Ful

Ful


Segunda parte. El plan » 43. La ignorancia es la felicidad

Página 47 de 69

43

La ignorancia es la felicidad

Vuelve a tocar reunión, pero esta vez lo hacemos en la mesa del bar Avenida. Hoy hace demasiado frío como para estar en la calle y tenemos cosas importantes que tratar.

—Los uniformes los guardaremos en mi casa.

Todos asienten.

Nuestra esquina a salvo de escuchas no deseadas siempre nos aguarda bajo pago de unas cañas y unas olivas.

—¿Tu padre no meterá las narices?

—Mi padre ya no pinta mucho en mi mundo y no entra en mi habitación hace años.

Arturo siempre se resiste inicialmente a cualquier proposición. Aunque siempre acaba aceptándolo todo.

—El plan es muy bueno y nos abre una buena puerta a desaparecer. Tú, Arturo, tendrás que buscar la manera de que te despidan. No sería bueno esfumarse sin más.

—¿Cuánta pasta calculas que sacaremos?

—James opina que sobre doscientos mil para arriba. Yo creo que también irá por ahí.

—¿Seguro que él hará su parte? Eso de que ni siquiera venga para los preparativos no me gusta.

—Nunca nos ha fallado. Desde que empezamos con él en aquel timo de las máquinas recreativas todo ha ido más o menos bien. Y esto se torció sin que él tuviera culpa. No olvidéis que nos metimos solitos en el embrollo. Su parte en el plan es esencial aunque ahora se muestre precavido. De todas maneras, después de este palo se reunirá con nosotros para repartirlo todo. Si todo sale bien, este es nuestro último golpe.

Miro a Jessi. Me ha entristecido esta última parte. No sé si aún estoy preparado para no volver a verla más. Ella intenta no mirarme mucho. Arturo no sospecha nada y no es que sea demasiado listo, pero sí muy desconfiado. No creo que se haya planteado nunca lo nuestro, y por eso, en ese aspecto, seguimos viéndonos cuando podemos. Él sabe que yo de vez en cuando me voy de putas. Y de hecho, Arturo ha venido conmigo en más de una ocasión. Jose sigue en su mundo y el Pelota creo que no es consciente de lo que vamos a hacer. A veces me parece que para él todo es una especie de juego y que no distingue de verdad el peligro que todo conlleva. Es el eslabón débil de la cadena, pero era el hermano de un buen amigo y ahora no lo dejaremos tirado a su suerte.

—Yo quiero decir una cosa —dice el Pelota, que no acostumbra a tener muchas preguntas acerca de los planes. Se rasca la cabeza entre rizos y me mira—. El otro día estuve en el Punto Z.

Mi cara lo dice todo.

—No te preocupes, todo fue bien.

Veo que Jose ha apretado el puño y Jessi hace como si no quisiera escuchar.

—Necesitaba algo de diversión y me di un capricho. Nada que no hagáis vosotros a veces —dice, mirándome a mí e intentando no mirar mucho a Arturo, que es quien a veces nos acompaña. A Jose ni lo mira.

—Está bien. ¿Y qué se cuentan las putas?

—No. Fue bien, de verdad. Casi ni les pregunté. Solo le dije a la sudamericana…

Rápido, entiendo que hubo más de una y le hago ver con mi expresión que el irse con una sudamericana no fue una buena idea. Me acuerdo de las palabras de James sobre el Pelota. Si estuviera aquí no sé cómo iba a acabar esta conversación. Le dejo seguir.

—Le pregunté, como el que no quiere la cosa, por qué había aquel día tantos sudacas. Y me dijo que se habían cargado a una compatriota un par de días antes.

Todos escuchamos la información que le dio la puta, temiendo cuánta información le habrían sacado a él.

—Sigue.

—Me dijo que era la prima de un pez gordo de Colombia y que había mucha pasta para quien diera información sobre los que la habían matado.

—Bueno, eso ya lo sabíamos por Pepe.

—Sí, pero se comentaba que habían enviado desde allí a uno de los peores asesinos del cártel.

No dice nada que nos ayude. Me empieza a preocupar en exceso qué les habrá dicho él para sacar el tema.

—Y que sabían que ya había empezado a buscarlos por la ciudad.

Eso que puede parecer lógico es importante. Cualquiera podía haber perpetrado el palo que nosotros dimos, pero si habían llegado a Terrassa y se habían cargado a los moros, la cosa se tenía que haber acabado allí. Pero, claro, los moros, aunque no supieran de dónde veníamos y todo se había hecho con intermediarios, podían haber pensado en lo mismo que nosotros y tener allí a alguien oculto. Con la matrícula del coche de Jose bien podrían llegar hasta nosotros. Observo que las caras de todos expresan preocupación.

—Bien, que no cunda el pánico. Como mucho, los moros vieron a dos personas únicamente, y si la cosa fue mal apuntaron la matrícula del coche de Jose. Quizá hubiéramos tenido que robar un coche para el asunto, pero eso era un riesgo añadido a llevar con nosotros dos kilos de coca.

—Tampoco sirve lamentarse —dice Jose.

—Creo que haremos bien en adelantar el tema. Mañana volveré a Barcelona para asegurar las rutas de huida.

—Yo te acompaño —dice el Pelota, arruinando otra escapada con Jessi, que no dice nada.

—Vale, esta vez iremos en el coche de mi padre. Él no lo usa y hay que cambiar el transporte —les digo.

—Bueno, yo me piro al curro —dice Arturo, que coge la mano de Jessi para que lo acompañe.

—Está bien. Mañana, el Pelota y yo iremos a Barna, Jose irá a acabar de cerrar el tema de los uniformes con los chilenos y el Manazas, y Jessi y Arturo, cuando te levantes después del turno de noche, os ocupáis de comprar lo que le falte a los uniformes.

Todos se ponen de pie y con un gesto le digo a Gonzalo que me prepare la cuenta. Debe de flipar un poco viendo que hace días que pago a toca teja e invito a rondas. De él me da igual que sospeche. Es del barrio. Es uno de los nuestros.

Veo salir por la puerta a Arturo, que coge de la cintura a Jessi. Anhelo esa cintura y mañana lo haré más aún. Creo que sería bueno que me fuera acostumbrando a vivir sin ella y algo me dice que la vida se está poniendo tan cuesta arriba, después del tema del africano, que no me quedará más remedio que soltar lastre. Ella se merece una vida feliz y con un marido que la cuide y la quiera. No sé si esa persona es Arturo, pero él es el único que tiene un trabajo. De mierda, pero trabajo. De esos que tienen horario, turnos y un sueldo. Pocos trabajos he tenido en mi vida y no sé mucho de eso de tener que levantarme para ir a currar. Hace tanto de aquello que ni me acuerdo. Arturo no se arriesgaría a perderlo todo si no estuviera enchochado de Jessi. Las mujeres fueron mi perdición y quién sabe si también serán la suya.

Los veo marcharse de la mano y lo veo claro. Eso es lo que ella quiere y necesita. Un hombre con trabajo, con sueldo y con un horario, aunque sea de mierda. Ese horario y ese curro no la van a salvar de nada, y menos de la venganza de Salcedo. Porque hasta que no acabemos el trabajo, nuestras vidas están juego. Siempre hay el riesgo de que caiga cualquiera de nosotros.

Ir a la siguiente página

Report Page