Harmony

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Kate » Capítulo 6

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—Es cierto. Has cumplido. Y por eso, vas a poder elegir.

Carlos comenzó a suplicar.

—Por favor Ringo, te lo ruego…

—¿Tu mujer o tu hija?

Arquímedes obligó a arrodillarse a las dos mujeres que gemían ahogadas por las mordazas.

—Ringo, no lo hagas… Por favor, mátame a mí. Ellas no tienen la culpa.

—¿Tu mujer o tu hija? Vamos Carlitos… Si me obligas a preguntar de nuevo, serán las dos.

Carlos estaba en shock, sin poder reaccionar.

—Muy bien. —Dijo Ringo. —Lo comprendo. Dejemos que el hombre de risa fácil, el que te salvó la vida en Monterrey, tome la decisión.

Bill abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.

—No… Yo…

—¿La madre o la hija, Bill?

—No puedo… —Dijo Bill con la voz entrecortada.

—Arquímedes.

—Dime Ringo.

—¿Qué tal si ejecutas a las dos?

—¡No! —Gritó Bill. —Deja viva a la hija.

Ringo sonrió, se acercó a Bill y puso ambas manos sobre sus hombros.

Carlos gritó.

—¡No!

Ringo se dio la vuelta.

—Arquímedes.

—Dime, Ringo.

—Carlos no está de acuerdo con Bill. Corta la cabeza de la muchacha.

El cuerpo decapitado cayó al suelo con un golpe seco. 

Carlos se desmayó.

Kate sintió una fuerte arcada.

—Y ahora, haced pasar a los americanos. —Dijo Ringo señalando la entrada de la cueva.

Las dependencias de Ringo estaban iluminadas con lámparas de gas.

La cueva parecía salida de una novela de Emilio Salgari.

Una enorme cama cubierta de terciopelo rojo y flanqueada por dos colmillos de elefante ocupaba una parte importante de la habitación.

A la derecha, un escritorio de caoba soportaba un espejo Luis XVI.

—Aquí es donde me relajo y trato de abstraerme un poco. —Dijo Ringo quitándose el abrigo para, a continuación, meterlo en un gran arcón.

—¿Quien de los dos puede decir qué es lo peor que puede ocurrir en un sitio como este?

Kate y Bill se miraron atemorizados.

—¿Nadie? —preguntó Ringo sentándose en el borde de la cama.

—¿Perder a tu hija a manos de un asesino? —Dijo Kate sin poder contenerse.

Bill la miró aterrado pero Ringo sonrió.

—¡La chica dice lo que piensa! ¡Me gusta! ¿Qué te parece, Arquímedes?

El veterano sicario se limitó a emitir un gruñido desde las sombras.

—Los hijos no deberían morir antes que sus padres. ¿Crees que he sido demasiado duro, Arquímedes? —Preguntó Ringo.

—No, jefe.

—La culpa la tiene el aburrimiento.

—Si, jefe.

—¿Creéis que los hombres han disfrutado de la función?

Kate no pudo evitar un rictus de terror.

—Estamos en manos de un loco. —Pensó.

—Se rumorea que los Estados Unidos ya no existen. ¿Es eso cierto?

Bill asintió.

—Millones de personas han huido al sur.

—¡Acompañadas de un ejército! —Apostilló Ringo.

—Todo el mundo trata de sobrevivir. —Respondió Bill en voz baja.

—¿Y cómo habéis acabado vosotros dos en Colombia? —Quiso saber Ringo.

—Nos perdimos cerca de Monterrey. —Contestó Kate. —Encontramos a Carlos por casualidad. El sargento Williams quería…

—Quedarse con tu droga. —Mintió Bill. —Yo lo impedí.

Ringo le miró complacido.

—¿Por qué todo el mundo quiere quedarse con mi mercancía?

Bill enarcó las cejas.

—Me has hecho un favor. No lo olvidaré. – Dijo Ringo.

El periodista asintió con humildad.

—¿Te gustaría hacer un encargo para mí?

Kate miró a su compañero, alarmada.

—¿Tengo otra opción?

Ringo estalló en una carcajada.

—¡Pues claro que sí! ¡Siempre hay otra opción! ¿Qué me dices?

—¿De qué se trata?

—Necesito que hagas una misión delicada mientras Kate se queda aquí, conmigo. Pero siempre puedes escoger, Bill. Puedes marcharte en cualquier momento. Te prometo que nunca volverás a saber de mí. Ni de la chica. —Respondió Ringo dejando ver una hilera de dientes blancos.

Bill tragó saliva.

—Estoy a tu disposición.

—Necesito que hagas una visita.

—¿Una visita?…

—¡A los americanos! Al campamento del Mayor Slinger. ¿Harás eso por mí, Bill?

 

 

El Alivio. Guaviare.

Colombia.

Lunes Nov./03/2036

Wicca +38

 

Kate pasó la noche temblando en una oscura celda excavada en la roca. La pregunta de Bill le hizo a Ringo todavía resonaba en su cabeza.

 

***

—¿Quién coño es el mayor Slinger?

Había sido inteligente no desvelar la relación de ambos con el militar norteamericano.

Ringo no sospechó nada y contestó con naturalidad.

—Se dedica a hacer la guerra por su cuenta y piensa que la selva le pertenece. Para mi desgracia, ha instalado su campamento cerca de aquí convirtiendo toda la zona en un foco permanente de atracción para todo tipo de vagabundos y desarrapados. Sin embargo. —Añadió.-  Me gustaría hacer negocios con él.

—¿Qué tipo de negocios? —Preguntó Bill.

—Slinger tiene armas y yo tengo droga.

Bill captó por donde iban las intenciones de Ringo.

—Le dirás que puedo proporcionar lo que necesite. Si no es estúpido, querrá heroína pero le dirás que también disponemos de otras opciones. Cocaína, anfetamina, LSD…

Bill asintió impresionado. Ringo continuó detallando sus intenciones.

—El intercambio se hará a razón de cinco kilos de producto por cada kilo de armas y munición.

—¿Por qué iba a querer Slinger traficar con droga?

—El mayor tiene un campamento al que no para de llegar gente. Se ha corrido la voz y pronto las cosas se tornarán difíciles de manejar. Créeme, Bill, pronto comenzarán los problemas para Slinger. Robos, asesinatos, violaciones, ajustes de cuentas, ¡Puede que tenga que hacer frente a auténticos disturbios! Son dificultades a las que un verdadero líder se debe saber enfrentar. Ahora, te preguntarás cómo he resuelto yo estas cuestiones aquí en casa, en nuestra pequeña comunidad.

Bill reconoció que estaba intrigado.

—Me lo puedo imaginar. Hemos sido testigos.

Ringo sonrió.

—Lo ocurrido con Carlos fue un hecho puntual. Cualquier idiota sabe que no se puede ir por ahí matando a la gente, sin más. De ser así, no duraría en esta cueva ni cinco minutos. Hay que ser cuidadoso.

Bill enarcó las cejas expectante y Ringo le miró como si lo que iba a decir fuese una obviedad.

—¿Sabías que un adicto a la heroína que recibe puntualmente su dosis no suele dar demasiados problemas? Al cabo de un tiempo, se olvidan de lo que los trajo aquí. Las ambiciones y el carácter se atemperan. En realidad es muy sencillo.

El periodista miró a su interlocutor con incredulidad y Ringo le pasó un brazo por encima.

—Vamos, no pongas esa cara, Walsh… Es un buen acuerdo. Armas por droga. ¿Qué opinas?

—Todo el mundo sale ganando. —Dijo Bill sin dejar de mirar a Kate.

—¡Me encanta este hombre! —Exclamó Ringo exultante. —Partirás esta misma noche. ¡Arquímedes!

La sempiterna sombra de Ringo se adelantó.

—Si, jefe.

—¿Podrías asignar unos cuantos de nuestros muchachos para que acompañen al comandante Bill? No queremos que se pierda.

—Descuida. Ringo.

—¡Excelente!

 

***

Kate trató de incorporarse. El suelo rocoso estaba húmedo y frío.

El sonido de pasos acercándose la sacó de sus pensamientos.

Tenía una pierna dormida y mucha sed.

Un tipo barbudo abrió la celda.

—Ringo quiere verte.

—Tengo sed. —Dijo Kate.

—Calla y camina.

Ringo la esperaba en su habitación, desnudo. La miraba fijamente mientras chapoteaba dentro de una gran bañera de metal cromado rebosante de agua caliente.

—¿En serio? —Se preguntó Kate mirando la espuma con envidia.

—Buenos días, Katherine. ¿Has dormido bien?

—Me muero de sed.

—¿Te apetece una copa? —Preguntó Ringo saliendo de la bañera.

Kate apartó inmediatamente la mirada.

—¿Vino? ¿Champagne?

—Agua estaría bien.

—¡Qué aburrida! —Exclamó llenando un vaso.

Kate bebió con avidez y Ringo volvió a meterse en la bañera.

—Toma asiento. —Dijo Ringo señalando la silla frente a la extravagante bañera.

Kate obedeció.

—¿Crees que estoy loco?

—Nada de lo que he visto invita a pensar que no lo estés.

Ringo soltó una carcajada.

—Yo me considero una persona amable.

Kate intuía que a Ringo le motivaba su papel de chica dura y desafiante pero debía tener cuidado. Era un juego peligroso.

—Me gustaría mucho ver esa faceta. —Afirmó Kate.

—Yo también tenía una vida antes de llegar aquí. —Afirmó Ringo con tono nostálgico.

Kate se dispuso a escuchar.

—Terminé la carrera de psicología en París cuando en España era imposible encontrar trabajo.

La joven asintió.

—Después de un tiempo viajando por Europa, decidí sentar la cabeza. Un banco me contrató para hacer evaluaciones en el departamento de recursos humanos y con el tiempo, me fui especializando. Mi trabajo era despedir gente.

—Un trabajo desagradable. —Dijo Kate.

 

- No creas. Me gustaba. Ese no fue el problema.

Kate sonrió.

—Vamos Kate…

—¿…?

—Si sonríes así, me decepcionas.

Kate se dio cuenta de lo fácil que podía resultar dar un paso en falso.

—Muy bien. Sólo un cabrón disfruta con un trabajo así.

—Así está mejor. —Dijo Ringo dando un sorbo de su copa de Champagne. —El caso es que, como en el cuento del cazador cazado, hicieron lo mismo conmigo.

—Te despidieron.

—Si. —Dijo Ringo. —Me la jugaron. Pero esa es una larga historia que dejaremos para otro momento.

Kate pudo percibir el odio y el resentimiento en sus palabras.

—No me apetecía volver a España así que decidí tomarme un descanso y viajar por el mundo.

—Tomar un respiro siempre viene bien.

—Se suponía que las playas de arena blanca de Cartagena de Indias iban a ser el principio de unas tranquilas vacaciones pero ya sabes cómo van esas cosas… Acabé en la calle, solo y endeudado. Si me permites un consejo, no juegues. El juego es un mal asunto.

—¿Debería sentir pena?

—¿Me dejas terminar? —Preguntó Ringo con tono ofendido.

—Continúa.

—Comencé a trabajar para Salazar, el narcotraficante que me había prestado dinero. No tuve otra opción.

—¿Por qué no fuiste a la policía? —Preguntó Kate.

—¿La policía?… ¡Yo apreciaba mi trabajo! —Respondió Ringo.

Kate se mantuvo seria en la silla.

—¿Qué ocurrió entonces? —Preguntó.

—Una noche, el patrón me llamó a su casa en la playa. La puerta estaba abierta. Me esperaba en el piso de arriba, bebiendo tranquilamente mientras tomaba un baño.

Kate tragó saliva. La historia empezaba a no gustarle.

—A su lado, estaba el tipo más impresionante que había visto en mi vida. —Arquímedes. —Dijo Salazar. —Acaba con Ringo.

Kate enarcó las cejas.

—Arquímedes vino hacia mí con decisión. Sólo se me ocurrió hacer una cosa.

—¿Correr? —Preguntó Kate.

—No hubiese servido de nada. Miré a Arquímedes fijamente y le hice una pregunta.

—¿Una pregunta?

—¿Qué te parece si, en vez de matarme, acabas con ese hijo de puta de la bañera? —Para mi sorpresa, Arquímedes se paró en seco.

—¡Indio estúpido! ¡Mata a ese hijo de puta! —Gritó el patrón. —¿Acaso crees que puedes robarme delante de mis narices, Ringo?

Kate hizo un inciso.

—¿Era cierto? ¿Robabas a tu jefe?

Ringo chasqueó los dedos divertido. Se notaba que estaba disfrutando.

—¡Por supuesto!

—Dios mío… —Dijo Kate.

—Arquímedes se dio la vuelta y, en un santiamén, estranguló a Alberto Salazar. En esta misma bañera.

Kate intentó evitar el gesto de asco.

Ringo prosiguió.

—Y así fue como me hice con su negocio. ¿Verdad, Arquímedes?

El indio asintió desde las sombras.

—Si, Ringo.

—Pero basta ya de charlas…

Kate miró a Ringo confundida.

—Ahora que nos conocemos mejor. ¿Qué te parece si te vas quitando la ropa, Kate?

—No…

—Arquímedes, ¿Crees que podrás convencer a la señorita?

Arquímedes comenzó a avanzar. Kate sintió los pesados pasos aproximándose a su espalda.

Temblando como una hoja, tuvo una idea absurda.

—¡Arquímedes! —Dijo.

El indio se paró en seco.

-  ¿Por qué no acabas con ese hijo de puta de la bañera? —Preguntó Kate con el corazón en la boca.

—…

—…

Las carcajadas de ambos hombres apenas alcanzaron a amortiguar los gritos ahogados de Kate.

Los matones que custodiaban la entrada echaron un vistazo al interior.

Ringo se estaba divirtiendo.

 

 

El Alivio. Guaviare.

Colombia.

Martes Nov./04/2036

Wicca +39

 

El Mayor Slinger se llevó la mano a la venda que rodeaba el abdomen.

—Así que drogas a cambio de armamento.

Bill asintió.

Los hombres asignados por Arquímedes para la escolta esperaban fuera de la enfermería mientras Bill exponía las intenciones de Ringo.

—¿Está usted bien, Mayor?

Slinger se levantó.

—Demos un paseo, Walsh.

El doctor Atkinson intentó objetar pero Slinger lo cortó con la mirada.

—¿Cual era tu relación con Bruce McKellen?

—Trabajaba para él en el periódico antes de que todo se viniese abajo.

—Debes saber que ha muerto. Estaba con el Presidente y la Primera Dama el día del atentado. —Dijo Slinger. —Pensé que querrías saberlo.

Bill sintió lástima.

—No era un mal hombre.

—¿Cómo has llegado a Colombia? ¿Dónde está el sargento Williams? ¿Y la joven que os acompañaba?… No consigo recordar su nombre. —Preguntó Slinger.

Bill puso cara de circunstancias y dejó que el Mayor se apoyase en su brazo al caminar.

—Williams murió cerca de Monterrey. Un narcotraficante mexicano le voló la cabeza. Kate y yo tuvimos más suerte pero ahora somos rehenes de Ringo.

—¿Quién coño es Ringo? —Preguntó Slinger disgustado.

Bill se tomó un momento para responder.

—El narcotraficante que controla este territorio. También es un sádico que no dudará en matar a cualquiera si las cosas no salen como tiene pensado. Está mal de la cabeza. 

—Así que un tipo duro…

—Hizo degollar a sangre fría a una muchacha delante de sus padres.

Slinger negó con la cabeza.

—Si quiero que mi gente sobreviva en esta maldita selva, necesito estabilidad. No puedo permitir que el territorio se sumerja en el caos.

—Ringo es un chiflado. Un exhibicionista que no dudará en hacer cualquier barbaridad con tal de conseguir sus objetivos.

—Y quiere armas…

—Está convencido de que usted estará encantado con el intercambio. – Así fue como lo expresó.

—Armas a cambio de heroína… —Repitió Slinger con una media sonrisa.

—Necesito su ayuda para acabar con él, Mayor Slinger. Mientras hablamos, Kate sigue en manos de ese animal.

Slinger guardó silencio durante unos minutos. Mientras caminaban, el campamento militar bullía de actividad.

—Le dirás a Ringo que acepto su oferta.

Bill dio un respingo sorprendido.

—Esta noche iré a hacerle una visita y, cuando más confiado esté, mis hombres caerán sobre esa cueva.

—Demasiado peligroso.

—Un equipo de Operaciones Especiales hará el trabajo.

—¿Qué pasará con Kate?

—Mis hombres matarán a los malos y rescatarán a la chica. No te preocupes, Walsh.

Bill asintió a regañadientes.

Después de unas horas en la cantina, los hombres de Ringo estaban listos para volver.

Bill se despidió de Slinger y el grupo se internó en la selva con celeridad.

Para cuando llegaron al campamento de Ringo, empezaba a anochecer.

Bill no sabía la hora exacta a la que llegaría el Mayor Slinger con lo que recorrió el angosto pasillo que desembocaba en la amplia estancia de Ringo con ansiedad.

Lo que vio a continuación le dejó desconcertado.

—¡Bill! ¡Ya estás de vuelta! —Exclamó Ringo desde la cama.

A su lado, yacía Kate tumbada de perfil y con el torso desnudo.

Una bolsa con heroína y jeringuillas descansaban sobre la mesa de noche.

—¿Qué has hecho? —Preguntó Bill haciendo un esfuerzo por contener la ira.

Ringo le miró con cara de no haber roto un plato.

—¡Nos hemos divertido! ¿No es cierto, Kate?

Kate emitió un quejido amodorrado.

—¿Ves?

Bill intentó serenarse. Un enfrentamiento con Ringo equivalía a una sentencia de muerte. En unas horas llegaría Slinger con la caballería.

Ringo quiso saber de inmediato el resultado de su visita al campamento norteamericano.

—¿Has cerrado un buen trato, Bill?

—Si. El mayor Slinger ha aceptado las condiciones.

Ringo saltó de la cama satisfecho.

—¡Buen trabajo!

Bill sonrió.

—Vendrá esta misma noche. Quiere conocerte.

—¡Quiere conocerme! ¡Vaya! ¡No se que ponerme! ¡Estoy tan nervioso! —Respondió Ringo con voz de falsete.

Bill temió que Ringo hiciese alguna locura estrafalaria. Parecía muy excitado con la noticia.

—¡La unión hace la fuerza, Bill! ¡Tú y yo vamos a hacer grandes cosas juntos!

—Seguro que sí, Ringo.

—Tengo el presentimiento de que  esto es sólo el comienzo. Nos vamos a divertir. Ahora, déjame solo.

—Muy bien, Ringo.

—Come algo, bebe lo que quieras. Busca una chica guapa y pasa un buen rato. Hablaremos luego. Ahora, tengo que pensar.

Bill miró a Kate, expectante.

—Ella vuelve a la celda. —Sentenció Ringo con mirada oscura.

—¿Qué ha hecho? —Preguntó Bill con voz entrecortada.

—Decir que no. —Respondió Ringo tajante, dando así por concluida la conversación.

Bill anduvo un rato perdido entre las fogatas del patio frente a la cueva. Los hombres, sabedores de que había hecho un encargo importante para el patrón, le invitaban a los corrillos y las mujeres se insinuaban.

—¡Gringo! ¿Quieres ver lo que tengo para ti?

Una botella de tequila llegó a sus manos.

Bill bebió.

Los minutos iban pasando y Slinger no hacía su aparición.

—¿Dónde se habrá metido? ¿A qué demonios está esperando? Kate está drogada en el suelo de una mazmorra y no puedo hacer nada por ayudarla. —Pensó angustiado.

Bill levantó la botella y antes de dar otro trago se tambaleó.

Por un momento, pensó en la posibilidad de entrar en la cueva y avisar a Ringo. Decirle que Slinger le iba a tender una trampa.

—Eso me convertiría en alguien muy valioso a sus ojos y quizás esa sea la mejor manera de ayudar a Kate. —Murmuró.

Bill desterró aquella idea de la cabeza. De repente, se sintió sucio y despreciable.

Entonces escuchó helicóptero.

—¡Ya está aquí! —Se dijo escondiéndose tras unos fardos.

Slinger aterrizó en la explanada frente a la cueva levantando una gran polvareda.

Bill supuso que, en un santiamén, un destacamento de tropas especiales aprovecharía la confusión para salir de las sombras disparando a todo el mundo.

Pero nada de aquello ocurrió.

El helicóptero dejó de rugir y Slinger abrió la portezuela. Ringo esperaba en la puerta de la cueva. Cuando el militar americano estuvo a su altura, hizo una reverencia.

—¡Bienvenido, Mayor Slinger!

—Ringo. —Dijo el veterano oficial. —Me han hablado muy bien de ti.

Bill no podía creer lo que estaba viendo. No iba a haber ningún rescate. Nadie iba a disparar un solo tiro. Slinger iba a aceptar la propuesta.

El Mayor y su anfitrión encaminaron sus pasos hacia el interior la cueva.

—¿Vino o champagne? —Preguntó Ringo cediendo el paso a Slinger.

Bill se mordió los labios. Apoyado de espaldas contra los bultos, había presenciado toda la escena sin saber qué hacer. Los hombres de Ringo continuaban bebiendo alrededor del fuego, como si la presencia de un helicóptero artillado del ejército de los Estados Unidos fuese lo más normal del mundo.

Nada de aquello tenía sentido.

De repente, una mano nerviosa le tocó el hombro.

Bill se dio la vuelta sobresaltado y Carlos hizo un gesto para que guardara silencio. El mejicano mostró su pistola y una granada de mano.

—Carlos. —Susurró Bill. —¿Qué haces aquí? ¡Deberías estar a mil millas de este lugar!

—Mi mujer se ahorcó en la selva.

Bill bajó los ojos.

—Lo siento.

—Voy a matar a Ringo.

—¡Estás loco!

—Y tú vas ayudarme. Será más fácil si distraes a los guardias.

Bill negó nervioso con la cabeza.

—No saldrá bien.

—¡Calla! —Dijo Carlos. ¿Qué es eso? —Preguntó señalando al helicóptero.

—Es del Mayor Slinger. Un militar americano que ha venido a hacer negocios con Ringo. —Dijo Bill asqueado.

—Entonces están despistados. Escucha, Bill.

Bill intentó zafarse del mexicano.

No pensaba ayudarle sin condiciones.

—Primero sacaremos a Kate.

Carlos miró al suelo unos segundos, pensativo.

—No puedo perder tanto tiempo.

—Si no la sacamos de esa mazmorra, no cuentes conmigo.

Carlos asintió contrariado.

—Muy bien. Vamos.

El cuerpo del centinela, medio borracho, calló como un saco sobre el suelo arenoso frente a la puerta de la celda.

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