Futu.re

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XV. El infierno

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—No me interrumpas, hermano. —El estudiante le da un empujón con el hombro—. En fin. Allí en Europa a los tíos no se os levanta, ¿no? Me refiero a la libido.

—¿Y eso por qué? —digo ofendido.

—Por la buena vida, supongo. ¡Todo lo que rodamos aquí lo compráis vosotros! O sea, las perspectivas son alucinantes. ¡Encantado de conocerte!

Se mete la mano en la solapa de su chaqueta entallada —de cintura para abajo viste un pantalón de chándal— y extrae una tarjeta de visita y me la entrega. Es una tarjeta física, de papel fino y barato, pero el nombre está impreso en letras de oro. «Hemu Tirak», dice la cartulina. «Productor de porno». La guardo respetuosamente en el bolsillo de pecho.

—¡Abuelito, échame a mí también! —pide Hemu, empollón y productor de porno.

—¿Tu mujer no tendrá nada en contra? —se pitorrea Devendra—. La mía, ¿sabes?, sufre cuando me pongo contentito.

—¡Porque del páncreas te queda sólo un cuarto y lo quieres embalsamar también! —explota la anciana.

—¡Chitón! —Devendra junta las cejas pobladas—. ¡Soy yo el que manda en esta casa!

—Yo, por ejemplo, no me puedo quejar —insisto; una marea cálida me invade el cráneo.

—¡Es otra prueba de que es un chaval! —interrumpe nuestra negociación el viejo Devendra.

—Buen chico, qué quieres que te diga. —El gafotas me da una palmada en el hombro—. ¡Sigue así! Pero no sé por qué a los vuestros les gusta ver a las nuestras. Quizá porque saben que si una tía aparenta diecisiete, diecisiete tiene. O porque lo hacemos aquí con más chispa, como si fuera siempre la última vez…

Annelie está de espaldas hacia mí, se ha agachado y parece entretenida con algo. Me apetece acercarme a ella. Acariciarle la espalda. Cogerla de la mano. ¿Por qué le he echado la bronca?

—Nuestro tío Genesh tuvo un tumor —dice Radj—. Cáncer de páncreas.

—Se refiere a mi hermano —explica Devendra—. Era un buen hombre. Todos tenemos problemas de tripa.

—Estuvo dos años muriéndose —sigue Radj—. Tenía setenta. Los médicos le daban dos meses, pero aguantó dos años. Y cada noche exigía que su mujer, mi tía Ayushi, se acostara con él. Tenía sus años, por cierto. Y se acostaban, ¿sabes? ¡Menuda potencia tenía el hombre! La tía decía que cada vez que lo hacían le daba miedo que se le muriera encima. Pero no podía decirle que no.

—¿No podía? ¡No quería! —brama Devendra—. ¡Ése sí que era un hombre! —Confirma sus palabras con un gesto sugerente.

—¡Pues haz como él! —le dice la mujer, poniéndole en las narices su dedo nervudo.

—¡Es lo que hago! —El viejo se bebe otro vaso.

—En fin, lo llevamos en la sangre. —Hemu, el gafotas, le acerca una taza esmaltada para que se la llene—. Hablo de la pasión.

—¡No me extraña, con un bellezón así! —Devendra le da un codazo a su vieja y señala con la cabeza a la rubia embarazada—. Aunque tú tampoco estabas mal…

—Pues a mí no me importaría beber de su agua —reconoce la anciana.

—Conseguiremos para ti también, abuela Chajna —asegura Radj.

—Quiero brindar, Hemu, por que tu Bimby te traiga un buen chiquillo —sonríe Devendra.

—Yo me uno. —Radj alarga su vaso—. ¡Por tu hijo, hermano! ¡Y por ti, Bimby! Necesitamos muchachos. Nuestra familia, nuestro pueblo…

Todos brindan por la Bimby emperifollada; ésta se ríe por lo bajo para no provocar un parto prematuro.

—Voy a tomar el aire. —Devendra se levanta de la silla destartalada—. ¡Eh, vieja! ¿Sales conmigo?

—A ver, amigo. Volviendo a nuestros negocios. —Hemu me tira de la manga—. Todos dicen que los vuestros se han vuelto majaretas de tanta simulación y relaciones virtuales… Pero tengo una idea genial. Reclutamos aquí un batallón de jovencillas, las ponemos delante de las cámaras… ¿Lo pillas?

—Espera. Ahora vuelvo…

Me levanto, le doy la espalda y me dirijo hacia Annelie haciendo eses. Tengo que explicarle por qué se lo he dicho así. La tengo delante de mis ojos, desnuda, alocada, tirada sobre el césped suave… Y luego en esa maldita consulta, donde le dijeron que…

—Escúchame… —Le pongo la mano en el hombro—. ¡Escucha! Perdóname, yo…

Se estremece, como si le diera un pinchazo. Se vuelve. Tiene en las manos un comunicador.

—Sonia me lo ha dejado. He llamado a Wolf.

—¿Qué?

—Para que sepa dónde estoy. Para que me venga a buscar. Los Inmortales aquí no nos encontrarán.

—Pero si…

—No quiero esperar más —dice Annelie—. Necesito que me recoja. ¿Entiendes?

—Entiendo…

—Siento haberte pegado. Sigues sangrando todavía.

Me limpio la boca. La mano se me tiñe de rojo.

—No pasa nada —respondo sonriendo—. Me lo he desinfectado.

El sabor del aguardiente se desvanece, el de la sangre se queda. Me trago la saliva viscosa. Respiro por la nariz.

Mi sangre huele a hierro oxidado.

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