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Segunda parte. Marzo » Capítulo 9:// Policía de semillas

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Capítulo 9:// Policía de semillas

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Las compañías biotecnológicas esparcen secuencias genéticas patentadas a través del ecosistema natural, igual que un virus informático. Luego utilizan el sistema legal para reclamar la posesión de cualquier organismo que invada sus secuencias genéticas patentadas. Están saqueando bancos de semillas comunitarios, obteniendo patentes de manzanas naturales, remolachas azucareras, maíz, y un puñado de otras plantas y animales. Se han apoderado inmoralmente del control del sistema alimentario y están dispuestos a reclamar la posesión de la vida a menos que tomemos medidas.

Echelon_99**** / 1.173 - Genetista de nivel 22

Hank Fossen aguantó la vibración de su Harvestor International 1981 mientras giraba en el borde del campo. ¿Podría sobrevivir el tractor otra estación completa sin una avería importante? Tenía más de 10.000 horas a sus espaldas. A lo largo de los últimos años los impuestos lo habían obligado a olvidar el mantenimiento. Había pensado en comprar un New Holland de segunda mano, pero incluso con el precio del maíz alcanzando máximos históricos, los gastos hacían que fuera demasiado arriesgado considerar en serio un sustituto.

Miró por encima del hombro. El aplicador de anhídrido amónico y el tanque que le seguían estaban todavía en buen estado. Siguió haciendo números mentalmente, preguntándose si llegaría al mercado del maíz a tiempo. Tenía la oportunidad de sacar buenos beneficios este año si los planetas se alineaban bien.

Y entonces los vio.

Fossen apagó rápidamente el aplicador y detuvo el tractor en mitad del campo.

Allí, en mitad de la carretera comarcal, había aparcados dos todoterreno negros. Tres hombres con carpetas caminaban por el campo al tiempo que se arrodillaban.

—¡Maldición!

Desconectó el motor y agarró el mango de un hacha que llevaba en la cabina para quitar el barro de los neumáticos. Un instante después saltó a tierra y cruzó a la carrera los doscientos metros de suelo pelado y fangoso.

—¡Salgan de mi propiedad cagando leches! —gritó.

Los hombres ni pestañearon. Uno de ellos sacó una videocámara y empezó a filmarlo mientras se acercaba. Otro empezó a hablar por su teléfono móvil.

Bien que los había asustado. A sus cuarenta y siete años, Fossen no tenía el vigor de hacía cinco. Había echado barriga por primera vez en su vida con todo el estrés de los últimos años. Cuando alcanzó a los tres hombres, respiraba con dificultad. Los intrusos eran tipos fornidos con chaquetas GORE-TEX de aspecto caro. Sus vehículos GMC SUV eran flamantes, probablemente alquilados en Des Moines.

Fossen apuntó con el mango del hacha al más cercano de todos.

—No tienen ningún derecho a estar aquí. Quiero que se larguen de mis tierras. ¡Ahora!

El más cercano estaba sacando primeros planos del suelo con una potente lente.

—Somos investigadores de Bosch y Miller, señor Fossen, y hemos venido a confirmar una supuesta violación de patentes por parte de Halperin Organix. Tenemos derecho legal a estar aquí.

—¡Chorradas! El juez ordenó detener las investigaciones sobre el terreno hasta que hubiera una sospecha razonable de violación.

El tipo ni siquiera alzó la cabeza.

—Bueno, Halperin consiguió que un juez estatal reinterpretara el significado de «razonable».

Fossen sacó su teléfono móvil.

—Voy a llamar a mi abogado.

—Donald Petersen está en un juicio ahora mismo. No podrá contactar con él.

Los otros dos hombres se echaron a reír.

Fossen bajó el móvil y sintió que su furia aumentaba.

—No tienen ningún derecho a estar aquí. No me creo lo que dice de esa disposición estatal.

Uno de los otros hombres se acercó a él, apuntándolo con la cámara digital de vídeo y riendo.

—¿Está dispuesto a apostarse la granja, Hank? —Era un tipo fortachón, lleno de testosterona. Probablemente, un expolicía de St. Louis, donde estaban las agencias de detectives privados de Halperin. Siempre enviaban a matones gilipollas para estas cosas.

—Recibimos un soplo anónimo de que está usted utilizando Mitroven, Hank.

—No sembraré nada hasta dentro de otras seis o siete semanas. Sólo estoy echando fertilizante.

Uno de ellos estaba tomando muestras del suelo.

—Bueno, es difícil deshacerse del material genético del año pasado.

—Están ustedes plantando Mitroven, ¿verdad, cabrones?

—¿Nos acusa de ser deshonestos, Hank? —El hombre de la cámara de vídeo se echó a reír.

—¿Por qué íbamos a hacer eso cuando hay un campo experimental a un par de kilómetros más allá?

El tercer tipo, que había estado hablando por el móvil, se acercó.

—No se haga esto a sí mismo, señor Fossen. Sabe que Halperin gastará lo que haga falta para escarmentarle. Deje de plantar semillas naturales. De lo contrario, le quitarán su granja.

El hombre de la cámara volvió a reírse.

—Es decir, a menos que tenga otro padre esperando para suicidarse y ganar el dinero del seguro…

Antes de poder darse cuenta, Fossen golpeó al hombre con el mango del hacha, haciendo volar la cámara en dos pedazos y rompiéndole casi la cabeza al matón.

—¡Joder!

Los otros dos cerraron inmediatamente filas con su colega, soltando su carga. El hombre del móvil parecía estar al mando.

—¡Eso ha sido una estupidez, Hank! ¿Quiere acabar en la cárcel? ¿Qué cree que le parecerá esto a un juez, atacar a unos investigadores que intentan establecer un robo de propiedad intelectual? ¿Por qué se comporta de esta forma si no tiene nada que ocultar?

Fossen empuñó el mango del hacha con una mano, aunque no avanzaron contra él.

—Adelante. ¡Enseñe el vídeo! Ningún jurado me condenará. Están en mis tierras ilegalmente.

El de la cámara estaba todavía frotándose la sien, buscando sangre.

—Acéptelo, Hank, su padre le compró tiempo, pero está a un paso de hacer que su sacrificio fuese inútil. Y he oído decir que la estupidez es congénita.

—El tiempo está de parte de ellos, señor Fossen. Acepte su oferta, o los pleitos no terminarán nunca.

En ese mismo momento el coche patrulla del sheriff del condado aparcó tras los todoterreno en la carretera.

Todos se envararon cuando el sheriff bajó del coche. Tenía más o menos la edad de Fossen, con aspecto acicalado y militar. Dejó la escopeta en el coche. Se puso el sombrero tejano y se dirigió tranquilamente al campo para unirse al grupo.

Indicó el mango del hacha que Fossen tenía en la mano.

—Un poco pronto para la temporada de béisbol, ¿no? —El sheriff miró a los demás—. ¿Todo el mundo está bien?

Fossen no le quitaba el ojo de encima a los detectives privados.

—¿Quién te ha llamado, Dave?

—¿Quieres hacerme un favor y soltar el hacha? —El sheriff miró a los tres desconocidos, uno de los cuales estaba recuperando los trozos de su cámara rota—. Por mucho que estos tipos se merezcan una buena tunda, tú y yo sabemos que no podemos permitírnoslo.

—Están en mis tierras ilegalmente.

—No, no lo están, Hank. Han metido por medio al tribunal del condado. Brigitte acaba de decírmelo por radio. Llamarán a la policía estatal para que los apoye si es necesario.

Los tres hombres se rieron y empezaron a recoger su equipo.

Fossen inspiró profundamente para calmarse.

—Cómo puede ser esto legal. ¿Cómo puede ser legal?

El sheriff se acercó y retiró el hacha de las manos de Fossen. Habló en voz baja, para que los otros no lo oyeran.

—Escúchame, Hank. Vuelve a tu tractor y termina de fumigar. Quieren que pierdas la calma. Tu padre no habría perdido el tiempo con estos idiotas.

—Mi padre lo hizo todo bien. Y aun así estuvieron a punto de arruinarnos. Lo habrían hecho si… —Fossen miró con odio a los hombres—. Nunca robó nada en toda su vida. Mi padre se pasó décadas limpiando semillas para la gente de este condado. Y su padre antes que él. Tienes que saberlo, Dave.

—Lo sé, Hank.

—¿Por qué no se rebela nadie? ¿Por qué les dejan hacer esto?

—Porque tienen miedo. La gente está jodida. Están a un pleito de perderlo todo.

—Halperin impulsó a mi padre a hacerlo. Sólo lo hizo para que pudiéramos conservar la granja.

El sheriff asintió con gravedad.

—Todo el mundo lo sabe. Nadie era más respetado que Hank Senior.

Uno de los hombres alzó la voz.

—Espero que su hijo sea más listo que usted, Hank. O algún jihadista lo volará en pedazos.

El sheriff se volvió hacia ellos.

—Eh, que soy un veterano. ¿Quiere hacer chistes de mal gusto sobre los soldados? ¿Y si lo arresto acusándolo de desorden público? ¿A quién cree que creerá su jefe? ¿A usted o a mí? ¿Y no cree que alguno de sus jefes podría ser veterano también?

Se quedaron mirándose el uno al otro.

—Es lo que pensaba. Ahora recojan sus mierdas y vuelvan más tarde. Se me está acabando la paciencia con ustedes tres.

Ellos lo miraron con mala cara y se marcharon arrastrando los pies. El jefe se volvió antes de llegar al coche.

—Los agentes de la ley que no cooperan tienen problemas para ser reelegidos, sheriff.

El sheriff esperó junto a Fossen mientras los hombres subían a sus vehículos y se marchaban. Le devolvió a Fossen el hacha.

—Menos mal que te has controlado, o podrías haberte metido en problemas.

—Gracias por convencerme.

—Quería venir a hablar con Lynn y contigo de todas formas.

—¿De qué?

—¿Habláis mucho Jenna y tú, Hank?

Fossen entornó los ojos.

—¿A qué te refieres? ¿En qué anda metida?

—Mira, no quiero meterme en tus asuntos, pero la he visto salir con gente rara en Greeley.

Fossen suspiró.

—Maldición. Es como si no la conociera desde que volvió. Lo único que ha hecho es venir a dormir a casa durante meses desde que se graduó. No hay trabajo… ni aquí ni en ninguna parte.

—Mira, sé que las cosas están fatal ahora mismo, pero es todavía más raro que eso. —Señaló con el pulgar en dirección a su coche patrulla—. ¿Te acuerdas de cuando el sheriff Pearson patrullaba por este condado? Tenía una pistola, y la mitad de las veces ni siquiera la llevaba encima. Bueno, yo tengo una escopeta, un M16, y dos pistolas en el coche. La metaanfetamina, o crystal meth, lo ha cambiado todo. Nuestro departamento se ha visto implicado en ocho tiroteos en cuatro años.

—Joder, no me digas que Jenna está metida en una banda de traficantes de droga.

—¿Jenna? No, no es eso a lo que me refiero.

—Gracias a Dios.

—Mi argumento es que de pronto, en cosa de un mes, todas las bandas de «meta» han desaparecido, Hank.

Fossen frunció el ceño.

—Eso es bueno. ¿No?

—Sí… de una manera prudente. Quiero decir, esas cosas no pasan. Las bandas implacables que controlan la meta desde la cárcel casi han desaparecido. Y están surgiendo instalaciones para tratar a los drogadictos sin ánimo de lucro.

—No sé qué estás intentando decirme, Dave… pero ojalá que me lo digas pronto.

—En este condado están pasando cosas que… —El sheriff intentó encontrar las palabras, luego alzó la cabeza—. Bueno, las cosas no tienen ningún sentido.

—¿Menos sentido que ver unos forasteros con más derechos sobre mi tierra que yo?

—En una palabra: sí. Hay una extraña fuerza en funcionamiento. Aparecen equipos raros… y la gente está desmantelando sus campos. Forasteros, jóvenes en su mayoría, llegan al condado y establecen negocios. Pero negocios que no parecen aceptar dinero. Disponen de alta tecnología, aparatos caros… pero que me aspen si sé qué es lo que hacen.

—¿Y no son bandas?

El sheriff negó con la cabeza.

—No. Y también disponen de asesoría legal. Empezamos a investigarlos, y el fiscal del distrito nos hizo dar marcha atrás. No sé si son una secta o…

—¿Qué tiene eso que ver con Jenna?

—Es una de ellos, Hank. Ahí es donde pasa la mayor parte del tiempo. Sólo quería que lo supieras.

Fossen miró el suelo fértil pero sin plantar. Asintió para sí.

—Dime dónde.

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