Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 14. La vida tiene un precio

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La vida tiene un precio

Llego a casa cabizbajo, pero enseguida me repondré. Después de mi encuentro con Pepe el mosso, he podido hablar con James en la plaza del parque y me ha dado alguna esperanza. Tiene un plan para sacarnos de encima esos dos kilos de coca. De hecho, es lo normal, porque él había propuesto el asunto y por eso debía saber cómo canjearlos. No deja de ser parte del negocio inicial. Atracar a un traficante para colocar la mercancía después. No he conseguido explicarle lo que le ha pasado a Bakary y me extraña que no lo haya relacionado con lo que sale en la prensa. Sinceramente, no sé cómo explicarle algo que ni yo mismo entiendo. De momento, solo necesito que le dé salida a la coca. Luego vendrán las explicaciones.

De ahí vamos a sacar cincuenta mil euros a dividir entre cinco. No está mal, pero con eso no se arregla uno la vida y ahora aquella cantidad me parece irrelevante.

¿Cómo coño pasamos con diez mil por cabeza si quizá hemos de desaparecer para siempre?

Necesito más información. ¿Quién cojones era aquella mujer? Joder, qué mierda. Tengo que pensar, pero mañana habrán pasado dos días y dicen en las series de la tele que si en cuarenta y ocho horas no han cogido al asesino, la cosa se les complica mucho.

Me quedo absorto unos instantes observando la bolsa azul. Tengo la tentación de abrir uno de los paquetes y meterme una raya de dos kilómetros de largo. Pero sé que no lo voy a hacer. De hecho, por eso tengo yo la droga; si se la diera a Jessi o a Jose me devolverían medio kilo menos.

Nunca han sabido decir que no a una buena raya y eso te hace muy vulnerable.

En este negocio que es la vida no conviene ser débil.

No quiero ni abrir la bolsa. Sé que dentro están los paquetes. Vi cómo los metía Jose. Recuerdo su mirada mientras apretaba el gatillo, casi me veo a mí mismo gritando: «¡No!».

Pero no fue así. No dije nada. Quizá en el fondo comprendí que no había solución y él me estaba protegiendo. Creo que me estoy centrando en condenar a Jose para no asumir que yo maté a Bakary primero. Aún veo la sangre en mis manos. Cómo sangraba el muy hijo de puta, como un cerdo.

¿Qué me pasa? ¿Por qué no me siento mal? Siempre pensé que no sería capaz de matar a nadie. Bakary era un traficante. Se aprovechaba de las chicas que desesperadas querían una dosis, había cometido violaciones voluntarias a algunas compradoras de coca que no se podían pagar una raya. Vendía a niños. Sí, creo que se lo merecía. No sé si sirve de algo autoconvencerme, pero lo cierto es que no me siento tan mal.

Mi padre sigue en la ventana. Lo he visto desde abajo en el parque.

—Papá, hay sopa de ayer si quieres comer.

Me mira como el que ve un fantasma o como si le hablara alguien que no puede estar allí. Asiente.

—Vale. Sopa. ¿Has cenado, tú?

—Sí. Tengo trabajo.

Lo dejo con su ventana y me vuelvo a la calle. Necesito pensar un poco y las paredes de mi casa me están asfixiando. Lástima que hoy el viejo no tiene partida de dominó. Cuando estoy solo soporto estas paredes. En la repisa del comedor veo que hay una tonelada de pastillas. Mi viejo se medica por un millón de cosas. Parece que esas cajas de medicamentos forman parte de la decoración de un comedor que solo tiene un cuadro con un barco y una foto de mi madre que no sé por qué sigue en su sitio. Un sofá de tres plazas y esa maldita butaca donde mi padre pasa los días y de la que solo se levanta para acudir a la ventana maldita.

Soy consciente de que tengo que salir de aquí como sea, pero ahora mismo no tengo dónde ir. Es la vida que me he labrado. Recuerdo que una vez una maestra me dijo algo que por algún motivo se me quedó marcado. Era en séptimo de EGB y naturalmente había suspendido Historia. Solía pasar cuando no había abierto el libro antes del examen. Me gustaba más leer cómics, aunque de eso no me examinaba nadie. No sé por qué, pero ese día me acerqué a la maestra y le dije: «¿Por qué me ha cateado, señorita Carmen?». Como si yo no lo supiera. Y ella me contestó: «Señor Fulgencio. Parece que cuando aprueba solo es mérito suyo, pero cuando suspende la culpa recae en mí. ¿No le parece que en los dos casos es culpa de la misma persona?». No lo entendí en aquel momento, pero la cabrona me hizo pensar. Añoro aquellos tiempos porque además, y aun con lo que eso significaba para ella, mi madre vivía y este era mi hogar. Ya no lo es y ahora solo tengo ganas de apartarme de esta pocilga lo antes posible. Mi viejo sigue en la ventana cuando bajo las escaleras buscando la fría calle. Veo su silueta.

Espero que esos diez mil que me tocan me ayuden a dejar la pensión del viejo una temporada. No me quiero engañar. Sé que esta vez vamos a necesitar algo más. La poli no nos busca por tráfico de drogas, nos busca por asesinato.

Necesito que James nos diga rápido dónde colocar la droga o la cosa se va a poner negra.

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