Ful

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Segunda parte. El plan » 28. La cosa está jodida

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La cosa está jodida

En el parque, a las once de la mañana hace frío. En noviembre, en Lleida puede hacer algo de calor durante el día aunque refresca bastante por la noche. Pero esta mañana vuelve a hacer frío. Eso nos sirve también para que la gente no camine mucho por la calle y así no levantar demasiadas sospechas. Mientras llegan Jessi y Arturo, Jose y yo hemos hablado de ir después al centro a tomar unas bravas al restaurante Iruña. Hace días que no vamos y lo echo de menos. Pero eso va a depender de cómo acabe la cumbre.

Quince minutos después ya estamos todos menos el Pelota. Jessi se sienta encima de Arturo en el banco y Jose permanece de pie. Me acerco al banco y me siento. Empezamos. Ya llegará el Pelota.

—No me andaré con rodeos. La cosa está jodida.

Jessi coge de la mano a Arturo. Jose continúa de pie con las manos en los bolsillos.

—Creo que debemos esperar al Pelota. Es raro que se retrase —dice Arturo.

No sé de dónde le viene ese interés en el chico que siempre ha parecido que le caía mal.

—Vamos haciendo, ya le hago un resumen después.

Jessi me mira de reojo. Esos ojos.

—Como ya le dije a Jose, la chica del otro día ha resultado ser familiar de un capo de un cártel de la droga colombiano.

Veo que Jessi aprieta la mano de su novio. Arturo se queda sin habla.

—Vale, veo que veis el alcance del problema. Lo habéis visto en las pelis de narcos. Estos cárteles tienen asesinos a sueldo.

Se hace el silencio. Quizá no tendría que decir nada más, todos saben e intentan asimilar qué significa eso. Jose ya lo asumió ayer cuando se lo dije. Tampoco se inmutó en exceso. Esta vez es Jessi la que se levanta dejando a Arturo en el banco y sin su mano sanadora.

—Ful, ¿estás diciendo que somos blanco de un asesino de esos psicópatas? ¿De esos de los vídeos de Internet que matan a machetazos y destripan en vivo?

Sus ojos, ahora grandes, me miran y me atraviesan. Tengo el impulso de abrazarla, de decirle que todo irá bien y que yo soy capaz de protegerla de nuevo. Una barrera invisible me lo impide. Nuestro mundo es secreto, nadie lo sabe y ella quiere que siga así, por lo que opto por levantarme también, pero me acerco a Arturo. Nada mejor para disimular.

—Mirad, no os voy a decir que estéis tranquilos porque yo no lo estoy, pero la cosa no nos pinta tan mal. Ya no tenemos la droga. Y tenemos algo de pasta.

—Con esa pasta no hacemos nada y lo sabes —interviene Jose.

No suele decir nada. Hay que escucharlo.

—Tenemos que desaparecer y eso requiere cash.

—¿Y los moros? —pregunta Arturo—. Nos van a delatar. Y… —duda, y parece que empieza a sudar—. Y Jessi… Por Dios, Ful, ella hizo la compra de la coca.

—A Jessi no tienen cómo relacionarla con esto. Ella no estuvo en el piso y todas las llamadas las hizo desde una cabina con un nombre falso. No tienen nada. Los moros tampoco saben nada de nosotros, la entrega la hicimos en el Penedès, no saben de dónde vinimos. Tranquilo.

—Tranquilo…, ¡y una mierda! —grita.

Está asimilando que aunque el cártel no tenga nada sobre nosotros, la verdad es que un asesino nos está buscando. Igual le han puesto precio a nuestras cabezas. Joder, es muy fuerte. ¿Y dónde coño está el Pelota?

—Todo es vuestra culpa. Y yo me dejé convencer.

—¡Cállate, joder! —le grita Jessi—. Compórtate como un hombre.

—Calmaos todos. Lo primero es que los Mossos no saben nada de nosotros, y lo segundo es que James tiene un plan.

Arturo resopla, pero no lo hace demasiado fuerte, no quiere discutir con Jessi. Creo que se tiraría de un puente por ella. ¿Qué haría si supiera lo nuestro?

—Insisto, hay una buena solución. James tiene un muy buen plan.

Se hace el silencio. Tengo ganas de explicarles lo que ha pensado James, y creo firmemente que será nuestra salida.

Por la esquina aparece el Pelota.

—Llegas tarde, cabronazo —le dice Arturo.

—Sí, perdonad. Ayer llegué tarde.

Huelo problemas con ese «tarde» que no me ha sonado nada bien. A veces me dicen que tengo un sentido especial para los problemas. Lástima que no me avisara antes del puto trabajo de Bakary. Lástima que a veces ese sentido se va mientras le meto un polvo a Jessi y hace que no vea nada más.

El Pelota nos mira a todos sin entender muy bien qué está pasando.

—¿Por qué tenéis esas caras? ¿Qué me he perdido?

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