Hades

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22. La vigilia

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La vigilia

De pie y sin poder hacer nada, observé a los demonios salir en fila del almacén. Ahora que mi destino estaba decidido, yo ya no era digna de su atención. Solamente Asia se detuvo un momento, me mandó un beso burlón y se pavoneó al marchar.

—Arakiel, al amanecer nos entregarás a tu ángel —dijo Lucifer con una tranquilidad absoluta y sin girar la cabeza—. Tienes lo que queda de esta noche para despedirte de ella. No dirás que no tengo buen corazón.

Yo sentía una gran calma, así que deduje que todavía no había tomado conciencia de la gravedad de lo sucedido. Jake me dijo algo para tranquilizarme, pero casi ni lo oí.

—Estás bajo los efectos de la conmoción —dijo, mientras me acompañaba hasta la silla que Lucifer había ocupado—. Siéntate aquí. Voy a ir a buscar a mi padre para convencerlo de que todo esto es una locura.

Yo sabía que era una pérdida de tiempo, que la decisión que habían tomado era irrevocable y que lo que Jake pudiera decir no lograría cambiar nada. No quería perder el tiempo suplicando o pidiendo. Solamente tenía una idea en la cabeza: si Lucifer estaba en lo cierto (y no tenía ningún motivo para no creerlo), me quedaban pocas horas de vida, así que no tenía ninguna intención de pasarlas con Jake. Había sido su egoísmo lo que me había puesto en esa situación. Lo que tenía que hacer en esos momentos era ir a Venus Cove por última vez y despedirme de Xavier y de mi familia.

Sabía que si lograba ver a Xavier una vez más, lo que me sucediera al amanecer sería mucho más llevadero. Pero no quería regresar solamente por mí. Tenía que hacerle saber de alguna manera que debía continuar adelante con su vida, necesitaba darle mi bendición para que siguiera sin mí. No pensaba decirle lo que me iba a suceder —no quería causarle ese dolor— pero era preciso que Xavier aceptara que yo nunca iba a regresar a casa y convencerlo de que dejara de buscar respuestas a lo sucedido. Por mi experiencia en el Cielo, sabía que la gente nunca acababa de superar la pérdida de un ser querido, pero sus vidas continuaban y al final encontraban cosas nuevas que los compensaban de sus desgracias.

No sabía cuánto iba a tardar Jake, pero pensé que discutir con Lucifer le tomaría cierto tiempo. Nunca había intentado proyectarme estando en otro sitio que no fuera mi habitación, pero hacerlo resultó más fácil de lo que imaginaba porque esta vez no me importaba que me descubrieran.

Encontré a Xavier en su dormitorio, sentado en el borde de la cama. Parecía distraído y tenía aspecto desaliñado, como si no hubiera dormido. A su lado, en el suelo, estaba la bolsa de deporte abierta y medio llena con sus cosas. Su mirada permanecía fija en la pluma que había encontrado en el asiento del Chevy después de nuestra primera cita. Vi que la colocaba entre los pliegues de una camiseta, dentro de la bolsa. Luego se lo pensó mejor y la volvió a poner encima de la Biblia con tapas de piel que reposaba sobre la mesilla de noche. Me arrodillé delante de él y Xavier se estremeció, como si hubiera sentido una corriente de aire. Se le erizó el vello de los brazos, pero no se movió.

—¿Xavier?

Sabía que no podía oírme, pero vi que su rostro adoptaba una expresión de gran concentración. ¿Notaba mi presencia? ¿Percibía, quizá, lo mal que iban las cosas? Se inclinó hacia delante, como para escuchar mejor. Por un momento pensé en establecer contacto con él de la misma manera en que lo había hecho ese día en la playa, pero por algún motivo, no me pareció adecuado. Además, no estaba segura de poder hacerlo en el estado de ánimo en que me encontraba.

—Hola, cariño —empecé a decir—. He venido a decirte adiós. Ha sucedido algo que, estoy segura, me impedirá volver a verte nunca más. Así que quería venir por última vez y decirte que no te preocupes por mí. Pareces muy cansado. No vayas a Tennessee, ahora ya no hace falta. Intenta olvidar que nos conocimos. Quiero que tengas una vida fantástica. Tienes que concentrarte en lo que te espera ahora y dejar ir el pasado. Yo no borraría ni un minuto del tiempo que pasamos juntos, pero…

—Beth —dijo Xavier de repente, interrumpiendo mis pensamientos—. Sé que estás aquí. Te percibo. ¿Qué quieres decirme? —Esperó un momento y añadió—: ¿Puedes darme una señal, como la última vez?

Se lo veía tan desesperanzado que se me ocurrió algo: había una manera de decirle exactamente lo que quería sin necesidad de palabras. La habitación estaba en penumbra. Concentré toda mi energía y abrí las cortinas de la ventana. Xavier achicó los ojos, sorprendido por la luz que, de repente, llenó la habitación.

—Bien hecho, Beth —dijo.

Me acerqué a la ventana y soplé con fuerza para cubrir el cristal con vaho. Entonces alargué mi índice de fantasma y dibujé un corazón. Al lado escribí: X+B.

Xavier sonrió al verlo.

—Yo también te quiero —dijo—. Nunca dejaré de quererte.

Entonces las mejillas se me llenaron de lágrimas, incapaz de reprimirme. Si por lo menos supiera que podría verlo en la próxima vida, quizá me resultaría más fácil de soportar. Pero yo no iba a regresar al Cielo. No sabía a dónde iría; lo único que sabía era que me esperaba una eternidad en el vacío.

—Tienes que dejar de quererme —dije, sollozando. El sufrimiento de abandonarlo me provocaba un gran dolor en todo el cuerpo—. Tienes que continuar adelante. Si después de la muerte existe una forma de regresar, te prometo que la encontraré. Pero solo para venir a ver cómo estás y lo maravillosa que será tu vida.

—¡Estás aquí! —Con un sobresalto, vi que Molly acababa de entrar en la habitación—. Gabriel e Ivy nos esperan fuera. Quieren ponerse en marcha de inmediato. ¿Por qué te entretienes?

Xavier cerró las cortinas de la ventana para ocultar mi dibujo.

—Ya voy —repuso—. Solo necesito un minuto.

Molly no hizo ningún gesto de marcharse.

—Antes de que nos vayamos, ¿podemos hablar un momento? Necesito consejo.

Xavier miró hacia la ventana, donde yo estaba. Me di cuenta de que no se quería marchar.

—Estoy ocupado ahora mismo, Molly. ¿Puedes esperar un poco?

—¿Ocupado mirando el vacío? No, no puedo esperar. Mi vida entera se está desmoronando y tú eres la única persona con quien puedo hablar.

—Creí que nos habíamos peleado.

—Pues hagamos las paces —replicó Molly, cortante—. Necesito consejo y nadie más podría comprenderme.

—Se trata de Gabriel, ¿verdad?

Me di cuenta de que Molly había llorado. Le temblaron los labios y los hombros al oír que Xavier mencionaba a mi hermano.

«Habla con ella, Xavier —pensé—. Molly te necesita y es tu amiga. Te va a hacer falta que tus amigos estén cerca». No sabía si mi novio había recibido mi silencioso mensaje o si ver a Molly llorar le había llegado al corazón, pero se sentó en la cama y dio unos golpecitos a su lado para que Molly se sentara allí.

—Ven aquí —la invitó—. Suéltalo todo, pero deprisa porque no tenemos mucho tiempo.

—No sé qué hacer. Sé que esto con Gabriel no es bueno para mí, pero parece que no puedo sacármelo de la cabeza.

—¿Qué te lo impide?

—Que sé lo increíblemente bien que nos sentiríamos si estuviéramos juntos. Pero no comprendo que él no se dé cuenta.

—¿Sigues sintiendo lo mismo? —preguntó Xavier—. ¿Incluso ahora que sabes que no es un ser humano?

—Siempre he sabido que, de alguna manera, era especial. —Molly suspiró—. Y ahora sé por qué. No se parecía a ninguno de los chicos que conozco porque no es solamente un chico… es un alucinante arcángel.

—Molly, tienes a muchos chicos que van detrás de ti. ¡Si casi tienes que sacártelos de encima a manotazos!

—Sí, pero no son como él. No quiero a ningún otro pero él no me quiere. Algunas veces me parece que siente algo, pero entonces se cierra.

—Tendrás que aprender a hacer lo mismo. Sé que es difícil, pero tienes que cuidarte. Piensa en lo que deseas a largo plazo. Que Gabe no quiera formar parte de tu vida no significa que esta haya terminado.

—¿Cómo voy a encontrar a alguien que sustituya a un ser tan perfecto? Nadie va a estar jamás a su altura, lo cual significa que mi vida se ha terminado a los diecisiete años. Acabaré como la señorita Kratz: como una arrugada y vieja solterona que lee novelas rosa y vigila la sala de estudio.

—No creo que acabes como Kratz: para eso necesitarías sacarte un título universitario.

—¡Eres horrible dando consejos! —Soltó una carcajada y el rostro se le iluminó. Pero, de repente, volvió a ponerse seria—. ¿Crees que encontraremos a Beth?

—Sí —respondió Xavier sin dudar ni un segundo.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque no pienso parar hasta que lo logremos, por eso. Bueno, ¿nos vamos a Tennessee o qué?

Antes de seguir a Molly hacia la puerta, Xavier se acercó rápidamente a la ventana y colocó la palma de la mano sobre el corazón con nuestras iniciales.

—Ya voy, Beth —murmuró—. Sé que ahora te sientes perdida, pero quiero que seas fuerte por los dos. Recuerda quién eres, para qué fuiste creada. Nadie te podrá arrebatar eso, no importa dónde estés. Siento tu presencia a mi lado todo el tiempo, así que no abandones ahora. No pienso quedarme aquí sin ti. Si el Cielo no nos ha podido separar, el Infierno no tiene la más mínima posibilidad de hacerlo. Resiste. Nos vemos pronto.

Cuando Jake regresó perdí la última esperanza de escapar a la muerte. Lo miré a la cara y me di cuenta de que estaba lívido. Apoyado en el quicio de la puerta, se sujetó la cabeza con ambas manos en un gesto de frustración. Pero no sentí rabia, ni miedo, ni desesperación. Quizás era porque la idea de la no existencia todavía no tenía ningún significado para mí. En parte creía que eso ni siquiera era posible: yo siempre había existido, si no como ser humano en tierra firme, sí como una esencia en el Cielo. Incluso ahora existía, a pesar de que ya no sabía cómo definirme. No era capaz de imaginar la posibilidad de que nunca más podría pensar, sentir o desear ver a mi familia. ¿Era realmente posible que al amanecer yo desapareciera para siempre, que desapareciera no solo para los que me rodeaban sino también para mí misma? ¿Adónde iría? La Tierra me estaba prohibida, no se me permitía regresar al Cielo y no me aceptaban en el Infierno. Simplemente dejaría de existir y sería como si nunca hubiera estado viva.

De repente, con la rapidez de un tigre, Jack se puso a mi lado.

—Supongo que decirte que lo siento no sirve de nada —dijo.

La expresión que vi en sus ojos negros era de auténtico dolor. Si Jake tenía algo a su favor, era que verdaderamente no quería verme desaparecer.

—Yo también he tenido parte de responsabilidad —dije, indiferente—. Utilicé mis poderes en un lugar inadecuado.

—¡Debería haber sabido que actuarías de esa manera, haberte advertido!

Jake dio un puñetazo contra el marco de madera con tanta fuerza que provocó que una cascada de polvo y fragmentos de madera cayera sobre nuestras cabezas. Mi incapacidad de reacción era tal que ni siquiera me aparté cuando él alargó la mano y me limpió la suciedad que me había caído sobre el pelo. No me podía mover; era como si me hubiera olvidado de cómo hacerlo, sin más.

—Supongo que los dos hemos calculado mal —repuse sonriendo sin ganas—. Error de novatos, ¿no?

Me llevaron al hotel Ambrosía en coche. Jack iba delante de nosotros en su motocicleta. Conducía con temeridad y la moto estuvo a punto de salirse de la carretera varias veces. Le imaginé dándole vueltas a la cabeza mientras conducía, atrapado en su propio mundo de estrategias e intrigas. Al llegar me acompañó hasta la suite y yo no me negué a que lo hiciera. Todo eso era culpa suya, pero no quería pasar mis últimas horas sola.

Hanna me estaba esperando con la cena lista y dispuesta sobre una bandeja. Para variar no rechacé la comida ni le dije que me la trajera más tarde. Por primera vez desde que estaba en el Hades presté atención a los alimentos que me ofrecían: finas rodajas de centeno, queso de cabra, salmón ahumado en rollitos adornando el perímetro del plato, suculentas aceitunas y un vino de un profundo color rubí que sabía a ciruelas. Comí despacio y saboreando cada bocado. La comida era un recuerdo de mi estancia en la Tierra. Sabía que nunca más volvería a tener esa experiencia, así que quería prolongar ese momento.

Hanna nunca me había visto comer con tanta concentración, ni tolerar la presencia de Jake sin quejarme. Ahora no me podía ayudar de ninguna forma, y lo sabía.

—Todo irá bien, señorita —me dijo al final—. Quizá las cosas habrán cambiado por la mañana.

—Sí —murmuré distraída—. Todo irá mejor por la mañana.

Hanna se acercó a mí con paso inseguro, consciente de que Jake observaba cada uno de sus movimientos.

—¿Puedo hacer algo por usted?

—Ve a descansar un poco, Hanna. No te preocupes por mí.

—Pero…

—Ya la has oído —intervino Jake con tono helado—. Limpia todo esto y déjanos en paz.

Hanna, servil, asintió con la cabeza y se apresuró a retirar los platos no sin dirigirme una última mirada de inquietud.

—Buenas noches, Hanna —le dije con suavidad cuando salía por la puerta—. Gracias… por todo.

Cuando Hanna se hubo marchado, fui a lavarme la cara y los dientes. Presté una atención meticulosa a esas rutinas. Ahora todo me parecía distinto: sentía más que antes el contacto del agua caliente sobre el rostro, la suavidad de la toalla limpia sobre la piel. Cada uno de mis movimientos me parecía nuevo, como si los estuviera haciendo por primera vez. Pensé que aunque estuviera en el Infierno todavía estaba viva, todavía respiraba y podía hablar. Aunque ya no por mucho tiempo.

Al salir del baño encontré a Jake recostado en el sofá mirando al vacío mientras se masajeaba la barbilla con la mano. El frac estaba tirado en el suelo al lado de la pajarita blanca. Se había subido las mangas de la camisa, como si fuera a llevar a cabo un trabajo físico, y la habitación olía fuertemente a tabaco. Se había servido un vaso de whisky escocés y la bebida parecía haberle templado un poco los nervios. Cuando me vio, levantó la botella invitándome a un trago pero yo negué con la cabeza: no quería ofuscarme la mente con alcohol.

Fui hasta su lado, coloqué bien los cojines del sofá, vacié el cenicero y ordené los objetos que había encima de la mesita. Al final, cuando ya no había nada más con que distraerme, subí a la enorme cama, me hice un ovillo y esperé a que llegara la mañana. Estaba claro que ninguno de los dos iba a dormir esa noche. Jake ni siquiera intentaba hablar conmigo: parecía una estatua, estaba encerrado en su propio mundo. Me abracé las piernas y esperé con paciencia el terror que finalmente vendría a buscarme y me envolvería en oleadas. Pero el miedo no aparecía por ningún lado. No tenía ni idea de qué hora era. Al lado del teléfono había un reloj digital, y aunque intentaba no mirarlo, finalmente vi que eran las 3.45. Al cabo de un rato volví a mirar y vi que habían pasado muy pocos minutos: el tiempo parecía alargarse infinitamente. Jake y yo nos habíamos perdido en nuestros pensamientos.

Tenía la esperanza de que mis últimos pensamientos antes de perder la conciencia fueran para Xavier. Intenté imaginarme un cuento de hadas en el cual él vivía con una esposa adorable y cinco hijos. Phantom también viviría con ellos, y la casa estaría llena de música y de risas. Y los domingos irían todos juntos a animar al equipo local. Xavier pensaría en mí de vez en cuando, normalmente en momentos de soledad, pero yo para él ya sería un recuerdo distante: el de la novia del instituto que le había dejado una marca en el corazón pero no estaba destinada a formar parte de su vida.

—Estás pensando en él, ¿verdad? —La voz de Jake interrumpió mis pensamientos con la frialdad de un cuchillo—. No te culpo. Él nunca habría hecho nada tan estúpido: por lo menos te protegía. Ahora debes de despreciarme más que nunca.

—No quiero pasar mis últimas horas enfadada, Jake —repuse—. Lo hecho, hecho está. Ahora no tiene sentido culparte de nada.

—Te prometo que lo arreglaré, Beth —dijo con apasionamiento—. No permitiré que te hagan daño.

Su resistencia a aceptar la realidad me empezaba a irritar.

—Mira, tú estás acostumbrado a mandar y a esas cosas —respondí—. Pero ni siquiera tú puedes cambiar esto.

—Podríamos escapar —dijo con rapidez, como si continuara buscando una solución desesperadamente—. Pero todas las salidas están vigiladas. Y aunque consiguiéramos esquivar a los guardias, no llegaríamos muy lejos. Quizá podría sobornar a alguno de ellos para que nos dejara salir al Páramo…

Yo ni siquiera le escuchaba. No quería oír esas inverosímiles soluciones: solo quería estar en silencio un rato.

—Todavía nos queda tiempo hasta el amanecer. —Jake hablaba solo—. Se me ocurrirá algo.

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