Ful

Ful


Primera parte. Parecía un buen plan » 11. Pepe el mosso

Página 14 de 69

11

Pepe el mosso

En la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Lleida el ambiente no es el mejor cuando hay un caso de homicidio pendiente de resolución. Todo el mundo va estresado y la tensión cae en cascada desde el despacho del intendente, en lo alto del edificio, hasta el mosso de la puerta.

Aquella mañana, el caporal Alfredo Pujol se había encontrado con el subinspector Rodríguez en el despacho interior que tenía en la sala de la Unidad Territorial de Investigación Criminal. Alfredo tenía el pelo corto y castaño claro. Le gustaba el gimnasio y era un asiduo de las zonas donde «los cachas» se miran al espejo más que entrenan. Siempre de aspecto saludable, llevaba unas semanas algo pálido y solo le faltaba llevar sobre sus hombros un caso de doble homicidio. El subinspector se había sentado con él para estudiar y comprobar los avances.

Habían examinado con atención un listado telefónico que les habían pasado de manera anticipada desde una compañía telefónica. Suele costar unos días, pero en casos así la policía tira de contactos para acelerar el envío de esos datos, a la espera de que llegue de manera oficial. Burocracia pura y dura. Para su esperanza, había un número que se repetía muchas veces aquellos últimos días y se intercalaba con una cabina telefónica. Quedaban pocas, pero aún las había. Era una centralita que se encontraba en Lleida y a poca distancia en coche o a pie de la zona del casco antiguo. A poco más de un kilómetro en línea recta de la zona cero.

—Hay que buscar las cámaras de la plaza de Ricardo Viñes. Hay muchos bancos y eso quiere decir alguna oportunidad de que nuestro hombre o alguno de ellos, si son más de uno, pase por allí hacia la cabina. Se han de revisar muchos días y hemos de darnos prisa para que no se nos pase el plazo de pedirlas antes de que las borren. Buscad a esa mujer que ponía en el papel con el encargo de los dos kilos.

—Las pediremos ahora mismo. No habrá problema, tenemos buena relación con los directores de seguridad de los bancos, ya lo sabes. Pero me harán falta más agentes para poder visionar tantas horas.

—Los de estupas, que se unan a jornada completa. De todas maneras, este caso está más relacionado con ellos que ninguna otra cosa. A ver qué ven ellos. Sigo pensando que esto es obra de algún grupo criminal relacionado con el tráfico de drogas.

—Puede ser, no lo descarto, pero hay algo raro.

—¿Ah, sí?

—Sí. Además de los dos muertos. Recuerdo que en Barcelona estos grupos que robaban a traficantes eran más bien atracadores, no solían ser grupos que se dedicaran directamente a traficar. Entre traficantes no suelen haber robos. No se roba a tu suministrador, y menos se le mata. La policía los va a asfixiar durante días y lo saben.

—Me da igual, Pujol. Ya sabes que vamos a estar unos días con la prensa y los mandos encima. Necesitamos un pequeño avance para que al menos nos dejen en paz mientras no sale alguna otra noticia que llene los diarios.

—Pues tranquilo, que tal y como está el patio en breve pillan a otro político por corrupción y nos libramos —sonríe Alfredo.

—No nos arriesgaremos. Mete caña a la gente, que esto va en serio.

El caporal Pujol se levantó de la silla llevándose aquellas hojas llenas de datos y, antes de irse, le dijo a su jefe:

—No te preocupes, que no descansaremos hasta tener el tema encarrilado.

—Eso está bien. Venga, anima a la gente, que es un caso importante. —Hizo una pausa con media sonrisa—. Seguro que alguno de nuestros amados representantes públicos la caga pronto.

—Yo solo espero que no se llame Pujol otra vez, que ya he tenido bastantes risas a mi costa.

—Bueno, también te podías haber llamado Bárcenas, Barberá o Rato, no te quejes —bromeó el subinspector.

Alfredo salió del despacho y observó la sala de trabajo donde diez mossos y mossas estaban metidos en sus ordenadores sin levantar la cabeza.

Le dio a la analista las notas y le pidió que llamara a los de estupas para que fueran a buscar las grabaciones de los bancos. Luego les iba a tocar hacer ese trabajo que tanto detestaban pero tan necesario. Se tenían que meter en aquel cubil donde tenían un televisor panorámico para ver las grabaciones. Se lo habían incautado a un narcotraficante y, con el beneplácito de un juez, ahora servía para ver en pantalla 4k las imágenes de algunos delitos que por fortuna hubiera grabado alguna cámara de vigilancia.

Con todo organizado pensó que era el momento de ir a casa un rato, puesto que tenía que ir a recoger a su hijo. Su mujer ese día no se lo había podido organizar con el trabajo. Los homicidios vienen sin avisar y los investigadores se ven obligados a adaptarse.

A partir del día siguiente, Alfredo ya estaría algo más libre. Estar destinado en homicidios requería eso, pero la verdad es que todos los policías tienen vidas aparte del trabajo y a veces las combinaciones no son compatibles con los delincuentes. Estos actúan por su cuenta, claro. También tienen sus vidas y sus problemas, que a veces se parecen mucho a los que tienen los que los persiguen. No dejan de ser personas.

Aunque tenía la sensación de que esta vez, más que de una persona, estaba detrás de la pista de un verdadero hijo de puta.

Ir a la siguiente página

Report Page