Grey

Grey


Lunes, 30 de mayo de 2011

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Le dirijo una mirada de desconcierto mientras me subo la bragueta, y ella levanta el envoltorio vacío y me lo muestra a modo de explicación.

—Un hombre siempre puede tener esperanzas, Anastasia, incluso sueña, y a veces los sueños se hacen realidad.

No tenía ni idea de que fuera a utilizarlo tan pronto, ni de que las condiciones las pusiera ella, y no yo. Señorita Steele, a pesar de tanta inocencia es usted imprevisible, como siempre.

—Así que hacerlo en tu escritorio… ¿era un sueño? —pregunta.

Cariño… He follado en este escritorio muchas, muchas veces, pero siempre he sido yo quien lo ha provocado, nunca una sumisa.

Las cosas no funcionan así.

Su ánimo decae al leerme el pensamiento.

Mierda. ¿Qué puedo decir? Ana, a diferencia de ti, tengo un pasado.

Me recorro el pelo con la mano, frustrado; esta mañana las cosas no están saliendo según los planes.

—Más vale que vaya a darme una ducha —dice, doblegada.

Se levanta y empieza a caminar en dirección a la puerta.

—Tengo un par de llamadas más que hacer. Desayunaré contigo cuando salgas de la ducha. —La sigo con la mirada mientras me pregunto qué puedo decir para arreglarlo—. Creo que la señora Jones te ha lavado la ropa de ayer. Está en el armario.

Ella parece sorprendida, e impresionada.

—Gracias —dice.

—No se merecen.

Me mira con el entrecejo fruncido, desconcertada.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué esa cara?

—Bueno… estás aún más raro de lo habitual.

—¿Te parezco raro?

Ana, nena, soy raro por naturaleza.

—A veces.

Explícaselo. Explícale que nadie se había abalanzado sobre ti desde hacía mucho tiempo.

—Como de costumbre, me sorprende, señorita Steele.

—¿En qué le sorprendo?

—Digamos que esto ha sido un regalito inesperado.

—Nos proponemos complacer, señor Grey —dice para provocarme, y no aparta los ojos de mí.

—Y me complaces, desde luego —admito. Pero también me desarmas—. Pensaba que ibas a darte una ducha.

Ella tuerce el gesto.

Mierda.

—Sí… eh… luego te veo.

Da media vuelta y sale a toda prisa del estudio dejándome plantado en medio de un laberinto de ideas confusas. Sacudo la cabeza para aclarármelas y me dispongo a recoger todo lo que se ha esparcido por el suelo para volver a colocarlo sobre el escritorio.

¿Cómo narices se las arregla para entrar en mi estudio con tal desparpajo y tentarme?

Se supone que soy yo quien controla esta relación. En eso precisamente estuve pensando anoche, en cómo da rienda suelta a su entusiasmo y a su ternura. ¿Cómo narices se supone que voy a manejar eso? La verdad es que no lo sé. Interrumpo mis pensamientos para echar un vistazo al teléfono.

Claro que es agradable.

Sí.

Muy agradable.

Al pensarlo suelto una risa, y me acuerdo de su último e-mail. Mierda, tengo una llamada perdida de Bill. Debe de haberme telefoneado mientras estaba en plena acción con la señorita Steele. Me siento al escritorio, de nuevo amo y señor de mi universo —mientras ella esté en la ducha—, y llamo a Bill. Tiene que explicarme lo de Detroit… Y yo tengo que seguir jugando a mi juego.

Bill no contesta, así que llamo a Andrea.

—¿Señor Grey?

—¿Está disponible el jet para hoy y mañana?

—No está previsto que se use hasta el jueves, señor.

—Estupendo. ¿Puedes intentar ponerme con Bill?

—Claro.

La conversación con Bill es tediosa. Ruth ha hecho un trabajo excelente buscando todas las zonas industriales en recalificación de Detroit. En dos de ellas es viable la construcción de la planta de componentes electrónicos, y Bill está seguro de que Detroit dispone de toda la mano de obra que necesitamos.

El corazón me da un vuelco.

¿Tiene que ser en Detroit?

Albergo vagos recuerdos del lugar: borrachos, vagabundos y adictos al crack gritándonos por las calles; el antro de mala muerte al que llamábamos hogar, y una mujer joven, hecha polvo, la puta adicta crack a la que llamaba «mami», sentada con la mirada perdida en una habitación anodina y mugrienta con el aire estancado y manchas de humedad.

Y él.

Me estremezco. No pienses en él… ni en ella.

Pero no puedo evitarlo. Ana no ha hecho ningún comentario sobre mi confesión de la noche anterior. Jamás le he hablado a nadie de la puta adicta al crack. Tal vez por eso Ana se me ha echado encima esta mañana: cree que necesito un poco de ternura.

A la mierda.

Nena, tomaré tu cuerpo si me lo ofreces. Estoy perfectamente. Sin embargo, tan pronto acabo de pensarlo, me pregunto si de verdad estoy bien. No hago caso de la desazón que siento; es un tema para comentarlo con Flynn cuando vuelva.

Por el momento, tengo hambre. Espero que Ana haya movido su bonito culo y haya salido de la ducha, porque necesito desayunar.

La encuentro de pie junto a la barra de la cocina, hablando con la señora Jones, que tiene la mesa del desayuno preparada para dos.

—¿Le apetece comer algo? —pregunta la señora Jones.

—No, gracias —contesta Ana.

Ah, no. Ni se te ocurra.

—Pues claro que vas a comer algo —mascullo dirigiéndome a las dos—. Le gustan las tortitas con huevos y beicon, señora Jones.

—Sí, señor Grey. ¿Qué va a tomar usted, señor? —contesta sin pestañear.

—Tortilla, por favor, y algo de fruta. Siéntate —le ordeno a Ana señalando uno de los taburetes de la barra.

Ella obedece, y me siento a su lado mientras la señora Jones nos prepara el desayuno.

—¿Ya has comprado el billete de avión? —pregunto.

—No, lo compraré cuando llegue a casa, por internet.

—¿Tienes dinero?

—Sí —contesta como si estuviera hablando con un niño de cinco años, y se retira el pelo hacia la espalda a la vez que frunce los labios, mosqueada, creo.

Arqueo una ceja en señal de desaprobación. Podría volver a zurrarte, cariño.

—Sí tengo, gracias —dice enseguida y en un tono más manso.

Así está mejor.

—Tengo un jet. No se va a usar hasta dentro de tres días; está a tu disposición.

Seguro que me dice que no, pero por ofrecérselo no pierdo nada.

Ella se queda boquiabierta de la sorpresa, y su expresión se demuda, pasando del asombro a la admiración y a la exasperación a partes iguales.

—Ya hemos abusado bastante de la flota aérea de tu empresa. No me gustaría volver a hacerlo —dice con desenfado.

—La empresa es mía, el jet también.

Ella niega con la cabeza.

—Gracias por el ofrecimiento, pero prefiero coger un vuelo regular.

Muy pocas mujeres desaprovecharían la oportunidad de volar en un jet privado, pero parece que esta chica no se deja impresionar por la riqueza material, o tal vez no quiere sentirse en deuda conmigo; no estoy seguro de cuál es la razón. Sea como sea, es muy testaruda.

—Como quieras. —Suspiro—. ¿Tienes que prepararte mucho para las entrevistas?

—No.

—Bien.

Le pregunto qué editoriales tiene previsto visitar, pero ella no me lo dice y me obsequia con una sonrisa hierática. No piensa revelar su secreto.

—Soy un hombre de recursos, señorita Steele.

—Soy perfectamente consciente de eso, señor Grey. ¿Me va a rastrear el móvil?

Cómo no iba a acordarse de eso.

—La verdad es que esta tarde voy a estar muy liado, así que tendré que pedirle a alguien que lo haga por mí —repongo con una sonrisita.

—Si puedes poner a alguien a hacer eso, es que te sobra personal, desde luego.

Vaya, qué desparpajo tiene hoy.

—Le mandaré un correo a la jefa de recursos humanos y le pediré que revise el recuento de personal.

Esto es lo que me gusta: la chispa que surge en nuestras conversaciones. Me resultan reconfortantes y divertidas, y no he vivido nunca nada parecido con nadie.

La señora Jones nos sirve el desayuno, y me alegro de ver que Ana come con ganas. Cuando la señora Jones sale de la cocina, Ana se me queda mirando.

—¿Qué pasa, Anastasia?

—¿Sabes?, al final no me has dicho por qué no te gusta que te toquen.

¡Otra vez no!

—Te he contado más de lo que le he contado nunca a nadie.

Mi voz grave oculta mi frustración. ¿Por qué insiste en hacerme esas preguntas? Da otro par de bocados a la tortita.

—¿Pensarás en nuestro contrato mientras estás fuera? —pregunto.

—Sí.

Es sincera.

—¿Me vas a echar de menos?

¡Grey!

Se vuelve para mirarme, tan sorprendida como yo por la pregunta.

—Sí —dice al cabo de unos instantes con una expresión abierta y sincera.

Esperaba un comentario mordaz; sin embargo, me ha respondido con la verdad. Y, aunque parezca extraño, su confesión me tranquiliza.

—Yo también te voy a echar de menos —mascullo—. Más de lo que imaginas.

Mi apartamento estará un poco más silencioso sin ella, y un poco más vacío. Le acaricio la mejilla y le doy un beso. Ella me dirige una dulce sonrisa antes de seguir desayunando.

—Me lavo los dientes y después debería irme ya —anuncia en cuanto termina.

—Qué pronto. Pensaba que te quedarías un poco más.

Está desconcertada. ¿Qué creía? ¿Que iba a echarla sin miramientos?

—Ya he abusado bastante de usted y le he robado demasiado tiempo, señor Grey. Además, ¿no tiene que ir a ocuparse de su imperio?

—Puedo hacer novillos.

La esperanza crece en mi pecho y en mi voz. Por eso mismo he anulado todos los compromisos de esta mañana.

—Tengo que prepararme para las entrevistas. Y cambiarme de ropa.

Ana me mira con recelo.

—Así estás preciosa.

—Bueno, gracias, señor —dice con gentileza.

Pero sus mejillas adoptan ese tono rosado tan típico de ella, igual que el de su culo anoche. Siente vergüenza. ¿Cuándo aprenderá a aceptar un cumplido?

Se levanta para llevar el plato al fregadero.

—Deja eso. La señora Jones se ocupará.

—Vale. Voy a lavarme los dientes.

—Por favor, no te cortes si te apetece utilizar mi cepillo de dientes —digo con ironía.

—Es justo lo que pensaba hacer —contesta ella, y sale de la cocina pavoneándose.

Esta mujer tiene respuesta para todo.

Regresa al cabo de poco con el bolso en la mano.

—No te olvides de llevarte a Georgia la BlackBerry, el Mac y los cargadores.

—Sí, señor —responde, obediente.

Buena chica.

—Ven.

La acompaño al ascensor y entro con ella.

—No hace falta que bajes. Sé llegar sola al coche.

—Forma parte de los servicios que presto —suelto en tono irónico—. Además, así puedo besarte mientras te acompaño.

La envuelvo en mis brazos y hago justo lo que le he dicho, saboreándola a ella y su lengua, y la despido como es debido.

Los dos estamos excitados y sin resuello cuando se abren las puertas en la planta del parking. Pero se va. La acompaño hasta el coche y le abro la puerta conteniendo el deseo de volver a tocarla.

—Adiós, hasta dentro de unos días, señor —susurra, y vuelve a besarme.

—Conduce con cuidado, Anastasia. Y que tengas buen viaje.

Le cierro la puerta, me retiro y la miro hasta que se marcha. Luego subo al apartamento.

Llamo a la puerta del despacho de Taylor y le informo de que quiero salir hacia la oficina dentro de diez minutos.

—Me encargaré de que el coche esté a punto, señor.

Llamo a Welch desde el coche.

—Señor Grey —dice en un tono áspero.

—Welch. Anastasia Steele comprará hoy un billete de avión. Tiene previsto salir esta noche de Seattle con destino a Savannah. Quiero saber cuál es su vuelo.

—¿Tiene preferencia por alguna aerolínea?

—Me temo que no lo sé.

—Veré qué puedo hacer.

Cuelgo. Mi astuto plan empieza a ponerse en marcha según lo previsto.

—¡Señor, Grey!

Andrea se sobresalta al verme aparecer con varias horas de antelación. Me entran ganas de decirle que esa puta oficina es mi lugar de trabajo, pero opto por ser amable.

—He pensado que estaría bien darte una sorpresa.

—¿Café? —pregunta con voz chillona.

—Sí, gracias.

—¿Con o sin leche?

Buena chica.

—Con leche. Y espuma.

—Sí, señor Grey.

—Intenta ponerte en contacto con Caroline Acton. Me gustaría hablar con ella ahora.

—Por supuesto.

—Y concierta una reunión con Flynn para la semana que viene.

Ella asiente y vuelve a su silla para seguir trabajando. Una vez que me instalo ante mi escritorio, enciendo el portátil. El primer correo de la bandeja de entrada es de Elena.

De: Elena Lincoln

Fecha: 30 de mayo de 2011 10:15

Para: Christian Grey

Asunto: Fin de semana

 

¿Qué hay, Christian?

Tu madre me ha dicho que anoche llevaste a una chica a cenar.

Estoy intrigada. No es tu estilo.

¿Has encontrado a una nueva sumisa?

Llámame.

 

Ex

 

ELENA LINCOLN

ESCLAVA

For The Beauty That Is YouTM

Justo lo que me faltaba. Cierro el e-mail, decidido a no tenerlo en cuenta por ahora. Olivia da unos golpecitos en la puerta y entra con mi café a la vez que Andrea me llama por teléfono.

—Tengo a Welch esperando, y le he dejado un mensaje a la señora Acton —anuncia.

—Bien. Ponme con él.

Olivia deja el café con leche sobre mi escritorio y se marcha aturullada. Hago todo lo posible por ignorarla.

—Welch.

—No ha comprado ningún billete de avión todavía, señor Grey. Pero estaré al tanto y le mantendré informado si se produce algún cambio.

—Por favor, hazlo.

Cuelga. Doy un sorbo de café y marco el número de Ros.

Poco antes de comer, Andrea me comunica con Caroline Acton.

—Señor, Grey. Me alegro mucho de tener noticias suyas. ¿En qué puedo ayudarle?

—Hola, señora Acton. Quiero lo de siempre.

—¿Un fondo de armario? ¿Tiene pensada alguna tonalidad especial?

—Azules y verdes. Plateado, tal vez, para alguna ocasión formal. —Me viene a la cabeza la cena de la Cámara de Comercio—. Los tonos de las piedras preciosas, creo.

—Muy bonito —responde la señora Acton con su habitual entusiasmo.

—Y para la ropa interior y la ropa de noche, raso y seda. Algo con glamour.

—Sí, señor. ¿Ha pensado en algún presupuesto?

—El presupuesto da igual. No repare en gastos; quiero lo mejor.

—¿Zapatos también?

—Sí, gracias.

—Estupendo. ¿Tallas?

—Se las enviaré por correo. Tengo su dirección, de la última vez.

—¿Cuándo quiere recibirlo?

—Este viernes.

—Seguro que podré ocuparme de ello. ¿Quiere ver fotos de lo que elija?

—Sí, gracias.

—Estupendo. Me pongo manos a la obra.

—Gracias.

Cuelgo y Andrea me pasa con Welch.

—Welch.

—La señorita Steele viajará en el DL2610 a Atlanta, sale esta noche a las 22.25.

Anoto todos los detalles de sus vuelos y de la escala con destino a Savannah. Le pido a Andrea que acuda a mi despacho, y ella entra momentos después con su libreta en la mano.

—Andrea, Anastasia Steele tomará estos vuelos. Haz que la pongan en primera clase, ocúpate de que no tenga que facturar y paga para que la dejen entrar en la sala de embarque de primera. Compra también el asiento de al lado de los dos vuelos, de ida y de vuelta. Utiliza mi tarjeta de crédito personal.

La mirada de perplejidad de Andrea me da a entender que cree que he perdido por completo el juicio, pero pronto se recupera y coge mi nota escrita a mano.

—Lo haré, señor Grey.

Se esfuerza al máximo para mantener la profesionalidad, pero la descubro sonriendo.

No es asunto suyo.

Paso la tarde de reunión en reunión. Marco ha preparado informes preliminares de las cuatro editoriales con sede en Seattle. Los reservo para leerlos más tarde. También está de acuerdo conmigo respecto a lo de Woods y su empresa. Las cosas se pondrán feas, pero, después de comprobar las sinergias, la única opción para seguir adelante es absorber la división tecnológica de Woods y liquidar el resto de la empresa. Saldrá caro, pero es lo mejor para Grey Enterprises Holdings.

A última hora de la tarde consigo hacer un hueco para una rápida y agotadora sesión de entrenamiento con Bastille, de modo que cuando vuelvo a casa estoy tranquilo y relajado.

Tras una cena ligera, me siento ante el escritorio para leer los e-mails. Lo primero que tengo que hacer es responderle a Elena, pero, cuando abro el programa de correo, veo un mensaje de Ana. He estado pensando en ella casi todo el día.

De: Anastasia Steele

Fecha: 30 de mayo de 2011 18:49

Para: Christian Grey

Asunto: Entrevistas

 

Querido Señor:

Las entrevistas de hoy han ido bien.

He pensado que igual le interesaba.

¿Qué tal su día?

 

Ana

Tecleo la respuesta de inmediato.

De: Christian Grey

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:03

Para: Anastasia Steele

Asunto: Mi día

 

Querida señorita Steele:

Todo lo que hace me interesa. Es la mujer más fascinante que conozco.

Me alegro de que sus entrevistas hayan ido bien.

Mi mañana ha superado todas mis expectativas.

Mi tarde, en comparación, ha sido de lo más aburrida.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me reclino en el asiento y me froto la barbilla mientras espero.

De: Anastasia Steele

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:05

Para: Christian Grey

Asunto: Mañana maravillosa

 

Querido Señor:

También la mañana ha sido extraordinaria para mí, aunque se haya puesto raro después del impecable polvo sobre el escritorio. No crea que no me he dado cuenta.

Gracias por el desayuno. O gracias a la señora Jones.

Me gustaría hacerte algunas preguntas sobre ella (sin que vuelvas a ponerte raro conmigo).

 

Ana

¿Raro? ¿Qué narices ha querido decir con eso? ¿Me está llamando raro? Bueno, supongo que lo soy. Quizá. Tal vez se haya dado cuenta de que me ha sorprendido que tomara la iniciativa… porque nadie lo había hecho desde hacía mucho tiempo.

«Impecable»… Me lo apunto.

De: Christian Grey

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:10

Para: Anastasia Steele

Asunto: ¿Tú en una editorial?

 

Anastasia:

«Ponerse raro» no es una forma verbal aceptable y no debería usarla alguien que quiere entrar en el mundo editorial.

¿Impecable? ¿Comparado con qué, dime, por favor? ¿Y qué es lo que quieres preguntarme de la señora Jones? Me tienes intrigado.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Steele

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:17

Para: Christian Grey

Asunto: Tú y la señora Jones

 

Querido Señor:

La lengua evoluciona y avanza. Es algo vivo. No está encerrada en una torre de marfil, rodeada de carísimas obras de arte, con vistas a casi todo Seattle y con un helipuerto en la azotea. Impecable en comparación con las otras veces que hemos… ¿cómo lo llama usted…?, ah, sí, follado. De hecho, los polvos han sido todos impecables, punto, en mi modesta opinión… pero, claro, como bien sabe, tengo una experiencia muy limitada.

¿La señora Jones es una exsumisa suya?

 

Ana

Su respuesta me hace reír a carcajadas, pero luego me quedo parado.

¡¿La señora Jones, una sumisa?!

De ninguna manera.

Ana, ¿estás celosa? Y, hablando de lengua, ¡cuidado con esa boquita…!

De: Christian Grey

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:22

Para: Anastasia Steele

Asunto: Lenguaje. ¡Esa boquita…!

 

Anastasia:

La señora Jones es una empleada muy valiosa. Nunca he mantenido con ella más relación que la profesional. No contrato a nadie con quien haya mantenido relaciones sexuales. Me sorprende que se te haya ocurrido algo así. La única persona con la que haría una excepción a esta norma eres tú, porque eres una joven brillante con notables aptitudes para la negociación. No obstante, como sigas utilizando semejante lenguaje, voy a tener que reconsiderar la posibilidad de incorporarte a mi plantilla. Me alegra que tengas una experiencia limitada. Tu experiencia seguirá estando limitada… solo a mí. Tomaré «impecable» como un cumplido… aunque contigo nunca sé si es eso lo que quieres decir o si el sarcasmo está hablando por ti, como de costumbre.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc., desde su torre de marfil

Aunque tal vez no sea buena idea que Ana trabaje para mí.

De: Anastasia Steele

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:27

Para: Christian Grey

Asunto: Ni por todo el té de China

 

Querido señor Grey:

Creo que ya le he manifestado mis reservas respecto a trabajar en su empresa. Mi opinión no ha cambiado, ni va a cambiar, ni cambiará, jamás. Ahora te tengo que dejar porque Kate ya ha vuelto con la cena. Mi sarcasmo y yo te deseamos buenas noches.

Me pondré en contacto contigo cuando esté en Georgia.

 

Ana

Por algún motivo, me molesta un poco saber que no está dispuesta a trabajar para mí. Tiene una nota media impresionante. Es brillante, encantadora, divertida; sería un plus para cualquier compañía. Y también es lo bastante sensata para decir que no.

De: Christian Grey

Fecha: 30 de mayo de 2011 19:29

Para: Anastasia Steele

Asunto: ¿Ni por el té Twinings English Breakfast?

 

Buenas noches, Anastasia.

Espero que tu sarcasmo y tú tengáis un buen vuelo.

 

Christian Grey

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