Harmony

Harmony


El Diario de Paul Sander

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El Comandante Anderson leía La Biblia en el museo de la estación. La estancia se encontraba inundada por una penumbra que cambiaba entre el gris y el verde oscuro, fruto de la refracción provocada por el extraño manto de luz que, sin que todavía sepamos por qué, sube y baja en intensidad cubriendo gran parte de la Tierra. Es como si el planeta ardiera en fiebre. Observé un momento la silueta de Anderson mientras me dirigía a hablar con él. Me pareció la imagen de un hombre atormentado.

El Comandante estaba sentado en el suelo, contra la pared, y a pesar de mi evidente presencia no hizo gesto alguno por desviar la mirada del libro. Volví a sorprenderme por la cantidad de objetos apilados en las estanterías a lo largo de los años. Un secador de pelo, camisetas, comics, discos de vinilo, un antiguo casco de cosmonauta soviético… Extraños y silenciosos testigos ante la conversación que estaba por venir.

—¿Comandante Anderson?

—¿Qué haces aquí Sander?

—Disculpe si le molesto… Tan solo quería…

—¿No deberías estar conspirando?

—Me entristece saber que me tiene en tan baja consideración.

—Conozco bien a la gente como tú. Piensan que pueden mirar al resto de los mortales por encima del hombro tan solo por el hecho de vivir y trabajar en una gran ciudad como Nueva York. Los comunistas para los que trabajas consiguieron un permiso para que pudieras darte un paseo por el espacio, pero tengo que decirte, muchacho, que esto ya no es ningún juego. Vas de aquí para allá haciendo preguntas a todo el mundo y grabándolo todo como si esto fuera un maldito reality show. Nunca debiste haber venido aquí, Sander. Eres como un grano en el culo de esta estación.

—¿Puedo reproducir sus palabras literalmente a mis lectores? —Respondí a la defensiva.

Anderson cerró de golpe La Biblia y se puso en pie.

—No te pases de listo conmigo Sander.

—¿Qué hace con esa Biblia?

—¿Y a ti que te importa?

—Intento ser amigable, Comandante.

—¿Te incomoda estar en manos de Dios?

—¿Se encuentra usted bien?

—¡Te he dicho que no te pases de listo Sander! —Me increpó Anderson extendiendo el brazo y apuntando con la Biblia.

—¿De verdad cree que Dios tiene algo que ver en todo esto? —Pregunté atónito.

—¿Cuanto hace que no vas a la iglesia?

—Hace años, tuve una amiga… Loraine… Me pregunto qué habrá sido de ella…

—No cambie de tema.

—Loraine era una persona religiosa que de vez en cuando insistía en que la acompañara a la celebración de la palabra. Su vida estaba en gran parte dedicada a aquella congregación de la calle 116 y sé que allí la apreciaban mucho. Naturalmente yo estaba mucho más interesado en los aspectos más terrenales de la relación… Ya me entiende… —Expliqué guiñando un ojo.- Así que, digamos que durante una época de mi vida, me vi obligado a asistir MUCHO a la iglesia.

Anderson me obsequió con una mirada torva.

—Eres despreciable.

—Yo procuraba sentarme siempre en las filas de atrás. Odio llamar la atención. Me gustaba ver a Loraine cantando en el coro. Radiante, dando palmas al ritmo de All in His Hands. Sonreía todo el tiempo… La gente lloraba…

 

—Hoy más que nunca, estamos en sus manos… —Respondió el comandante.

 

—A mi todo aquello me parecía ridículo.

—Dios ha hecho bien enviando esta enfermedad. Acabará con toda la podredumbre… Nos librará de la impureza que contamina a su creación… Él nos ha elegido. Él nos ha puesto a salvo de la devastación para llevar a cabo un nuevo comienzo en su nombre.

—¿Me está usted diciendo que Dios ha matado a siete mil millones de personas?

Anderson abrió La Biblia para leer.

“Entonces Dios le dijo a Noé: Entre toda la gente de este tiempo, he visto que tú eres el único hombre bueno. Por eso, entra en la casa flotante con toda tu familia. De todos los animales y aves que acepto como ofrenda, llévate contigo siete parejas, es decir, siete machos y siete hembras, para que sigan viviendo en la tierra. De los animales que no acepto como ofrenda, llévate sólo una pareja. Dentro de una semana voy a hacer que llueva cuarenta días y cuarenta noches. Así destruiré en este mundo todo lo que he creado. Y Noé siguió todas las instrucciones que Dios le dio.”

—¿Está seguro de que se encuentra bien? Vaya por delante mi respeto por las convicciones religiosas, pero no estamos en una abadía. ¡Harmony es una instalación científica!

—¡Tu no respetas nada! ¡Contempla el resultado de la soberbia de los hombres! ¿Qué es lo que ha hecho la ciencia durante esta calamidad? ¿Dónde están las vacunas? ¿Donde los medicamentos? ¡La Tierra está siendo purificada sin que nadie pueda hacer nada para impedirlo!

—¡Aún es pronto! —Exclamé exasperado.

—¿Acaso te atreves a cuestionar a Dios?

—Yo no cuestiono a nadie. 

—“Y vendrán una Tierra Nueva y un Cielo Nuevos…”

—Wang no puede estar de acuerdo con todo esto… —Respondí.

—Yun Wang no es más que un instrumento en manos de DIOS. Todos lo somos. Deberías hablar menos y rezar más. Te va a hacer falta.

—Creo que lo que nos hace falta a todos es dormir más y rezar menos. Una vez esté usted más descansado, le propongo una reunión para acordar el mejor momento de evacuar está condenada estación. Dígale a Wang que intentaré hablar con Aslan. Les avisaré cuando estemos listos.

—Sander…

—Maldita sea, deje ya de sermonear.

—¿Sabes pilotar un transbordador espacial?

—Me salté esa asignatura en la facultad de periodismo… —Respondí con sarcasmo.

—Recuerda siempre, que yo soy el único aquí capaz de hacerlo.

—Los caminos del Señor son inescrutables… —Respondí intentando parecer condescendiente.

—Mucho más de lo que piensas. —Dijo Anderson furioso. —Mucho más de lo que piensas…

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

26 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Mi habitación tiene una ventana situada a media altura. La mayor parte del tiempo no es más que un hueco oscuro en la blanquísima aleación que recubre la pared pero dependiendo de nuestra trayectoria y orientación; la luz, a veces, hace acto de presencia. Al principio, tímidamente, pero al cabo de unos minutos esta claridad lechosa abandona su recato inicial para dejar pasar al despampanante fulgor de la Tierra. La vista es tan impresionante, Kate, que suelo dejarlo todo para fijar la mirada en ella, pero ni siquiera este momento, resulta relajante o beatífico para mi atribulado espíritu. Me acerco al cristal y mi retina, devora la imagen con tanta ansiedad que la experiencia se convierte en un acto frenético, breve… insatisfactorio…

La rotación del anillo exterior de la estación sigue su curso.

—Es el maldito precio que hay que pagar por la gravedad. —Suele decir Zaitsev…

Implacable, Harmony me devuelve de nuevo a la oscuridad y yo aparto las manos de la ventana.

Me pregunto cuándo va a terminar todo esto.  

Le dije a Wang que no había que perder la esperanza pero la realidad tiende a ser tozuda y debo reconocer que las cosas se están poniendo muy difíciles. A veces pienso que mi empeño en que al final todo salga bien, es comparable a la fe que tienen los niños en Santa Claus, o la creencia desesperada del Comandante Anderson en ese Dios tan generoso que ha tenido la deferencia de preservarnos vivos, después de haber aniquilado de un plumazo a más de siete mil millones de personas.

Los seres humanos y su ineluctable necesidad de creer.

Creer en Dios o creer en la ciencia. Si ninguno de los dos puede salvarnos… ¿Cual es la diferencia? Nos gusta creer en un futuro mejor, en nosotros mismos… Creer que después de la tormenta sale el sol, creer en las hadas, en los duendes y creer que La Fuerza siempre te acompaña…  Creer que sigues viva Kate… Creer…

Creer a pesar de todo.

Echo de menos las interminables jornadas de trabajo con Bill en la redacción. Nos gustaba perder el tiempo, filosofando sobre estas y otras muchas cosas…

—Somos una especie cuya curiosidad sólo es equiparable a nuestro atrevimiento. —Solía decir el viejo Bill.

Si estuvieras aquí, Bill, estoy seguro de que hace tiempo que hubieses mandado todo a la mierda.

Me niego a pensar, como Anderson, que ningún Dios ha decidido borrarnos caprichosamente de la existencia.

Me niego a pensar, como Wang, que una estúpida enfermedad ha dejado tras de sí, tal nivel de devastación.

Me niego a pensar…

¿Qué más puedo hacer? Ni siquiera puedo decir que estoy cien por cien seguro de mí mismo… De que nada de esto sea real. Cualquiera de nosotros puede llegar a perder el juicio en Harmony… Ella es así… Te devora.

Afortunadamente, escribir me mantiene ocupado y como ya sabes, paso muchas horas intentando llevar un registro lo más fidedigno posible de todos los acontecimientos. El diario me ayuda a ordenar mis ideas y me obliga, además, a llevar un orden cronológico de los hechos. Con el paso de los días, todos iguales, resulta fácil confundir fechas y acontecimientos y cuando no hay demasiado que hacer, hasta las nimiedades se convierten en acontecimientos importantes… ¿Fue esta semana cuando le pedí a Dana un nuevo cepillo de dientes? ¿O fue la anterior?

Gracias a mi empeño por documentarlo todo, he podido relatar con precisión mis encuentros con Wang, Dayan y Anderson. Todavía no he podido hablar con Lawrence pero el hará lo que diga su comandante. Está claro que los planteamientos de Wang se encuentran en las antípodas de la razón. Zaitsev, como era de esperar, se puso hecho un basilisco y no paraba de vociferar.

—¡Esto es un golpe de estado contra Naciones Unidas! Estamos en manos de un psicópata peligroso, un extremista religioso y un judío… —Concluyó.

—Puedes ahorrarte los comentarios racistas Viktor. Intentemos mantener la calma. —Respondió Aslan.

—La idea de Wang sobre esa supuesta extinción y sus aspiraciones de reconstruir toda la civilización partiendo de la base genética de ocho personas es ridícula. —Dijo Dana visiblemente afectada.

Todos la miramos sin atrevernos a profundizar en las implicaciones de lo que la doctora Lehner acababa de decir.

—Hay que pasar a la acción y cuanto antes, mejor. El que golpea primero, golpea dos veces. —Afirmó Viktor con firmeza.

—¿Que es lo que propones Zaitsev? ¿Darles una buena paliza?… Por el amor de Dios…

—Eso es… ¡Vamos con todo! ¡A pecho descubierto! —Intervine con sorna.

—¿Y a ti? ¿Quién te ha preguntado? —Dijo Zaitsev.

—¡Basta! —Exclamó Omar.

—Ya está bien Viktor. Paul también forma parte de nuestro pequeño equipo para salvar el mundo. —Dijo Dana muy seria.

Sé que quizás no esté bien admitirlo, Kate, pero no se qué me molestó más, si el abierto desprecio del ruso, o la maternal condescendencia de Dana.

A pesar de todo, Zaitsev se atrevió a replicar.

—Haced lo que os venga en gana, pero si no veo resultados, yo mismo me encargaré de que el imbécil de Anderson nos lleve de vuelta.

—¿A punta de pistola quizás? —Pregunté resentido.

—En la fuerzas aéreas rusas nos enseñan a ser persuasivos… ¿Quieres una demostración? —Respondió Zaitsev acercándose con aspecto siniestro.

—La única forma de salir todos ganando, pasa por llegar a un acuerdo. Nos reuniremos con ellos. Negociaremos. —Dijo Omar.

—No veo qué podemos negociar… —Dije. —Wang ya tiene lo más importante, el transbordador.

—Te equivocas Sander. Nosotros tenemos algo que Wang quiere. Lo necesita desesperadamente y además ya. —Respondió Omar enigmático.

—No sé a qué te refieres… —Respondí confundido.

—Nosotros tenemos a la doctora Lehner.

Miré instintivamente a Dana.

Su cara era la viva imagen del terror absoluto.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

28 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Todo se ha ido apagando en una lenta agonía. Vista desde el espacio, la noche en la Tierra es como contemplar un lienzo negro donde ocasionalmente surgen destellos aislados provenientes de esta o aquella tormenta. Nada queda del luminoso espectáculo de nuestra civilización.

La última emisión que recuerdo ver en nuestras pantallas, fue de la Televisión Nacional de Uruguay. El gobierno instaba a poner rumbo al Centro Internacional de Refugiados de las Naciones Unidas en la localidad Argentina de San Carlos de Bariloche.

 

ALERTA PRESIDENCIAL

 

Mensaje de evacuación a todos los ciudadanos de la República Oriental del Uruguay

 

Alerta de Evacuación por virus. WAS1 -Wicca-

 

- No olvide su pasaporte

- Haga acopio de provisiones: Comida, combustible y agua.

- Asegúrese un calzado adecuado para emergencias.

- Deje su casa cerrada.

- En caso de atasco en la vía, estacione su vehículo en

  el arcén y continúe su travesía a pie.

- El Centro de Acogida de Refugiados más reciente se

  encuentra en la localidad argentina de San Carlos de

  Bariloche. 

Nadie va a poder ayudarnos Kate.

Anderson aprovecha cada contratiempo, cada pequeña derrota, cada mala noticia, para predicar la cólera de su Dios.

—¡Qué más pruebas necesitáis! —Exclama por los pasillos de la estación.

—¡Maldito chiflado! ¡Lo que necesitamos es paciencia para no arrojaros a ti y a Dios directamente al vacío! —Responde Zaitsev fuera de sí.

Anderson, se encoge como un animal asustado y emprende la retirada.

Un odio profundo y primitivo se destila en su mirada.

El ruso simplemente le ignora, pero a mí me da miedo.

Aslan está convencido de que lo de Anderson es una puesta en escena. Piensa que todo obedece a una estrategia, un plan cuidadosamente urdido por Wang con el fin de ir minando poco a poco nuestros nervios.

—Espera que demos un paso en falso para hacerse con el control de la estación. —Argumenta.

—Bravo por Yun Wang… Pero si ese loco vuelve aquí con su Biblia, lo estrangulo. —Respondió Zaitsev.

—Vamos Viktor… No entres al trapo… —Dijo Dana tratando de quitar hierro al asunto.

—Volvamos al trabajo. —Sentenció Omar.

Zaitsev va a programar los sistemas para que Harmony rastree automáticamente retransmisiones en todas las bandas: HF, UHF y VHF. Por otro lado, hemos grabado un mensaje explicando nuestra situación para lanzarlo continuamente a las ondas con la esperanza de obtener una respuesta. Puede que todavía quede alguien ahí fuera escuchando… Maldita sea Anderson, no necesitamos a ningún Dios, tan solo hace falta un poco de suerte. Estableceremos turnos de escucha con los auriculares, pero si pasa el tiempo y no obtenemos nada, Aslan opina que lo más práctico será aprovechar la megafonía de la estación.

—Si alguien dice algo, nos enteraremos todos.

Incluido Yun Wang. —Pensé con aprensión.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

29 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Podría decirse que la Estación Espacial Internacional Harmony ha quedado físicamente partida en dos. Por un lado, el grupo de Wang controla toda la zona que comprende Lindon High, el Museo Ripley, el gimnasio, el almacén de repuestos y provisiones, varios laboratorios y los muelles de acoplamiento del transbordador. Nosotros estamos al otro lado, donde se encuentran la sala de comunicaciones, el comedor, el puente de mando desde donde se gestionan los sistemas, la enfermería y la sala de recreo.

Ellos tienen la comida, los repuestos y lo que es más importante, todos los recursos para poder evacuar la estación. Nuestras son las comunicaciones y la gestión de los sistemas, y si bien Zaitsev puede bloquear las esclusas que dan acceso al transbordador, o provocar la eyección del mismo, eso no nos va a sacar de aquí. También podría cortar la energía de la estación o poner toda esta maldita estructura en rumbo de colisión contra la luna; lo cual, teniendo en cuenta que el ruso me parece un tipo peligrosamente impulsivo, constituye un motivo adicional de preocupación.

Intuyo que Wang es consciente de que tenemos que llegar a un acuerdo. Mientras tanto, sólo cabe esperar que a ningún idiota se le ocurra la estupidez de emprender cualquier locura. En realidad Kate, no sé quiénes son estas personas. ¿Cuánto tiempo llevo viviendo aquí con ellas? ¿Unos meses? La mayoría de las veces, ni siquiera confían en mi criterio… ¿Cómo puedo estar seguro de que no me utilizan?

Durante mis primeros días en la estación, nunca percibí nada que pudiera presagiar grandes desavenencias. Viktor Zaitsev me pareció un tipo lleno de energía, espontáneo y en ocasiones hasta divertido. La doctora Dana Lehner, una joven brillante, capaz, resolutiva. Omar Aslan, un científico abierto, amigable y siempre dispuesto a echar una mano. Yun Wang me causó una profunda impresión. Una persona calmada, tremendamente reflexiva, casi tímida y al mismo tiempo deseosa de saber sobre mí. El comandante Anderson, en su rol de profesional serio y dedicado a su trabajo, contrastaba con Morgan Lawrence, el contrapunto perfecto al equipo que ambos formaban como responsables del transbordador. Y por último, no hay duda de que Dayan fue siempre el más reservado, pero este rasgo de su carácter no restaba un ápice a sus modales, con lo que, lejos de parecer arisco, siempre se mostró conmigo muy educado.

Si por entonces, alguien me hubiese preguntado, no podría haber pensado en un equipo mejor con el que compartir esta experiencia. ¿Cómo es posible que hayamos podido llegar hasta estos extremos de animadversión?

Si Bill estuviese aquí, diría que estamos ante el hundimiento de la sofocracia. Platón defendió en La República que el capitán de un barco nunca puede ser ni el más fuerte, ni el más rico, ni el más popular sino el más sabio… Desgraciadamente, dejó sin aclarar cómo proceder si el barco estaba lleno de sabios.

—Probablemente, se pasarían meses tirándose de las barbas unos a otros y la cosa terminaría con todo el mundo saltando por la borda. Adiós barco. —Diría Bill riendo.

A tenor de los acontecimientos y para mi desazón, esta estación constituye la prueba empírica de que ningún sabio es inmune al miedo, ni a la violencia, ni al fanatismo, ni a la cobardía, ni siquiera a las veleidades de la conspiración. ¿Por qué entonces debería yo dejarme influenciar por ellos?

Me miran por encima del hombro, Kate. Todos ellos lo hacen. Es algo sutil, nunca abierto. Puedo percibir cómo se parapetan detrás de sus fórmulas, de sus conocimientos, de su infalible racionalismo para despreciar mis opiniones. Hasta Dana me trata a veces con condescendencia. Creen que no soy capaz de aportar nada, que esta crisis es demasiado compleja como para ser abordada, ¡Dios nos libre!, por un periodista…

Debería sentirme un privilegiado, vivo rodeado de algunas de las mentes más brillantes del planeta, pero me siento solo.

 

Maldita sea, no quiero morir aquí Kate.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

30 de Noviembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Tal y como dijo Zaitsev, encontré a Morgan Lawrence en el pasillo que conduce al transbordador. Tristemente, poco queda ya del hombre que vino al espacio conmigo gastando bromas como si estuviésemos en un parque de atracciones. Su aspecto jovial y desenfadado ha desaparecido y ahora es una persona incapaz de mirarme a la cara cuando le hablo. Sufre pequeños temblores en las manos, tiene el rostro demacrado, signos evidentes de falta de sueño. No es más que una sombra que deambula por la estación, con aires esquivos, encorvada.

Bill solía hablarme en la redacción de lo mucho que el dinero cambia a las personas. Tú debes saberlo bien, Kate. Conoces a mucha gente influyente.

Yo siempre he dicho que cualquiera puede aspirar a ser un insolente en Nueva York. ¿Quién no tiene un amigo rebosante de arrogancia en la Gran Manzana? Les gusta frecuentar los clubs del Meatpacking, presumiendo, como si llevaran paseándose toda la vida por allí. Aquí he descubierto que lo que de verdad cambia a las personas es el miedo.

El miedo lo cambia todo.

Inquieto, saludé a Morgan con la mayor espontaneidad que fui capaz de fingir.

—¿Ocupado Lawrence?

—Déjeme en paz.

—Llevaba tiempo sin verte… ¿Estás bien? —Respondí con aire familiar.

—Que me dejes tranquilo, Sander.

—Sólo quiero charlar un rato.

—Sólo quieres información.

—No sabía que en Wisconsin sintieran tanta fascinación por los espías. En Nueva York nos gusta ir al grano. Así que dime Morgan, ¿Qué es lo que estáis tramando?

—Nueva York es ahora una ciudad fantasma.

—Y eso… ¿Cómo lo sabes?

—¿Es que no te das cuenta? Es el fin.

—Vamos Morgan… ¿Acaso crees que somos los últimos supervivientes? ¿Cómo puedes tomarte en serio toda esa charlatanería de Wang? ¿De verdad piensas que de repente nos hemos convertido en un Arca de Noé espacial?… Anderson afirma que formamos parte de un plan divino, ¿Tú también estás de acuerdo?

—No somos quién para juzgar a Dios.

—¡El plan divino de un Dios psicótico, al que no se le ha ocurrido otra cosa que enviar una enfermedad a la Tierra para exterminar a más de siete mil millones de sus queridos hijos! ¡Es ridículo! —Exclamé con tono incrédulo.

—El comandante Anderson es uno de los mejores hombres que he conocido.

—¡Anderson está trastornado! —Respondí.

—¡Cállate! —Estalló con violencia Lawrence.

—…

—¡Ustedes y su estúpido optimismo! ¡Están todos muertos! ¿Me oyes Sander? ¡Todos!

—Podemos buscar… Ir a algún sitio… Sudamérica… África… Hay aeródromos donde aterrizar el transbordador… Vamos Lawrence… ¡Ningún maldito microorganismo puede acabar con un planeta entero! Podemos salir de aquí.

—Wang habla de entre doce y quince meses de cuarentena antes de siquiera pensar en volver.

—¡No se puede poner a todo el planeta en cuarentena! —Exclamé desesperado.

—El Coronel Dayan también está de acuerdo.

—¿Qué es lo que sabe Dayan? ¿Qué es lo que sabéis y no nos estáis diciendo maldita sea? —Pregunté exasperado, a punto de agarrar a Lawrence por el cuello.

—Habla con Wang.

—¡Por el amor de Dios! ¡Morgan! Somos compatriotas. No podéis poner el transbordador en manos de Wang y quedaros tan tranquilos. Espera a que algún pez gordo del gobierno se entere de esto… Cuando volvamos, te aseguro Lawrence, que me encargaré de publicar esta mierda en todos los periódicos del país.

—Déjame tranquilo. —Respondió Morgan con desdén.

—¡Esto no va a quedar así! -Continué presionando.- Estás acabado Lawrence. Cuando el mundo entero sepa cómo has actuado aquí… Estás arrojando tu carrera por la borda. Con suerte, acabarás tus días  sacando brillo a las rampas de lanzamiento en Cabo Cañaveral… ¿Qué vas a decirle a tu hijo?

—Hace tan solo treinta y tres días, Dennis vivía con su madre en Chicago. Tenía seis años.

—¿Por qué eres tan pesimista?

—Está muerto Sander. TODOS LOS NIÑOS ESTÁN MUERTOS. —Contestó Morgan dirigiéndome una mirada torva.

—…

Me di cuenta entonces de que había llegado demasiado lejos. Morgan no diría nada más. Sacar a colación a la familia fue un error de principiante.

Antes de retirarme a mi habitación para lamentarme por mi estupidez, Lawrence me hizo un gesto extraño con la cabeza.

—Sander…

—Dime.

—Reza.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

02 de Diciembre de 2.036.

Hola Kate.

Mis conclusiones sobre el ánimo de Morgan confirmaron nuestros peores temores sobre el estado emocional del grupo liderado por Wang. El comandante Thomas Anderson enajenado, Lawrence completamente anulado, David Dayan paranoico… La desesperación llama a más desesperación y Wang lo sabe. Es un experto alimentando nuestros miedos.

Tanto Dana como Omar coinciden en que la situación en la Estación Espacial Internacional Harmony está a punto de descontrolarse. Todos los días hago un esfuerzo titánico por tratar de mantener mi independencia, y lo que es más importante, conservar mi propia cordura. Creen que no me doy cuenta, pero ser la marioneta que todo el mundo quiere manejar, no está escrito en el maldito guión.

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