Frozen

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Capítulo veintinueve

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CAPÍTULO VIENTINUEVE
Elsa

—¡Lord Peterssen! —llamó Elsa—. ¿Kai? ¿Gerda? ¡Que alguien me saque de aquí! ¡Por favor!

Nadie contestó.

Al otro lado de los barrotes de la pequeña ventana de la mazmorra, divisó unas antorchas parpadeando en el pasillo. El viento aullaba entre los ladrillos, casi apagando las llamas. Hasta sus cadenas estaban comenzando a congelarse, lo que le dificultaba el movimiento.

Estaba atrapada.

Elsa se sentó en el banco y se quedó mirando los grilletes que tenía en las manos.

No podía quedarse allí sin hacer nada mientras su reino entero se convertía en una tundra helada. Necesitaba que alguien encontrara a Anna y le contara la verdad acerca de su pasado. Quizá, y solo quizá, aquello le ayudara a recordar quién era en verdad. Entonces, la maldición se rompería y... ¿qué significaría aquello para el tiempo?

Incluso si Anna descubría quién era, Gran Pabbie no había dicho nada de que su hermana fuera capaz de detener ese invierno. Elsa era quien lo había creado; solo ella podría acabar con él.

Elsa recostó la cabeza hacia atrás sobre la pared y escuchó cómo el hielo crujía. ¿Por qué no sabía cómo revertir el hechizo que ella misma había conjurado?

«Sé lo que el miedo le está haciendo a tu magia —oyó que decía Gran Pabbie—. Debes concentrarte en controlar tus poderes.»

¿A qué se refería con «miedo»? Ella no temía sus poderes, ¿no? De lo que tenía miedo era de no tener a su hermana en su vida. Si dejaba marchar a Anna, ¿se detendría la tormenta?

No estaba segura y tampoco sabía a quién preguntar.

Había perdido a su madre y a su padre, apartado a su gente de ella y abandonado a Olaf en su misión por romper sus propias cadenas. No quedaba nadie que pudiera ayudarla.

Elsa agachó la cabeza y comenzó a llorar.

—Mamá, papá, por favor, ayudadme.

La única voz que escuchó fue la del viento.

—¡Princesa Elsa!

Elsa abrió los ojos y se levantó tirando de sus cadenas. Alguien la estaba llamando. Era una chica. Pero no reconoció su voz.

—Princesa Elsa, ¿dónde estáis?

—¡Estoy aquí! —llamó Elsa. No parecía Gerda ni Olina, pero no le importaba quién fuera. Alguien venía en su ayuda—. ¡Seguid mi voz!

—¡Os encontré! —La chica metió la cabeza entre los barrotes y miró hacia el interior de la mazmorra.

Elsa no podía creerse lo que estaba viendo. La chica delante de ella tenía el pelo cobrizo y los ojos azules. Se miraron fijamente y los puños de Elsa comenzaron a brillar. Extrañamente, no se congelaron. El hielo se fundió sobre la marcha.

—¿Anna? —susurró Elsa olvidándose por un momento de todo lo demás.

—Sí. —Anna agarró los barrotes—. Soy Anna... Hola.

Anna no era un producto de su imaginación. No era un fantasma. Era real y estaba al otro lado de la puerta de la mazmorra. La hermana pequeña de Elsa estaba allí. ¡La maldición se había roto! Elsa comenzó a llorar.

—¿Sabes quién soy?

Anna se quedó parada un momento.

—Sí.

—¿Lo recuerdas? —Las lágrimas le corrían a Elsa por el rostro cada vez más abundantes—. Lo has recordado y me has encontrado.

—Yo... Este lugar... —La voz de Anna se fue apagando. Sacó un trozo de pergamino—. Tengo la carta de la reina.

Los puños de Elsa resplandecían ahora con más intensidad.

—¿Tienes la carta? ¿Cómo? —¡Ahora podrían leer la carta juntas!—. No importa. ¡Lo que importa es que has vuelto! Y eres... real.

—Y tú también —susurró Anna. Siguieron mirándose la una a la otra. Lo único que se oía era la tormenta rugiendo en el exterior.

Entonces, oyeron una risita.

—¡Y yo también!

Anna se agachó para levantar algo y lo sostuvo en alto frente a los barrotes. Era la cabeza de un muñeco de nieve. La cabeza mostró una gran sonrisa enseñando los dientes.

—¡Olaf! —exclamó Elsa—. ¡Estás bien!

—¡Sí! —Olaf frunció el entrecejo—. Pero he salido de tu habitación. Ya sé que no debería haberlo hecho.

—No pasa nada —rio Elsa a través de sus lágrimas.

—¡Y he encontrado a Anna! —dijo Olaf feliz—. Fuimos a buscarte junto con Kristoff y Sven, pero entonces Kristoff y Sven se marcharon y nosotros continuamos con el príncipe Hans.

—¿Hans? —La sonrisa se desvaneció de sus labios—. ¿Dónde está? —quiso saber—. ¡Anna, no puedes escucharlo!

Anna abrió la boca para responder justo en el momento en el que alguien los apartaba a ella y a Olaf de su vista.

—¡Anna! —llamó Elsa.

—¡Apartaos de mí! —oyó que gritaba Anna.

—¡No veo nada! ¡No veo nada! —gritó Olaf—. ¡Que alguien me una de nuevo a mi cuerpo!

Elsa oyó girar una llave y observó abrirse la puerta de la mazmorra. La cabeza de Olaf rodó hacia el interior de la habitación sin su cuerpo. Hans entró justo después de ella llevando a Anna como su prisionera. Tenía un corte reciente sobre el ojo derecho.

—Bueno, bueno. Qué alentador —dijo—. La reunión de dos hermanas.

—¡Déjala marchar! Ya no nos puedes hacer daño —exclamó Elsa mientras sus puños resplandecían en un color azul brillante—. ¡Lo recuerda todo!

Hans sonrió.

—¿Es eso cierto? Veamos si lo es.

Hans empujó a Anna hacia delante. Esta se chocó con Elsa y, acto seguido, se cayó de espaldas, respirando con dificultad. El hielo empezó a formarse en sus pies e inició su camino, subiendo por sus piernas.

La maldición... no se había roto.

Hans observaba la escena sin inmutarse mientras el hielo subía por el cuerpo de Anna y el pelo se le tornaba completamente blanco. Anna se estaba congelando desde el interior. Elsa tiró de las cadenas intentando huir, pero no pudo alejarse lo suficiente.

—¡Anna! —Olaf entró en pánico, su cabeza rodando hacia ella.

—¡La has matado! —gritó Elsa.

Hans no se movió.

—Exacto. —Miró a Elsa mientras Anna se retorcía de dolor en el suelo—. Tú ya te habías condenado, pero ella ha sido lo suficientemente estúpida como para ir detrás de ti. Ahora, no quedaréis ninguna de las dos y yo reinaré sobre Arendelle solo.

—¡No! —Elsa soltó un grito de agonía. Los puños empezaron a brillar de nuevo. Unos copos de nieve los envolvieron a ellos, después a las cadenas y por último cubrieron las paredes. Hans levantó la mirada sorprendido al ver que la habitación estaba llena de hielo. Elsa tiró una, dos y después una tercera vez mientras se formaban unos carámbanos en el techo y empezaban a caer sobre ellos. Olaf trepó como pudo encima de Anna en el momento preciso en el que empezaron a caer. Hans se cubrió la cabeza con las manos.

Elsa se concentró en la ventana de la mazmorra, intentando abrir un hueco con su magia. Finalmente, las piedras explotaron y arrasaron con media pared y con sus cadenas. Los grilletes que le bloqueaban las manos se rompieron en dos y la liberaron de sus ataduras. Elsa trepó a través de la abertura en la pared y miró hacia atrás a Anna. El hielo del cuerpo estaba empezando a desvanecerse mientras Elsa corría hacia la tempestad y desaparecía.

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