Ful

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Tercera parte. El golpe final » 59. El terror

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El terror

Escucho risas y noto un fuerte dolor de cabeza. Pero estoy vivo. Tengo la vista borrosa, aunque alcanzo a ver a Jose, que está atado en el suelo cerca del sofá. Yo estoy en el otro lado. No veo a Jessi.

Escucho un grito ahogado detrás del sofá. Es ella. Eso me despierta de repente.

—Eh, el

huevón se ha despertado deprisa.

—Pues mejor, así verá cómo tratamos aquí a las damas.

Me incorporo y me quedo sentado en el suelo con las manos atadas a la espalda. Noto la cuerda y duele. Jose no parece reaccionar.

—Oye,

brother, mejor llamas al

boss, que estará contento.

—No hay prisa,

man. En cuanto venga el Hielo, esto se acaba, y mira cómo está la tía esta. Quiero que me la chupe. Además, es tu primo y seguro que no le molesta, con la que nos han liado estos.

Una rabia inmensa me recorre el cuerpo. No sé qué nos hará a nosotros ese tal Hielo, pero me aterra pensar que voy a ver en directo cómo violan a Jessi. ¿Cómo hemos llegado a esto?

—Eh, este está mirando —le dice el más bajito al otro.

Se acerca para golpearme. Levanta el arma y me preparo para el golpe.

—No —sonríe el más grande—. Déjalo que mire.

Casi hubiera preferido que me dejara sin sentido, pero eso sería de cobardes y prefiero compartir el dolor de Jessi sabiendo lo que le espera. La veo aterrorizada, mientras se acurruca en un rincón. También tiene las manos atadas y está indefensa.

—Mira cómo está esta jaca. ¿Seguro que tú no quieres?

—No, acaba cuanto antes, que quiero llamarlo para que sepa que está todo arreglado. Tenemos a los dos tipejos. Aunque ese no se parece al de la foto —dice, mirándome a mí.

La que me espera cuando descubran que sí soy el de la foto. Puede que no sea ella la única que acabe violada esta noche. Pero nada es comparado con el horror que me espera ahora mismo.

El grandote se acerca a Jessi y sin mediar palabra la golpea en la cara. Ese golpe me ha hecho daño a mí, pero a la pobre Jessi más. Se queda medio aturdida y el hijo de la gran puta aprovecha para abrirle la camisa, rompiendo los botones, y a continuación le baja el pantalón tejano. Lo hace casi sin esfuerzo porque Jessi no parece responder.

—La hostia, mira qué tetas.

El otro medio sonríe, pero se queda en su sitio mirando con un revólver en la mano. Con la otra saca unos cascos y se pone a escuchar música. A mí me llega un sonido desde una distancia que no va a ser suficiente para ocultar los gritos de la persona que amo. Creo que esto es lo peor que me ha pasado en la vida, y he tenido una vida de perros.

La gira como una muñeca y la penetra por detrás. Por el grito que sale de Jessi sé que le ha desgarrado el ano. Pero eso no hace que aquel hijo de puta pare. Al contrario. La embiste con más fuerza.

—¿No te gusta? —le pregunta riendo.

Jessi solo llora y creo que es más de rabia. El dolor tiene que ser espantoso. No quiero mirar, pero de alguna manera no dejo de hacerlo, como si eso pudiera hacer que yo compartiera algo de ese dolor, para aliviarla de alguna forma.

Le da la vuelta y vuelve por delante.

Es insoportable para mí.

Finalmente se arrodilla y se corre encima de ella.

—Mejor así, que si se la meto en la boca igual me la arranca —dice mientras se ríe y se levanta. Se sube la bragueta y mira a su compinche, que sigue escuchando música como si no fuera con él.

De repente se escucha un estruendo, seguido de otro. Y luego otro. Y dos más. No sé qué pasa, pero el de los cascos cae de rodillas delante de mí y, con los ojos abiertos, se desploma. La música se apaga.

El otro sigue de pie y tiene un arma en la mano que humea. Se mira el costado y se tapa con la mano una herida. Se escucha otro disparo y suelta la pistola, mientras cae de espaldas.

Jose está delante del sofá y sostiene un arma que también echa humo. Con rapidez pero algo torpe, recoge del suelo la pistola que ha soltado aquel animal. Se acerca a mí y me desata.

Me levanto todo lo rápido que me da el cuerpo aletargado y voy a ver a Jessi, que sigue con los ojos cerrados. Los abre y aquellos cielos azules aparecen ahora enrojecidos. Solo veo dolor en ellos. Dolor e ira. Me abraza. Está temblando.

Se pone de pie como puede y se sube los pantalones. Se ajusta la camisa a pesar de no poder abrocharla porque no tiene ningún botón y se acerca a Jose. A mí me ignora.

Coge de su mano la pistola que Jose ha recogido y este no hace ningún esfuerzo por detenerla. La mira y se la da.

En el rincón, el sudamericano herido masculla alguna palabra que no entiendo.

—Hijos de puta —dice mientras se toca el costado y el hombro derecho, que es donde claramente ha recibido dos impactos.

Jessi no ha abierto la boca, pero se acerca lentamente hasta el colombiano que la ha violado y, sin mediar palabra, le dispara.

El disparo va a parar a su entrepierna y hace que lance un grito que me estremece hasta a mí. Ella solo le dice:

—¿No te gusta?

Jamás le había visto esa cara a Jessi y no puedo imaginar el dolor que albergan aquellas tres palabras.

El hombre no puede ni contestar, mientras se retuerce en lo que debe de ser el peor dolor del mundo. Lanza gritos ahogados y escupe sangre. Pero dura poco. Para ella, demasiado poco. Se escuchan otras tres explosiones y vuelve el silencio.

Me pitan los oídos y tardo un momento en centrarme. Pero algo me llama la atención. Jose está en el sofá sentado y tiene algo de rojo en la chaqueta. Está herido.

—Estoy bien —me dice, leyéndome el pensamiento—. Solo es un rasguño en el hombro. Casi me liquida, el muy hijo de puta.

Lo miro y veo que aún lleva trozos de cuerda en las muñecas. De alguna manera se ha podido desatar. A veces creo que si hubiera una explosión nuclear mundial, solo sobrevivirían las cucarachas y Jose.

Jessi sigue sin hablar. Hay que reaccionar rápido.

—Necesitamos ayuda. ¿Cómo estás, Jessi?

—Bien. No me moriré de esto —lamenta.

—Te tiene que ver un médico, y a ti también.

—¿Estás loco? Tengo una herida de bala. ¿Qué crees que me preguntarán?

—Igualmente no podemos dejar este marrón así. Solo les falta esto a los padres del Pelota. Si le hacemos esa putada no le quedará otra que rajarlo todo.

Necesito pensar. Y rápido. ¿Qué haría James? Esto se le da bien. Creo que lo tengo, y lo que se me acaba de ocurrir jamás me lo diría James.

—Tengo que llamar a Pepe.

—¡¿Estás loco?! —grita Jose.

—No sé si es buena idea eso, Ful —también añade Jessi.

—Escuchadme. Tengo un plan. Y tenemos que hacer algo. No podemos irnos sin más. No seremos capaces de limpiar esto sin dejar rastro. Esto no es una peli.

—Le pegamos fuego y ya está, joder. Después de cargarnos a alguien no se llama a la pasma si no quieres ir al talego.

—¿Queréis escucharme?

Los dos bajan la cabeza, pero ya veo que va a ser difícil convencerlos.

—Los dos necesitáis ir al hospital. Eso es seguro, por tanto mejor que fabriquemos nuestra propia versión. Jessi, tú cogerás la pasta y te la llevarás a tu casa. Llama a un taxi y que te recoja detrás del Carrefour. Conserva los montones y luego los repartimos. Después vete al hospital y di que se te ha ido la mano en una noche loca. ¿Podrás hacerlo?

Ella asiente.

—Tú y yo llamaremos a Pepe y le diremos lo siguiente: nos hemos enterado de que han detenido al Pelota y hemos venido aquí por si había dejado algo que pudiéramos aprovechar. Ya sabes, quizá tenía aquí pasta de otros atracos, no sé. No creo que la gente como nosotros necesite muchas razones para hacer las cosas. Mientras rebuscábamos en la casa, estos dos han entrado a robar y nos hemos encontrado con ellos. Eran tres, y uno ha salido huyendo. Necesitamos que Jessi se lleve la pipa con la que te los has cargado porque es la misma que utilizaste para cargarte a la chica.

—Pero, Ful, eso no se lo va a creer.

—Sí —insisto—. Entraron dos y luego un tercero que se puso a discutir con ellos. Después se los cargó. Te disparó a ti y, cuando tú cogiste el arma de este —le digo, señalando al más bajo—, huyó.

—Uf, Ful, me parece que esto va a acabar con los dos esposados.

—Puede. Pero piénsalo bien. La pasta estará a salvo. Solo hay un testigo directo, que soy yo. Y encima a mí no me van a detectar pólvora en las manos. Nuestra versión se aguantará, estoy seguro. Y Pepe es mi amigo de la infancia. Él no me venderá si tiene dudas. Y se las crearemos.

—No sé.

—A mí me parece bien —dice Jessi—. Es un buen plan. Como siempre, Ful. Jose, si no vas al hospital igual no lo cuentas. Las heridas de bala llevan muchas bacterias. Lo vi en un documental. No hay otra opción, y no podemos dejarle este marrón al Pelota porque entonces sí tendrá motivos para rajarlo todo.

Tiene razón. Mucha. Pero en su tono hay algo que no he sabido detectar, aunque eso lo descubriré mucho más adelante. Ahora necesito que esto funcione y no podemos tener dudas.

—Está bien —dice, resignado.

Jessi, empieza a recoger las bolsas y se las pone al hombro. No puede caminar bien, y creo que ella también necesita ir al hospital urgentemente. Está despeinada y tiene moratones, aun así, es la mujer más hermosa del mundo. Me mira, deja las bolsas en el suelo y me besa. Al oído me dice algo que pensé que jamás oiría en la vida.

Me susurra: «Te quiero».

Después levanta la cabeza y hace un gesto para despedirse de Jose. Se va por la puerta con las bolsas y yo ya la echo de menos.

Jose me mira. Se aprieta con un trapo el hombro herido y cierra los ojos.

Marco el número de mi amigo, que contesta a la primera.

—¿Se puede saber dónde coño te has metido? —me riñe.

—Pepe, necesito tu ayuda, amigo.

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