haciendo un corro alrededor de la escena.

Bill se sintió incómodo.

Ringo se acarició la perilla.

—¿Cómo te llamas?

—Bill Walsh.

—¡Bill Walsh!

—¿Y esta hermosa dama? —Preguntó Ringo haciendo una cortés reverencia frente a Kate.

—Ella es… —Contestó Bill.

Ringo le interrumpió.

—¿No puede hablar por si misma?

La joven, nerviosa, respondió.

—Me llamo Kate Brennan.

—¡Muy bien! ¡A mí, todos me llaman Ringo!

Kate y Bill guardaron silencio.

Entonces, Ringo dejó de lado a los americanos para fijar su atención en Carlos.

—¡Has vuelto! —Exclamó de forma que todo el poblado pudiese oírle.

—Prometí que lo haría. —Respondió Carlos inclinando la cabeza con respeto.

—Y estos dos… ¿De dónde salen?

—Bill me salvó la vida en Monterrey.

—¡Cuánto me alegro! ¡Bien hecho, Bill! —Dijo Ringo. —¿Has traído mi droga?

—Está en la furgoneta.

—¡Bien! ¡Muy bien! —Afirmó contento Ringo dando una palmada en el cachete de Carlos.

—¡Aquí donde lo veis! —Exclamó Ringo dirigiéndose a todos los presentes. —¡Carlos quiso quedarse con mi droga!

El mexicano hincó una rodilla en el suelo.

—Subsané mi error y te compensaré con creces.

Ringo le miró divertido.

—¡Claro que lo harás!

Carlos no se atrevió a levantar la mirada. Estaba temblando como una hoja.

—Arquímedes, ¿Puedes traer a las muchachas?

El indio se internó en la espesura para volver al cabo de unos minutos con dos mujeres amordazadas.

Ambas tenían un aspecto lamentable.

Carlos, al verlas, comenzó a sollozar.

Ringo siguió hablando.

—Carlos ha reparado su error. Cumplió su promesa y me trajo la mercancía. Dijo que la DEA la había incautado pero no es cierto… ¿Verdad?

—No… —Respondió Carlos sin dejar de mirar a las prisioneras.

—Pero yo, te creí. Te dije que no te preocuparas. Gajes del oficio. ¿Miento?

—No.

—¿Y qué pasó entonces, Carlos?

Carlos guardó silencio.

—¿Podrías responder?

—Apareció la mercancía.

—¡Apareció la mercancía! ¡Por arte de magia! ¿No es maravilloso? —Ringo se ajustó la guerrera antes de desenvainar un enorme machete.

—¿Cómo apareció mi droga supuestamente incautada por la DEA?

—Ramiro me traicionó. Se encargó de que supieses la verdad.

—¡Tu lugarteniente te traicionó! ¡Un hombre de tu máxima confianza! ¿Cómo te sentiste, Carlos?

—Mal.

Ringo miró Carlos con desprecio.

—¿Comprendes ahora cómo me siento yo?

—Me he dado cuenta de mi error. Prometí que volvería con la mercancía. ¡He cumplido!

—Es cierto. Has cumplido. Y por eso, vas a poder elegir.

Carlos comenzó a suplicar.

—Por favor Ringo, te lo ruego…

—¿Tu mujer o tu hija?

Arquímedes obligó a arrodillarse a las dos mujeres que gemían ahogadas por las mordazas.

—Ringo, no lo hagas… Por favor, mátame a mí. Ellas no tienen la culpa.

—¿Tu mujer o tu hija? Vamos Carlitos… Si me obligas a preguntar de nuevo, serán las dos.

Carlos estaba en shock, sin poder reaccionar.

—Muy bien. —Dijo Ringo. —Lo comprendo. Dejemos que el hombre de risa fácil, el que te salvó la vida en Monterrey, tome la decisión.

Bill abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.

—No… Yo…

—¿La madre o la hija, Bill?

—No puedo… —Dijo Bill con la voz entrecortada.

—Arquímedes.

—Dime Ringo.

—¿Qué tal si ejecutas a las dos?

—¡No! —Gritó Bill. —Deja viva a la hija.

Ringo sonrió, se acercó a Bill y puso ambas manos sobre sus hombros.

Carlos gritó.

—¡No!

Ringo se dio la vuelta.

—Arquímedes.

—Dime, Ringo.

—Carlos no está de acuerdo con Bill. Corta la cabeza de la muchacha.

El cuerpo decapitado cayó al suelo con un golpe seco. 

Carlos se desmayó.

Kate sintió una fuerte arcada.

—Y ahora, haced pasar a los americanos. —Dijo Ringo señalando la entrada de la cueva.

Las dependencias de Ringo estaban iluminadas con lámparas de gas.

La cueva parecía salida de una novela de Emilio Salgari.

Una enorme cama cubierta de terciopelo rojo y flanqueada por dos colmillos de elefante ocupaba una parte importante de la habitación.

A la derecha, un escritorio de caoba soportaba un espejo Luis XVI.

—Aquí es donde me relajo y trato de abstraerme un poco. —Dijo Ringo quitándose el abrigo para, a continuación, meterlo en un gran arcón.

—¿Quien de los dos puede decir qué es lo peor que puede ocurrir en un sitio como este?

Kate y Bill se miraron atemorizados.

—¿Nadie? —preguntó Ringo sentándose en el borde de la cama.

—¿Perder a tu hija a manos de un asesino? —Dijo Kate sin poder contenerse.

Bill la miró aterrado pero Ringo sonrió.

—¡La chica dice lo que piensa! ¡Me gusta! ¿Qué te parece, Arquímedes?

El veterano sicario se limitó a emitir un gruñido desde las sombras.

—Los hijos no deberían morir antes que sus padres. ¿Crees que he sido demasiado duro, Arquímedes? —Preguntó Ringo.

—No, jefe.

—La culpa la tiene el aburrimiento.

—Si, jefe.

—¿Creéis que los hombres han disfrutado de la función?

Kate no pudo evitar un rictus de terror.

—Estamos en manos de un loco. —Pensó.

—Se rumorea que los Estados Unidos ya no existen. ¿Es eso cierto?

Bill asintió.

—Millones de personas han huido al sur.

—¡Acompañadas de un ejército! —Apostilló Ringo.

—Todo el mundo trata de sobrevivir. —Respondió Bill en voz baja.

—¿Y cómo habéis acabado vosotros dos en Colombia? —Quiso saber Ringo.

—Nos perdimos cerca de Monterrey. —Contestó Kate. —Encontramos a Carlos por casualidad. El sargento Williams quería…

—Quedarse con tu droga. —Mintió Bill. —Yo lo impedí.

Ringo le miró complacido.

—¿Por qué todo el mundo quiere quedarse con mi mercancía?

Bill enarcó las cejas.

—Me has hecho un favor. No lo olvidaré. – Dijo Ringo.

El periodista asintió con humildad.

—¿Te gustaría hacer un encargo para mí?

Kate miró a su compañero, alarmada.

—¿Tengo otra opción?

Ringo estalló en una carcajada.

—¡Pues claro que sí! ¡Siempre hay otra opción! ¿Qué me dices?

—¿De qué se trata?

—Necesito que hagas una misión delicada mientras Kate se queda aquí, conmigo. Pero siempre puedes escoger, Bill. Puedes marcharte en cualquier momento. Te prometo que nunca volverás a saber de mí. Ni de la chica. —Respondió Ringo dejando ver una hilera de dientes blancos.

Bill tragó saliva.

—Estoy a tu disposición.

—Necesito que hagas una visita.

—¿Una visita?…

—¡A los americanos! Al campamento del Mayor Slinger. ¿Harás eso por mí, Bill?

 

 

El Alivio. Guaviare.

Colombia.

Lunes Nov./03/2036

Wicca +38

 

Kate pasó la noche temblando en una oscura celda excavada en la roca. La pregunta de Bill le hizo a Ringo todavía resonaba en su cabeza.

 

***

—¿Quién coño es el mayor Slinger?

Había sido inteligente no desvelar la relación de ambos con el militar norteamericano.

Ringo no sospechó nada y contestó con naturalidad.

—Se dedica a hacer la guerra por su cuenta y piensa que la selva le pertenece. Para mi desgracia, ha instalado su campamento cerca de aquí convirtiendo toda la zona en un foco permanente de atracción para todo tipo de vagabundos y desarrapados. Sin embargo. —Añadió.-  Me gustaría hacer negocios con él.

—¿Qué tipo de negocios? —Preguntó Bill.

—Slinger tiene armas y yo tengo droga.

Bill captó por donde iban las intenciones de Ringo.

—Le dirás que puedo proporcionar lo que necesite. Si no es estúpido, querrá heroína pero le dirás que también disponemos de otras opciones. Cocaína, anfetamina, LSD…

Bill asintió impresionado. Ringo continuó detallando sus intenciones.

—El intercambio se hará a razón de cinco kilos de producto por cada kilo de armas y munición.

—¿Por qué iba a querer Slinger traficar con droga?

—El mayor tiene un campamento al que no para de llegar gente. Se ha corrido la voz y pronto las cosas se tornarán difíciles de manejar. Créeme, Bill, pronto comenzarán los problemas para Slinger. Robos, asesinatos, violaciones, ajustes de cuentas, ¡Puede que tenga que hacer frente a auténticos disturbios! Son dificultades a las que un verdadero líder se debe saber enfrentar. Ahora, te preguntarás cómo he resuelto yo estas cuestiones aquí en casa, en nuestra pequeña comunidad.

Bill reconoció que estaba intrigado.

—Me lo puedo imaginar. Hemos sido testigos.

Ringo sonrió.

—Lo ocurrido con Carlos fue un hecho puntual. Cualquier idiota sabe que no se puede ir por ahí matando a la gente, sin más. De ser así, no duraría en esta cueva ni cinco minutos. Hay que ser cuidadoso.

Bill enarcó las cejas expectante y Ringo le miró como si lo que iba a decir fuese una obviedad.

—¿Sabías que un adicto a la heroína que recibe puntualmente su dosis no suele dar demasiados problemas? Al cabo de un tiempo, se olvidan de lo que los trajo aquí. Las ambiciones y el carácter se atemperan. En realidad es muy sencillo.

El periodista miró a su interlocutor con incredulidad y Ringo le pasó un brazo por encima.

—Vamos, no pongas esa cara, Walsh… Es un buen acuerdo. Armas por droga. ¿Qué opinas?

—Todo el mundo sale ganando. —Dijo Bill sin dejar de mirar a Kate.

—¡Me encanta este hombre! —Exclamó Ringo exultante. —Partirás esta misma noche. ¡Arquímedes!

La sempiterna sombra de Ringo se adelantó.

—Si, jefe.

—¿Podrías asignar unos cuantos de nuestros muchachos para que acompañen al comandante Bill? No queremos que se pierda.

—Descuida. Ringo.

—¡Excelente!

 

***

Kate trató de incorporarse. El suelo rocoso estaba húmedo y frío.

El sonido de pasos acercándose la sacó de sus pensamientos.

Tenía una pierna dormida y mucha sed.

Un tipo barbudo abrió la celda.

—Ringo quiere verte.

—Tengo sed. —Dijo Kate.

—Calla y camina.

Ringo la esperaba en su habitación, desnudo. La miraba fijamente mientras chapoteaba dentro de una gran bañera de metal cromado rebosante de agua caliente.

—¿En serio? —Se preguntó Kate mirando la espuma con envidia.

—Buenos días, Katherine. ¿Has dormido bien?

—Me muero de sed.

—¿Te apetece una copa? —Preguntó Ringo saliendo de la bañera.

Kate apartó inmediatamente la mirada.

—¿Vino? ¿Champagne?

—Agua estaría bien.

—¡Qué aburrida! —Exclamó llenando un vaso.

Kate bebió con avidez y Ringo volvió a meterse en la bañera.

—Toma asiento. —Dijo Ringo señalando la silla frente a la extravagante bañera.

Kate obedeció.

—¿Crees que estoy loco?

—Nada de lo que he visto invita a pensar que no lo estés.

Ringo soltó una carcajada.

—Yo me considero una persona amable.

Kate intuía que a Ringo le motivaba su papel de chica dura y desafiante pero debía tener cuidado. Era un juego peligroso.

—Me gustaría mucho ver esa faceta. —Afirmó Kate.

—Yo también tenía una vida antes de llegar aquí. —Afirmó Ringo con tono nostálgico.

Kate se dispuso a escuchar.

—Terminé la carrera de psicología en París cuando en España era imposible encontrar trabajo.

La joven asintió.

—Después de un tiempo viajando por Europa, decidí sentar la cabeza. Un banco me contrató para hacer evaluaciones en el departamento de recursos humanos y con el tiempo, me fui especializando. Mi trabajo era despedir gente.

—Un trabajo desagradable. —Dijo Kate.

 

- No creas. Me gustaba. Ese no fue el problema.

Kate sonrió.

—Vamos Kate…

—¿…?

—Si sonríes así, me decepcionas.

Kate se dio cuenta de lo fácil que podía resultar dar un paso en falso.

—Muy bien. Sólo un cabrón disfruta con un trabajo así.

—Así está mejor. —Dijo Ringo dando un sorbo de su copa de Champagne. —El caso es que, como en el cuento del cazador cazado, hicieron lo mismo conmigo.

—Te despidieron.

—Si. —Dijo Ringo. —Me la jugaron. Pero esa es una larga historia que dejaremos para otro momento.

Kate pudo percibir el odio y el resentimiento en sus palabras.

—No me apetecía volver a España así que decidí tomarme un descanso y viajar por el mundo.

—Tomar un respiro siempre viene bien.

—Se suponía que las playas de arena blanca de Cartagena de Indias iban a ser el principio de unas tranquilas vacaciones pero ya sabes cómo van esas cosas… Acabé en la calle, solo y endeudado. Si me permites un consejo, no juegues. El juego es un mal asunto.

—¿Debería sentir pena?

—¿Me dejas terminar? —Preguntó Ringo con tono ofendido.

—Continúa.

—Comencé a trabajar para Salazar, el narcotraficante que me había prestado dinero. No tuve otra opción.

—¿Por qué no fuiste a la policía? —Preguntó Kate.

—¿La policía?… ¡Yo apreciaba mi trabajo! —Respondió Ringo.

Kate se mantuvo seria en la silla.

—¿Qué ocurrió entonces? —Preguntó.

—Una noche, el patrón me llamó a su casa en la playa. La puerta estaba abierta. Me esperaba en el piso de arriba, bebiendo tranquilamente mientras tomaba un baño.

Kate tragó saliva. La historia empezaba a no gustarle.

—A su lado, estaba el tipo más impresionante que había visto en mi vida. —Arquímedes. —Dijo Salazar. —Acaba con Ringo.

Kate enarcó las cejas.

—Arquímedes vino hacia mí con decisión. Sólo se me ocurrió hacer una cosa.

—¿Correr? —Preguntó Kate.

—No hubiese servido de nada. Miré a Arquímedes fijamente y le hice una pregunta.

—¿Una pregunta?

—¿Qué te parece si, en vez de matarme, acabas con ese hijo de puta de la bañera? —Para mi sorpresa, Arquímedes se paró en seco.

—¡Indio estúpido! ¡Mata a ese hijo de puta! —Gritó el patrón. —¿Acaso crees que puedes robarme delante de mis narices, Ringo?

Kate hizo un inciso.

—¿Era cierto? ¿Robabas a tu jefe?

Ringo chasqueó los dedos divertido. Se notaba que estaba disfrutando.

—¡Por supuesto!

—Dios mío… —Dijo Kate.

—Arquímedes se dio la vuelta y, en un santiamén, estranguló a Alberto Salazar. En esta misma bañera.

Kate intentó evitar el gesto de asco.

Ringo prosiguió.

—Y así fue como me hice con su negocio. ¿Verdad, Arquímedes?

El indio asintió desde las sombras.

—Si, Ringo.

—Pero basta ya de charlas…

Kate miró a Ringo confundida.

—Ahora que nos conocemos mejor. ¿Qué te parece si te vas quitando la ropa, Kate?

—No…

—Arquímedes, ¿Crees que podrás convencer a la señorita?

Arquímedes comenzó a avanzar. Kate sintió los pesados pasos aproximándose a su espalda.

Temblando como una hoja, tuvo una idea absurda.

—¡Arquímedes! —Dijo.

El indio se paró en seco.

-  ¿Por qué no acabas con ese hijo de puta de la bañera? —Preguntó Kate con el corazón en la boca.

—…

—…

Las carcajadas de ambos hombres apenas alcanzaron a amortiguar los gritos ahogados de Kate.

Los matones que custodiaban la entrada echaron un vistazo al interior.

Ringo se estaba divirtiendo.

 

 

El Alivio. Guaviare.

Colombia.

Martes Nov./04/2036

Wicca +39

 

El Mayor Slinger se llevó la mano a la venda que rodeaba el abdomen.

—Así que drogas a cambio de armamento.

Bill asintió.

Los hombres asignados por Arquímedes para la escolta esperaban fuera de la enfermería mientras Bill exponía las intenciones de Ringo.

—¿Está usted bien, Mayor?

Slinger se levantó.

—Demos un paseo, Walsh.

El doctor Atkinson intentó objetar pero Slinger lo cortó con la mirada.

—¿Cual era tu relación con Bruce McKellen?

—Trabajaba para él en el periódico antes de que todo se viniese abajo.

—Debes saber que ha muerto. Estaba con el Presidente y la Primera Dama el día del atentado. —Dijo Slinger. —Pensé que querrías saberlo.

Bill sintió lástima.

—No era un mal hombre.

—¿Cómo has llegado a Colombia? ¿Dónde está el sargento Williams? ¿Y la joven que os acompañaba?… No consigo recordar su nombre. —Preguntó Slinger.

Bill puso cara de circunstancias y dejó que el Mayor se apoyase en su brazo al caminar.

—Williams murió cerca de Monterrey. Un narcotraficante mexicano le voló la cabeza. Kate y yo tuvimos más suerte pero ahora somos rehenes de Ringo.

—¿Quién coño es Ringo? —Preguntó Slinger disgustado.

Bill se tomó un momento para responder.

—El narcotraficante que controla este territorio. También es un sádico que no dudará en matar a cualquiera si las cosas no salen como tiene pensado. Está mal de la cabeza. 

—Así que un tipo duro…

—Hizo degollar a sangre fría a una muchacha delante de sus padres.

Slinger negó con la cabeza.

—Si quiero que mi gente sobreviva en esta maldita selva, necesito estabilidad. No puedo permitir que el territorio se sumerja en el caos.

—Ringo es un chiflado. Un exhibicionista que no dudará en hacer cualquier barbaridad con tal de conseguir sus objetivos.

—Y quiere armas…

—Está convencido de que usted estará encantado con el intercambio. – Así fue como lo expresó.

—Armas a cambio de heroína… —Repitió Slinger con una media sonrisa.

—Necesito su ayuda para acabar con él, Mayor Slinger. Mientras hablamos, Kate sigue en manos de ese animal.

Slinger guardó silencio durante unos minutos. Mientras caminaban, el campamento militar bullía de actividad.

—Le dirás a Ringo que acepto su oferta.

Bill dio un respingo sorprendido.

—Esta noche iré a hacerle una visita y, cuando más confiado esté, mis hombres caerán sobre esa cueva.

—Demasiado peligroso.

—Un equipo de Operaciones Especiales hará el trabajo.

—¿Qué pasará con Kate?

—Mis hombres matarán a los malos y rescatarán a la chica. No te preocupes, Walsh.

Bill asintió a regañadientes.

Después de unas horas en la cantina, los hombres de Ringo estaban listos para volver.

Bill se despidió de Slinger y el grupo se internó en la selva con celeridad.

Para cuando llegaron al campamento de Ringo, empezaba a anochecer.

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