Gypsy

Gypsy


Capítulo 22

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Capítulo 22

–No sirve de nada que sigas fustigándote… –Mamen miró a Lola y luego a Úrsula, que seguía en la cama con la almohada en la cara y sin parar de llorar. Había aparecido en Madrid de improviso, hecha un mar de lágrimas, y no había forma de tranquilizarla– en serio, si sigues así, llamo a tu madre.

–Sus padres no saben ni que está en España.

–Me da igual.

–Dejadme un ratito y se me pasa, en serio… –Se sentó y las miró, despeinada y llorosa, parecía un espantapájaros, pero le daba igual, su vida se había acabado y más valía que fuera pensando en meterse en un convento o en irse de misiones al África, porque no volvería a mirar a un tío a la cara en lo que le restara de vida.

–Tampoco puede ser para tanto.

–Ojalá.

–Vale, tú misma.

Sus dos amigas del alma, con las que venía compartiendo colegios, vacaciones, cumpleaños, aventuras y amistad desde la guardería, se fueron al salón y la dejaron sola. Las dos estudiaban másteres en Madrid, compartían piso y estaban solas, esa circunstancia la había empujado a coger un vuelo desde Dublín para esconderse en su casa, sin madres, ni padres, ni nadie a quién dar explicaciones, porque necesitaba pasar la vergüenza que tenía encima sin ojos escrutadores.

Necesitaba reponerse y recuperar la cordura antes de optar por tirarse al Liffey y morir sola y olvidada en un país extranjero.

Después de discutir con Manuela, que se había tomado fatal sus preguntas sobre los tinkers y todo eso, se fue a la residencia y ya no pudo dormir. Ella no era racista, se consideraba una mujer progre y abierta, nada más lejos de la imagen de tía llena de prejuicios que le había transmitido, sin querer, a Manuela, a la que había llegado a apreciar, y hasta admirar, los últimos meses. Que su amiga llegara a pensar de ella que era una vulgar y estúpida racista la partía por la mitad y empezó a darle vueltas a la necesidad de volver a su casa para aclarar algunas cosas, pero no se atrevió.

Aquella tarde tan rara la había fastidiado bien, seguramente no había sido capaz de manifestar su curiosidad como era debido y, siempre sin querer, le había dado una impresión equivocada. En casi cuatro meses que conocía a Manuela nunca la había visto tan seria, tan tensa, y supo que la había cagado aún más diciendo chorradas como que sus padres no adivinarían jamás que Paddy era gitano o que ella no pensaba casarse con él… dos comentarios sin importancia que, seguramente desde el punto de vista de una O’Keefe, sonaban fatal, al fin y al cabo se trataba de su familia. Sin embargo, tampoco era para tanto drama y para soltarle perlas como que se pensara lo de Paddy y lo dejara en paz. Porque eso había dicho, que se replanteara las cosas y actuara en consecuencia, ¿acaso creía que no sería capaz de estar con Paddy porque era gitano?, ¿en serio…?

No le gustaba cómo había manejado la situación, no había hecho bien haciendo ciertos comentarios, no había parecido muy normal que dijera que tenía miedo o que estaba preocupada, por supuesto que no. Uno no podía ir a la casa de alguien y decirle que le preocupaba que fueran gitanos, que su marido, sus preciosos hijitos y su familia política le disparaban las alarmas, había sido muy torpe dar a entender eso, pero no había sido su intención, jamás hubiese querido ofenderla, y se sentía fatal.

Encerrada en su habitación de la residencia empezó a idear formas de disculparse, pero de repente empezó a valorar otras posibilidades, otras como contemplar la idea de que en el fondo Manuela tenía toda la razón y, que, si se había tomado con tanta precaución el tema de los tinkers era porque en realidad era incapaz de digerir el asunto. ¿Por qué no ser sincera consigo misma y reconocer que el hecho de que Paddy fuera gitano le supondría en el futuro un problema gigantesco con su entorno, especialmente con sus padres? No sabía si llegarían a salir más de un mes o seis, no tenía ni idea, pero como aquello se alargara un poco, o se hiciera medio serio, podría tener un problema, mataría del disgusto a sus padres y por ahí no iba a pasar, ¿o sí?

Se estuvo repitiendo horas y horas que no era racista, ni clasista, ni tenía prejuicios, por el amor de Dios, era una tía progresista y del siglo XXI, que luchaba por los derechos humanos, colaboraba en varias ONG y se pasaba la vida en manifestaciones para defender el medio ambiente o a favor de la libertad de expresión. Tenía amigos de todos los colores y nacionalidades, nunca había discriminado a nadie, ni le había importado la raza de nadie, jamás, ¿por qué ahora la charla, mal conducida, con una amiga a la que acababa de conocer, la hacía dudar de sus principios?

Manuela O’Keefe era una tía adorable, pero en el fondo era una mujer implacable, la típica alta ejecutiva que a las diez de la mañana ya se había desayunado a diez como ella, y eso había hecho, había tirado de carácter y mala leche y la había hecho picadillo en cinco minutos, así de simple. Así que no sabía muy bien quién se tenía que disculpar con quién, porque no sabía cómo estaba ella en su preciosa casa, con su marido de cine y sus hijos de anuncio, no lo sabía, pero a ella la había destrozado y se sentía morir.

Ante ese panorama y empezando, de madrugada, a ser sincera de verdad consigo misma, decidió

que la peculiaridad de tener por novio a un gitano irlandés, miembro de una comunidad cerrada y desconocida, rodeada de misterios y asediada por los prejuicios de sus propios compatriotas, a lo mejor era de verdad un problema, y no quería complicarse la vida. No sabía lo que quería, sentía o pensaba de verdad, estaba muy mareada con todo aquello, así que decidió tomar el camino del medio y acabó diciéndole a Paddy que no se iba a París con él, porque tenía cosas que hacer en Oxford. Le mintió para no dar más explicaciones, no tenía ganas de enzarzarse en una sucesión de argumentos, uno de los cuales era que encontrarse con su madrastra allí no le apetecía nada, así que por mensaje le dijo eso y ya está, tampoco era nada suyo, y ella necesitaba tiempo para aclararse y recuperar el control de su cabeza.

Con eso decidido, regresó a su rutina con cuidado, calculando bien sus pasos para no verlo, porque no se trataba de quedar mal, aunque eso había sido justamente lo que había acabado pasando.

El veintisiete de enero, cuando se suponía que él iba camino de París, se fue al gimnasio, llevaba muchos días sin ir para no encontrárselo, y decidió que podría acudir sin peligro. Llegó a su hora habitual, entrenó como todos los días, se duchó y cuando ya se iba, esa chica, Lucy, la detuvo en el hall principal, muerta de la risa.

–Oye, tú, ¿qué le has hecho a Paddy O’Keefe?

–¿Yo?, no sé de qué me hablas.

–Ha estado aquí hace media hora, te vio en el ring y se largó con cajas destempladas. Me rogó que no te dijera que había venido.

–¿Qué? –El corazón se le subió a la garganta y se puso roja hasta las orejas.

–Ay Dios, siempre igual, al pobre no le queda otra que salir huyendo…

Ella se calzó bien la mochila y salió a la calle con una vergüenza gigantesca partiéndola por la mitad. Jamás, en toda su vida, la habían pillado en un renuncio o en una mentira así, era horrible y quiso meterse bajo tierra, era lo que faltaba para cerrar el ciclo de desgracias de sus últimos meses.

Espantoso y muy injusto para el pobre Paddy, que no tenía culpa de nada, que se había portado fenomenal con ella, y que ahora debía pensar que era una idiota integral y mentirosa.

Se echó a llorar en la calle, hundida por la culpa y la vergüenza, y no paró hasta que decidió coger un avión y viajar a España para esconderse en casa de sus amigas, para meterse debajo de un edredón hasta que esa sensación de bochorno tan grande la abandonara de una vez y pudiera volver a respirar.

–¿Qué?, ¿ya estás mejor? –Las chicas volvieron y le pusieron una taza de tila en las manos.

–Sí, es que no sé por qué estoy tan mal.

–Yo creo que son un cúmulo de cosas, Úrsula. Lo del trabajo con esa gente, el agobio, la infidelidad de Javier, el subidón con Paddy el Guapo y ahora el bajón por haber metido la pata… –

suspiró Lola–, no te atormentes por sufrir, tienes derecho a colapsar y a entrar en barrena.

–Oye, tampoco te pases –intervino Mamen–, ni que se le hubiera muerto alguien.

–Se siente fatal y cada uno asume sus penas a su manera, no la vas a juzgar por estar destrozada.

–No la juzgo, solo creo que tanto drama sobra, a lo mejor un poquito de sentido del humor ayuda.

La ha cagado, la pillaron en una mentira, joder, no será la primera vez que alguien mete la pata así, no es para estar en este plan.

–No es solo la mentira, es todo lo demás… Manuela y su familia se portaron tan bien conmigo y he quedado como una idiota con ellos, al menos con ella porque… ay Dios… si le ha contado a Paddy lo de la charla sobre los gitanos, entonces me muero de verdad…

–¿Por qué te importa tanto lo que opinen de ti? –preguntó Mamen sentándose frente a ella–.

Explícate, porque no te entiendo.

–No sé, supongo que es porque me gusta esa gente, son estupendos y me acogieron muy bien, de no ser por ellos, por Manuela, que me invitó a su casa y me trató como a una persona normal, me hubiese muerto del asco allí.

–Vale y si te parecen tan estupendos ¿por qué te importa que sean gitanos?

–¡¿Quién dice que me importa que sean gitanos?!

–No sé, tú le dijiste a esa tía, en su propia cocina, que te había sorprendido saber que eran gitanos, que habías estado investigando sobre el tema y que te, cito textualmente, «saltaron las alarmas», ¿no?

–Bueno, estaba en su derecho a preguntar –intervino Lola, que siempre era mucho más conciliadora–, no la vas a crucificar tú por eso ahora, ha venido para que la apoyemos, no para que empeoremos las cosas, ¿sabes?

–Yo solo intento que nos aclaremos.

–Joder, eso es justamente lo que ha pensado Manuela, que soy una vil racista y no es verdad.

–Yo creo que el error fue ir hasta allí intentando buscar complicidad con ella.

–¿Qué?

–Claro, tú, tan normal y directa como siempre, te fuiste a su casa y antes de pensar en sus circunstancias o en lo que le podía afectar el asunto, le sueltas lo que te dijo tu jefa y todo lo demás…

inconscientemente esperabas que ella te comprendiera, te informara y aliviara tus preocupaciones, empatizara contigo, pero no podía ser así, Úrsula, porque le estabas hablando de su familia.

–Esa chica es española, debería ser consciente de los prejuicios ancestrales y completamente incontrolados que nos rigen con respecto a ciertas cosas… –susurró Lola– me avergüenza reconocerlo, pero es así… en cuanto Úrsula me contó que Paddy era gitano mi primera reacción fue de rechazo y no soy racista. Fue superior a mí, Manuela debe saberlo, seguro que lo sabe, y debió ser más comprensiva y no hacer sentir a Úrsula como un estropajo.

–Yo debí ser más sensible primero y pensar antes de hablar –se atusó el pelo y suspiró–, jamás hubiese querido ofenderla o molestarla, nada más lejos de mi intención yendo a su casa y sí, es cierto, en mi interior creí que me diría que todo lo que Beatrice me había soltado era mentira o, si era verdad, que me lo iba a explicar tranquilamente y sin tensiones y podríamos compartir impresiones y ya está, sin drama, pero ella se lo tomó fatal.

–Vale, entonces, ¿qué se puede hacer para solucionar esto? Porque si no puedes pasar página, olvidarte de Manuela y a otra cosa mariposa, algo habrá que hacer.

–A lo mejor deberías dejarlo correr, acababas de conocer a esa gente, ¿qué más da ya lo que piensen o no de ti? –dijo Lola y Úrsula la miró a los ojos pensando en esa posibilidad.

–No, no puedo, aunque no vuelva a verlos en la vida, me gustaría disculparme o al menos explicarme un poco.

–Vale, punto uno resuelto –opinó Mamen y las miró a las dos indistintamente– en cuanto vuelvas a Irlanda te vas a ver a esa tía y le pides disculpas, intentas explicarte y le dices, sinceramente, que sabes que te equivocaste y que lo lamentas, que tú no eres una persona racista, ni prejuiciosa y que simplemente no supiste expresarte bien. Fin de la historia, a otra cosa.

–¿Y si la trata mal o algo?

–No la va a tratar mal, es una persona civilizada y educada, si no la mató en su propia casa, podrá soportar una charla más con Úrsula. No exageremos, por favor. Segundo punto.

–Ya… –Se sonó con el pañuelo de papel y las miró con los ojos llenos de lágrimas.

–¿Qué sientes por Paddy el Guapo?

–Ahora pura vergüenza. Por favor, ¿cómo pude ser tan gilipollas?… ¿sabéis lo amable, atento y majo que ha sido ese chico conmigo?, ni Javier, en diez años, me ha tratado así y yo voy y le miento descaradamente.

–Vale, puedes pasar y no volverlo a ver en la vida o, como con su madrastra, llamarlo, quedar con él y explicarle tus motivos.

–¿Y qué motivos? Le mentí por pura comodidad, por no dar más explicaciones, la charla con Manuela ya había sido suficiente…

–Yo creo que deberías pasar –intervino Lola–. Siendo sinceras, tú no quieres seguir saliendo con él, ¿para qué remover las cosas?, si un día te lo encuentras y te pregunta por qué estabas en Dublín cuando se suponía que estabas en Oxford, le dices que volviste antes y en paz… no hay que dar más detalles.

–En eso Lola tiene razón, tampoco es que hayas matado a alguien.

–Sí… pero me sigue dando vergüenza, no sé qué opinión tendrá ahora de mí.

–Pues que eres gilipollas. –Mamen se echó a reír y le tiró un cojín a la cabeza–. Has montado un drama de dimensiones estratosféricas, ¿te das cuenta?

–Creo que sí, pero estoy en baja forma, no puedo evitarlo.

–¿Y de verdad te acojona que sea gitano?

–No es eso.

–¿Te preocupa el asunto de los negocios turbios, la mala fama y la pasta a espuertas?

–Por supuesto que no, sé que los O’Keefe no tienen nada que ver con eso, solo tuve un momento de idiotez. Obviamente esas informaciones y datos no se refieren a ellos, y seguro que tampoco a los demás… como me dijo Manuela, los rumores que se cuentan son fruto del desconocimiento y la ignorancia.

–Vale ¿y entonces qué te pasa con él?, porque siendo como es, un adonis en carne mortal, campeón de boxeo y adorablemente cariñoso con sus hermanitos, con su familia y tan atento contigo, no entiendo por qué no quieres seguir saliendo con él. A nadie le amarga un dulce.

–No… –Se acordó que esa frase la había dicho el propio Paddy cuando lo había besado a traición en el coche y se echó a llorar.

–Vaya por Dios, no llores otra vez.

–No sé, es que estoy muy confusa, no sé ni qué quiero, intento racionalizarlo, pero no puedo y lo peor de todo… –las miró a los ojos y ellas la cogieron de las manos– sé que ya da igual lo que quiera o no, lo que decida o no, soy consciente de que ya perdí mi oportunidad con Paddy… y eso… eso no me lo podré perdonar en la vida.

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