Gloria

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SEGUNDA PARTE » XXXII.- Pascua de Resurrección.

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Todo el movimiento y la fuerza nerviosa que estrechaban el cuello del hebreo cesaron. Separose la persona de Gloria de la armonía de lo viviente y su bella faz se fue apagando como ascua, quedando en perfecta calma aquella ceniza hermosa y tibia, a cada instante más fría, más blanca y más inmóvil. Creeríase que aún susurraba la vida en sus labios; mas era ilusión. Era que persistía la expresión sublime de sus sentimientos, y aquella ceniza sin lumbre amaba al parecer todavía. Los ángeles, acercándose suavemente, la tocaron con sus blandas manos, la examinaron, la suspendieron, y el fatigado espíritu suspiró al tener conciencia de su nueva vida. A punto que el alma libre tendía su primera mirada por lo infinito, Daniel Morton oyó las campanas que dentro y fuera de la iglesia sonaban con estrépito. Era el momento en que el cura cantaba con su vieja vocecilla

Gloria in excelsis Deo. Todo era alegría en memoria de la resurrección del Señor.

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