Ful

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Segunda parte. El plan » 30. Miedo

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Miedo

Por la tarde nos volvemos a reunir. Necesitamos planear bien el tema para que no haya fallos.

Jessi, José y yo, después de la pequeña reunión de la mañana, hemos ido a tomarnos unas cañas y aquellas bravas al bar Iruña, para asimilar la nueva situación. No ha sido ningún tipo de celebración, pero creo que necesitábamos salir del barrio. Después nos hemos ido para casa. Nos movimos en el coche de los padres de Jose, que últimamente ha hecho suyo, y aunque Jessi estaba para comérsela, no hubo opción de polvo. Además, estaba como ausente.

Quedamos donde siempre. Los espero en el banco del parque e intuyo la silueta de mi padre en la ventana, que no me quita ojo. Poco a poco van llegando todos.

El silencio se apodera de nuevo de la plaza del barrio.

El hecho de explicarlo por segunda vez no ayuda a sobrellevarlo mejor, pero todos tienen que ser conscientes de lo que hay. Un asesino nos está buscando y por más que les digo que no pueden relacionarnos con nadie, ni siquiera yo lo digo convencido. James tiene razón, el Pelota va a cantar en cuanto le pongan un flexo delante, o un cuchillo. Tiene que entender la gravedad del asunto y el hecho de que esto es de todos o de ninguno.

—Si os interroga quien sea —creo que todos entienden que quien menos me preocupa en este momento es que lo haga la policía—, no podéis decir nada. Si han enviado a alguien para matarnos no hará distinciones. ¿Lo entendéis?

Nadie habla y Jessi mira al suelo. No puedo saber qué piensa y sus ojos no me ofrecen el consuelo de otras ocasiones. Sigo. Toca sermón y, sobre todo, concienciación. De eso dependen nuestras vidas.

—Si alguien os interroga y os promete que si habláis os salvaréis, miente. La poli os enchironará y los del cártel acabarán igualmente con vosotros. No os salvará rajar.

Intento que cuele, aunque soy consciente de que delante de la tortura solo queda hablar y rezar para que todo acabe rápido. Tenemos que centrarnos en el plan de James. Y en que no nos cojan.

—Hemos de desaparecer y por mucho tiempo —dice Arturo, que veo que empieza a ser consciente de la gravedad del asunto. Imagino que se ve desapareciendo con Jessi y ese es un destierro más dulce que el que nos espera a los demás.

—Sí —confirmo—, y tenemos un plan. Necesitamos pasta. Mucha pasta.

—Bien, ¿cuál es el famoso plan? —pregunta Jose.

—Os lo cuento. Ayer me encontré con Pepe

el mosso. —Jose pone mala cara, ya sabe que me reuní con él y tiene claro que de él no puede salir ningún buen plan. Sigo explicando—: El caso es que nos tomamos algo en el Avenida y después nos fuimos para casa. James, que tenía que verse conmigo después, nos observó a distancia y reparó en un hecho que a mí se me escapó. Mientras caminábamos por la calle nos cruzamos con dos

mossos que conocían a Pepe. El encuentro fue fugaz y todos seguimos nuestro camino, nosotros para casa y ellos a repartir una especie de propaganda. Iban a «la Caixa», esa que hace esquina.

Todos observan y siguen esperando. Se les escapa algo, como a mí. No a James.

—Vamos a buscar la pasta en su origen. —Hago una pausa premeditada. No soy muy de trucos, pero este lo necesito—. Iremos directamente a la fuente. Al banco.

Arturo se pone en pie.

—Estás loco, y tu amigo James aún más. Ya nadie roba bancos. Son muy complicados, para el dinero que manejan en caja. Los bancos no tienen ni la mitad de lo que sacamos por el tema de la coca. Con eso no nos retiramos ni a Albatàrrec y arriesgamos mucho —dice, indignado.

—Escuchad el plan, antes de decidir.

—¿Es que no escuchas, Ful? No hay tanta pasta en los bancos.

—Sí la hay, pero dentro. Y tenemos cómo acceder.

Ahora nadie habla. No lo entienden, saben que hay algo más, pero no saben qué es. No voy a demorarlo más:

—El dinero está en la caja fuerte del banco. ¿No os dais cuenta? A la pasma le abren la puerta del banco a cualquier hora. Incluso a esas horas en que hacen recuento con la caja abierta. Entre las dos y las tres. Solo necesitamos unos uniformes de

mosso. Lo tengo bastante pensado.

Lo están asimilando.

—Lo prepararemos bien.

—Es muy arriesgado, puede salir mal, y a las alarmas de bancos los polis van con la pipa fuera.

—Por eso James esta vez participará y, creedme, lo tiene todo pensado. —Jose arquea las cejas, nunca se fía—. Es nuestra única oportunidad. Si tenéis una idea mejor, decidla y la estudiamos. En la caja fuerte de un banco, por pequeño que sea, hay un mínimo de cincuenta mil euros. Tienen que tener

cash. Con eso y lo que ya tenemos nos abrimos por mucho tiempo. La otra opción es quedarnos y rezar para que no nos encuentre un cártel de la droga colombiano que ha enviado a un asesino para matarnos.

Creo que todos están asumiendo que pocas oportunidades tenemos de salir bien parados de esta, pero que quedarnos encerrados en casa no es una buena opción.

—Yo no rezo desde la comunión —dice Jose—. Me apunto.

—Tenemos que ser todos.

—Nosotros también —dice Jessi mientras Arturo la mira de reojo y calla.

Todos miramos al Pelota, que está rojo como un tomate. Deja de mirar al suelo y se encuentra con nuestra mirada. Hace una pasada por todas nuestras caras.

—Claro, también me apunto.

No esperaba menos de ellos. Es el momento de tomar decisiones importantes.

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