G

G


5.

Página 19 de 38

Le dio un escalofrío. Él la tapó con la sábana. Al hacerlo, vio su cuerpo tenso, casi recto, si no fuera por una cadera ligeramente levantada. Hay mujeres —con frecuencia suelen ser anchas de cadera y regordetas— cuyos cuerpos resultan impensablemente hermosos en posición yacente. Se diría que su formación natural, al igual que la de un paisaje, es horizontal. Y del mismo modo que un paisaje es ilimitado, pues el horizonte no cesa de alejarse conforme avanza el ojo del viajero, así también, para el tacto, estos cuerpos carecen de límites y se extienden hasta el infinito, independientemente de su tamaño real. Bajó la mano y la acarició. El gran triángulo de vello oscuro sobre la piel pálida anunciaba inequívocamente el misterio que ocultaba.

Le hubiera gustado decirle antes de lavarse, mientras todavía eran extraordinarios, acostados en la cama, que si le pedía que se fuera con él, se iría. Habría sido una manera de decirle lo que sentía: todo lo que había supuesto sobre ella había resultado ser cierto; la conocía mejor que cualquier otra persona. Así que ahora tenía que saber —porque no creía que volviera a verlo— que lo amaba, lo amaba como a un hijo. Pero si hablaba de irse con él, él mentiría y malinterpretaría sus palabras. Tenía que encontrar otra manera de decírselo. Temía que si no se lo decía, Eduard se mataría o la mataría. Creía que diciéndoselo los protegería a los tres en el futuro.

Y así sucedió que la joven novia campesina que una hora y media antes se había avergonzado de desnudarse en su presencia, de repente retiró la sábana, se arrodilló en la cama y, levantando la cabeza —de forma que veía los reflejos azulados de las cuentas de cristal de la lámpara que colgaba del medio del techo—, lo tomó por las sienes y le apretó la cara contra su vientre mientras repetía su nombre y las lágrimas le resbalan por las mejillas.

Más tarde, aquella noche, G. vio a Weymann. Éste, que normalmente era imperturbable, estaba claramente nervioso. Durante la tarde, después de enterarse de la noticia del accidente de Chávez, Weymann había despegado en su propia avioneta con la intención de volar hacia el Simplon; el premio por llegar hasta Milán estaba todavía por ganar. Pero al comprobar la fuerza del viento se dio la vuelta para volver a aterrizar en el campo de los hangares de lona.

¿A qué hora despegaste?

A las 3.43, unas dos horas después de Geo.

¿Era mucho más fuerte el viento?

En tierra no se apreciaba. Pero cuando me elevé unos mil metros, justo después del puente de Napoleón, empezó a soplar con toda su fuerza. Siempre es ahí, en el mismo sitio. Se te viene encima de pronto y te golpea de costado, como el remolino de un tren expreso. No puede haber sido menos fuerte cuando él cruzó. Pero yo no creo en correr riesgos innecesarios, y él sí.

Sin embargo, lo consiguió. Visto así, el riesgo parece menor, ¿no? Demostró que el riesgo no era tanto.

Lo está demostrando en el hospital.

¡Pero cruzó!

No piensas lo mismo cuando tienes que enfrentarte a ese viento. Sientes cómo va tensando cada uno de los soportes y de las junturas de las alas.

Supongamos que cruzara y aterrizara sano y salvo, pero que tuvo problemas con el motor ya en tierra, ¿te hubieras vuelto entonces? Supongamos que lo hubiera demostrado sin que surgiera ningún contratiempo, ¿te hubieras vuelto?

Sí. Me limito a estudiar mi máquina y las condiciones atmosféricas, nada más. En el aire tienes que ser prudente, amigo mío. Tienes que estar seguro de lo que puedes o no puedes hacer. Y si dudas, no lo hagas. Geo quería ser un héroe. Y en el aire eso es fatal.

Ha demostrado que es posible algo que la gente creía imposible. ¿No es eso una gran hazaña?

Respeto su valor, pero es un ejemplo peligroso.

Por eso ofrecen un premio. Si no hubiera peligro...

No. No. No me refiero a los peligros naturales de volar. Me refiero al peligro de fomentar la temeridad y el correr riesgos innecesarios. En el fondo, volar es como todo, el secreto del éxito está en guardar un sano respeto por aquello a lo que te enfrentas. Si quieres conseguir algo no te pones a hacer sandeces. No soy un cobarde, pero tampoco soy idiota.

Estás diciendo que él es idiota.

Es un héroe. Pero te apuesto lo que quieras a que en este momento se está maldiciendo por idiota. Dicen que no está del todo claro que pueda a volver a andar bien.

Te sientes mal por haberte vuelto.

Ven conmigo. Mañana voy a Domodossola a verlo. Me han prestado un Fiat. ¿O todavía estás esperando una respuesta de la camarerita? ¿Cómo se llamaba?

Se llama Leonie.

¿Como aquella montaña? Leone.

Se escribe de otra manera.

¡No me fiaría de ninguna de las dos!, bromeó Weymann.

Iré contigo a Domodossola.

Ir a la siguiente página

Report Page