Ful

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Primera parte. Parecía un buen plan » 19. Cosas que haces en la vida

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Cosas que haces en la vida

Han pasado tres días y no ha pasado nada. Ayer repartí la pasta. Entre todos hemos acordado no decirnos nada durante, como mínimo, una semana. Ni siquiera decirnos dónde estamos o a dónde nos dirigimos. Ningún contacto en el grupo que nadie pueda rastrear. Nadie sabrá de los demás.

Esta noche mi padre está en su partida de dominó en el bar. Solo sale para eso y me deja algo de intimidad en el piso. La semana va a ser larga sin mis amigos, pero todos podremos pasar. Solo sé con seguridad que Arturo está trabajando en su turno de noche porque no le han dado vacaciones y eso me recuerda que nunca puedo olvidar los preciosos ojos azules de Jessica. Y menos cuando los contemplo mientras ella me mira y sigue haciéndome una mamada. Ella es muy buena. Es la mejor, y supongo que le extraña que aún no haya terminado. Pero son tantas cosas las que arrastro que me cuesta relajarme. Parece que a ella, después del susto, le pone eso de que ahora me haya cargado a alguien. De hecho, habíamos acordado que era mejor dejar de vernos y ya hacía días que no disfrutaba de sus encantos. Arturo piensa seriamente en ella para formar una familia y ya se estaba haciendo difícil mantener aquello.

Pero ella y yo siempre acabamos por echar un polvo. O como hoy, que tiene la regla y me está haciendo un regalo. No sé por qué ella y yo nunca nos hemos planteado algo más serio. O quizá sí lo sé. Ella, en el fondo, aspira a algo mejor que lo que yo nunca podré darle. Sueña con tener algo de estabilidad en su vida, aspira a no ser una más del barrio.

Una de aquellas chicas que hemos visto toda la vida y que han desperdiciado su existencia con el primer capullo que se ha cruzado en su camino. Ella no quiere ser una más y sueña con su príncipe azul. Y en este momento yo me pierdo en sus ojazos azules y sueño que algún día yo pueda ser Travolta y ella Uma Thurman.

Quizá también sueña con que un día dejará la cocaína. La miro y sé que siento algo muy fuerte. Ella me mira a mí, pero sigue a lo suyo.

Buf, es muy buena, joder. Joder. Jooooder.

Jose permanecía en su casa y había guardado su parte del dinero en su habitación. Lo había escondido en un libro que un día decidió vaciar por dentro porque le pareció que en su casa donde nadie miraría en la vida era en uno de aquellos tres libros que tenía en una estantería. El libro se titulaba La metamorfosis, de Franz Kafka, y alguien se lo había prestado hacía años, pero nunca lo devolvió. Ni lo leyó. Pero aquel título tenía algo especial y desvelaba algo de sí mismo. Siempre había pensado que un día también él sufriría una metamorfosis. Porque sabía que había algo diferente dentro de él.

Observaba una gran cucaracha y el título de la portada y pensaba si por fin había sufrido esa metamorfosis. Se había cargado a aquella chica sin pestañear. Ni siquiera sabía por qué había apretado el gatillo. Se supone que después de algo así te has de sentir mal. O bien. O lo que sea, pero Jose no sentía nada y eso estaba despertando algo muy dentro de él. Quizá era algo que sabía que estaba, pero que necesitaba una mecha. No había tenido una vida fácil a pesar de que su amigo Ful la había tenido peor.

Su padre había trabajado toda la vida en una fábrica en el polígono industrial El Segre hasta que cerró a principios de los noventa. Desde entonces se ganaba la vida haciendo chapuzas. Lo justo para sobrevivir sin excesivas limitaciones. Su madre no había salido del barrio en la vida. Tenía una hermana casada que apenas veía y desde que tuvo una hija aún se dejaba ver menos. Nunca se habían llevado bien y casi no había visto a su sobrina, que ya tenía doce años.

Pensaba en qué hacer con diez mil euros y le empezó a rondar la idea de Ful de desaparecer. Hay países donde puedes comenzar una nueva vida con esa pasta. Quizá no retirarte para siempre, pero sí tener un largo retiro y vivir algo la vida.

Mejor guardar bien aquella pasta porque, cuando algo le rondaba, poco a poco lo iría madurando y podría necesitarla en breve. No necesitaba demasiado para sus gastos y por eso solo había cogido doscientos euros para comprar algo de ropa.

Realmente, lo que a él le movía lo podía conseguir en el barrio.

El Pelota se estaba poniendo gomina en el pelo y se había vestido con sus mejores galas. Quizá le había faltado un amigo de verdad que le hubiera explicado mejor que para ir de putas no hacen falta muchas más cosas que llevar dinero. Eso le hubiera dicho Ful si lo hubiera podido ver por un agujero. De hecho, siempre había ido de putas con él, y algunas veces también los había acompañado Arturo, pero aquel día iba a ir solo.

Se había pasado los días anteriores jugando a los videojuegos y hasta su madre, que ignoraba a dónde se dirigía, se alegró de verlo salir. La segunda vez en cuatro días. Solo lo había hecho para ser coche piloto en el negocio con los marroquís y se había vuelto una vez le habían dado su parte. Ful le había aconsejado no dejarse ver mucho y, como no había especificado cuánto tiempo tenía que pasar, dos días ya le parecían mucho. Nada de contactos con los demás. Una sola salida al club. Hay que desahogarse.

Así lo habían acordado, y por eso esa oportunidad le iba a servir para cumplir una de sus fantasías. Tenía pasta para hacerlo y aquel día iba a ir de putas en plural e iba a subir a la zona reservada con dos señoritas.

Se llevó cuatrocientos euros. Creyó que con eso bastaba y tuvo miedo de salir con más dinero porque ya le había advertido Ful sobre lo de llamar la atención. Y porque uno acaba siendo consciente de lo que es capaz. Y él era muy capaz de gastarse toda la pasta con la que saliera de casa.

Cogió las llaves del coche de su madre y se dispuso a ir al mejor club de la ciudad, que estaba en las afueras.

A veces una pequeña acción acaba siendo la peor de las decisiones, y aquella en cuestión la podía lamentar el resto de su vida.

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