Hacker

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Capítulo 31

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Capítulo 31

Por la mañana, Semus estaba recuperado, pero nadie sabía si se podía decir lo mismo de Max.

Se encontraron en el aeropuerto. Ambos volverían a Inglaterra en vuelos regulares, aunque Max todavía tardaría algunos días en tomar el suyo.

—Yo habría hecho lo mismo, Max.

—No quiero ofenderte, pero lo dudo.

—Te empeñas en seguir creyendo que no, pero la verdad es que tú y yo somos mucho más parecidos de lo que piensas.

—Estuve a punto de estrangularte.

Semus tragó saliva.

—¿Ves? Te estremeces al recordarlo. Y no es para menos. Podría haber acabado contigo en un instante. Si no lo hice fue por pura suerte. Por casualidad.

—Mira, Max. —El Aeropuerto de Seattle estaba lleno de gente y Semus no quería pifiarla de nuevo, como había sucedido en el autobús, así que bajó la voz—. Piensa un momento: ¿Dónde me encontraste? Tendría que haber estado sentado en mi puesto, ¿no? Allí me dejaste. Pero estaba de pie, junto a las otras mesas.

Max hizo memoria. Semus tenía razón. No había tardado tanto en salir a comprobar que la ciudad entera estaba a oscuras y en volver a entrar. Apenas unos segundos. Pero Semus no estaba en su sitio.

—Me levanté a buscarle. Al viejo. Al loco que dijo aquellas estupideces sobre el legado de Grove.

—¿Te levantaste a buscarle? —preguntó Max como si no lo hubiera oído a la perfección.

—¡Oh, sí! Y lo encontré. O al menos encontré a alguien. Si no le rompí la tráquea fue porque Dylan me lo impidió. Y luego entraste tú y… bueno, pasó lo que pasó.

—Me tomas el pelo —dijo Max. Pero sabía que Semus no mentía. Estaba adiestrado para distinguir los engaños y no había traza de mentira en el lenguaje corporal de su compañero.

—Pues sí que nos parecemos más de lo que creía.

—Los dos trabajamos en la oscuridad y nuestros mejores resultados significan que todo el mundo puede seguir con su vida, como siempre. No hay tanta diferencia.

Max asintió. Hacía tiempo que no recibía una de esas lecciones de vida, y siempre las agradecía.

—¿Vuelves a casa? —preguntó—. Tu avión ya está embarcando.

—Solo para hacer el equipaje. Ya he pasado mucho tiempo encerrado.

—¿Vacaciones?

—Digamos que sí.

Max rio, pero no preguntó nada más. Semus era un hombre leal y de palabra. Si había algo sobre lo que no podía hablar, no sería él quien lo presionara.

Se despidieron con un apretón de manos. Una de ellas grande y morena. La otra pálida, de dedos largos y flexibles.

Tan diferentes y tan semejantes al mismo tiempo.

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