Hacker

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Capítulo 21

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Capítulo 21

Max bajó de la ducha, dispuesto a echar una mano si hacía falta. Encontró a Dylan a solas en el salón con una caja de pizza grande. Los otros dos se habían llevado otra al búnker de la cabaña del jardín.

—Han dicho que no había tiempo que perder —explicó Dylan—. Si quieres mi opinión, te diré que el chaval parecía preocupado. Como si mis chicos hubiesen podido dañar sus equipos.

—Como si un extraño hubiese invitado a salir a su novia, ¿no? Entiendo lo que quieres decir. Parecen… bueno, parecen lo que son. Pero también hay más debajo de esa imagen. Al menos el mayor, Semus, me ha demostrado que tiene coraje.

Max resumió a su amigo el incidente con los semáforos que habían cambiado todos a la vez y cómo Semus corrió a salvar al bebé.

—En cuanto al chaval —continuó—, es un bocazas y siempre sabes lo que está pensando. Es incapaz de guardarse una emoción para sí mismo y no le confiaría un secreto, pero tiene la cabeza bien amueblada. Algunas de sus ideas son elaboradas, más propias de alguien mayor.

Dylan le sonreía desde uno de los sillones. Max había ocupado la parte central del sofá y cortaba con los dedos una porción de pizza de carne recubierta de un buen montón de queso y salsa barbacoa. No era su manera favorita de comer, pero tenía tanta hambre que no le habría hecho ascos ni a un aperitivo de saltamontes a la plancha de los que se servían en los mercados callejeros de Tailandia.

—Ahora el que parece un muchacho enamorado eres tú, jefe. Si Mei estuviese aquí, estaría tomándote el pelo a base de bien.

—La gente todavía es capaz de sorprenderme, supongo. Pero, créeme, cuando esto termine voy a ser el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra. Toda la misión es un despropósito. Perseguimos a una especie de fantasma, una hidra de mil cabezas pero sin un cuerpo al que apuntar y detener. Si esos dos no consiguen algo ahí abajo, no sé por dónde tirar.

—¿Y qué hay de Adam? Este tipo de cosas son su especialidad. Por no hablar de Mei.

Max sabía que su amigo tenía razón y que merecía una explicación. Pero no podía hablarle de Mei y no tenía la menor idea de dónde se encontraba Adam.

—Se supone que no debía contactar contigo tampoco.

—Eres el mejor cumpliendo normas, ¿eh, Max?

Max se encogió de hombros.

—Al final todos quieren lo mismo: que cumpla el encargo, que las aguas vuelvan a su cauce. Eso es lo que hago siempre, y esta vez no va a ser diferente.

Los dos amigos siguieron comiendo y charlando. El tiempo pasaba en la casa del jardín de Victoria Park. Ambos deseaban con todas sus fuerzas dar un paso más en su investigación, pero la imposibilidad de emplear sus teléfonos móviles y el hecho de que, en realidad, no tenían la menor idea de por dónde empezar, los mantenía no solo encerrados, sino también fuera de sí.

Ninguno de ellos estaba acostumbrado a depender de desconocidos.

—¿Vamos a hacerles una visita? —propuso Dylan.

—No va a ser necesario.

Semus entraba en ese momento por la puerta del salón. Llevaba una taza vacía en la mano y se entretuvo en llevarla hasta la cocina. Ansiosos, Max y Dylan se incorporaron en sus respectivos asientos. Cuando Semus volvió, parecían colegiales esperando a que les dieran las notas de un examen.

—Hemos hecho todo lo posible —comenzó a decir—. Hemos llegado tan lejos como hemos podido. Nuestro primer objetivo fue la SCLI, buscábamos la huella de Grove. Pero su compañera, esa Mei de la que tanto hablan, ha hecho un trabajo excelente. No ha sido posible replicar el ataque de La Furia.

Max sintió una punzada de orgullo y vio que Dylan sonreía. Aunque eso no tenía nada que ver con esos dos, sino que el buen trabajo de Mei obstaculizaba el suyo.

—Luego hemos apuntado a las mayores compañías telefónicas y a Tráfico. Hemos visto la huella. De hecho, habría sido imposible no verla. Parecía como si Grove quisiera que lo encontrásemos.

—¿Una trampa? —preguntó Max. Sonaba a eso, aunque para él el entorno informático no pasaba de ser algo abstracto e incorpóreo.

—Podría serlo. Pero para descubrirlo tendríamos que exponernos. Algo que debemos evitar. Si ellos nos encuentran antes que nosotros a ellos, nuestra ventaja desaparecerá.

—¿Pero es que tenemos alguna ventaja? —preguntó Max—. Porque mi sensación es que llevamos todo el día dando palos de ciego. Y muy pocos palos en mi opinión. Estamos como al principio, pero el tiempo corre en nuestra contra. Si no averiguamos algo pronto, empezarán a morir inocentes.

—Toei y yo somos conscientes. Pero no sabemos qué más hacer.

—Has dicho que la única manera de saber si nos tendían una trampa era exponernos, ¿verdad?

—Sí, pero eso significa darles acceso a una red que nos ha costado mucho construir. No es buena idea… O sea… Si en el futuro necesitásemos escondernos… Mostrarnos sería como quemar todos los puentes, Max.

Max miraba a Semus. Veía sus dudas, su azoramiento. Comprendía que le estaba pidiendo mucho. Posiblemente, lo que había montado en aquel búnker fuese el resultado del trabajo de toda una vida. Pero si no lo usaban, si usaban una táctica conservadora, lo perderían igualmente. Junto con un montón de vidas.

—Si no somos capaces de encontrarlos, tendrán que encontrarnos ellos a nosotros.

Semus se vino abajo. No sabía lo que Max quería decir, pero sí que sería peligroso. Y no solo para la red, sino para todos ellos.

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