Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 21. Viajar

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Viajar

Siempre he pensado en viajar. Y ahora que tengo pasta y la oportunidad no sé dónde ir. Voy a tomarme una cerveza al bar Avenida y de paso también unas olivas arbequinas de aquellas que solo tiene Gonzalo.

He pillado un catálogo de una agencia de viajes a ver si puedo hacer alguno, no muy largo, que me permita dejar aquí al viejo sin tener que estar preocupado de que al volver me lo encuentre sobre las baldosas en una ensalada de gusanos. Ese pensamiento me da un escalofrío y no lo entiendo. Quizá es lo que se merece, morir solo y ser pasto de los bichos.

Entro en el bar y me quedo helado: Pepe está en mi mesa habitual leyendo un diario. Levanta la cabeza y me ve. Creo que se ha dado cuenta de que su presencia me ha alterado. Eso no es normal e intento relajar la jeta para que mi amigo no sospeche nada.

—Hola, Pepe, ¿otra vez por aquí?

—Es mi barrio, Ful. Vivo aquí, ¿no lo recuerdas?

—Ya, claro, pero como estabas tan ocupado con aquel caso…

Intento sacar el tema, lo más natural posible, por si puedo preguntar.

—Sí, estamos trabajando mucho.

—Pues seguro que coges a esos hijos de puta —le digo convencido. Creo que nada te exculpa más que un buen insulto que jamás te dirías a ti mismo. Pepe sabe cómo murió mi madre y lo que la quería. Hasta me hace sentir mal, pero lo creo necesario.

—Lo haremos. —Agacha la cabeza, algo más le preocupa, pero no atino a saber qué es.

—¿Qué te pasa, amigo?

Se está tomando un té con hielo.

No quiere alcohol mientras trabaja y ahora lo hace las veinticuatro horas del día. Lo sé porque siempre me cuenta sus casos, pero nunca cuando están en curso. Siempre lo hace cuando ya tiene a los malos bien pillados y en el trullo. Nunca he sabido bien por qué lo hace, pero creo que con el paso de los años siempre ha intentado que viera que el camino, que a veces he seguido, te acaba llevando inexorablemente al agujero. He pisado tres veces el calabozo y sé que eso le ha sentado mal, pero sigue siendo mi amigo. Sus historias son muy buenas y creo que jamás ha pensado en que yo pudiera aprovechar sus investigaciones, siempre apasionantes, no para tener miedo, sino para coger ideas. Si te paras a pensarlo, la idea de atracar a un traficante no fue de James, sino de Pepe, que me lo contó un día cenando. James me lo propuso después, pero al final solo consiguió el sitio y el traficante como objetivo.

Algo le preocupa de verdad y no sé cómo va su investigación que en realidad es la mía. ¿Tendrá algo contra nosotros que no me puede contar? No lo creo, Pepe me trincará al instante como tenga el menor indicio de que me cargué a Bakary. Hay algo más allá que no consigo ver.

Gonzalo me trae la birra y las olivas, que acerco con la mano a Pepe, que está delante de mí y me mira con ojos de rapaz.

—Va, Pepe. ¿Qué te preocupa, tío? —Lo intento. No hay nada que perder.

—Mira, Ful, ¿te acuerdas de lo que te dije el otro día, sobre los cómics?

—Sí, claro. Spider-Man al poder —sonrío.

Él no.

—No, aquí no está Spider-Man, Ful —se detiene y piensa—, pero sí el malo.

—Bueno, ya lo hablamos. Siempre hay un malo. Nosotros creamos aquel de la perilla, ¿no lo recuerdas? —le digo, buscando una sonrisa de complicidad.

Él no sonríe.

—Esta vez el malo es real. Y está aquí.

No le entiendo bien y puede que me acabe meando encima. Pero ¿qué coño le pasa?

—A qué diablos te refieres —insisto más serio.

—A eso, precisamente. Al diablo.

Da un repaso visual al bar asegurándose de que no hay nadie escuchando. Sus ojos verdes se pasean acechantes y parecen controlarlo todo. Gonzalo está en la barra rellenando botellas de vino abiertas para el menú del mediodía. Me mira a los ojos.

—Han enviado desde Colombia a un sicario para liquidar al que mató a la chica el otro día. El negro y la cocaína parece que les da igual, pero la chica resulta que es pariente de Salcedo. Te suena, ¿no?

Que si me suena… Creo que ahora sí me he meado encima. Jose se cargó a un familiar de un jefe del cártel de la droga en Colombia. Solo lo he visto por la tele y con unas fotos en blanco y negro, que son las únicas que tienen los medios para identificarlo. Vi un reportaje donde decían que en una de sus mansiones tenía una charca con cocodrilos que solo se alimentaban con carne humana de sus enemigos. En especial policías, políticos y miembros de otros cárteles que se enfrentaban a él. Estamos muertos. Me estoy quedando blanco y Pepe lo va a notar, además me estoy mareando.

—Espera, que tengo un apretón —le digo sin mirarlo a la cara. Salgo disparado al baño.

El lavabo del Avenida es pequeño y solo permite un cliente. Cierro el pequeño cerrojo metálico y me apoyo en la puerta cerrada. A la derecha veo mi cara y, efectivamente, me he quedado pálido. Creo que me han salido un millón de canas en dos minutos. Como al padre de Laura Palmer en Twin Peaks. No, solo es mi visión algo borrosa. Me vuelvo y abro el grifo para mojarme la cara. No me da tiempo y dejo el agua saliendo mientras doy un paso a la derecha en busca de la taza del váter. Allí aparece el desayuno y algunas de las pocas olivas que me había tomado.

Me vuelvo hasta el grifo abierto, evitando mirar la cara que debo de tener en ese momento. Me mojo la jeta y respiro. «Por Dios, Ful, ¿en qué puto lío te has metido?».

Alguien aporrea la puerta.

—¿Estás bien, Ful? —pregunta Pepe—. Te hemos oído vomitar desde aquí, tío.

—Sí, sí, tranquilo, ahora salgo.

Estiro de la cadena y limpio el vómito que no ha acabado dentro de la taza.

Me vuelvo a lavar la cara. Prefiero que no se me quede la cara llena de trocitos de papel y me seco bien con la toalla roñosa que tiene allí Gonzalo. No soy tan delicado.

Abro la puerta y me han dejado un vaso de agua en la mesa.

—Gracias, Gonzalo. No voy a beber agua ahora, que aún será peor, pero gracias.

Me hace un gesto con la cabeza.

—Vamos afuera —me dice Pepe—. Te sentará bien que te dé el aire.

Pepe hace el gesto de pagar, pero esta vez no lo voy a permitir. Es posible que esta sea la primera vez en mi vida en que yo lleve más dinero que él. Saco un billete de cincuenta y lo pongo encima de la mesa. Mi amigo me mira con cara rara. Yo mismo me doy cuenta de que esa no ha sido una buena idea. Es precisamente lo que les dije a los otros que no hicieran. Me ha podido el ego de tantos años de derrota, pero ya no puedo volver atrás.

—Tengo que pagar una cosa de mi padre al ayuntamiento y sobrará. Déjame que, por una vez, pague yo.

Guarda la cartera y creo que he sido convincente.

Salimos a la calle y caminamos en dirección a la plaza donde sigo viviendo, y él me acompaña, aunque desde que se casó vive en una zona más nueva del barrio. Debe de tener el coche por allí. Mientras seguimos a pie sin hablar, el corazón me da otro vuelco. Por la acera viene caminando una patrulla de los mossos de uniforme. No he hecho nada, que ellos sepan, y no tendría que preocuparme, pero hace tres días que mi vida ya no es muy normal. Vuelven los nervios.

Al cruzarnos, Pepe saluda a uno de ellos. Llevan unos panfletos en la mano. Se paran.

Los dos me miran de arriba abajo.

—¿Qué tal, chicos? —le dice Pepe a uno que conoce.

Ese contesta, el otro me sigue mirando.

—Vamos aquí a «la Caixa» a repartir estos consejos de seguridad para entidades bancarias.

—Vale, yo voy a pasar por casa y me vuelvo al curro —dice mi amigo—. He aprovechado para tomarme algo con mi colega del barrio.

Aunque no muy convencidos, observo que respetan a Pepe y finalmente me ignoran.

—OK, que vaya bien.

Siguen su ruta y nosotros también.

En breve, Pepe seguirá hacia adelante, ya veo su coche aparcado, y yo me perderé en mi portal. Me giro solo un momento para ver cómo los dos mossos uniformados me ignoran y se meten en el banco.

Me despido de Pepe.

Salvado.

Por el momento.

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