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Tercera parte. Julio » Capítulo 37:// Bomba lógica

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Capítulo 37:// Bomba lógica

El general Connelly ignoró las alarmas que resonaban a su alrededor y contempló de nuevo la pantalla central, con su vista orbital de la Tierra. Inspiró profundamente, saboreando este momento.

Un analista cercano interrumpió su ensoñación.

—General. Tengo confirmación directa de que nos atacan facciones de la red oscura. Los helicópteros Kiowa han entrado en combate con lo que parecen ser aviones microjets. Hemos perdido al menos un helicóptero. Hay miles de soldados enemigos que confluyen desde todas las direcciones.

Connelly asintió tranquilamente. Era lo que esperaba.

—No les servirá de nada. ¿Tenemos confirmación de que todas las fuerzas de choque están en sus puestos y preparadas?

—Afirmativo, señor. Todas las fuerzas de choque están en sus puestos y preparadas.

Connelly no apartó los ojos de la pantalla. El mundo se extendía ante él.

—A mi señal.

—En espera.

—Comiencen la Operación Exorcista.

—Comenzando la Operación Exorcista.

Una característica del mundo moderno era que los acontecimientos más importantes sucedían sin que los vieran los ojos humanos. Eran bits electrónicos que cambiaban de un valor a otro. Connelly sabía que en algún lugar de este centro de mando un analista de la red, pulsando tan sólo una tecla, estaba destruyendo ahora mismo los datos de casi el ochenta por ciento de las corporaciones más poderosas del mundo. Era una orden que invocaba secuencialmente la función de destrucción del daemon usando como parámetro la identificación local de miles de corporaciones infectadas por él en todo el mundo. El efecto global era usar a los propios seguidores del daemon para destruir esos datos junto con las copias de seguridad. Sobol había advertido que su daemon lo haría si intentaban recuperar el control.

Pero ¿por qué esperar al daemon?

Con una señal IP codificada que la API Rognorok del daemon transmitía a toda la red, era sólo cuestión de tiempo que otra potencia o grupo corporativo tuviera acceso también a la función de destrucción. No había otra alternativa.

¿Por qué no ser el primero? Eso fue lo que convenció finalmente a Connelly para unirse a esta empresa. La guerra nuclear era impensable, pero una guerra cibernética total, no. Finalmente podrían unificar el mundo bajo una única potencia económica que lo englobaría todo. Una potencia que podría conseguir cosas milagrosas. Los países ya no importaban. El mundo era sólo un gran mercado. Tenía que ser unificado.

En el mismo momento que los Laboratorios Weyburn ponían en marcha la destrucción de enormes cantidades de datos corporativos, también lanzaban una segunda orden que ponía en marcha la función de destrucción con un parámetro deformado. A Connelly todo aquello le sonaba a chino, pero los grandes cerebros de Laboratorios Weyburn habían encontrado un modo de saturar la función de destrucción, ponerla en un bucle infinito que impediría que destruyera los datos, aunque los operativos del daemon en algún centro de datos intentaran más tarde ponerla en marcha de forma manual. Esta orden deformada inmunizaría a esas compañías, y sólo a ellas, contra la ira del daemon. Y era en estas compañías donde habían invertido su capital. Una mezcla de corporaciones que les darían el control de casi toda la actividad comercial productiva y el derecho a gobernar, ya que sólo ellos habían sido lo suficientemente listos para sobrevivir al «Cibergedón». Habría un periodo de caos civil en la mayoría de los países, pero ellos ya habían tomado medidas para asegurar físicamente sus instalaciones.

Connelly miró las docenas de pantallas de televisión que mostraban las noticias de la catástrofe financiera mundial. Violencia en el Medio Oeste. Miró también las pantallas de vigilancia del rancho que mostraban explosiones y balas rastreadoras rasgando la pradera. Había llegado la hora del fuego purificador.

—Hay que reconocérselo a esos hijos de puta. Lo están dando todo. No creía que fueran capaces de organizarse así. ¿De dónde han salido tantos?

—Parece que el daemon encontró una utilidad para todos esos coches sin vender.

—Cuando todo esto acabe, tendremos que eliminar a los encargados de logística. De lo contrario, crearán problemas más tarde.

Un analista cercano habló por un micrófono.

—Hemos desplegado con éxito la Bomba Lógica. Las pruebas muestran que la función de destrucción del daemon ya no responde en todos los sitios protegidos.

Un pequeño aplauso se extendió entre el equipo de Laboratorios Weyburn.

Connelly asintió. Ha sido rápido. Al parecer, la guerra digital era una guerra relámpago. Habían destruido la mayor parte del mundo empresarial en menos de un minuto. Sabía que eso sumiría al mundo en una enorme depresión, pero el resultado final merecería la pena. ¿Cuál era la alternativa, después de todo? ¿Entregar el control del mundo civilizado a una turba sin educación?

Contempló de nuevo la imagen de la Tierra en la gran pantalla. La vista se centraba en Europa occidental, cuyas ciudades aún brillaban en la oscuridad.

Connelly imaginó a su padre, el predicador baptista sureño. ¿Qué pensaría de su hijo ahora? Incluso aquel hijo de puta de corazón de piedra habría estallado de orgullo. Finalmente se habría visto obligado a admitir que su hijo era un hombre de éxito.

—Comiencen el apagón.

—Comenzando apagones, señor.

De repente, como si hubieran pulsado un interruptor, las luces de toda Europa empezaron a apagarse, y grandes extensiones del continente se hundieron en la oscuridad. Luego Japón desapareció en la negrura del mar. Pekín desapareció. Una descripción gráfica del poder de los reyes mercaderes se extendió ante Connelly mientras contemplaba la Tierra. Nadie había comprendido jamás del todo cuánto poder tenían. Tembló levemente ante el poderío que detentaba. Dos mil millones de personas acababan de ser devueltas a la Edad Media. Casi un tercio de la raza humana. Y el resto, en su mayoría, nunca había tenido energía eléctrica.

El daemon era ahora una sombra diminuta de su antigua esencia. Nunca tuvo una oportunidad.

—Lancen los equipos de ataque a los centros de datos.

—¡Equipos de ataque en marcha! ¡Repito: equipos de ataque en marcha!

Los operadores hablaron a sus micros, difundiendo la orden de Connelly por todo el globo en segundos a través de redes privadas de satélites.

Sebeck y Price habían encontrado ropas, chalecos blindados y armas rápidamente entre las facciones de la red oscura que venían del este. Había una amplia diversidad de equipo y armamento entre los grupos. Parecían más una milicia de alta tecnología que una verdadera fuerza militar, pero seguían la estela del ejército autómata de Loki.

Algunos operativos llevaban chalecos de compuesto cerámico con cascos integrales, personalizados con pegatinas y chapas de grupos de música; otros sólo tenían rifles de caza.

La multitud conducía una abigarrada mezcla de todoterrenos y Jeeps civiles. Sin embargo, eran una fuerza considerable que se extendía hasta el horizonte en ambas direcciones y cruzaba rápidamente la pradera. Alguien había saqueado los concesionarios o algo por el estilo porque la mayoría de esos vehículos parecían nuevos. Con la gasolina a cuatro dólares por litro, Sebeck supuso que ya no habría mucho mercado para ellos. Tras examinar sus identificadores en el horizonte, calculó que este grupo alcanzaba varios miles de componentes. Los operativos variaban de nivel, desde los numerosos Novatos del primero, como él mismo, hasta los Operadores de nivel 15 o 20. Había facciones de técnicos, facciones de microfacturadores, y los grupos más formidables de todos: las facciones de infraestructura de defensa. Eran la gente que usaba armaduras corporales completas con armas electrónicas de la red oscura, camadas de pecaríes y bandadas de microjets.

Adondequiera que fuese Sebeck, los operativos se le acercaban y le estrechaban la mano, pidiéndole hacerse fotos y posar con él. Era como una especie de convención macabra. Saca tu foto con el Sin Nombre…

Inmediatamente después de que le prestaran un par de gafas HUD y un cinturón con conexión, abrió un enlace con Jon Ross, y encontró el identificativo de Rakh a quince kilómetros al oeste, justo en el centro de Rancho Cielo. Se alegró de oír su voz por la línea de comunicaciones.

—Jon, gracias por salvarnos el culo. ¿Cómo nos localizaste?

Loki tiene ojos en todas partes. Y había otra gente buscándote, también. Es esa misión tuya.

—¿Encontraste a la doctora Philips?

Sí, está aquí conmigo. Estamos a salvo por ahora. ¿Está bien Price?

—Está bien. ¿Cuáles son las últimas noticias?

Loki se está abriendo paso por las defensas del rancho. Tiene un ejército de… Dios, de miles de AutoM8. Cuatrocientos o quinientos pecaríes. Debe estar gastando todos los puntos de poder que tiene en esto.

Sebeck asintió.

—Si lo vieras, comprenderías por qué. Sólo parece medio humano. No querría estar en el pellejo del Comandante cuando Loki dé con él.

Pete, tenías razón en lo de los Laboratorios Weyburn. Los equipos de inteligencia que estudian el sistema de vigilancia han descubierto sus instalaciones. No te mostraré lo peor, pero toma

Sebeck vio un objeto volar hacia él a través del Espacio-D y aterrizar en su lista HUD. Lo abrió y contuvo la respiración.

Hay docenas de mujeres jóvenes encerradas todavía en celdas. Parece que la gente del Comandante ha perfeccionado el robo de identidades en la red oscura.

—Jon, necesitamos enviar tropas a esos laboratorios primero… antes de que los investigadores puedan destruir las pruebas. Esas chicas corren serio peligro.

Haré correr la voz.

—Mira, nos acercamos al perímetro interior. Me dice que encontraremos resistencia, si Loki no los ha eliminado, así que voy a desconectar. Tendré que estar alerta cuando entremos.

Dale recuerdos a Laney, y ten cuidado, Pete.

—Tú también, Jon. Te veré en el otro lado.

Sebeck pudo ver ya las explosiones por delante. Parecían disparos de artillería. El trueno de las detonaciones siguió un segundo más tarde. Los vehículos sorteaban la cortina de fuego y aceleraban, dando botes sobre la pradera a ochenta o noventa kilómetros por hora. Dejaron atrás los lejanos restos de coches ardiendo llenos de agujeros de metralla, cuerpos rotos cercanos, pero la abrumadora mayoría de la fuerza continuaba adelante, demasiado desplegada y demasiado veloz para ser alcanzada fácilmente por la artillería.

El conductor de su Jeep señaló hacia delante y le gritó a Sebeck y a Price.

—Vamos a entrar a cosa de un kilómetro y medio al sur de las carreteras del rancho. Hay puntos de emboscada con misiles y vehículos blindados allí. Las fuerzas de Loki los están eliminando.

Sebeck asintió. Miró a Price.

Éste le devolvió la mirada.

—¿Qué?

—Me alegro de que estés bien. Creí que no lo íbamos a contar.

—Sí, bueno, el día no ha terminado todavía, tío.

Y entonces sucedió.

Sin saber cómo, la red desapareció de repente cuando las gafas HUD de Sebeck se apagaron. Todos los identificadores a su alrededor desaparecieron también.

—¡Ah, mierda! —Se quitó las gafas—. No me extraña que alguien estuviera dispuesto a prestármelas. Las gafas están rotas.

Se volvió hacia Price, pero fue recibido con una mirada confusa. Éste también se quitó las suyas.

—Oh mierda…

Llamó al conductor, que asimismo parecía aturdido.

—Tío, ¿puedes ver en el Espacio-D?

El conductor parecía preocupado.

—No. —Señaló a los vehículos cercanos—. ¡Mirad!

Sebeck y Price siguieron la mirada del conductor, y pudieron ver a cientos de operativos de la red oscura quitándose las gafas HUD y llamándose unos a otros. La columna de vehículos no había reducido la velocidad todavía, pero de repente se quedaron sin un sistema unificado de control o dirección.

Estaban ciegos.

Sebeck se volvió a mirar a Price.

—¿Qué demonios ha pasado?

Price parecía aturdido, como si acabara de perder a un viejo amigo.

—De algún modo se han cargado la red oscura, sargento.

El general Connelly se encontraba junto a Aldous Johnston ante la consola central del centro de mando. La mitad de las pantallas de televisión del gran panel estaban llenas de nieve electrónica. El Gran Apagón había comenzado. El mundo moderno experimentaba un frío reinicio.

Johnston señaló la pantalla.

—¿Así que los centros de datos todavía tienen energía?

Connelly asintió.

—Naturalmente. Es normal que los centros de datos tengan baterías y generadores de seguridad. Pueden funcionar mientras tengan combustible. Algunos incluso tienen instalaciones para generar energía.

—Entonces, ¿para qué el apagón si no desconecta a los servidores?

—El apagón no tiene como fin dañar al daemon, general. Ya lo hemos eliminado como amenaza con las órdenes de función de destrucción. No, el apagón es una acción de propaganda. Es una demarcación entre el antiguo orden y el nuevo orden para el público general. La gente tiene que asustarse para aceptar su nueva situación. Revelar lo vulnerables que son todos es lo que lo consigue. Buscarán protección.

—¿Pero tres días sin energía?

—Nuestros psicólogos sociales nos dijeron que el pánico debería hacer que la gente ansiara un liderazgo fuerte.

Un operador cercano alzó la cabeza de su pantalla.

—Tengo al coronel Ritcher con un informe de la situación de las milicias de la red oscura, general.

—Póngalo.

—Adelante, coronel. Está en manos libres.

Una voz ligeramente distorsionada surgió por los altavoces.

—General, Ritcher al habla. Las milicias de la red oscura están deteniendo su avance en un frente bastante amplio. Parece que han perdido el mando y el control.

Los técnicos se echaron a reír y aplaudieron. Connelly y Johnston intercambiaron una mirada.

El general asintió.

—Es una buena noticia, coronel. —Se volvió hacia Johnston—. Al parecer el apagón ha afectado a la banda ancha de esos operativos locales. —Se volvió de nuevo hacia el altavoz—. Cuando terminemos la Operación Exorcista, coronel, quiero que prepare un contraataque para eliminar a esas milicias locales.

—Comprendido. ¿Tomamos prisioneros?

—Nada de prisioneros. Es nuestra ocasión para quitar de en medio a esos hijos de puta.

La conexión terminó.

Johnston se sentó en un sillón cercano.

—Lo cual me recuerda la inserción del código. Éste es un momento tan bueno como cualquier otro para que los tipos de Weyburn vean si pueden controlar al daemon.

La expresión del rostro del general Connelly era ilegible.

—Nuestro objetivo secundario es justo ése. Consigamos antes el objetivo primario.

—Pero tiene que haber una modificación del código base del daemon, coronel.

—Cuando hayamos consolidado nuestra posición, señor Johnston.

El técnico ante la pantalla alzó la cabeza, frunciendo el ceño.

—General, nos llegan unos informes bastante extraños de los equipos de asalto al centro de datos.

Connelly dirigió una mirada a Johnston.

—No hemos terminado todavía. —Se volvió hacia el técnico—. ¿Qué tipo de informes?

—Parece que no hay nadie en los centros de datos, señor.

Connelly señaló los monitores del gran panel.

—Consiga algunas imágenes, maldición. Quiero ojos.

Los técnicos empezaron a manejar interruptores. Las imágenes de nieve blanca en la mayoría de los canales y el sonido lejano de lucha en los terrenos del rancho fueron sustituidos por las cámaras de los lejanos equipos de asalto mercenarios. Estas imágenes eran variaciones de un mismo tema: filas de servidores que parecían idénticos por todo el mundo. Los granulosos vídeos mostraban soldados con armaduras corporales negras y cascos moviéndose pasillo tras pasillo de filas de ordenadores.

Las pantallas mostraban cientos de soldados. Había asiáticos, latinos, africanos y caucásicos: mercenarios de un centenar de diferentes empresas globales. Pero ninguno de ellos encontraba objetivos humanos.

El técnico ante el ordenador volvió a hablar.

—Creo que hemos encontrado algo que debería usted ver, señor.

—Páselo a esta pantalla. —Connelly señaló la más cercana del panel.

El técnico asintió y pulsó unos cuantos interruptores. De repente una imagen granulosa tomada con la cámara que un soldado llevaba en el casco apareció en la pantalla. Mostraba a los comandos en torno a un televisor de plasma de cincuenta pulgadas colocado en lo alto de un pedestal. El televisor mostraba el logotipo de Daemon Industries, SL, y el mensaje:

Haga clic aquí…

Johnston frunció el ceño.

—¿Qué demonios es eso?

El técnico ante la consola volvió a alzar la cabeza.

—Los están encontrando en un montón de centros de datos, general.

En el gran panel pudieron ver más y más monitores pequeños que mostraban a los equipos de asalto que llegaban al centro de cada centro de datos y encontraban una pantalla de televisión de plasma similar. Todas ellas mostraban el logo de Daemon Industries SL, con el mensaje «Haga clic aquí».

Johnston estudió con atención la fila de monitores de la pared. Los soldados, a medio mundo de distancia, se quitaban las máscaras y daban la señal de que todo estaba despejado.

—General, ¿esperábamos encontrar esto?

Connelly lo ignoró y le habló a un analista de Laboratorios Weyburn que estaba cerca.

—¿Siguen intactos nuestros datos?

—Bueno, la función de destrucción sigue en bucle para estas compañías.

—¿Qué hay de los datos de las empresas, maldición?

El analista se encogió de hombros.

—Tardaremos algún tiempo en determinarlo. Nos basamos en la evidencia probada de que invocar la función de destrucción destruye los datos de cualquier compañía. Bloquearla corta la función de destrucción.

—Pero ¿no podemos comprobar esos servidores?

—Es difícil decir dónde se está ejecutando ahora mismo el código, señor. Con un apagón global en marcha, no podremos usar la red de Internet pública para conectar.

—Mierda. —Connelly estudió la pantalla.

De repente, secciones del mundo empezaron a cobrar vida en la gran pantalla central que mostraba a la Tierra desde el espacio. En Europa, Rusia y Asia las luces volvían a encenderse.

—¡Maldición! ¿Por qué se está acabando el apagón? ¡No he ordenado que terminara!

El técnico alzó la cabeza.

—No es cosa nuestra, señor.

—Entonces ¿de quién?

Justo entonces pudieron ver imágenes en los lejanos televisores de plasma que se encendieron automáticamente mientras el logotipo de Daemon Industries se dispersaba en una pintoresca animación.

—¡Muestre a uno de esos en la pantalla grande! ¡Vamos!

El técnico dijo algo por el micro y de repente la imagen granulosa de un capitán asiático de las fuerzas especiales de Korr Military Solutions apareció y saludó a la cámara.

—¡Señor!

La imagen se pixeló momentáneamente por el retraso del satélite. Su voz llegó distorsionada.

—Supervisor, hemos asegurado el objetivo cuatro-tres-nueve.

—¡Quítese de en medio, maldición! Déjeme ver la pantalla. ¡Que ese soldado enfoque su cámara en esa pantalla de televisión!

El capitán se apartó y la cámara del casco enfocó lo que parecía ser un anuncio publicitario ya en marcha. Una alegre música acompañaba un montaje de imágenes que mostraban a los operativos de la red oscura trabajando juntos. Rostros jóvenes y sonrientes, con gafas HUD, trabajaban con fabulosos equipos de laboratorio, fibras ópticas, agricultura y energía alternativa.

—¡Suban el sonido!

La lejana música publicitaria chisporroteó cuando llenó los altavoces del gran centro de mando. El montaje se difuminó y para horror de todos se convirtió en un rostro familiar: Matthew Sobol. Estaba sentado en un sillón junto a una chimenea encendida y su aspecto era saludable. Al pie de la pantalla aparecieron las palabras:

Matthew A. Sobol, doctor en filosofía.

Presidente y director ejecutivo de Daemon Industries, SL.

Sobol asintió a la cámara mientras la música terminaba.

—Hola. Si están viendo este vídeo, eso significa que acaban de intentar apoderarse del mundo. Todos saben quién fui. Pero hasta ahora, yo no estaba seguro de quiénes eran ustedes. Por fortuna, sus acciones recientes han ayudado a aclarar las cosas.

Se entretuvo un momento colocando otro leño en el fuego, y avivó las llamas con un atizador.

Connelly, Johnston, el equipo de Laboratorios Weyburn y todas las fuerzas de asalto vieron el vídeo que se reproducía simultáneamente en todos los centros de datos.

Sobol alzó de nuevo la cabeza después de retirar el atizador.

—Sabía que sólo sería cuestión de tiempo que se introdujeran en la red oscura. Ningún sistema es completamente seguro. Por supuesto, sabía que buscarían defectos en mi código. Así que les di algunos bastante buenos. —Sobol sonrió amistosamente—. Mientras estamos aquí sentados, las compañías que han intentado ustedes dañar están perfectamente a salvo. Sin embargo, el daemon está borrando sus fortunas personales y comerciales, y, de hecho, está destruyendo todos los datos y copias de seguridad de las compañías que ustedes pretendían proteger.

Alzó las manos con gesto tranquilizador.

—No, por favor, no se pongan nerviosos y echen a correr hacia las puertas porque ya es demasiado tarde. Su avaricia les hizo concentrar sus inversiones de una forma muy concreta en un puñado de compañías…, compañías que alguien acaba de intentar defender con una pobre acción pirata de formatstring… Mientras que el resto del mundo corporativo era atacado en masa con la función de destrucción. Eso es lo que llamamos una anomalía, y tiene una firma que puede ser detectada. Los individuos particulares que han estado implicados en esta actividad son ahora conocidos por el daemon. Y, además, la mayor parte de sus riquezas, la fuente de todo su poder, ya no existe. El dinero, después de todo, no son más que datos, y los suyos han sido borrados.

Connelly miró al analista de red.

—¡Maldición, si la energía ha vuelto, póngase al teléfono con los nuestros y averigüe si todo esto es sólo una tontería!

El analista se puso a trabajar rápidamente, pero un montón de gente en la sala parecía preocupada.

Sobol volvió a hablar a la pantalla.

—Es más, el daemon continuará destruyendo los recursos de estos individuos dondequiera que aparezcan… en la forma que sea. Y un archivo de sus acciones recientes será enviado a las agencias pertinentes encargadas de mantener la ley y a las compañías que han atacado ustedes. Y en cuanto a la gente que ayudó a hacer esto posible: los secretarios, abogados, brokers, programadores, contables y fuerzas de seguridad. A esa gente les digo: sus jefes no tienen dinero. Así que hagan algo inteligente, y márchense.

La tonta musiquilla comercial regresó, junto con los frenéticos aplausos del público de un estudio. Sobol saludó.

—Gracias por invocar este acontecimiento, y recuerden: si no participan en el juego, el juego se la juega. ¡Ahora, adiós!

Los créditos empezaron a correr al doble de la velocidad normal.

—¡Apáguenlo!

La pantalla quedó en negro y Connelly se volvió hacia el analista más cercano.

—¿Bien? ¿Podemos confirmar si nuestras redes están intactas? ¿Han sido afectadas nuestras compañías?

El analista tan sólo le dirigió una mirada y luego recogió su chaqueta y corrió hacia la puerta.

—¿Adónde demonios cree que va?

—Ya no trabajamos aquí. Y usted tampoco.

Connelly se volvió hacia Johnston.

—¡Esto es ridículo!

De pronto uno de los encargados de las pantallas sintonizó de nuevo las emisoras de noticias, y allí, en casi todos los canales, apareció Anji Anderson. Estaba sentada ante una mesa de reuniones. Parecían imágenes de vigilancia tomadas casi desde el techo, pero la persona que aparecía en pantalla era inconfundiblemente ella, la famosa presentadora.

Connelly contempló las pantallas, confundido.

—¿Qué demonios es esto?

El técnico recogía también su chaqueta.

—Aparece en todos los canales. Alguien ha pirateado el enlace de emergencia que íbamos a usar después del apagón. De algún modo, han conseguido imágenes del sistema de vigilancia.

Todos en el centro de control se volvieron a mirar las cámaras montadas en el techo.

—Santo Dios….

—Le aconsejo que intente escapar como pueda, general. Ya no tenemos secretos.

Connelly miró los monitores de televisión. En pantalla, Anji Anderson asentía, mientras lo que parecían ser asesores conversaban con ella.

… pero hay que vender el cambio al pueblo estadounidense con una interrupción súbita. De lo contrario, opondrán una fuerte resistencia. Tiene que ser el penúltimo hecho el que marque una línea entre lo que hubo antes y lo que debe de venir después. Es una transición psicológica.

Anderson asintió.

¿Y el apagón hará eso?

Nuestros estudios muestran que un periodo de anarquía de cuarenta y ocho horas de brevedad hará que el público esté dispuesto a aceptar cambios drásticos a cambio de tener seguridad.

Otro consultor de mercado mostró unas gráficas en una pizarra.

Lo llamamos el Cibergedón.

Muy pegadizo

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