Frozen

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—¿Sabes, Allie? Eras una mujer más atractiva cuando hacías las cosas porque te daba la gana, sin amenazas ni advertencias previas. Has perdido tu toque.

Sabía que aquello no era lo mejor para decirle a una mujer resentida, pero no pudo evitarlo. El cambio era evidente.

—Todos evolucionamos, Ravn. Sobre todo cuando nos mueve un sentimiento tan intenso como la ira, el odio y la venganza.

—No conseguiré hacer que colabores conmigo por las buenas, ¿verdad?

—No.

—Lástima. Antes me gustaba más jugar contigo —admitió.

Allie tensó los hombros ante el recuerdo de esos días demasiado lejanos.

—Sí, antes era mejor. Cuando tienes una venda en los ojos, el mundo es menos destructivo. En el momento que cae, ves la realidad y te das de bruces con ella. Has sido mi peor error, Ravn. Un error que no quiero volver a cometer.

La cosa estaba cada vez más difícil. Si no se movía de allí con ella, entonces también caería bajo la oscuridad de FROZE. Y él no quería que alguien como Allie perdiese su esencia. Era la mejor maldita mujer del mundo, lo reconocía, y por eso un sentimiento de culpabilidad mezclada con el miedo y la determinación hicieron que tomara una decisión: la llevaría con él, quisiera o no.

Rebuscó por su chaqueta y encontró las esposas que siempre guardaba en uno de los bolsillos secretos internos de su abrigo.

Sonrió. «Perfecto».

—Allie, discúlpame —pidió, acercándose a ella con lentitud.

—¿Por qué? —entrecerró sus ojos sobre él, sin comprender qué pasaba ahora.

—Por esto —dijo, y en cuestión de segundos había unido la mano de ella a la suya con total facilidad, colocando las esposas para que no escapara de él—. Es necesario —añadió cuando ella le golpeó en el hombro, furiosa.

—¡Suéltame ahora mismo, Ravn! —chilló, tirando de las esposas e intentando sacar la mano—. ¡No pienso ir contigo a ningún lado!

—Oh, claro que sí. Compórtate y te dejaré caminar. Si no lo haces, te echaré al hombro.

—¡Bastardo! —intentó abofetearle, pero él fue rápido y le detuvo la mano a escasos centímetros de su rostro.

—Cuidado, Allie, no te rompas ninguna uña —dijo con un deje de burla.

—De verdad que… —apretó la mandíbula y soltó un chillido que apuñaló los tímpanos de Ravn—. Ni te imaginas lo mucho que desearía despellejarte ahora mismo —siseó, escupiendo las palabras—. Eres un hijo de perra. Te mataré.

—Empiezo a creer que estoy más a salvo a tu lado que fuera.

—Saca la llave y suéltame —ordenó, ignorando su tono burlón y su sonrisa socarrona.

Ravn negó con la cabeza.

—Lo siento, pero Sander ha desaparecido, estoy en mitad de una investigación, mi novia me ha dejado y mi ex prometida está buscando la mejor forma de cortarme la mano u otra cosa que un hombre necesita más —sus labios se curvaron en una media sonrisa—. ¿Crees que soy idiota? Si te suelto irías corriendo a esos lobos y joderías todo mi trabajo.

Allie no sabía qué le apetecía más: gritar, matarle o propinarle una patada en la ingle y luego romperle la nariz con la rodilla.

En realidad, deseaba hacer todas las cosas al mismo tiempo. Pero no podía. Estaba completamente unida a él, y a menos que no se hiciera con la llave, pasarían un buen tiempo juntos.

—Siempre jugando sucio, Ravn. Sigues siendo el cabrón que conocí —escupió, acercándose a su rostro—. Cuando me libre de ti, será mejor que encuentres un buen lugar en el que esconderte, porque no voy a dejar de ti ni los dientes.

—No me amenaces, Alyson —ella parpadeó cuando él dijo su nombre completo—; sabes tan bien como yo que esto nos irá bien. Vamos a continuar donde lo dejamos, porque una vez hubo un tú y yo. Voy a conseguir que me perdones, y haré que cambies de opinión acerca de quedarte vacía de emociones. Pero, por encima de eso, te salvaré a ti y a todas las personas que no quieren vivir con un corazón.

Para su sorpresa, ella se erguió por completo y esbozó una enorme sonrisa.

—Estoy deseando ver cómo fracasas, Ravnei.

Esta vez fue él quien parpadeó al oír su nombre de sus labios.

3

—Señor, hay un error en las cámaras de seguridad de la mansión Ishtaki.

—¿Qué clase de error? —preguntó, sin apartar la mirada del lujoso y gran equipo de música que reproducía el último disco de Beethoven.

—Alguien las desconectó durante diez minutos —contestó el hombre, recto como una vara de hierro—. No sabemos qué ha podido ocurrir.

—¿De verdad? —giró en la silla de cuero donde estaba sentado y miró a su empleado. Vio cómo tragaba saliva, nervioso—. Qué interesante. Tenía entendido que las cámaras debían ser vigiladas constantemente.

—El vigilante tuvo que salir de inmediato, señor —explicó—. Fue en ese momento cuando se desconectaron.

—Entiendo —se rascó la barbilla, pensativo—. ¿Y qué es lo que no querían que nadie viese?

—No lo sabemos, señor. Parece ser que alguien entró corriendo y golpeó a uno de los ciudadanos, un hombre joven. No hemos podido averiguar más.

Los ojos del hombre se iluminaron. Se le quitó un peso de encima. No tenía nada que temer.

—Vale, está bien. Puedes marcharte. Dile a Kado que no quiero ningún otro error como éste, o lo pagará caro.

El joven asintió, hizo una reverencia y se marchó. Segundos después, alguien volvía a entrar, pero esta vez se alegró de ver que se trataba de él.

—Essei —saludó, haciendo una inclinación cortés—. Veo que no has perdido mucho el tiempo en mi ausencia.

—Oh, vamos, sabes de sobra que adoro trabajar en esta ciudad. Es tan fácil —suspiró, levantándose de la silla y apagando el equipo de música—. Todavía no puedo creer que el primer intento fallase. Debía haber muchos incompetentes aquí dentro.

—Unos pocos, sí —corroboró—. Fue una pérdida importante para la empresa. Suerte que entraste tú y nos hiciste recuperar el doble. Te debemos tanto.

Essei esbozó una sonrisa torva.

—No me tomes el pelo —dijo—. Sé que solo dejasteis que entrara en la empresa porque soy el hijo bastardo de uno de los dirigentes. Pero bueno, es cierto que todo va bien gracias a mí, y me habéis aportado muchas cosas buenas. No quisiera que mi pasado se viera revelado.

—Así que es verdad, tú también buscas enterrar tu vida pasada dentro de la ciudad —entendió.

Essei no contestó, no se vio en la necesidad de hacerlo. Revelar los motivos que le empujaban a trabajar mano a mano con ellos no era relevante. Al menos para su empleado. Así que, elaborando la máscara más serena que poseía, se acercó al mueble bar de su despacho y sirvió dos whiskys de doce años. Su favorito.

—Toma, brindemos por tu excelente trabajo —le tendió una de las copas—. Has conseguido burlar a una manada de lobos delante de sus narices.

—Ha sido fácil —dijo, sonriendo, antes de chocar su copa con la de Essei en un brindis—. Ese idiota de Ravnei Bronnjfell ha puesto en bandeja la operación. Él y su equipo han elaborado, sin saberlo, un puente hacia FROZE.

Essei rió con desgana. Tomó un sorbo de whisky, sintiendo el fuerte licor abrasándole la garganta, y miró con atención a su contrario. Sí, definitivamente había hecho bien al tomarlo bajo su mando. Era fuerte, leal, sincero y cruel. Todo lo que alguien como él necesitaba como su mano derecha.

—Solo nos queda saber cómo sale la operación —comentó Essei, volviéndose de nuevo hacia el mueble bar para echarse un hielo en su bebida—. Otro fallo más y nos llevará mucho más tiempo reintentarlo.

—Ten un poco de fe, Essei —pidió su compañero—. Esta vez, no habrá nada ni nadie que nos pare. Solo observa a través de tu despacho cómo nuestra gran obra maestra se lleva a cabo.

* * * *

—Solo voy a decírtelo una vez, Ravn: suéltame.

Él paró en seco, llevándose consigo a la mujer, y la miró de malos modos. Llevaba una hora escuchando cómo se quejaba por todo. Vale que la culpa era de él por haberla atado de aquella manera, pero ya que su intención era protegerla y evitar que la matasen, podría colaborar un poco.

—No —dijo por décima vez.

—Como policía deberías saber que no puedes secuestrar a la gente —siguió diciendo Allie—. Sander es problema tuyo, no mío.

—Tú eres problema mío, también. Como policía, puedo usar cualquier método, por poco ortodoxo que sea, para prevenir un asesinato. Así que cierra el pico de una vez y camina.

Bajaron por la explanada que había junto al lado de la mansión. Había costado salir de allí, contando con el hecho de que había cámaras por cada rincón. Estaban constantemente vigilados, sin excepciones. No podía creer como no lo había pensado antes.

Le había pedido a Allie que le contase todo lo que sabía de la ciudad, pero ella no estaba por la labor de ayudarle. Prefería insultarle y golpearle que mantener una conversación cuerda.

Llegaron a uno de los enormes edificios vacíos de la ciudad, muy parecido a un hotel, y desde allí, Ravn decidió que intentaría llamar de nuevo. Solo que el móvil seguía sin cobertura.

—¿Por qué sigues insistiendo? —preguntó Allie, mirándole con curiosidad—. Ya te he dicho que aquí los aparatos electrónicos no funcionan.

—La fe es lo último que se pierde, preciosa —contestó, guardándose el móvil de nuevo. Dio una mirada circular y chascó la lengua—. Necesitamos encontrar armas.

—¿Para qué?

—Bueno, es evidente que nos van a hacer falta. Sander tenía dos pistolas y parecen haberle aplacado con suma facilidad.

Allie puso las manos sobre sus caderas, agradeciendo que las esposas fueran lo suficientemente largas como para no tener que rozar más de lo debido al hombre. No necesitaba que su corazón saltase en su pecho cada vez que Ravn la tocaba.

—No estamos seguros de que esa sangre sea de Sander. Puede que él esté por ahí, inmiscuido en su misión.

—Te aseguro que no —dijo Ravn, sacudiendo la cabeza—. Sander no tiene permiso para actuar por su cuenta. Seguimos órdenes de nuestro superior, y nuestra misión era investigar conjuntamente. Además, algo dentro de mí me dice que no voy muy desencaminado.

«Cosas de policías», pensó Allie, mirando hacia otro lado.

En el tiempo que llevaba en FROZE, no más de un mes, no se había atrevido a recorrerla por completo, así que no estaba segura de qué encontrarían en sus andanzas. Hasta el momento no se habían topado con nadie, como venía siendo costumbre. Las personas que vivían en la ciudad, que no eran pocas, según sabía, desaparecían del mapa y no volvían a verlas. Algo que a veces le ponía el vello de punta.

Ella no quería terminar desapareciendo. Lo único que buscaba era cerrar la herida que, una vez más, se abría lenta y dolorosamente debido a que el causante estaba a su lado, tan malditamente atractivo como lo recordaba. ¿Qué había hecho tan malo en su vida para merecer eso?

Ravn era el último hombre de la Tierra que quería junto a ella, en una burbuja lejos del mundo real. Si tan solo pudiera coger un avión y desaparecer de inmediato, se cercioraría de no aparecer por Europa en lo que le quedaba de vida.

—Tienes mucha fe en tu compañero. No sería el primer policía en tomarse la justicia de su mano —le recordó ella.

—Tú no conoces a Sander como yo —siguió defendiéndole, seguro de que él no había desaparecido por propia voluntad—. Es mi mejor amigo, y nunca me abandonaría en mitad de una misión por querer llevarse total reconocimiento.

—Sí, es verdad, Sander no parece de los que van votando a la gente porque sí.

Ravn ignoró deliberadamente su pulla y metió la mano en su chaqueta, sacando una pistola de ella. Se la entregó con una expresión carente de emoción. Allie, en cambio, frunció el ceño.

—¿Qué haces?

—Protegerte. Tómala y guárdala bien, te hará falta en algún momento.

—Ni lo sueñes —rechazó, negando con la cabeza. Sus pupilas estaban clavadas en el arma—. No he usado nunca una pistola, y no voy a empezar ahora.

—Allie, este no es momento para ser tocapelotas. Por favor, cógela.

Negó con la cabeza, segura de que no quería tener que ver con armas de ningún tipo.

Ravn, viendo que sería igual de difícil que convencerla para que fuese con él por las buenas, acortó la distancia entre ellos y le introdujo la pistola en la cintura del pantalón. Allie soltó un gritito de sorpresa, empujándole con brusquedad.

—¡No vuelvas a tocarme! —chilló, fuera de sí. Cogió la pistola y se la dio, aunque él no la cogió—. Si vuelves a poner tus asquerosas manos en mí una vez más, yo…

—¿De pronto te doy asco, Alyson? —preguntó él, aparentando aburrimiento.

—¡Nada de eso! —sus mejillas estaban rojas de furia—. Hace tiempo que perdiste la posibilidad de posar tus manos en mí, asquerosa sabandija.

Sus palabras fueron un duro golpe para su ego. En el pasado había hecho gritar a esa mujer con orgasmos devastadores, usando su cuerpo y sus palabras, ¿y ahora le gritaba que no la tocara? Demonios, eso sí que echaba por tierra todos los buenos recuerdos sexuales que tenía. Porque jamás diría delante de Allie que había sido su mejor amante, eso solo conseguiría darle más ventaja sobre su odio y sus ansias de venganza.

—De acuerdo —aceptó, sin saber muy bien cómo manejar la situación. ¿Qué podía hacer si Allie clavaba en él millones de puñales en la espalda cada vez que lo miraba con sus increíbles ojos zafiro?—. Nada de roces.

Ella apretó la mandíbula. La pistola se adaptó a la perfección a su pequeña mano, y pensó que no sería tan malo tener un arma. Sobre todo si con ella podía evitar que Ravn la volviese loca.

Otra vez.

—Acepto tu arma —la alzó por encima de su cabeza antes de colocársela en la parte de atrás, sujeta por el corsé—. Nunca se sabe qué clase de ratas puedes encontrarte por ahí.

Ravn solo suspiró. Volvió a mirar a un lado y a otro, esperando una señal que le indicase por dónde debía ir, y no le quedó más remedio que echarlo a suerte. Escogió la izquierda, porque parecía internarse en el centro de la ciudad.

—Sigamos —dijo él con voz cortante.

Caminaron cuarenta minutos más en lo que parecía círculos. Solo veían edificios blancos, abandonados, desprovistos de recuerdos y personas. La luna ya se alzaba por completo encima de la ciudad, llena y luminosa. Allie notó un escalofrío bajar por su espalda. Las noches de luna llena le daban mal rollo desde siempre.

—No vamos a ninguna parte —dijo Allie pasado un rato, cansada de tanto caminar hacia ningún lugar—. Además, hace frío.

—¿Puedes aguantar un poco más? Creo haber visto un edificio pequeño a dos calles de aquí, podemos colarnos dentro y pasar la noche allí.

—¿Y las cámaras?

—No ocurre nada con ellas. Dudo mucho que alguien las vigile todo el santo día. Se supone que esta ciudad no tiene normas ¿uh? Podemos hacer los que nos plazca.

Ella no estaba tan convencida. Nunca había salido por la noche fuera del edificio, pero eso no la tranquilizaba. Mucho menos si Ravn estaba con ella. Solo quería regresar a su habitación, quitarse la ropa y darse una ducha caliente.

—Aún quiero vivir unos cuantos años más, Ravn —murmuró, golpeando una piedrecita con la punta del tacón—. Así que vigila bien dónde nos metes. Ya que no vas a soltarme por ahora.

Deshicieron el camino y llegaron al edificio del que hablaba

Ravn. Tal y como él había intuido, estaba vacío. Las puertas, cerradas, no se movieron un milímetro ante su empuje.

—Tendremos que entrar a través de la ventana —señaló una de las que había en la parte de la derecha.

Allie le siguió sin reprochar. Los pies le dolían muchísimo con aquellos tacones, y la camisa que llevaba, a pesar de ser de manga larga, era fina y no cubría sus hombros. Estornudó, debido al frío.

Ravn abrió la ventana, subiendo el cristal, y pasó primero, dejando su brazo esposado fuera. Ofreció su mano a la mujer, pero ella hizo ver que no lo había notado y entró con cuidado por sus propias medios. Dentro olía a polvo acumulado. No había muebles, ni luces, ni interruptores. Los pasos y las respiraciones se duplicaban debido al eco.

—¿Por qué se supone que quieren un edifico cerrado?

—¿Porque no hay tantos individuos aquí dentro? —devolvió la pregunta ella.

—Eso no tiene sentido. Tiene que significar algo que la ciudad esté abandonada y el edificio principal esté lleno.

—Pues no se me ocurre nada —admitió ella, dándole la espalda. Las luces del exterior entraban por las ventanas, iluminando pobremente la habitación—. Aunque…

—¿Qué?

—De vez en cuando, cada dos o tres noches, hay guardias que pasean de un lado a otro. Los he visto varias veces desde mi habitación. Entran y salen de algunos edificios, asegurándose de que no hay nadie.

—¿Y a otras personas? —preguntó, esperanzado de pronto con respecto al asunto—. ¿Has visto entrar aquí a otras personas?

—No. Normalmente estamos dentro del edificio Ishtaki, o, como mucho, fuera, en el jardín. Algunos aún tienen una parte de su humanidad, pero son una minoría. De todas formas, da lo mismo, porque no quebrantan las reglas.

—Así que lo único que tenemos es que el edificio Ishtaki es el más activo de la ciudad, el resto no se usa.

—Sí —asintió ella.

«Debe existir alguna razón. Seguro».

—Pero fíjate, esta habitación parece haber sido habitada en el pasado —señaló las huellas de polvo más superficiales, con formas de muebles—. Aquí hubo de vivir alguien en el pasado.

—Quizás finalmente se marcharon. No hay tanta gente aquí dentro.

Ravn golpeó la pared con el puño, enfadado. No comprendía nada, por más que le daba vueltas. ¿Cómo iba a existir una ciudad, en mitad de una isla en apariencia paradisíaca, llena de fantasmas y polvo? Eso no tenía ningún sentido.

—Muertos, desapariciones, sentimientos que se evaporan, edificios vacíos y marionetas sueltas. ¿Qué significa todo esto?

—Suena a ciencia ficción —Allie frunció el ceño, apoyándose en la ventana por la que habían entrado. Su silueta se recortó en la pared—. Llevo aquí un mes y no he visto nada raro. Todo parece normal.

—Eliminar sentimientos no es normal, Allie —él se giró para mirarla—. Por los dioses, ¿cómo caíste aquí dentro?

Apartó la mirada, avergonzada. A oscuras, sin poder ver bien su rostro, se sentía más segura acerca de los sentimientos que la embargaban. Todavía no había podido pensar en ello con tranquilidad.

—A veces, cuando estás desesperado, solo buscas la manera de arrancarte todo el dolor del pecho, Ravn —susurró, acariciándose su melena rubia—. Pensé que esta era la mejor forma de superar aquello que amenazaba con volverme loca.

Ravn avanzó un par de pasos hacia ella. Estiró el brazo para acariciarle la cabeza, arrepintiéndose en el último momento. No, no podía hacer eso. Alteraría más a la chica.

—Lamento todo lo ocurrido.

Ella sacudió la cabeza, segura de que quería terminar con esa disparatada situación de una vez por todas. No necesitaba las disculpas del hombre que había roto su corazón en mil pedazos de forma que no se pudieran pegar de nuevo.

—Olvídalo. Busquemos una forma de pasar la noche, y mañana seguiremos buscando eso que has venido a encontrar aquí.

—¿Eso significa que colaborarás conmigo? —preguntó, esperanzado.

—Es la única forma que tengo de librarme de ti, Ravn, así que no tengo otra. En el momento de encontrarlo, tú saldrás de mi vida para siempre. Promételo.

Él no quería hacerlo, pero no le queda más remedio. Debía hacerlo, por ella y por él. Sin reproches ni quejas.

—Vale —accedió de mala gana.

Allie se levantó de un salto, con agilidad, se sacudió el polvo de los pantalones y fijó sus ojos en la grieta de la pared del fondo. Siguió la línea uniforme hasta el suelo, donde continuaba por la madera vieja y polvorienta, hasta un pequeño recuadro.

—Mira —dijo, tirando de él hacia su descubrimiento—. ¿No es una trampilla?

Ravn abrió mucho los ojos, mitad emocionado mitad sorprendido.

—Sí…

Se agachó, palpando el suelo, y dio con el borde de la puerta. Tiró con todas sus fuerzas, pero la trampilla no cedió. Ella, viendo que le costaba, le ayudó. Nada ocurrió.

—Demonios —se pasó una mano por la frente, apartándose los rizos—. Está cerrada a cal y canto.

—A lo mejor es un almacén de comida o algo por el estilo —sugirió, no muy conforme—. Ya hemos dado por supuesto que antes vivió aquí alguien.

Tiró un poco más, y viendo que era inútil, lo dejó por imposible, sentándose en el suelo.

—Son más de las dos, deberíamos dormir —miró su reloj de muñeca.

—¿En el suelo? ¿No podemos regresar al edificio Ishtaki, donde tenemos habitaciones equipadas y camas cómodas? —hizo un puchero.

Ravn pensó que se veía adorable. Como la Allie que conociera en el pasado. La voluminosa melena rizada acariciaba sus hombros desnudos y sus clavículas. Se veía tan sexy, con sus veintiséis años marcados en el rostro, en sus delicadas manos y en su curvilíneo cuerpo.

—No, princesa. Dormiremos aquí.

Para hacérselo más llevadero se despojó de su chaqueta y la tapó con ella como pudo, teniendo en cuenta que estaban esposados. Allie lo miró sin saber qué decir o cómo sentirse al respecto.

Estaba claro que él no quería que pasara frío, lo que no sabía es por qué le importaba, si sabía que le odiaba.

—Vigilaré un rato, mientras duermes, por si acaso —avisó, colocándose de espaldas a ella y dejando su brazo esposado detrás, para que durmiese más cómoda—. Te avisaré dentro de unas horas.

Allie suspiró. Echó un vistazo a su espalda, evocando la de veces que la había acariciado con sus manos en mitad de la noche, mientras hacían el amor desenfrenadamente.

«No, Ravn no hace el amor, querida. Él solo se desfoga de mala manera».

Apretó los dientes, sacudiendo la cabeza. ¿Por qué pensaba en eso? No tenía sentido. Como tampoco lo tenía estar allí tirada, en un suelo sucísimo, con el hombre que más odiaba en el mundo.

«Olvídalo, y busca una forma de librarte de estas estúpidas esposas».

Se acomodó en el suelo, tapándose con la chaqueta, que olía a él. Inspiró suavemente, sintiendo unas irrefrenables ganas de llorar. «Tan estúpida». Apoyó la cabeza sobre los brazos cruzados, notando la metálica esposa sobre su mejilla. Un escalofrío la estremeció por completo. Así no podría pegar ojo.

—Estoy incómoda —se quejó.

Ravn la miró por encima del hombro, curioso.

—Inténtalo. Cuanto más lúcida estés, más fácil nos resultará todo.

—¿Imaginaste esto cuando aceptaste tu estúpida incursión? —preguntó ella.

—No, la verdad es que no. Esperaba poder inmiscuirme mejor en la vida de esta ciudad, no encontrarte a ti y perder a Sander. Ahora mismo saldría de aquí y entregaría mi placa de inmediato.

Allie parpadeó, sorprendida.

—Tú nunca te has rendido a mitad de camino —le recordó en voz baja—. Has renunciado a muchas cosas por tus investigaciones.

Él esbozó una sonrisa torcida. Si ella supiera. Freyka estaba en Irlanda en ese preciso instante solo porque él no había sido lo suficiente atento como para cuidar su relación. Y, por si eso fuera poco, ni siquiera se acordaba de ella porque tenía a la otra mujer que más le había importado junto a él, hipnótica, llena de ira y, sobre todo, más hermosa que nunca.

El Destino era una jodida mierda. Solo estaba poniendo trabas a su trabajo y a su vida. Como si necesitara aquello. ¡Claro que quería mandarlo todo bien lejos! Huir. Desaparecer.

—¿No vas a hablarme?

—¿Por qué no duermes? —inquirió él de malas formas, sin desearlo. Fue un acto reflejo. Allie le ponía nervioso.

—Oye, jódete —escupió, incorporándose de nuevo—. Se supone que estoy aquí por tu culpa, miserable. Ahora mismo debería estar en mi cama, tranquila y calentita, sin tu horrible presencia.

Antes de que pudiese parpadear, Ravn saltó sobre ella, atrapando su cuerpo contra el suelo, sujetando sus manos por encima de su cabeza. Clavó en ella sus ojos oscuros, candentes. Allie soltó todo el aire de sus pulmones. Ravn gruñó cuando su aliento penetró sus fosas nasales. Olía deliciosa, tal y como recordaba.

Demonios, tener todas las curvas de su cuerpo pegado al suyo le hacía delirar. Otra vez.

—¿Calentita? —murmuró, pegando su nariz a la suya—. Si quieres puedo abrigarte bien, preciosa.

Allie se quedó paralizada. No podía mover un solo músculo. El corazón le retumbaba en los oídos. Escuchaba la respiración templada de Ravn, notaba sus delicadas manos sobre sus muñecas, sujetándolas de forma firme. Y, lo peor de todo, sus cuerpos estaban tan unidos que podía notar la calidez de él a través de la ropa.

Tragó saliva, nerviosa. Un grito se quedó atascado en su garganta. De pronto, toda la cordura regresó de golpe y, como pudo, lo golpeó para que se alejase. Ravn saltó a un lado.

Ella lo fulminó con la mirada.

—¡Te dije que no volvieras a tocarme! —gritó—. ¿Por qué lo haces todo tan difícil?

—¡Porque me enfermas, mujer! —contestó, alzando la voz. Allie enmudeció al verle tan molesto—. Tu presencia me agobia, tu perfume me confunde, tus palabras me dan ganas de golpear todo a mi paso. ¡No te haces una idea de la influencia que tienes en mí! Además, este lugar me trastorna.

Apretó los dientes. ¡Cómo se atrevía a decir que ella la trastornaba!

—Eres un masoquista de mierda, Ravn. Parece que, cuanto más te digo que te odio, más cerca de mí quieres estar.

—Siempre me ha gustado probar lo prohibido, muñeca —para su sorpresa, curvó los labios en una media sonrisa que le robó el aliento—. Y en este momento, eres una manzana muy roja y apetitosa, Allie.

Ravn abrió muchísimo los ojos cuando ella le abofeteó. El golpe resonó en sus oídos y en la habitación. Ella mantuvo la mano en el aire durante unos segundos, y luego la bajó.

—Si no respetas mis sentimientos, al menos respeta mi cuerpo, Ravn. No te gustaría ver lo que haría contigo si vuelves a saltarte la norma más básica de nuestra eventual unión.

Ravn se frotó la mejilla dolorida. Su pecho subía y bajaba con agitación. Le temblaba todo debido al shock. Era la primera vez que una mujer le pegaba, y la experiencia no resultó ser tan agradable.

Pudo haber dicho muchas cosas, pero se limitó a acomodarse de nuevo, de cara a la ventana, dándole la espalda. Allie contuvo el aliento, se frotó las manos, sintiéndose extraña, y volvió a acomodarse en el suelo. Lo que acababa de hacer no le hizo sentir mejor consigo misma. Más bien la hizo sentir como un monstruo.

«Yo no soy así, maldita sea».

Le costó muchísimo conciliar el sueño. Ni siquiera soñó nada. Su mente estaba vacía por completo, de pronto.

Ravn pasó dos horas allí, en el suelo, mirando la nada. Pensó en lo ocurrido en las últimas horas, en dónde podía estar Sander y en qué condiciones, en cómo salir de allí vivos y, sobre todo, enteros. «Tendré que usar todo mi arsenal», meditó, estirándose cual gato. Observó un momento las facciones relajadas de Allie y algo sacudió su pecho. Estiró el brazo y acarició uno de sus rizos; seguían igual de sedosos y rubios.

Chascó la lengua, apartándose. De pronto, una luz parpadeó en los cristales de la casa. Los músculos de su espalda se tensaron. Saltó hacia la ventana, cuidando de no despertarla, y descubrió a dos guardias que paseaban a varios metros calle abajo.

—Mierda —masculló, apartándose de allí—. Tenían que pasear justo hoy.

Zarandeó a Allie con nerviosismo. Ella gimió, frotándose los ojos con una mano. Parpadeó un par de veces y le enfocó. Un sentimiento de ira cruzó sus ojos zafiro.

—¿Qué ocurre?

—Guardias, a varios metros —susurró, obligándole a bajar el tono de voz a ella.

—¿Cómo? —al incorporarse tan rápido se mareó—. Au —exclamó, llevándose una mano a la cabeza.

—Estamos encerrados en esta maldita habitación sellada. Si salimos por la ventana nos verán, y no creo que les haga mucha gracia.

—¿Qué propones, entonces?

—La trampilla.

—Oh, venga, antes no pudimos con ella —gimoteó.

—¿Se te ocurre algo mejor?

Negó con la cabeza, bostezando. Estaba más cansada que antes, y encima le dolía la cabeza y la espalda. Observó la madera, confusa. ¿Por qué no estaba en su cama, ajena al mundo peligroso de Ravn? «Porque cuando tu alma se conecta a la de él, ya no puedes escapar». El pensamiento la hirió, tan verdadero como su odio y su dolor.

—Probemos —accedió finalmente.

Juntos volvieron a tirar de la trampilla, sin que ésta cediese ni un milímetro. Ravn bufó, golpeando la madera. Y, para sorpresa de ambos, se escuchó un crujido. Cruzaron una rápida mirada, y se abalanzaron a presionar las tablillas. En pocos segundos había un agujero en el suelo por el que podían pasar.

—Tú primera —dijo, ayudándola a pasar—. Si ocurre algo, grita y te subiré.

Allie tragó saliva, mirando el gran agujero negro que la tragaría al completo.

—No sabemos qué hay debajo.

—Confía en mí —ella le miró con una ceja alzada—. Por favor —añadió—. En esto, al menos.

Allie cerró los ojos, inspiró hondo y pasó las piernas por la trampilla. No tocó nada. Estaba suspendida en el vacío.

—Te sujetaré fuerte, solo si me dejas tocarte —dijo Ravn.

—Por esta vez podemos saltarnos la norma —respondió con voz ahogada.

—¿Preparada? —preguntó. Allie negó con la cabeza y él sintió una punzada de diversión en el pecho—. Vamos allá.

—No me dejes caer, Ravn —pidió, cerrando los ojos antes de que él la bajase.

Gritó cuando cayó sobre un montón de piedrecitas, haciéndose daño en las rodillas y en los codos. Escuchó el golpe seco de Ravn detrás de ella. Pero lo que más llamó su atención no fueron las manchas de su camisa y sus pantalones, sino el hecho de que había muchísimos focos iluminando el paisaje.

—¿Qué demonios…? —Ravn dejó la frase a la mitad, admirando su alrededor.

—¿Dónde estamos? —preguntó Allie, sacudiéndose las palmas de las manos.

Ravn miró lo que tenía delante y supo, sin necesidad de que nadie le contase nada, que había encontrado el punto de partida de su investigación.

—En el infierno, muñeca. ¿Acaso lo dudabas?

A su lado, Allie soltó una carcajada nerviosa.

4

—Estás hablando del infierno en sentido figurado ¿no? —preguntó Allie, sujetando con fuerza su pistola. No había nadie alrededor, pero no podía asegurar que siguiera así por mucho tiempo.

Ravn, que no la escuchaba, se acercó a la explanada que tenían por delante. El césped, demasiado verde para no ser artificial, se extendía alrededor de lo que parecía ser una réplica de FROZE en oscura. Los edificios no eran blancos, sino negros, y los cristales no se veían opacos, sino gris brillante. Había luces por todas partes, se percibía vida, movimiento, vitalidad. Sonaba incluso música. Todo lo que sus ojos captaban era una ilusión, lo que en un principio había esperado de FROZE, y que no halló por ningún lado cuando llegó.

Lo único que seguía faltando a la estampa eran personas.

—¡Ravn! —gritó la mujer a su lado, sobresaltándole—. ¿Me estás escuchando?

—No —admitió, echando a andar explanada abajo, tirando de ella.

Allie tenía dificultad para caminar por campo con los tacones de seis centímetros. Estos se hundían constantemente en el barro, obligándola a caminar como si fuese borracha.

—Oye —se quejó, deteniéndose en seco—, espera. Necesito quitarme estos malditos zapatos.

Él soltó una carcajada al ver cómo hacía malabares. La melena rubia y rizosa le cubrió el rostro igual que una cortina. Al estar inclinada, pudo ver el tatuaje de su nuca, la palabra Tomhet. «Vacío».

Nunca le había dicho por qué había escogido esa palabra y no otra.

—Allie, ¿tu tatuaje…?

—¿Otra vez con esas? —ella bufó, sujetando sus tacones con una mano y mirándole fijamente.

—Sí. Sabes que siempre tuve curiosidad.

—Pues lo siento por ti, campeón, pero nunca sabrás por qué. No te interesa en absoluto saberlo.

—¿Tan importante es? —insistió—. Ni siquiera me lo contaste cuando estábamos juntos.

—Iba a contártelo la noche de nuestra boda, Ravn, porque pensé que era el día perfecto para abrirte mi corazón. Sin embargo, tú decidiste romperlo antes —sonrió con frialdad—. Olvídate del tatuaje, de mi confianza y de cualquier cosa que nos relacione; eso no va a cambiar nada.

Ravn se quedó paralizado cuando ella le contó la verdad.

Esperaba otra cosa, menos eso. Otra vez volvía a golpearle de lleno. Dura, certera y efectiva. Su odio era como ácido para él, y empezaba a corroerle con saña el corazón y la memoria.

«No podré soportar esto más tiempo».

Apretó la mandíbula, serenándose, y emprendió la marcha.

Escuchó los pasos delicados de Allie detrás. No volvieron a hablar. Tampoco había mucho que decir, exceptuando el odio que corroía a la mujer y que tanto daño podía hacerle.

Allie miró la espalda del hombre con preocupación. Cierto que él merecía todo aquello y más, pero estaba pasándose. Su afán de joderle le pasaría factura, tarde o temprano, y no quería sufrir más. Ravn estaba fuera de su vida desde hacía meses, y aunque él estuviera ahí otra vez, eso no cambiaba nada. Seguía firme en su decisión de olvidarle, de arrancar cada maldita flecha de amor pútrido que tenía en su corazón.

«Sé fuerte —se dijo a sí misma, expulsando todo el aire de sus pulmones—; no nos queda otra que aguantarlo un poco más y luego salir corriendo todo lo rápido que puedas».

Nada más acercarse a la pequeña ciudad subterránea, entendieron que sí había gente, pero no exactamente como ellos esperaban. Un grupo apostados en la esquina de un pequeño bar bastante oscuro y cochambroso, del que salía humo en grandes cantidades, conversaban en un idioma bastante extraño. Parecía una mezcla de noruego con algo más. El problema es que no sabían con cuál.

Su aspecto era inquietante. Todos tenían los ojos de colores muy vivos. Dorado intenso, verde luminiscente, gris roca, negro, rojo carmesí y púrpura. El cabello corría la misma suerte. Liso y brillante, en tonalidades destacables, cortados a la misma altura, sin distinguir entre hombres y mujeres. Y, sobre todo, un tatuaje en común: la estrella de hielo en color azul claro con un círculo rojo en su interior.

—No sé qué decir ante esto —murmuró Allie, anonadada—. ¿Se supone que es una moda o algo así? Ya sabes, como el punk.

—Lo dudo mucho. Tiene pinta de ser algo grande. Una secta, quizás.

—Venga —alzó una ceja, incrédula—. ¿Qué idiota querría estar bajo una isla, mientras arriba vive un puñado de gente sin sentimientos, en apariencia?

—La misma clase de idiotas que acuden a FROZE a olvidar que son humanos y están vivos —espetó.

—¿Iba con doble sentido?

Ravn curvó los labios en una media sonrisa.

—Princesa, tú te convertiste en una idiota en el mismo instante que te enamoraste de mí.

Ella le devolvió la misma clase de sonrisa que vestía sus labios y atrapó un mechón de pelo entre sus dedos.

—En eso estamos de acuerdo, Ravn.

Él puso los ojos en blanco, negó con la cabeza, y decidió acercarse al grupo de chicos. Estos los miraron con curiosidad, y para sorpresa de Alli y Ravn, sonrieron.

—¿Podéis decirnos dónde estamos exactamente?

Uno de ellos, el de ojos negros y pelo de color blanco intenso le contestó en el idioma extraño. Ravn chascó la lengua. ¿Cómo lo haría para entenderles?

—Oye, ¿no puedes hablar en noruego? —pidió.

El chico frunció el ceño, sacudió la cabeza, y le hizo un gesto a otro de sus compañeros para que se acercase. Éste tenía el pelo púrpura y los ojos verdes luminiscentes. De cerca parecía como si brillasen focos dentro de sus irises.

—¿Tú hablas noruego? —preguntó.

Ravn quiso saltar de alegría al oír su idioma en boca de esos lunáticos.

—Sí. Queremos saber dónde estamos.

—¿No os han avisado? —alzó una ceja—. Se supone que siempre nos cuentan todo, para que sepamos a qué nos enfrentamos.

—Eh, hay una revuelta arriba —mintió Allie, más rápida que Ravn—. No ha habido mucho tiempo para explicaciones.

—¡Ah! —sonrió, creyéndola—. Sí, ya entiendo. Bueno, nosotros no podemos deciros nada. Lo mejor sería que fueseis a ver a Mor, es quien se encarga de los nuevos. Nos quiere como si fuésemos sus hijos.

Allie sonrió, fingiendo que sentía una dulzura que le daba náuseas.

—Gracias. Eso haremos. Muchas gracias.

El chico asintió, feliz por haber sido de ayuda, y regresó a su grupito.

Ravn alejó todo lo que pudo a Allie para hablar a solas. Si entendían el noruego, escucharían su conversación, y eso no le convenía.

—¿Qué demonios se supone que es este sitio? —Allie miró las luces que colgaban sobre ellos, desde la fachada del edificio donde se apoyaban—. Me da escalofríos.

—La pregunta que más nos interesa ahora mismo es ¿quién es Mor?

—Mamá en noruego —susurró ella, tapándose la boca con la mano, pensando en lo que podría significar eso—. ¿Crees que está loca y retiene a estos chicos aquí?

—Pues para estar retenidos se ven bastante felices. Hasta fuman hierba. Cabrones.

—¿Quieres unirte a la fiesta, Ravn? Pensé que habías dejado ese juego tuyo —comentó, colocando una mano en su cadera.

—¿Tienes algún problema con lo que fume, princesa? Ya no tendrás el pequeño problema de mi mal aliento cuando me beses.

—Sí, es verdad —asintió—. Eras bastante desagradable. Sobre todo cuando tu olor era más fuerte que el vodka irlandés.

Ravn tensó la mandíbula. Esa mujer estaba ganándose uno de esos besos que le hacían suspirar y conseguía que le temblaran las rodillas a modo de castigo. Estaba harto de oír que todo había sido desagradable con él cuando sabía que no era cierto. Deseaba que se tragara sus propias palabras y, de paso, rememorar por qué le estaba poniendo caliente recordar cómo sabían los labios de Allie.

«No, joder —gruñó interiormente, mirando su bragueta—. Ahora no».

Al levantar la cabeza se topó con los ojos de Allie. Ella lo miraba fijamente, sin parpadear. Pensó que se había vuelto loca, o que el sueño que arrastraba le trastocaba la mente. Pero cuando ella se mordió el labio inferior, negó con la cabeza y empezó a andar, obligándole a él a hacer lo mismo, supo que por su cabeza no pasaba nada malo. Si no todo lo contrario.

Allie se maldijo a sí misma. ¿Por qué no podía apartar la mirada de Ravn cuando él miraba a otro lado? Le recordaba ausente la mayor parte del tiempo, pero siempre pendiente de que ella estuviese cerca, lo suficiente para que con estirar el brazo la tocara.

Eso le tranquilizaba. O solía hacerlo. Ya no sabía a quién tenía a su lado, en qué clase de hombre se había convertido Ravn. Desde que la dejara tirada el día de su boda para irse con una prostituta se preguntaba una y otra vez qué había ocurrido realmente entre Ravn y ella. ¿Todo había sido una ilusión? ¿Solo ella había visto una relación perfecta?

Probablemente, así fuese. Porque entonces no entendía por qué Ravn la abandonó, haciéndole tanto daño. Él la había cuidado, mimado y escuchado sin pedir nada a cambio. Nunca le gritó, ni le levantó la mano, ni perdió los nervios con ella. A pesar de todo, había sido educado y tranquilo con ella. Pero la jodió con su último acto, como si, en el fondo, solo hubiese estado a su lado para asestar el golpe final.

Él había dejado claro que no la quería, pero dudaba de eso.

No podía ser posible después de que hubiese confiado en ella, contándole su pasado. Un pasado que le dolió incluso a ella. Nadie en su sano juicio se abre a otra persona sin sentir nada por ella. Entonces, ¿por qué?

Se moría de ganas por preguntárselo, y seguramente lo hubiese hecho de no estar en la situación actual. Atada a él, sin saber cómo encontrar la llave y librarse de él por fin.

¿Sería verdad que allí mataban gente? Bueno, ella estaba viendo el otro lado de FROZE, caminaba por él, así que no se trataba de una excusa inventada por Ravn. Existía algo gordo en aquella ciudad, y cada vez sentía más deseos de saber qué.

Pararon en una de las callecitas que daban curvas de la pequeña ciudad. Descubrieron que era más pequeña que FROZE, pero hervía de vida y de sentimientos que no comprendían, flotando en el aire.

—¿Dónde podemos ir? —preguntó Allie, colocándose de nuevo los tacones. El suelo estaba muy frío.

—Estoy increíblemente cansado. Podríamos buscar un sitio donde dormir y seguir dentro de unas horas.

—¿Crees que es buena idea pasar lo que queda de noche aquí?

—Averigüémoslo —repuso, encaminándose calle abajo.

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